sábado, febrero 09, 2008

Un magnicidio contra la política exterior de Occidente

Por Michael Portillo, ex ministro de Defensa del Reino Unido durante el Gobierno del conservador John Major (EL MUNDO, 31/12/07):

Una de las peores meteduras de pata a lo largo de mi carrera política fue un intento frustrado de besar a Benazir Bhutto. Habíamos asistido a una reunión y, aunque hasta entonces no habíamos coincidido más que en algunas ocasiones, ella me saludó calurosamente, como si fuéramos viejos amigos, por lo que, cuando llegó el momento de despedirnos, fui a darle unos besos en las mejillas, como habría hecho con la mayor parte de mis colegas del sexo opuesto. Casi se echó a gritar y se escabulló de mí como pudo, dejando claro que semejante proximidad física resultaba absolutamente inapropiada.

Si mi falta de sensibilidad cultural tiene alguna excusa, es la de que esta mujer parecía evidentemente que se encontraba en su salsa en occidente. Era de mi misma edad y todos la conocíamos de cuando llegó a presidenta de la Oxford Union [sindicato estudiantil de Oxford]. Las fotografías confirman que, en aquella época, no llevaba la cabeza cubierta. Me caía bien. Tras haber sido primera ministra de Pakistán, conservaba la autoridad de quienes han desempeñado un puesto de alto nivel y se comportaba de igual a igual con otros dirigentes mundiales. Tenía una gran presencia y una gran dignidad, pero era una persona accesible y modesta. Lo que más me sorprendía era lo pro occidental que era. A pesar de las numerosas ocasiones en las que los Estados Unidos han hecho caso omiso de las recomendaciones de los expertos y de los errores desastrosos que han cometido en su política en Irak, ella se mostraba reacia a condenarlos. El terrorismo representaba una amenaza para Pakistán y para todos nosotros, por lo que teníamos que mantenernos unidos.

Un portavoz de Al Qaeda ha reivindicado la autoría de su asesinato y la ha descrito como «un activo muy valioso de los norteamericanos». Con independencia de que la reivindicación sea o no auténtica, la descripción de Bhutto parece acertada. Desde el punto de vista occidental, ella era algo muy poco corriente: una política paquistaní democrática y pro norteamericana con posibilidades de obtener el poder. Los Estados Unidos y sus aliados insistieron en que debía regresar a su país, hicieron de intermediarios en un acuerdo entre ella y el presidente Pervez Musharraf (a pesar del posible daño de este pacto para la credibilidad de Bhutto) y esperaron ansiosamente que triunfara en las elecciones.

Con todas las esperanzas que se habían depositado sobre ella, ¿cómo dejaron que se expusiera a su asesinato? El dedo acusador ha apuntado a Musharraf por no prestarle un nivel más alto de protección. Ahora bien, ¿cómo es que los norteamericanos, o a estos efectos, también los británicos, le permitieron regresar a Pakistán sin un aparato adecuado de seguridad? Tras haber estado a punto de que la mataran en el mismo día en que regresó a su patria, no se extrajo ninguna lección. Las grabaciones de vídeo de sus últimos momentos demuestran que se permitía a las multitudes apelotonarse alrededor del vehículo en que se trasladaba. A los medios de comunicación se les permitía acceder a ella sin que sus equipos se sometieran a ningún control de seguridad.

Posiblemente Pakistán se encuentre en estos momentos sumido en la confusión, pero la política exterior de Occidente también anda hecha un lío. Los han propinado un golpe propagandístico y los norteamericanos se han quedado sin candidato en las elecciones paquistaníes, que posiblemente se celebren en poco más de una semana. Sin duda alguna, el partido de Bhutto, el Partido Popular de Pakistán, puede obtener un buen resultado, quizás mejor que si ella siguiera con vida, pero ella era el partido y no es probable que su sucesor tenga su mismo gancho entre las masas, aparte de que posiblemente siga una política diferente.

Quizás Occidente había depositado en Bhutto unas esperanzas excesivas. Se había visto obligada a abandonar su segundo mandato bajo acusaciones de corrupción. Sus credenciales democráticas habían quedado por tanto empañadas aún antes de su reciente pacto con Musharraf. Si la impaciencia de los norteamericanos había ido en aumento ante el fracaso del presidente de Pakistán a la hora de controlar el terrorismo dentro del país y la exportación de terroristas a los talibán en Afganistán, ¿qué esperanzas había de que Bhutto lo hiciera mejor?

En caso de que hubiera obtenido el cargo, no había ninguna certeza de que hubiera conseguido el éxito. Sus dos gobiernos se caracterizaron por ser verdaderamente caóticos. Se merecía un crédito enorme por ser la primera mujer en alzarse con la jefatura de un país musulmán, pero no parece probable que su autoridad sobre las fuerzas armadas de Pakistán hubiera llegado a superar la del general en su momento de apogeo. Ella sostenía que el restablecimiento de la democracia en Pakistán privaría de legitimidad a los extremistas, pero nadie estaba dispuesto a apostar seriamente por algo semejante.

Los Estados Unidos han dado una imagen de incompetencia. Ellos mismos han echado a perder su propio plan al permitir que Bhutto cayera asesinada con tanta facilidad y, por otra parte, el plan estaba mal concebido. La política de los Estados Unidos y sus aliados en esa parte del mundo resulta confusa. En Irak, la concentración de soldados norteamericanos en Bagdad ha producido resultados tangibles en cuanto a la seguridad pero, entretanto, Gran Bretaña se apresura a retirarse del sur del país dejando tras de sí una situación turbulenta.

