Por Antonio Montero Moreno, Arzobispo Emérito de Mérida - Badajoz (ABC, 05/04/09):
Las primeras palabras pronunciadas por Jesús de Nazaret, al inicio de su predicación en los pueblos ribereños del mar de Galilea, fueron éstas: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc. 1, 15). Toda conversión presupone una perversión y ambas hincan sus raíces en la libertad del hombre, incluso para ofender a quien se la dio; el cual le demuestra nuevamente su grandeza perdonándolo hasta setenta veces siete.
Los hijos de Adán arrastramos una inclinación dual hacia lo bueno y lo malo, hacia el error y la verdad. Pablo de Tarso, el converso universal, la refleja en estos términos: No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero (Rm 7, 19). O, dicho líricamente con Tagore, «el hombre que soy saluda llorando a aquel que quisiera ser». Sólo en la encarnación redentora de Cristo, reafirmada por los dos Testamentos de la Biblia, se encuentra una salida idónea de ese laberinto, acorde con la grandeza del Dios misericordioso y con la indigencia radical del ser humano.
La conversión es una llamada de Dios y una búsqueda del hombre, conscientemente o a ciegas. Ambos se abrazan a medio camino, como el padre y el hijo de la parábola. Supone siempre un giro copernicano desde la increencia a la fe intrépida, desde la conducta licenciosa a la ejemplaridad moral, desde la mediocridad conformista al entusiasmo religioso. Constituye también un factor permanente de la antropología cristiana, tal y como la describe Monseñor Delicado Baeza en su precioso libro Metanoia, dinamismo de la conversión cristiana. (Ed. Paulinas, 2007).
La conversión puede sobrevenir, como a San Pablo en su caída fulminante del caballo, o prolongarse, a ritmo lento, en una búsqueda de años, como en el otro gran converso, San Agustín. E incluso producirse «in articulo mortis», como lo ocurrido, según se cree, en dos casos cercanos a nosotros: los de Manuel Azaña y José Ortega y Gasset, según el testimonio respectivo de quienes los acompañaron en ese trance, el Obispo de Montauban, Pierre Marie Theas, y el agustino padre Félix García, por cierto colaborador asiduo de esta Tercera.
He ojeado en las fechas cuaresmales el séptimo y último volumen de la obra monumental El camino de Damasco (Edibesa, 2009), una asombrosa pasarela de convertidos del mundo bíblico y de la historia cristiana, desde el Rey David hasta el escritor musulmán Magdi Allam, bautizado por Benedicto XVI en la Vigilia pascual del año pasado.
Edith Stein, importante filósofa alemana y judía en la época nazi, convertida después al catolicismo y carmelita descalza, Sor Teresa Benedicta, murió en la cámara de gas del holocausto de Auschwichtz en 1942, y fue canonizada por Juan Pablo II en 1998. Ella abre filas en el volumen final de la colección, con 75 conversos nacidos en el siglo XX, algunos de los cuales han vivido ese acontecimiento en la primera década del XXI. Escojo, entre estos últimos, cuatro nombres representativos y recentísimos, que paso a presentar.
Empezamos con Tony Blair por su notoridad y relevancia, diez años primer ministro de Gran Bretaña (1997-2007) y personalidad de rango internacional. Anglicano de bautismo y pertenencia, ingresó en la Iglesia católica meses después de su cese en el Gobierno, el 21 de diciembre de 2007 ante el Cardenal Murphy O’Connor, Arzobispo de Westminster, Primado católico de Inglaterra. Quien lo era de la Anglicana, el Arzobispo Rowan Williams, en un gran gesto ecuménico ofreció a Blair sus oraciones en «este paso de su andadura cristiana».
Las inquietudes religiosas de Blair arrancan de sus estudios de Derecho en Oxford y, sobre todo, de su matrimonio con la letrada católica Cherie Booth, que le dio cuatro hijos, bautizados y educados en parroquias y colegios católicos. Aunque es muy parco en hablar de sí mismo, se sabe que Tony Blair ha sido siempre un hombre de profundas creencias «que adora diariamente a su Creador».
Sobresale también por su notoriedad internacional el caso de Magdi Allam, egipcio y musulmán de 57 años, asentado en Italia desde hace 35. Casado y con dos hijos, sociólogo, escritor y periodista de renombre, subdirector, los últimos años, del famoso diario italiano Il Corriere della Sera; fue bautizado, como dije antes, por Benedicto XVI en la Vigilia pascual de 2008.
La singularidad de su aventura se debe al hecho de pasar públicamente, con un gran arrojo moral, desde el islamismo al catolicismo, con amenazas de muerte e incluso necesitad de escolta. Magdi Cristiano Allam, su nuevo nombre de bautizado, describe este singular camino interior en su libro Creo en Jesús, Transcribo estos dos párrafos suyos en carta pública al director de su periódico:
«Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y profunda reflexión interior… La Providencia ha ido poniendo en mi camino a personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, se convirtieron poco a poco para mí en punto de referencia, en el plano de las certezas de la verdad y de la solidez de los valores».
