Por Carlos A. Saladrigas, copresidente del Cuba Study Group (EL PAÍS, 10/03/09):
La historia tiene una manera singular de producir coyunturas que conllevan la oportunidad de generar grandes cambios de forma inesperada. Esas ventanas de oportunidad generalmente son breves, y si no se aprovechan, se esfuman. Con la ascensión de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos, se están abriendo tales ventanas para Cuba y para EE UU, pero éstas son angostas y de poca duración.
A un presidente que ganó la contienda electoral bajo el lema de “cambio” le debería resultar obvio y sensato cambiar una política desgastada e inefectiva que se ha mantenido estática por casi 50 años; una verdadera reliquia de la Guerra Fría. Además, el presidente Obama necesitará demostrarle al mundo que intenta conducir su política exterior de forma bien distinta de la de su predecesor, y apoyarse de una forma decisiva en la cooperación, el diálogo y la diplomacia. Hay pocos asuntos de política exterior estadounidense más visibles como residuos de esas actitudes arrogantes de otrora, y como irritantes en las relaciones con Europa y con América, que su política hacia Cuba. Descartarla a favor de un intercambio respetuoso y constructivo, pero arraigado en los valores y principios fundamentales de Estados Unidos, constituiría para Obama un mensaje con gran simbolismo, con poco desgaste de su enorme capital político, y dejaría para él un legado de proporciones históricas.
Sabemos que durante su campaña electoral, Obama escogió a Miami, el corazón del exilio cubano, para presentar su política hacia Cuba, y ofreció dos elementos de dicha política. Primero, que le ofrecería a los cubanos que residen en EE UU el “derecho irrestricto de viajar a Cuba y de ayudar a sus familiares”, y segundo, que lanzaría una apertura diplomática para establecer un diálogo constructivo con Cuba. La primera era de esperar. La segunda fue sorprendentemente osada y sin precedente en contiendas electorales anteriores.
Aunque el exilio cubano sigue su inexorable marcha hacia la moderación, no era de esperar que un demócrata ganara entre los cubanos exiliados. Sin embargo, Obama obtuvo un 35% entre los votantes cubanos (el nivel más alto alcanzado por un candidato demócrata desde 1976) y una clara mayoría del 65% entre los cubanos jóvenes menores de 29 años. De aquellos que votaron por Obama, el 70% considera que se debe eliminar el embargo sobre Cuba y el 78% apoya la eliminación de las restricciones sobre los viajes a Cuba.
No obstante estas corrientes de cambio en el exilio cubano, no será fácil cambiar profundamente la política hacia Cuba. Aunque la conocida ley Helms-Burton, que aprobó el Congreso en el año 1996, tras el derribo de las avionetas civiles de Hermanos al Rescate, es bien porosa, y el presidente tiene las facultades de modificar o eliminar por orden ejecutiva una buena parte de las sanciones que forman el embargo, el tema de Cuba en la política norteamericana es bien escabroso, desata pasiones en ambos extremos de la disputa, y para normalizar las relaciones con Cuba de forma definitiva, el presidente necesitaría la aprobación del Congreso. Ahí se presentarían grandes complicaciones políticas, especialmente teniendo en cuenta que hay dos senadores (uno demócrata) y cuatro representantes de origen cubano que abogan por el inmovilismo.
Además, en dos años habrá una nueva contienda electoral, y las mayorías obtenidas en el Congreso por el Partido Demócrata se pondrán en juego. En Florida, que sigue siendo un Estado clave para ganar la presidencia, el escaño al Senado que queda vacante al no presentarse Mel Martínez a la reelección, asegura una candente contienda, que sin duda involucrará el tema de Cuba.
Es muy probable que el presidente Obama y sus más cercanos asesores deseen efectuar grandes cambios en relación con Cuba. No será por falta de voluntad, sino por dificultades políticas que eso no se logre. Es por eso que si Cuba no coopera en facilitar el cambio, éstos serán poco probables. Tal panorama político, añadido al contexto de las prioridades geopolíticas que enfrenta la presidencia de Obama, augura una ventana de oportunidad muy angosta y poco duradera para lograr cambios significativos en la relación con Cuba.
Para los líderes cubanos, la ventana que se abre quizás sea la más importante en casi los 50 años de Revolución. Es una oportunidad de traerle estabilidad a un país que lleva medio siglo de zozobra y de revolución indefinida. Cuba necesita paz interna, reconciliación, armonía y progreso, no más revolución. La economía cubana carece de la productividad necesaria para sostener a su población y tras los huracanes de este año enfrenta enormes problemas de una infraestructura decadente por falta de inversión. La dependencia económica de Cuba respecto a Venezuela ha de preocupar grandemente a los líderes cubanos y recordarles el devastador impacto que tuvo la caída de la Unión Soviética en la economía cubana. Por otra parte, hay importantes y crecientes sectores del exilio cubano que apuestan por la reconciliación y el diálogo, aunque éstos se desgastan con el paso del tiempo y con la continuidad del inmovilismo.
