sábado, febrero 09, 2008

‘Déjà-vu’ en Oriente Próximo

Por Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania. © Project Syndicate/Institute for Human Sciences, 2007. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo (EL PAÍS, 27/11/07):

Acaso la historia se repite, después de todo? Los últimos acontecimientos en Oriente Próximo indican que la respuesta es afirmativa, porque la situación al final de la presidencia de George W. Bush se parece a la del último año en el cargo de Bill Clinton. Me refiero a que, al final de sus respectivos mandatos, ambos presidentes intentaron resolver uno de los conflictos más peligrosos del mundo.

Es evidente que la Administración de Bush ha perdido casi siete años que podría haber utilizado para buscar una solución. Estamos de nuevo en el punto de partida y hay que retomar las conversaciones de Camp David y de Taba, frívolamente abandonadas en enero de 2001. En cualquier caso, más vale tarde que nunca.

La conferencia sobre Oriente Próximo que se celebra en Anápolis, Maryland, debería ser un foro en el que ambas partes iniciaran negociaciones definitivas, principalmente sobre las cuestiones de fondo como el establecimiento de un Estado palestino y sus fronteras (las de junio de 1967, con algunos intercambios de territorio negociados), su capital (Jerusalén), los asentamientos israelíes y el derecho de retorno de los refugiados palestinos. También debería abordarse cuestiones de seguridad, el fin de un estado de guerra que se ha prolongado durante décadas y el reconocimiento de Israel por parte de los países árabes.

Ya es hora de que se avance hacia una solución basada en la existencia de dos Estados, porque los palestinos están perdiendo cada vez más la esperanza de llegar a tener uno propio. Y sin él, el conflicto de Oriente Próximo seguirá empantanado.

En repetidas ocasiones las partes han negociado compromisos aceptables sobre todas estas cuestiones. Lo único que sigue faltando es la voluntad y la fortaleza política necesarias para alcanzar el acuerdo el paz.

Sin embargo, los gobiernos israelí y palestino actuales carecen, precisamente, de esa fortaleza política. El primer ministro de Israel, Ehud Olmert, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, son muy débiles en sus respectivos países y, teniendo en cuenta qué cesiones se precisan en ambos bandos, uno y otro tendrán que arriesgarse mucho.

Lo mismo puede decirse del presidente Bush. En realidad, el Gobierno de EE UU ni tan siquiera defiende sin reservas su propia iniciativa. La secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se ha esforzado mucho para la conferencia de Annapolis se celebre, pero ¿hasta qué punto está dispuesto el propio Bush a arriesgarse?

Por fortuna, en ambos bandos se han derrumbado los tabúes que existían respecto a lo que es aceptable barajar en unas negociaciones definitivas. El hecho de que Olmert y Abbas compartan una misma debilidad ha hecho que también tengan en común su interés en un acuerdo de paz. Ambos desearían sobrevivir políticamente gracias a ese entendimiento: Olmert mediante unas nuevas elecciones y Abbas a través de un referéndum con el que pudiera recuperar ventaja sobre Hamás. ¿Es posible entonces que la fracasada “paz de los fuertes” termine convirtiéndose en una exitosa “paz de los débiles”?

Lo cierto es que, mientras cambiaban las situaciones internas de Israel y Palestina, también lo hacía, en una dirección positiva, el entorno político regional. Gran parte de los países árabes tienen hoy más miedo a Irán que a Israel. Esto proporciona una oportunidad inusitada.

Sin duda, hay escollos evidentes. El margen de maniobra de Olmert dentro de su partido, y de su coalición, es muy reducido. ¿Puede hacer suficientes concesiones sobre fronteras y sobre Jerusalén? Abbas suscita dudas similares. ¿Puede darle a Olmert las garantías en materia de seguridad que necesita, teniendo en cuenta que los palestinos se temen que, al final, den demasiado, sin recibir a cambio concesiones sobre sus demandas fundamentales?

El obstáculo crucial será la aplicación de cualquier posible acuerdo cuyo coste político sea muy elevado para sus firmantes. Los palestinos ya están en medio de una guerra civil. Y es probable que los compromisos necesarios para firmar la paz también conduzcan en Israel a una descarnada confrontación política. Evidentemente, Olmert piensa conjugar cualquier acuerdo definitivo con el mecanismo del Mapa de Ruta. Estaríamos, pues, ante un acuerdo que se aplicaría gradualmente y cuyo avance dependería de que, en cada una de sus fases, las partes cumplieran sus obligaciones.

Un mecanismo de ese tipo sólo puede funcionar si existe un tercer actor (Estados Unidos, Estados Unidos más otro u otros o el Cuarteto para Oriente Próximo) que pueda supervisar el acuerdo. Así que, visto con realismo, parece imposible que las conversaciones de Anápolis tengan un resultado positivo. ¿Por qué los tres actores -Bush, Olmert y Abbas, todos ellos sumidos en una profunda debilidad interna- habrían de resolver de repente este conflicto, hasta ahora insoluble (o acercarse a su resolución)?

Karl Marx escribió que la historia siempre se repite, primero como tragedia y después como farsa. Cabría temer que Camp David acabe siendo la tragedia y Anápolis la farsa. Pero estamos hablando de Oriente Próximo, donde otros grandes pasos anteriores surgieron de la derrota, no de la victoria. De modo que nunca hay que perder la esperanza.

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