En Afganistán, el territorio desde el que Al Qaeda organizó los atentados del 11 de septiembre del 2001, la alianza de la OTAN se está desintegrando. Mientras los norteamericanos y los británicos plantan batalla a los talibán, Alemania y el resto de los aliados europeos se mantienen al margen, nada convencidos de que pueda llegar a ganarse esa guerra. Gordon Brown manifestó ante el parlamento a primeros de este mes que no vamos a negociar con los talibán. Por supuesto que lo hacemos. Allí hay en danza una gran variedad de fuerzas y nos relacionamos con todas aquellas que esperamos que puedan servir de apoyo al gobierno afgano, tal y como confirmó el embajador de los Estados Unidos en Kabul la semana pasada.

Los Estados Unidos insisten en denunciar a Irán por los pasos que va dando con vistas a la adquisición de armamento nuclear. No está claro lo que los norteamericanos pueden hacer al respecto, a la vista del capital político que han dilapidado ya en Irak. Sin embargo, es evidente que los Estados Unidos no tomaron ninguna medida cuando Pakistán fabricó la primera bomba nuclear de un país musulmán. El padre de este plan de nuclearización, el doctor A. Q. Khan, pasó secretos atómicos a Irán, Libia y Corea del Norte. Sus actividades a lo largo de muchos años debieron de ser conocidas perfectamente por las autoridades paquistaníes y debieron de contar con el apoyo de éstas.

No obstante, tuvieron que pasar cinco años desde que Musharraf llegara al poder para que se desenmascarara al doctor Khan. Acto seguido, el doctor Khan obtuvo el indulto de manera inmediata. Según un informe del International Institute for Strategic Studies, la red de proliferación de armas nucleares puesta en marcha por el doctor Khan sigue en pie.

Es ingenuo esperar de las democracias una política exterior guiada por consideraciones morales o incluso una coherencia absoluta. No obstante, el poner de manifiesto un doble rasero proporciona a nuestros enemigos unos fáciles instrumentos de propaganda y hace mucho más difícil que los aliados se ganen el favor de sus electorados.

Hay que reconocer a Tony Blair que se atrevió a explicar su política exterior beligerante aun con la oposición creciente de la opinión pública. A Brown le encanta aparecer al lado de los soldados, pero recurre al lenguaje del camino más fácil. Habla de la necesidad de reconstruir Afganistán en lugar de la necesidad de derrotar a los talibán en combate y ha dejado a los iraquíes que se defiendan como puedan. Posiblemente estas actitudes le hagan la vida más fácil, pero a costa de hurtar a la opinión pública británica la explicación de las razones por las que el Gobierno cree que vale la pena exponer a nuestras fuerzas armadas a graves peligros.

Tenemos en Downing Street un nuevo primer ministro, un primer ministro que a lo largo de toda última década se ha mantenido al margen de los temas más complicados de política exterior. En la Casa Blanca, George W. Bush ha quedado desacreditado por culpa de las lamentables meteduras de pata cometidas por Donald Rumsfeld. Ante el asesinato de Bhutto, indicativo de que las amenazas van a más, ni a uno ni a otro lado del Atlántico podemos tener excesiva confianza en los criterios de nuestros dirigentes electos en materia de política exterior.

Aun así, permítanme ir contra corriente en estos momentos marcados por la muerte de Bhutto y hacer un elogio de los políticos. Bhutto fue una mujer de un valor extraordinario. Consiguió un éxito tremendo en los primeros estadios de su vida. Posteriormente se instaló en una existencia relativamente tranquila con su joven familia y podría haber esperado una larga vida durante muchos años. Todo lo arriesgó por regresar a Pakistán. Tenía muy presentes los riesgos que corría, y muchísimo más desde que en octubre pasado las bombas sembraron una matanza entre sus seguidores y estuvieron a punto de acabar con su vida.

A su padre lo ahorcaron, un hermano suyo resultó muerto en un tiroteo y otro murió en circunstancias poco claras, posiblemente envenenado. La familia Bhutto ya había ofrecido suficientes sacrificios. Algunos dirán que fue la ambición lo que la convenció para que regresara. Quizás fuera más bien su sentido del deber, o su anhelo de redimirse a sí misma de las acusaciones de corrupción. Fuera lo que fuese, dio todo un ejemplo de valor al hacer campaña día tras día, sabiendo que cualquier momento podría ser el último de su vida.

Ha habido otras dinastías políticas que también han pagado un precio enorme, como la familia Kennedy en los Estados Unidos o los Gandhi en la India. Margaret Thatcher estuvo a punto de perder la vida por enfrentarse al IRA; la esposa de Norman Tebbit, Margaret, resultó herida en el atentado contra el Partido Conservador en Brighton. Blair pudo haber sido objetivo de un asesino en cualquier momento; de hecho, todavía podría serlo, a la vista de su papel en la pacificación de Oriente Próximo. Cuando estamos a punto de entrar en el año 2008, el panorama político mundial es pesimista. Sin embargo, la muerte de Bhutto nos recuerda que todavía quedan hombres y mujeres dispuestos a presentarse a unas elecciones e incluso a dejarse la vida en ellas. Eso es algo que me da todavía alguna esperanza.

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