sábado, febrero 09, 2008

Complejo futuro después de Anápolis

Por Mariano Aguirre (EL CORREO DIGITAL, 29/11/07):

La reunión de Anápolis entre Israel y la Autoridad Palestina, convocada por EE UU, ha tenido un resultado sorprendente y varios previsibles. La sorpresa está en que un párrafo de la declaración indica que se tratarán todos los temas que incumben al conflicto y que además se fija un plazo concreto para intentar alcanzar una negociación. Las cuestiones previsibles son, al mismo tiempo, que no se mencionen específicamente esos temas (expansión de los asentamientos, regreso de los refugiados palestinos, situación de Jerusalén, fronteras para un futuro Estado palestino).

La voluntad de negociar en el plazo de un año también es interesante, aunque contradictoria con la lógica reivindicada en la reunión de usar la metodología de negociación que comenzó a emplear el Cuartero (EE UU, la UE, Rusia y Naciones Unidas) en 2003. En efecto, el Cuarteto se planteaba una estrategia negociadora paso a paso y acumulativa, y ponía especial énfasis en la seguridad que la Autoridad Palestina le pudiese garantizar a Israel: con más seguridad, Israel permitiría más movilidad a los palestinos, habría menos represalias y alguna medida como la liberación de presos.

Ahora es todavía una incógnita si se piensan negociar todos los temas claves a la vez. En el caso de que así fuese, constituiría un gran avance. Pero si la seguridad total que ha pedido Israel durante los últimos 20 años es la condición para que el conjunto del proceso avance, entonces hay serias posibilidades de que todo fracase.

La cuestión de la seguridad es clave por dos razones. Por un lado, porque se trata de un concepto que debe ser ampliado a la seguridad de las dos partes: es tan importante evitar y penalizar los atentados terroristas como que no se produzcan violaciones de los derechos humanos de los palestinos por parte de Israel. No es tampoco aceptable que si un grupo no controlado por la Autoridad Palestina realiza un atentado, Israel tome represalias sobre la población palestina, como ha ocurrido en innumerables ocasiones.

Por otra parte, la ruptura interna en la sociedad y la política palestinas es muy profunda y puede llevar a que Hamás, sintiéndose aislado y acosado en la franja de Gaza, continúe con los ataques con misiles contra poblaciones israelíes. Al mismo tiempo, Hamás tiene el proyecto político de ganar hegemonía progresiva en Cisjordania para terminar desplazando a Fatah del poder. Posiblemente su estrategia sea doble: hacerse fuerte en Cisjordania y resistir en Gaza con el fin de que se le considere un actor al que es imposible dejar de lado y, a la vez, dinamitar el proceso de Anápolis para deslegitimar al presidente Mahmud Abbas y acelerar su caída. Tanto el Gobierno de Israel como el de Palestina van a enfrentar ahora una dura oposición interna contra todo acuerdo, y hay serias dudas de que tengan la fuerza para poder superarlas, en el caso de que decidan negociar en profundidad.

Para el Gobierno de EE UU, esta conferencia resulta exitosa porque puede mostrar que, pese al fracaso en Irak, la creciente inestabilidad en Afganistán y la inoperancia de su plan de democratización de Oriente Medio, todavía puede aparecer como el facilitador de un eventual acuerdo de paz para uno de los conflictos más prolongados y graves del sistema internacional. Al mismo tiempo, al haber logrado que acudieran Arabia Saudí y otros países árabes, el presidente George W. Bush avanza en el plan de dividir al mundo árabe entre los países amigos y moderados (especiamente suníes) e Irán. En este marco, que Siria haya asistido a Anápolis es visto en Washington con interés. La lógica es que si un proceso de paz puede abrir también la puerta a una negociación sobre los Altos del Golán (que ocupa Israel desde 1967), entonces Damasco se alejará de Irán. Esto llevaría a que Siria tuviese una posición menos radical en Líbano.

Algunos analistas indican que en esta reunión se cometió un error al no invitar a Irán. Esta potencia regional puede colaborar o boicotear la negociación. Su poder económico e influencia en la región es grande, y si participase sería también una forma de incluirlo en un marco regional de negociación que permitiría dialogar, a partir de los márgenes, sobre la cuestión de su programa nuclear.

La matemática política de Washington suena mejor escrita que en la compleja realidad de la región, donde los actores no estatales, como Hamás, Hezbolá y la Yihad Islámica tienen sus agendas propias más allá de los apoyos que puedan recibir de Siria e Irán. A la vez, la radicalización de las sociedades árabes tiene que ver más con la falta de democracia en sus países que con diseños realizados desde EE UU o Europa.

Las posibilidades de éxito de una negociación a partir de ahora son limitadas en dos sentidos. Por un lado, si no se abordan los temas centrales es probable que no se pueda lograr un acuerdo. Pero si se alcanza un mal acuerdo, la Autoridad Palestina podría caer o verse más fragmentada y debilitada, y Hamás pasar a controlar los Territorios Ocupados. Un mal acuerdo sería una victoria pírrica para Israel.

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