Por Amnon Kapeliuk, periodista y escritor israelí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 04/04/09):
¿Cómo es posible que la derecha siga ganando terreno en Israel, en detrimento de la izquierda? ¿Cómo se ha logrado formar la coalición gubernamental del trío Netanyahu-Barak-Lieberman? En las elecciones legislativas de febrero, el partido Kadima (de centro derecha), presidido por Tzipi Livni, obtuvo los mejores resultados, con 28 diputados. A primera vista, el presidente Simón Peres debía confiarle a ella la tarea de formar gobierno. Sin embargo, al contar los resultados de Kadima y Likud (derecha nacionalista y anexionista), que sacó 27 diputados, se dio cuenta de que Livni contaba con el apoyo de menos de la mitad de los 120 escaños de la nueva Knesset.
Peres, pese a haber sido miembro de Kadima hasta que ocupó la presidencia, no tuvo más remedio que pedirle a Benjamín Netanyahu, Bibi, del Likud, que formara la coalición que iba a dirigir el país. En poco tiempo, el candidato reunió a su alrededor a varios partidos, cada uno más extremista que el otro y, entre ellos, alguno de tendencias fascistoides. Israel no ha visto jamás una coalición nacional-fanática como ésta. La derecha es feliz… y con razón.
Antes de estos comicios, el jefe del partido de habla rusa Yisrael Beiteinu, Avigdor Lieberman -nuevo ministro de Exteriores-, llevó a cabo una campaña racista contra los árabes y envió al presidente Mubarak “al infierno”. Todos recuerdan que hace algún tiempo amenazó con bombardear la presa de Asuán. En su opinión, los diputados árabes de la Knesset son una quinta columna, unos traidores. En un Estado de derecho, Lieberman estaría ante un juez, pero en Israel gana terreno todos los días y, gracias a los votos de las capas populares rusas, su partido se ha convertido en el tercero en orden de importancia dentro de la Knesset.
Ya antes de que se formara la coalición de Netanyahu se alzaron voces descontentas en todas partes, sobre todo en Estados Unidos y Europa -para no hablar del mundo árabe-, contra la participación de Lieberman en el nuevo Gobierno israelí. Bibi comprendió enseguida que no podía ir muy lejos con un equipo tan belicista y favorable al apartheid, en el que Lieberman tuviera un papel fundamental con sus 15 diputados, porque se vería aislado en el ámbito internacional. De modo que reanudó los contactos con Livni para hacerle un hueco en su coalición y mejorar así su imagen empañada y repulsiva en el extranjero.
Para ser francos, Livni no es una paloma, ni mucho menos. Como ministra de Exteriores formaba parte del trío -junto con Ehud Olmert, primer ministro, y Ehud Barak, ministro de Defensa-, que dirigió la guerra contra Gaza, una terrible operación militar que se caracterizó, según las declaraciones de soldados reveladas por Haaretz el 19 de marzo, por los disparos de francotiradores contra mujeres y niños -1.400 muertos-, los bombardeos a ciegas y una sed de destrucción sin límites. No obstante, como mujer de principios, del Likud y el Gran Israel en el pasado, Livni era partidaria del concepto de dos Estados para los dos pueblos: el israelí y el palestino. Se dio cuenta de que Bibi siempre ha rechazado esta solución y le dijo adiós.
Entonces, el responsable del Likud se dirigió al jefe del Partido Laborista, el general Ehud Barak, para que se uniera a su Gobierno. El cálculo de Netanyahu es evidente: limpiar la imagen de extrema derecha de su Gobierno. Para Barak, que se ha hecho millonario, pasar a la oposición significaba la muerte política tras haber arrastrado a los laboristas a una inmensa derrota en las legislativas (13 diputados en total). Por eso entabló conversaciones secretas con Bibi. Netanyahu le prometió que sería generoso con carteras y cargos, y Barak hizo concesiones ideológicas: no exigió que se incluyera en la plataforma gubernamental la cuestión de los dos Estados. En ese aspecto, Barak está personalmente de acuerdo con Bibi y en contra de su propio partido. Incluso llegó a utilizar una frase repugnante: “La cultura árabe se basa en la mentira”. Ahora el Haaretz del 30 de marzo resume: “Bibi, Lieberman, Landau y Barak no son la unión nacional, son la extrema derecha”.
El primer objetivo de Netanyahu en el terreno internacional consiste en mejorar su imagen en la Casa Blanca. Bush se ha ido y el nuevo presidente no es, ni mucho menos, un incondicional de Israel como el anterior. Obama no deja de subrayar que la política de su Administración para lograr la paz en Oriente Próximo se basa en la existencia de dos Estados para los dos pueblos. No es de prever un giro total respecto a Israel, pero es más que probable que haya un cambio de actitud.
