viernes, febrero 22, 2008

Colombia o el conflicto eterno

Por Antonio Traveria, director de la Fundació Casa Amèrica Catalunya (EL PERIÓDICO, 19/01/08):

Fue Gabriel García Márquez quien hace ya más de una década expresó: en Colombia “tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir”. Tantos años después, esas palabras mantienen su terrible vigencia. Pasa el tiempo, pero las víctimas del conflicto eterno se acumulan en frías estadísticas que parecen impresionar a muy pocos. Los últimos datos facilitados en Bogotá por la prestigiosa Fundación País Libre, certifican que desde 1996 hasta hoy han sido secuestradas en Colombia, por las dos guerrillas o por la delincuencia común, 23.401 personas, de las que 1.288 murieron durante su cautiverio.

LA VIDA SOLO tiene sentido si el ser humano vive en libertad. Solo aquellos a quienes se les niega por la fuerza de la violencia ese derecho inviolable saben hasta qué punto se puede llegar a sufrir por su ausencia. Hay quien dice que bien está lo que bien acaba y parece lógico que en algún momento así lo piensen tanto Consuelo González como Clara Leticia Rojas al reencontrarse por fin con sus familias tras el desgarro de permanecer secuestradas largos años en condiciones infrahumanas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Las sensaciones, sin embargo, se entremezclan. Sentimientos de alegría sin duda, pero al mismo tiempo, la idea de que estas dos mujeres pueden considerarse unas privilegiadas, las elegidas de entre otras 700 personas, la mayoría de ellas desconocidas y anónimas, que todavía están retenidas como instrumento cruel de acción política.

El secuestro de personalidades políticas por parte de las FARC no solo pretende forzar un intercambio con los cientos de guerrilleros presos, sino que también están siendo utilizadas como escudos humanos ante una hipótesis de bombardeo aéreo u ofensivas del Ejército. Además, cuando los secuestrados eran simplemente soldados o campesinos, las autoridades y los medios de comunicación no prestaban la misma atención que al tratarse de diputados, alcaldes o extranjeros.

La mayoría de los colombianos se identificaron con la política de fuerza del presidente Álvaro Uribe tras el fracaso del proceso de paz del presidente Andrés Pastrana. La guerra abierta contra los guerrilleros ha sido el núcleo central de la política de seguridad o antiterrorista de sus dos mandatos en una estrategia coincidente con los objetivos de George Bush. Uribe llegó a proclamar que el peligro de desestabilización de los países andinos no era inferior al de Irak. Y, de acuerdo con esa atrevida afirmación, el 20 de marzo del 2003 mostró su subordinación a Bush al anunciar la participación del Ejército colombiano en la invasión del país árabe, con el propósito, en sus propias palabras, “de reforzar la posición de Colombia para adquirir aliados que nos ayuden a vencer a nuestro terrorismo”. El Plan Colombia, adoptado por Estados Unidos en el 2000, le convirtió en el tercer beneficiario de su ayuda militar después de Israel y Egipto. El crecimiento del tráfico de droga a partir de 1975 ha regido la completa transformación del contexto político, social y guerrillero.

La mediación internacional directa para una liberación de rehenes solo es posible, hoy por hoy, con los gobiernos de Venezuela y/o Brasil. Con Hugo Chávez, porque las FARC le ven como a uno de los suyos, y más después de que anteayer el Parlamento venezolano aprobara darles tratamiento político, y con Lula da Silva, por su reiterada negativa a incluir a los guerrilleros colombianos en la categoría de organizaciones terroristas, argumentando que con esa posición se reserva la posibilidad de intervenir por acuerdo de las partes como interlocutor.

DEL JEFE antropológico de las FARC, Tirofijo, el nombre de guerra de Manuel Marulanda Vélez, se ha dicho que es un Che Guevara que funciona. Desde la llamada primera violencia del sur de Tolima, en 1950, coincidiendo con la época de las guerrillas liberales del Llano, siempre ha estado con un fusil en la mano. Próximo a cumplir 80 años, no parece dispuesto a buscar su reinserción, tal vez porque piensa que no podría subsistir en otro lugar que no sea la selva. La extorsión, el secuestro y el narcotráfico son sus fuentes de financiación, dejando atrás cualquier atisbo de ideales revolucionarios. Las FARC dejaron de tener hace ya tiempo la categoría de insurgencia política, pero no han perdido su capacidad de influir en la política, lo que hace inevitable mantener canales abiertos discretos, sin espectáculo añadido como el de Villavicencio.

Oliver Stone no pudo tener la exclusiva de la liberación de Clara y Consuelo en los últimos días de diciembre, pero a cambio tuvo el privilegio de comprobar cómo son las disputas tropicales entre dos presidentes amantes del poder y el protagonismo. El cruce de acusaciones e improperios entre Uribe y Chávez, digno de una pelea de gallos, provoca mucha tristeza. No debiera ser relevante quién logra la liberación de rehenes. Lo único importante es que vuelvan todos a sus casas sanos y salvos. García Márquez dijo más: “Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales”. Lo dijo en 1996.

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