viernes, febrero 22, 2008

Las visibles costuras de la globalización

Por Nathan Gardels, redactor jefe de NPQ y los Servicios Mundiales de Tribune Media Services. © Global Viewpoint, 2008. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 22/01/08):

Mientras la élite mundial se reúne en Davos para reflexionar sobre “Innovación y colaboración” -el tema de este año- y estudiar cómo puede ayudar a unir al mundo, varios desafíos de un gran y amplio alcance sugieren que la tendencia actual es muy distinta e incluso opuesta.

En primer lugar, estamos presenciando el final del “final de la historia” a medida que se perfila un modelo inequívoco de “modernización no occidental”. En segundo lugar, 20 años después de que se produjera el deshielo del orden de la guerra fría, el mundo está volviendo a dividirse en un bando democrático y un bando no democrático. Y en tercer lugar, está cada vez más claro que los mercados emergentes que se apoyaban en las exportaciones, como China y Brasil, están alcanzando un nivel de consumo interno suficiente para “separarse” de las economías ricas y seguir creciendo incluso ahora que se tambalea hacia una recesión.

El cronista más destacado de la modernización no occidental es Kishore Mahbubani, el antiguo e irascible representante especial de Singapur ante Naciones Unidas y hoy decano de la Escuela de Política Pública Lee Kuan Yew. En el libro que acaba de publicar, The New Asian Hemisphere: The Irresistible Shift of Global Power to the East (El nuevo hemisferio asiático: el irresistible traspaso del poder mundial a Oriente), Mahbubani escribe: “En Occidente, muchos quieren creer que esta explosión actual de antiamericanismo no es más que una fase pasajera, causada por las duras e insensibles políticas de un Gobierno. Cuando Bush se vaya, todo cambiará y el mundo volverá a querer a Estados Unidos. Occidente volverá a ser objeto de veneración. Pero ése es un espejismo”.

Si antes los chinos, los musulmanes y los indios “tomaban alegremente prestadas las lentes y las perspectivas culturales de Occidente” para ver el mundo a través de ellas, ahora “tienen una seguridad cultural creciente en sí mismos y sus percepciones se alejan cada vez más”.

Como prueba de este cambio, Mahbubani no sólo recurre a las conocidas estadísticas económicas sobre el crecimiento en India y China, sino que cita además el aumento, en calidad y cantidad, de universidades asiáticas de primera categoría y el ascenso creíble del “sueño chino” como modelo para los países en vías de desarrollo. Toma nota asimismo del eclipse de series de televisión estadounidenses como El show de Lucille Ball y Dallas, en otro tiempo omnipresentes y ahora sustituidas por los dramas de la dinastía Qing, los popularísimos culebrones modernos coreanos y las epopeyas de Bollywood, que tienen éxito en el mundo musulmán por “el espíritu de inclusión y tolerancia” que domina la mentalidad india.

Mientras Occidente ve el mundo en blanco y negro y habla del “imperio del mal y el eje del mal”, dice Mahbubani, “la mente india es capaz de ver que el mundo tiene muchos colores distintos”, lo cual hace que los orientales sean unos “custodios de la civilización humana” más auténticos que los occidentales.

Es posible que el camino hacia este nuevo Oriente haya tenido que pasar por Occidente, pero, ahora que Oriente ha llegado a su destino, el futuro se construirá con arreglo a sus propios términos. En uno de sus fragmentos más perspicaces, Mahbubani escribe: “La gran paradoja de los intentos fallidos de exportar la democracia a otras sociedades por parte de Occidente es que, en el sentido más amplio del término, Occidente sí ha conseguido democratizar el mundo”.

Para este diplomático de Singapur, incluso China, que para Occidente es un país antidemocrático, ha dado poderes a sus ciudadanos y les ha convertido en “dueños de su propio destino”, gracias a las nuevas libertades económicas. Sin embargo, en vez de celebrar esta “democratización del espíritu humano”, Occidente les reprocha sus “prácticas electorales imperfectas” porque teme lo inevitable: que una verdadera democracia en todo el mundo derribaría a Occidente de su pedestal.

Como es natural, hay un factor importante en esta cuestión que son las diferencias entre democracia liberal y democracia no liberal, pero no cabe duda de que Mahbubani tiene razón al hablar del histórico giro general que está produciéndose.

Un aspecto que está estrechamente relacionado con la nueva reafirmación cultural de Oriente es lo que la ex secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright considera “el endurecimiento del cemento entre los mundos democrático y no democrático”. “Quizá lo que indica el futuro son las falsas democracias o autocracias de Putin y Chávez”, lamentaba en una conversación reciente, “más que gente como Walesa, Havel y Mandela, que fueron precursores de la democracia en su época”. Por ahora, el ingrediente que endurece el cemento es el petróleo, pero hay que preguntarse, como hizo el futurista Alvin Toffler hace unas semanas, durante una visita a Moscú, ¿cómo es posible que Rusia progrese mediante la centralización del Estado y la restauración de la nomenklatura en una era de la información en la que el reparto de poder y la descentralización son las claves del éxito?

En cualquier caso, la respuesta de Albright para impedir esta nueva división mundial es reforzar las alianzas entre Estados Unidos y Europa para promover la democracia, “porque somos los que más cosas tenemos en común”. Para Rusia y China, el objetivo fundamental de la Organización de Shanghai para la Cooperación, en la que están unidas, es mantenerse firmes frente a iniciativas de ese tipo de la potencia hegemónica en declive y sus antiguos aliados colonialistas, que tratan de aferrarse a un poder que está trasladándose a Oriente.

Por último, cualquiera que llore las pérdidas de su cartera de valores en los mercados estadounidenses, en comparación con los internacionales, tiene que ser consciente de las diferencias, cada vez mayores, entre los que están sufriendo una desaceleración y los que están despegando. El Banco Mundial prevé que el crecimiento en los países de rentas altas en 2008 será del 2,2%. Los países en vías de desarrollo crecerán un 7,1%, el sur de Asia un 7,9%, el este de Asia un 9,7% y China un 10,8%.

A partir de estos datos, varios analistas de inversiones de Hong Kong afirman que China ha superado un umbral crítico y ya puede “separar” su suerte económica de los problemas financieros de Occidente, es decir, mantener su ritmo de crecimiento e inversiones a pesar de la recesión que se avecina en Estados Unidos. Algunos expertos van más allá y creen que las economías emergentes, especialmente China, pueden convertirse en la “locomotora” de la economía mundial que antes era Estados Unidos. Esta nueva realidad describe otro movimiento de placas tectónicas con el que contar a medida que nos adentramos en el siglo XXI.

Ninguna de estas cosas significa que la globalización esté desintegrándose, aunque las costuras son cada vez más visibles desde todos los puntos de vista, cultural, político y económico. Desde luego, las acciones comunes a propósito del calentamiento global, que afecta a todo el mundo, no van a dejar de llevarse a cabo. Pero el orden mundial que vemos aparecer es muy distinto del que el Hombre de Davos -el famoso nombre que el profesor de Harvard Sam Huntington dio a la élite globalizadora que se reúne cada año en el Foro Económico Mundial- se ha acostumbrado a contemplar.

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