Corre el turno Valentí Puig, mallorquín de 60 años, escritor de raza y múltiples registros en catalán y castellano, columnista de este diario. Autor consagrado y galardonado de una treintena de libros, que en el último, La fe de nuestros padres (Península 2007), da testimonio público de su itinerario espiritual.
Puig recuerda y agradece su educación cristiana de familia y de colegio, más amor en la primera y rigor en el segundo. Oigámosle a él: «En la adolescencia me alejé de la Iglesia por un acto de pura rebeldía. Puse en duda la Iglesia y la fe y, de repente, decidí que Dios no existía». Su vida de estudioso y escritor siguió su curso, dejando a Dios entre paréntesis, en un proceso personal, como se ha dicho, entre el raciocinio y la nostalgia.
Valentí Puig describe con gran belleza su camino de retorno a Dios, a la fe y a la Iglesia de sus padres, acelerado por el conocimiento de la doctrina y ejemplo de los dos últimos Papas, cuyo amor a la verdad le tocó en lo más hondo de sí mismo. Su vuelta a la casa paterna, con humildad intelectual, tiene para él el valor de unas pepitas de oro, que han potenciado su alegría de vivir. Destaca en él la gallardía moral de remar contracorriente de un agnosticismo asfixiante, y la aceptación gozosa de la Iglesia real, con sus luces y sombras, como hogar a la medida de nuestra pobreza humana.
Y cierra el ciclo una mujer catalana, Mercedes Aro, senadora por Barcelona, la más votada de España, con 1.602.295 votos, que abandonó sus cargos públicos en el año 2007, por no poder compartir en conciencia las posiciones de su partido sobre el matrimonio homosexual, la vida humana y la familia; al tiempo que anunciaba su plena integración en la Iglesia católica. En treinta años de compromiso político, Mercedes Aroz asumió primero en su integridad el marxismo materialista de la Liga Comunista Revolucionaria; fue cofundadora en 1978 del PSC y parlamentaria veinte años.
Confiesa que su acercamiento a la fe se ha gestado en un proceso de varios años, movida también por el ejemplo de algunos familiares. «He querido —dice— hacer pública mi conversión, para subrayar la convicción de que la Iglesia católica tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida».
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Las primeras palabras pronunciadas por Jesús de Nazaret, al inicio de su predicación en los pueblos ribereños del mar de Galilea, fueron éstas: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc. 1, 15). Toda conversión presupone una perversión y ambas hincan sus raíces en la libertad del hombre, incluso para ofender a quien se la dio; el cual le demuestra nuevamente su grandeza perdonándolo hasta setenta veces siete.
Los hijos de Adán arrastramos una inclinación dual hacia lo bueno y lo malo, hacia el error y la verdad. Pablo de Tarso, el converso universal, la refleja en estos términos: No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero (Rm 7, 19). O, dicho líricamente con Tagore, «el hombre que soy saluda llorando a aquel que quisiera ser». Sólo en la encarnación redentora de Cristo, reafirmada por los dos Testamentos de la Biblia, se encuentra una salida idónea de ese laberinto, acorde con la grandeza del Dios misericordioso y con la indigencia radical del ser humano.
La conversión es una llamada de Dios y una búsqueda del hombre, conscientemente o a ciegas. Ambos se abrazan a medio camino, como el padre y el hijo de la parábola. Supone siempre un giro copernicano desde la increencia a la fe intrépida, desde la conducta licenciosa a la ejemplaridad moral, desde la mediocridad conformista al entusiasmo religioso. Constituye también un factor permanente de la antropología cristiana, tal y como la describe Monseñor Delicado Baeza en su precioso libro Metanoia, dinamismo de la conversión cristiana. (Ed. Paulinas, 2007).
La conversión puede sobrevenir, como a San Pablo en su caída fulminante del caballo, o prolongarse, a ritmo lento, en una búsqueda de años, como en el otro gran converso, San Agustín. E incluso producirse «in articulo mortis», como lo ocurrido, según se cree, en dos casos cercanos a nosotros: los de Manuel Azaña y José Ortega y Gasset, según el testimonio respectivo de quienes los acompañaron en ese trance, el Obispo de Montauban, Pierre Marie Theas, y el agustino padre Félix García, por cierto colaborador asiduo de esta Tercera.
He ojeado en las fechas cuaresmales el séptimo y último volumen de la obra monumental El camino de Damasco (Edibesa, 2009), una asombrosa pasarela de convertidos del mundo bíblico y de la historia cristiana, desde el Rey David hasta el escritor musulmán Magdi Allam, bautizado por Benedicto XVI en la Vigilia pascual del año pasado.
