domingo, febrero 24, 2008

Dios en América

Por Eugenia Relaño, profesora de Derecho Eclesiástico de la Universidad Complutense (EL PAÍS, 02/02/08):

Con las miradas puestas en el desenlace del supermartes, los finalistas afinan discursos, reciben bendiciones, como la de los Kennedy a Obama, y buscan anticiparse a las preferencias del electorado. Si estas primarias estadounidenses se han convertido en históricas, es por las particularidades de los contendientes -un negro, una mujer, un mormón, un pastor baptista y un católico pluridivorciado, entre otros- y por el nuevo contexto: las ansias de reconciliación nacional, los determinantes votantes indecisos y la disminución de las evocaciones religiosas en los discursos de los candidatos.

La religión ha sido un factor social dinámico y positivo en Estados Unidos; lo fue en la abolición de la esclavitud, en el movimiento de los derechos civiles y, en general, en las elecciones (el 69% de los norteamericanos cree que es importante contar con un presidente de fuertes creencias religiosas). Y dos de las novedades sobresalientes que presenciamos estos días son el agotamiento de la llamada Derecha Cristiana -el movimiento político más conservador del Partido Republicano, impulsado a partir de 1978 por las iglesias evangelistas- y el replanteamiento del papel de la religión en la vida pública. Si la victoria de George W. Bush en 2004 fue debida, en parte, al apoyo del 82% de las iglesias evangélicas, hoy el respaldo de éstas al Partido Republicano ha caído al 60%.

Al contrario de lo que sucede en esta campaña, en las dos anteriores se utilizaron incisivamente los mensajes religiosos para movilizar al electorado y la asistencia semanal a servicios religiosos fue el predictor más fiable en la intención de voto. Se invocaron los valores religiosos como principios de la acción del gobierno (Lieberman), como patrimonio de la historia norteamericana (Bush, Gore) o como característica de la personalidad de los candidatos: “Jesucristo es el filósofo más influyente que he conocido” (Bush); “La fe es el centro de mi vida y el referente en cualquier asunto” (Gore); “Sin religión no puede existir moral” (Lieberman). Y si numerosos estudios demostraban que después de Roosevelt la referencia a Dios en los discursos aumentó considerablemente, del 47% de aquél al 96% en los de Reagan o el 93% de Clinton, ahora los expertos ven cómo se invierte esa tendencia. Parece llegada la hora de superar las barreras de las diferencias religiosas para unir al pueblo y no sacar rédito electoral identificando creencias religiosas con tal o cual partido.

Las creencias de los candidatos están causando reacciones inverosímiles en la intención de voto de los creyentes. Giuliani, es católico, de fuerte espiritualidad y defensor de los derechos de los homosexuales, pero no cuenta con el voto católico, sino con el de los no creyentes. En su mismo partido encontramos la primicia de un mormón, Romney, quien pese a su fuerte compromiso religioso con los más conservadores, no consigue el respaldo de la Derecha Cristiana debido al temor que despierta su religión, catalogada como secta por los puristas. El pastor baptista Huckabee, que emplea con frecuencia metáforas religiosas, es visto como pro-liberal porque ha querido extender el interés de la agenda evangelista a cuestiones como educación y sanidad. Por último, McCain se presenta como un camaleón que en las presidenciales de 2000 sostenía que la nación, fundada en valores judeocristianos, compartía una religión, pero en estas primarias reitera la necesidad de eliminar la intolerancia política y religiosa.

En el lado demócrata también observamos paradojas. Obama, con raíces musulmanas, educación católica y miembro de la Iglesia Unida de Cristo, no cuenta con el apoyo generalizado de los siete millones de musulmanes que votaron mayoritariamente por Kerry en 2004, ni en principio con las llamadas iglesias negras, más proclives a Clinton, gracias a la popularidad que tiene entre ellas su esposo y al apoyo del reverendo Jackson. Sin embargo, ambos factores no han sido determinantes en Carolina del Sur. ¿Qué ocurrirá, pues, con el voto negro creyente en otros Estados?

Todo lo anterior parece indicar una novedosa tendencia: los valores religiosos, que no han sido nunca dominio exclusivo de los republicanos, se han diversificado. La Derecha Cristiana va perdiendo su carácter monocolor. Y la diversidad religiosa, patrimonio de la historia norteamericana, lejos de desunir promueve la convergencia. Un ejemplo es el discurso de Obama que, emulando a Kennedy, sostenía que “la fe no es un arma que divide; ayuda a abrazar un destino común donde coinciden creyentes con no creyentes”. No obstante, resta por ver a un candidato a la presidencia abiertamente agnóstico o ateo.

Finalmente, la experiencia norteamericana enseña que incorporar al debate público motivaciones religiosas es una exigencia democrática que no envenena, al contrario. Cuando Luther King peleaba por la igualdad racial razonando que todos los seres humanos son hijos de Dios, la mayoría estadounidense le apoyó porque reconoció que se trataba de uno de los valores de la Constitución. Lo políticamente relevante era luchar por la igualdad, con independencia de los fundamentos religiosos. Cuando los argumentos con cimientos religiosos se expresan en lenguaje secular se abren a la crítica, lo cual resulta saludable para una sociedad, emponzoñada tanto por los que desprecian las religiones como por los integristas de la fe.

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