viernes, febrero 08, 2008

Iberoamérica: responsabilidad y futuro

Por José María Aznar, ex presidente del Gobierno (EL MUNDO, 22/11/07):

Hace tres décadas, al recuperar la democracia, uno de nuestros mayores aciertos como españoles fue definir como objetivo político prioritario el apoyo a la revitalización de Iberoamérica. Es ésta una comunidad de naciones forjada a lo largo de la Historia, con principios y valores compartidos y enriquecida cotidianamente con lazos de todo tipo. Lo comprobamos cada día en la vitalidad creadora de una cultura compartida, que se expresa en una lengua común, el español, de alcance universal. La presencia de millones de emigrantes en las naciones iberoamericanas de uno y otro lado del Atlántico es un testimonio vivo de que la búsqueda de una vida mejor tiene un marco preferente en nuestra comunidad. Los vínculos humanos que se han forjado y se forjan cada día son la mejor garantía de continuidad de la comunidad iberoamericana.

Iberoamérica no tenía una expresión política visible al comienzo de nuestra Transición y en los primeros años de la democracia. Los españoles debemos a Su Majestad el Rey Juan Carlos haber sabido liderar con sabiduría y maestría la Transición española de la dictadura a la democracia. Don Juan Carlos, encarnando la tradición histórica de nuestra Nación, supo elegir ser el Rey que simboliza la reconciliación de los españoles, la continuidad histórica de la Nación y la voluntad de vivir en un régimen democrático en el que los derechos y las libertades de las personas son plenamente reconocidos y garantizados.

Pero una España que recuperaba la normalidad como nación democrática tenía que recobrar también su dimensión americana. América es el mayor honor y la mayor responsabilidad de España, dijo en su día don José Ortega y Gasset. Don Juan Carlos ha hecho de la máxima orteguiana uno de los pilares de su reinado. Fue el primer Rey de España, heredero directo de quienes ensancharon el concepto de Occidente, que pisó tierra americana. «Majestad, llevamos 500 años esperando», le dijo el presidente Balaguer al visitar por primera vez como Rey la República Dominicana. Y tenía razón. La actividad y la presencia de los Reyes y de toda la Familia Real han tenido desde entonces a Iberoamérica como una referencia constante.

Todos los gobiernos de nuestra democracia, con independencia de su signo político, han tenido el acierto de mantener el fortalecimiento de la Comunicad Iberoamericana como una prioridad absoluta de nuestra política exterior.

La actividad del Príncipe de Asturias, que ha visitado y recorrido varias veces los países de Iberoamérica, y que ha asistido a la práctica totalidad de las tomas de posesión de los presidentes democráticamente elegidos, es una señal de que el futuro de España estará también unido al de América. Todo esto no quiere decir más que «los españoles somos europeos y americanos», como dijo una vez el Rey ante el Parlamento de Bolivia, en expresión que evoca literariamente aquélla de la Constitución de Cádiz que hacía mención a «los españoles de ambos hemisferios».

El Rey desempeñó un papel decisivo de apoyo a los procesos de transición a la democracia de los países iberoamericanos. El ejemplo de España, el ejemplo de su Transición de la dictadura a la democracia, fue una referencia incuestionable. No había ninguna maldición histórica que impidiera que las naciones iberoamericanas ingresaran en la comunidad de naciones democráticas.

Por eso fue una feliz iniciativa que, cuando la democracia florecía en la mayoría de las naciones que forman la comunidad iberoamericana, un impulso conjunto de México y de España diera ocasión a la primera Cumbre Iberoamericana, en Guadalajara, el año 1991. Desde entonces se han celebrado ya 17 Cumbres y un sin fin de reuniones de todo tipo que han fortalecido los lazos preexistentes de la Comunidad Iberoamericana. Las Cumbres han sido objeto de cuidado especial por todos los gobiernos de España. Su tarea ha culminado sin duda una realidad que se ha ido desarrollando cotidianamente. Si la Europa unida ha sido un éxito basado en la razón política y administrativa, el proceso impulsado por la razón histórica y los lazos humanos son los que explican la Comunidad Iberoamericana, que debe ir a más, en interés de todos sus miembros.

La cercanía del Quinto Centenario del Descubrimiento de América fue el acicate, cuando se acercaba el año 1992, para dar un primer impulso político a la Comunidad Iberoamericana. Quedan poco más de dos años para el 2010, año en el que iniciaremos las conmemoraciones de los Bicentenarios de las Emancipaciones de las Repúblicas Americanas. Creo que será una ocasión inmejorable para, con generosidad y altura de miras, dar un nuevo impulso a nuestra Comunidad. Habría que hacerlo sobre lo que significó a uno y otro lado del Atlántico ese acontecimiento histórico que se enmarca en el gran ciclo de las revoluciones liberales de Occidente. Las naciones americanas que se emancipan de España lo hacen en el gran tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen. Un gran ciclo histórico que tiene hitos en 1776, con la independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa años más tarde o el propio despertar de la Nación española a la modernidad en 1808 y 1812. En todos ellos, incluido la emancipación americana, se da el paso del Antiguo al Nuevo Régimen, se reconoce la igualdad de todas las personas ante la ley, se consagra el fin de los privilegios y se instituye la democracia como expresión de la voluntad popular que debe tener como límite el reconocimiento y respeto de los derechos y libertades de las personas.

Para España es crucial la Comunidad Iberoamericana. A partir de la experiencia de ocho años al frente del gobierno de la Nación, así como de las valiosas opiniones e impresiones de primera mano que obtengo de mi presencia continuada en Iberoamérica, mi opinión es que existen motivos fundados de preocupación, y que en determinados ámbitos se han producido retrocesos. Considero, en consecuencia, que en el momento actual es imprescindible que España dé un nuevo impulso de revitalización de la Comunidad Iberoamericana y renueve ese gran acuerdo nacional que hace de Iberoamérica, y de la apuesta por la democracia, la libertad y el bienestar en Iberoamérica, uno de los objetos centrales de nuestra política exterior. Nos va mucho en ello.

En primer lugar, porque la mayoría de españoles estamos comprometidos a trabajar por un futuro en libertad para todas las naciones iberoamericanas. No queremos para ellas ni más ni menos de lo que deseamos para nosotros: libertad en paz y democracia.

En segundo lugar, porque España cree en el futuro de Iberoamérica. Más aun, cree en un futuro compartido, en libertad y democracia, con las naciones iberoamericanas. Y también creemos que las Cumbres Iberoamericanas son un valioso instrumento que culmina una realidad que debe ser cada día mejorada y perfeccionada. Mi experiencia me dice que las Cumbres son el escenario de mayor relevancia pública de una realidad. De una realidad que existe en el plano de las empresas, elemento clave para crear riqueza y oportunidades, de las universidades, de la cultura, de las fundaciones, del mundo profesional. Y más aún, en las vivencias cotidianas de millones de expatriados a uno y otro del Atlántico.

En tercer lugar, estos compromisos nos unen a españoles de distintos credos políticos, a intelectuales, a profesionales, en fin, a una gran mayoría de españoles que, al amparo de la Corona, miramos con esperanzada ilusión un futuro compartido, insisto, en democracia y en libertad.

En cuarto lugar, en mi opinión, esta realidad es un gran activo en el mundo de hoy. Todos tenemos mucho que ganar. Debemos cuidarla, atenderla, mejorar y trabajar incesantemente en recuperar el terreno perdido y prevenir nuevos riesgos. Creo que esa debe ser la tarea de los gobernantes, que deben trabajar con seriedad, sentido histórico, responsabilidad y visión de futuro.

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