No obstante la fachada que le quieran pintar a la economía cubana, sus problemas requieren cambios estructurales y le será muy difícil a Cuba reformar su economía de forma significativa mientras se mantenga enajenada de los mercados y capital en Estados Unidos. Para aquellos que ostentan el poder, el cambio siempre tiene un coste. Para los líderes cubanos la disyuntiva es si cambiar hoy es más barato que posponerlo hasta mañana. Obama le ofrece a Cuba una clara respuesta afirmativa, que es mejor apostar por el cambio hoy. En este sentido, la Unión Europea tiene un gran potencial de contribuir constructivamente a estos procesos.
Aunque es fácil ilusionarse con las posibilidades de esta ventana que se abre, debemos moderar el optimismo. Históricamente, el embargo y la confrontación norteamericana, aunque costoso para la economía cubana, le han venido a Cuba como anillo al dedo, constituyendo el gran chivo expiatorio de los fracasos del régimen y siendo una fuente importante de legitimidad interna y externa, para un régimen que carece de legitimidad electoral. Hay que recordar que todos los intentos emprendidos por los predecesores de Obama para relajar las relaciones bilaterales con Cuba han sido personalmente saboteados por Fidel Castro, creando situaciones de crisis y de confrontación con EE UU. Aunque sí es cierto que hay razones para pensar que sea distinto en esta coyuntura, le resultaría prudente a Obama proceder con cautela y precaución.
La presidencia de Barack Obama le ofrece a Cuba elegantes oportunidades de reconciliación y de comenzar a normalizar la relación entre ambos países, aunque no se puede dejar desatendidos los temas fundamentales de derechos humanos. Pero, a fin de cuentas, el presidente Castro tiene en sus manos la capacidad de acelerar el proceso de cambio o de detenerlo. Con un empuje serio por parte de Cuba, el ímpetu para el cambio no se podrá detener. Se puede decir que la política norteamericana hacia Cuba ya no está en manos del exilio cubano, sino en manos de Raúl Castro. Si éste no aprovecha esta ventana, pudieran pasar muchos años antes de que se vuelva a abrir otra similar. Por supuesto que no será fácil arreglar en poco tiempo una relación tan torcida y tan conflictiva por tantos años, pero sí hay pasos iniciales que tomar. Dice un dicho norteamericano que hacen falta dos para bailar un tango. ¿Estará Raúl Castro dispuesto a bailar?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La historia tiene una manera singular de producir coyunturas que conllevan la oportunidad de generar grandes cambios de forma inesperada. Esas ventanas de oportunidad generalmente son breves, y si no se aprovechan, se esfuman. Con la ascensión de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos, se están abriendo tales ventanas para Cuba y para EE UU, pero éstas son angostas y de poca duración.
A un presidente que ganó la contienda electoral bajo el lema de “cambio” le debería resultar obvio y sensato cambiar una política desgastada e inefectiva que se ha mantenido estática por casi 50 años; una verdadera reliquia de la Guerra Fría. Además, el presidente Obama necesitará demostrarle al mundo que intenta conducir su política exterior de forma bien distinta de la de su predecesor, y apoyarse de una forma decisiva en la cooperación, el diálogo y la diplomacia. Hay pocos asuntos de política exterior estadounidense más visibles como residuos de esas actitudes arrogantes de otrora, y como irritantes en las relaciones con Europa y con América, que su política hacia Cuba. Descartarla a favor de un intercambio respetuoso y constructivo, pero arraigado en los valores y principios fundamentales de Estados Unidos, constituiría para Obama un mensaje con gran simbolismo, con poco desgaste de su enorme capital político, y dejaría para él un legado de proporciones históricas.
Sabemos que durante su campaña electoral, Obama escogió a Miami, el corazón del exilio cubano, para presentar su política hacia Cuba, y ofreció dos elementos de dicha política. Primero, que le ofrecería a los cubanos que residen en EE UU el “derecho irrestricto de viajar a Cuba y de ayudar a sus familiares”, y segundo, que lanzaría una apertura diplomática para establecer un diálogo constructivo con Cuba. La primera era de esperar. La segunda fue sorprendentemente osada y sin precedente en contiendas electorales anteriores.
Aunque el exilio cubano sigue su inexorable marcha hacia la moderación, no era de esperar que un demócrata ganara entre los cubanos exiliados. Sin embargo, Obama obtuvo un 35% entre los votantes cubanos (el nivel más alto alcanzado por un candidato demócrata desde 1976) y una clara mayoría del 65% entre los cubanos jóvenes menores de 29 años. De aquellos que votaron por Obama, el 70% considera que se debe eliminar el embargo sobre Cuba y el 78% apoya la eliminación de las restricciones sobre los viajes a Cuba.