Edith Stein, importante filósofa alemana y judía en la época nazi, convertida después al catolicismo y carmelita descalza, Sor Teresa Benedicta, murió en la cámara de gas del holocausto de Auschwichtz en 1942, y fue canonizada por Juan Pablo II en 1998. Ella abre filas en el volumen final de la colección, con 75 conversos nacidos en el siglo XX, algunos de los cuales han vivido ese acontecimiento en la primera década del XXI. Escojo, entre estos últimos, cuatro nombres representativos y recentísimos, que paso a presentar.
Empezamos con Tony Blair por su notoridad y relevancia, diez años primer ministro de Gran Bretaña (1997-2007) y personalidad de rango internacional. Anglicano de bautismo y pertenencia, ingresó en la Iglesia católica meses después de su cese en el Gobierno, el 21 de diciembre de 2007 ante el Cardenal Murphy O’Connor, Arzobispo de Westminster, Primado católico de Inglaterra. Quien lo era de la Anglicana, el Arzobispo Rowan Williams, en un gran gesto ecuménico ofreció a Blair sus oraciones en «este paso de su andadura cristiana».
Las inquietudes religiosas de Blair arrancan de sus estudios de Derecho en Oxford y, sobre todo, de su matrimonio con la letrada católica Cherie Booth, que le dio cuatro hijos, bautizados y educados en parroquias y colegios católicos. Aunque es muy parco en hablar de sí mismo, se sabe que Tony Blair ha sido siempre un hombre de profundas creencias «que adora diariamente a su Creador».
Sobresale también por su notoriedad internacional el caso de Magdi Allam, egipcio y musulmán de 57 años, asentado en Italia desde hace 35. Casado y con dos hijos, sociólogo, escritor y periodista de renombre, subdirector, los últimos años, del famoso diario italiano Il Corriere della Sera; fue bautizado, como dije antes, por Benedicto XVI en la Vigilia pascual de 2008.
La singularidad de su aventura se debe al hecho de pasar públicamente, con un gran arrojo moral, desde el islamismo al catolicismo, con amenazas de muerte e incluso necesitad de escolta. Magdi Cristiano Allam, su nuevo nombre de bautizado, describe este singular camino interior en su libro Creo en Jesús, Transcribo estos dos párrafos suyos en carta pública al director de su periódico:
«Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y profunda reflexión interior… La Providencia ha ido poniendo en mi camino a personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, se convirtieron poco a poco para mí en punto de referencia, en el plano de las certezas de la verdad y de la solidez de los valores».
Corre el turno Valentí Puig, mallorquín de 60 años, escritor de raza y múltiples registros en catalán y castellano, columnista de este diario. Autor consagrado y galardonado de una treintena de libros, que en el último, La fe de nuestros padres (Península 2007), da testimonio público de su itinerario espiritual.
Puig recuerda y agradece su educación cristiana de familia y de colegio, más amor en la primera y rigor en el segundo. Oigámosle a él: «En la adolescencia me alejé de la Iglesia por un acto de pura rebeldía. Puse en duda la Iglesia y la fe y, de repente, decidí que Dios no existía». Su vida de estudioso y escritor siguió su curso, dejando a Dios entre paréntesis, en un proceso personal, como se ha dicho, entre el raciocinio y la nostalgia.
Valentí Puig describe con gran belleza su camino de retorno a Dios, a la fe y a la Iglesia de sus padres, acelerado por el conocimiento de la doctrina y ejemplo de los dos últimos Papas, cuyo amor a la verdad le tocó en lo más hondo de sí mismo. Su vuelta a la casa paterna, con humildad intelectual, tiene para él el valor de unas pepitas de oro, que han potenciado su alegría de vivir. Destaca en él la gallardía moral de remar contracorriente de un agnosticismo asfixiante, y la aceptación gozosa de la Iglesia real, con sus luces y sombras, como hogar a la medida de nuestra pobreza humana.
Y cierra el ciclo una mujer catalana, Mercedes Aro, senadora por Barcelona, la más votada de España, con 1.602.295 votos, que abandonó sus cargos públicos en el año 2007, por no poder compartir en conciencia las posiciones de su partido sobre el matrimonio homosexual, la vida humana y la familia; al tiempo que anunciaba su plena integración en la Iglesia católica. En treinta años de compromiso político, Mercedes Aroz asumió primero en su integridad el marxismo materialista de la Liga Comunista Revolucionaria; fue cofundadora en 1978 del PSC y parlamentaria veinte años.
Confiesa que su acercamiento a la fe se ha gestado en un proceso de varios años, movida también por el ejemplo de algunos familiares. «He querido —dice— hacer pública mi conversión, para subrayar la convicción de que la Iglesia católica tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, porque hay algo más que la razón y la ciencia. A través de la fe cristiana se alcanza a comprender plenamente la propia identidad como ser humano y el sentido de la vida».
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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