Tres días después de la victoria de la extrema derecha en las elecciones legislativas, Alon Liel, ex director general del Ministerio de Asuntos Exteriores y ex embajador en Suráfrica en la época del apartheid, escribió un artículo en Maariv (en el suplemento de Jerusalén), titulado Así se construye el ‘apartheid’. Lo dirigía a los anexionistas israelíes, entre ellos Netanyahu, y decía: “Los constructores de Suráfrica no pidieron permiso y construyeron a voluntad casas, carreteras, puentes y minas. Pero los negros a su alrededor exigieron que se respetaran sus legítimos derechos. El final es conocido: los negros son dueños de Suráfrica desde hace 15 años y los blancos son, en el mejor de los casos, subarrendatarios”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
¿Cómo es posible que la derecha siga ganando terreno en Israel, en detrimento de la izquierda? ¿Cómo se ha logrado formar la coalición gubernamental del trío Netanyahu-Barak-Lieberman? En las elecciones legislativas de febrero, el partido Kadima (de centro derecha), presidido por Tzipi Livni, obtuvo los mejores resultados, con 28 diputados. A primera vista, el presidente Simón Peres debía confiarle a ella la tarea de formar gobierno. Sin embargo, al contar los resultados de Kadima y Likud (derecha nacionalista y anexionista), que sacó 27 diputados, se dio cuenta de que Livni contaba con el apoyo de menos de la mitad de los 120 escaños de la nueva Knesset.
Peres, pese a haber sido miembro de Kadima hasta que ocupó la presidencia, no tuvo más remedio que pedirle a Benjamín Netanyahu, Bibi, del Likud, que formara la coalición que iba a dirigir el país. En poco tiempo, el candidato reunió a su alrededor a varios partidos, cada uno más extremista que el otro y, entre ellos, alguno de tendencias fascistoides. Israel no ha visto jamás una coalición nacional-fanática como ésta. La derecha es feliz… y con razón.
Antes de estos comicios, el jefe del partido de habla rusa Yisrael Beiteinu, Avigdor Lieberman -nuevo ministro de Exteriores-, llevó a cabo una campaña racista contra los árabes y envió al presidente Mubarak “al infierno”. Todos recuerdan que hace algún tiempo amenazó con bombardear la presa de Asuán. En su opinión, los diputados árabes de la Knesset son una quinta columna, unos traidores. En un Estado de derecho, Lieberman estaría ante un juez, pero en Israel gana terreno todos los días y, gracias a los votos de las capas populares rusas, su partido se ha convertido en el tercero en orden de importancia dentro de la Knesset.
Ya antes de que se formara la coalición de Netanyahu se alzaron voces descontentas en todas partes, sobre todo en Estados Unidos y Europa -para no hablar del mundo árabe-, contra la participación de Lieberman en el nuevo Gobierno israelí. Bibi comprendió enseguida que no podía ir muy lejos con un equipo tan belicista y favorable al apartheid, en el que Lieberman tuviera un papel fundamental con sus 15 diputados, porque se vería aislado en el ámbito internacional. De modo que reanudó los contactos con Livni para hacerle un hueco en su coalición y mejorar así su imagen empañada y repulsiva en el extranjero.
Para ser francos, Livni no es una paloma, ni mucho menos. Como ministra de Exteriores formaba parte del trío -junto con Ehud Olmert, primer ministro, y Ehud Barak, ministro de Defensa-, que dirigió la guerra contra Gaza, una terrible operación militar que se caracterizó, según las declaraciones de soldados reveladas por Haaretz el 19 de marzo, por los disparos de francotiradores contra mujeres y niños -1.400 muertos-, los bombardeos a ciegas y una sed de destrucción sin límites. No obstante, como mujer de principios, del Likud y el Gran Israel en el pasado, Livni era partidaria del concepto de dos Estados para los dos pueblos: el israelí y el palestino. Se dio cuenta de que Bibi siempre ha rechazado esta solución y le dijo adiós.
Entonces, el responsable del Likud se dirigió al jefe del Partido Laborista, el general Ehud Barak, para que se uniera a su Gobierno. El cálculo de Netanyahu es evidente: limpiar la imagen de extrema derecha de su Gobierno. Para Barak, que se ha hecho millonario, pasar a la oposición significaba la muerte política tras haber arrastrado a los laboristas a una inmensa derrota en las legislativas (13 diputados en total). Por eso entabló conversaciones secretas con Bibi. Netanyahu le prometió que sería generoso con carteras y cargos, y Barak hizo concesiones ideológicas: no exigió que se incluyera en la plataforma gubernamental la cuestión de los dos Estados. En ese aspecto, Barak está personalmente de acuerdo con Bibi y en contra de su propio partido. Incluso llegó a utilizar una frase repugnante: “La cultura árabe se basa en la mentira”. Ahora el Haaretz del 30 de marzo resume: “Bibi, Lieberman, Landau y Barak no son la unión nacional, son la extrema derecha”.
El primer objetivo de Netanyahu en el terreno internacional consiste en mejorar su imagen en la Casa Blanca. Bush se ha ido y el nuevo presidente no es, ni mucho menos, un incondicional de Israel como el anterior. Obama no deja de subrayar que la política de su Administración para lograr la paz en Oriente Próximo se basa en la existencia de dos Estados para los dos pueblos. No es de prever un giro total respecto a Israel, pero es más que probable que haya un cambio de actitud.
Tres días después de la victoria de la extrema derecha en las elecciones legislativas, Alon Liel, ex director general del Ministerio de Asuntos Exteriores y ex embajador en Suráfrica en la época del apartheid, escribió un artículo en Maariv (en el suplemento de Jerusalén), titulado Así se construye el ‘apartheid’. Lo dirigía a los anexionistas israelíes, entre ellos Netanyahu, y decía: “Los constructores de Suráfrica no pidieron permiso y construyeron a voluntad casas, carreteras, puentes y minas. Pero los negros a su alrededor exigieron que se respetaran sus legítimos derechos. El final es conocido: los negros son dueños de Suráfrica desde hace 15 años y los blancos son, en el mejor de los casos, subarrendatarios”.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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