No obstante estas corrientes de cambio en el exilio cubano, no será fácil cambiar profundamente la política hacia Cuba. Aunque la conocida ley Helms-Burton, que aprobó el Congreso en el año 1996, tras el derribo de las avionetas civiles de Hermanos al Rescate, es bien porosa, y el presidente tiene las facultades de modificar o eliminar por orden ejecutiva una buena parte de las sanciones que forman el embargo, el tema de Cuba en la política norteamericana es bien escabroso, desata pasiones en ambos extremos de la disputa, y para normalizar las relaciones con Cuba de forma definitiva, el presidente necesitaría la aprobación del Congreso. Ahí se presentarían grandes complicaciones políticas, especialmente teniendo en cuenta que hay dos senadores (uno demócrata) y cuatro representantes de origen cubano que abogan por el inmovilismo.
Además, en dos años habrá una nueva contienda electoral, y las mayorías obtenidas en el Congreso por el Partido Demócrata se pondrán en juego. En Florida, que sigue siendo un Estado clave para ganar la presidencia, el escaño al Senado que queda vacante al no presentarse Mel Martínez a la reelección, asegura una candente contienda, que sin duda involucrará el tema de Cuba.
Es muy probable que el presidente Obama y sus más cercanos asesores deseen efectuar grandes cambios en relación con Cuba. No será por falta de voluntad, sino por dificultades políticas que eso no se logre. Es por eso que si Cuba no coopera en facilitar el cambio, éstos serán poco probables. Tal panorama político, añadido al contexto de las prioridades geopolíticas que enfrenta la presidencia de Obama, augura una ventana de oportunidad muy angosta y poco duradera para lograr cambios significativos en la relación con Cuba.
Para los líderes cubanos, la ventana que se abre quizás sea la más importante en casi los 50 años de Revolución. Es una oportunidad de traerle estabilidad a un país que lleva medio siglo de zozobra y de revolución indefinida. Cuba necesita paz interna, reconciliación, armonía y progreso, no más revolución. La economía cubana carece de la productividad necesaria para sostener a su población y tras los huracanes de este año enfrenta enormes problemas de una infraestructura decadente por falta de inversión. La dependencia económica de Cuba respecto a Venezuela ha de preocupar grandemente a los líderes cubanos y recordarles el devastador impacto que tuvo la caída de la Unión Soviética en la economía cubana. Por otra parte, hay importantes y crecientes sectores del exilio cubano que apuestan por la reconciliación y el diálogo, aunque éstos se desgastan con el paso del tiempo y con la continuidad del inmovilismo.
No obstante la fachada que le quieran pintar a la economía cubana, sus problemas requieren cambios estructurales y le será muy difícil a Cuba reformar su economía de forma significativa mientras se mantenga enajenada de los mercados y capital en Estados Unidos. Para aquellos que ostentan el poder, el cambio siempre tiene un coste. Para los líderes cubanos la disyuntiva es si cambiar hoy es más barato que posponerlo hasta mañana. Obama le ofrece a Cuba una clara respuesta afirmativa, que es mejor apostar por el cambio hoy. En este sentido, la Unión Europea tiene un gran potencial de contribuir constructivamente a estos procesos.
Aunque es fácil ilusionarse con las posibilidades de esta ventana que se abre, debemos moderar el optimismo. Históricamente, el embargo y la confrontación norteamericana, aunque costoso para la economía cubana, le han venido a Cuba como anillo al dedo, constituyendo el gran chivo expiatorio de los fracasos del régimen y siendo una fuente importante de legitimidad interna y externa, para un régimen que carece de legitimidad electoral. Hay que recordar que todos los intentos emprendidos por los predecesores de Obama para relajar las relaciones bilaterales con Cuba han sido personalmente saboteados por Fidel Castro, creando situaciones de crisis y de confrontación con EE UU. Aunque sí es cierto que hay razones para pensar que sea distinto en esta coyuntura, le resultaría prudente a Obama proceder con cautela y precaución.
La presidencia de Barack Obama le ofrece a Cuba elegantes oportunidades de reconciliación y de comenzar a normalizar la relación entre ambos países, aunque no se puede dejar desatendidos los temas fundamentales de derechos humanos. Pero, a fin de cuentas, el presidente Castro tiene en sus manos la capacidad de acelerar el proceso de cambio o de detenerlo. Con un empuje serio por parte de Cuba, el ímpetu para el cambio no se podrá detener. Se puede decir que la política norteamericana hacia Cuba ya no está en manos del exilio cubano, sino en manos de Raúl Castro. Si éste no aprovecha esta ventana, pudieran pasar muchos años antes de que se vuelva a abrir otra similar. Por supuesto que no será fácil arreglar en poco tiempo una relación tan torcida y tan conflictiva por tantos años, pero sí hay pasos iniciales que tomar. Dice un dicho norteamericano que hacen falta dos para bailar un tango. ¿Estará Raúl Castro dispuesto a bailar?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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