Por Samuel Hadas, analista diplomático, primer embajador de Israel en España y la Santa Sede (LA VANGUARDIA, 05/04/09):
Tras poco más de dos meses en el despacho Oval, el presidente Obama comienza a cumplir sus promesas electorales y se empeña en llevar adelante los primeros cambios significativos en la política exterior de su país, desmarcándose de la de su predecesor, George W. Bush. Pese a la tremenda crisis económica que consume sus mejores energías, Obama dedica atención a Oriente Medio, una región en la que la diplomacia de Washington no había estado tan activa desde hacía años. Pero deshacer entuertos es más difícil que hacerlos. Martin Indick, diplomático norteamericano involucrado en la diplomacia del presidente Bill Clinton en la región, advierte en su libro Innocent abroad, recientemente publicado, que futuras administraciones norteamericanas deberán dedicar una buena parte de sus energías a obturar el cráter dejado por la Administración Bush en Oriente Medio.
En pocas palabras, puede definirse la política de la Administración Obama como la búsqueda de soluciones diplomáticas a los problemas más candentes mediante el diálogo (la diplomacia blanda), incluso con los más vehementes de sus enemigos. La conferencia sobre Afganistán celebrada esta semana en La Haya ha servido, por ejemplo, para un primer contacto directo con Irán, con el breve encuentro que mantuvieron su enviado Richard Holbrooke y el viceministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohamed Mehdi Ajundzadeh, jefe de la delegación de su país.
El objetivo prioritario de Washington en Oriente Medio no se ha modificado: seguirá siendo impedir que el régimen de los ayatolás acceda a armamento nuclear. Además de Irán, Afganistán, Pakistán e Iraq están en el foco de su política. Una cooperación efectiva por parte de Teherán en los esfuerzos de pacificación en Iraq y Afganistán es algo que, según Washington, es de común interés. Irán, una potencia regional que no puede ser ignorada, dicta hoy el orden del día en Oriente Medio. De ahí que Washington intente abrir vías de diálogo con Teherán.
EE. UU. necesita apoyos: mientras trata de lograr una convergencia con la Unión Europea, intenta convencer a Rusia, protagonista cada vez más importante en Oriente Medio (donde no renuncia a recuperar la esfera de influencia de la fenecida URSS), de que debe asegurarse que el programa nuclear de Irán “sea de naturaleza pacífica”. Rusia, que ha vuelto a los vicios de la guerra fría, es uno de los principales escollos en los esfuerzos de EE. UU. y la UE para el logro de una presión internacional consensuada sobre Teherán a fin de que renuncie a su programa de enriquecimiento de uranio. Paralelamente, Obama está empeñado, en cooperación con sus aliados árabes, especialmente Arabia Saudí, en desbaratar el eje Teherán-Damasco. Sus enviados acaban de reanudar el diálogo directo con sus gobernantes, que, igual que Teherán, siguen apoyando a fundamentalistas radicales enemigos de la paz como Hamas y Hizbulah.
“Prometo que, de ser elegido, Irán no adquirirá armas nucleares, y esto implica hacer todo lo que sea necesario para evitarlo”, aseguró el primer ministro israelí Beniamin Netanyahu antes de las elecciones israelíes. Para Netanyahu (y para muchos en Israel), el programa nuclear iraní es “una amenaza existencial para Israel”, y advierte incluso que Israel “podría estar frente a un segundo holocausto”. Obama no podrá ignorar los propósitos del nuevo Gobierno de Israel de intentar “por todos los medios” impedir que Irán acceda a armamento nuclear y ya advirtió que Estados Unidos pretende resolver la crisis nuclear por medio de la diplomacia. Todo parece indicar que el uso de la fuerza es una opción que Washington descarta en un futuro previsible. Incluso en el caso de que Israel se propusiera hacerlo por propia cuenta, es muy difícil que logre la anuencia de Estados Unidos (y el necesario apoyo logístico).
Si mejoran las relaciones EE. UU.-Irán, será evidentemente uno de los movimientos más importantes en bastante tiempo en Oriente Medio. No solamente Israel está preocupado por los designios hegemónicos de Irán. También lo están países árabes que, como Egipto, Arabia Saudí y otros, se sienten amenazados por el régimen iraní. “Los persas tratan de devorar a los países árabes”, declaró recientemente el presidente egipcio Hosni Mubarak, mientras el diario gubernamental Al Ahram critica duramente a Irán y se opone al diálogo con este país. Líbano es el mejor ejemplo del éxito de Irán en la exportación de su “revolución islámica” a través de Hizbulah, que con su estructura militar se ha constituido en factor clave. Los gobiernos árabes exigirán a Washington no ignorar sus intereses en un acuerdo con Irán.
Pero mientras en todas partes del mundo se aplaude a Obama, no todos en Washington se muestran tan conciliadores con Teherán como él. Mientras ofrece a los ayatolás la zanahoria, en el Congreso se le exige empuñar el garrote. Un grupo de destacados legisladores acaba de solicitarle actuar de inmediato, asegurándose de que el diálogo con Irán es “serio” y no “interminable”, y aplicar, de ser necesario, “severas sanciones”. También exigen endurecer las sanciones altos funcionarios de la Administración. El secretario de Defensa, Robert Gates, cree más en la presiones económicas que en la diplomacia. Una contradicción que deberá ser superada. Aún no está claro qué es lo que puede ofrecer EE. UU. a Irán a cambio de la congelación de su programa nuclear (y a costa de quién). En cualquier caso, es todavía prematuro prever si la nueva política fructificará y ambas partes pueden conducir negociaciones sustantivas.
Tras poco más de dos meses en el despacho Oval, el presidente Obama comienza a cumplir sus promesas electorales y se empeña en llevar adelante los primeros cambios significativos en la política exterior de su país, desmarcándose de la de su predecesor, George W. Bush. Pese a la tremenda crisis económica que consume sus mejores energías, Obama dedica atención a Oriente Medio, una región en la que la diplomacia de Washington no había estado tan activa desde hacía años. Pero deshacer entuertos es más difícil que hacerlos. Martin Indick, diplomático norteamericano involucrado en la diplomacia del presidente Bill Clinton en la región, advierte en su libro Innocent abroad, recientemente publicado, que futuras administraciones norteamericanas deberán dedicar una buena parte de sus energías a obturar el cráter dejado por la Administración Bush en Oriente Medio.
En pocas palabras, puede definirse la política de la Administración Obama como la búsqueda de soluciones diplomáticas a los problemas más candentes mediante el diálogo (la diplomacia blanda), incluso con los más vehementes de sus enemigos. La conferencia sobre Afganistán celebrada esta semana en La Haya ha servido, por ejemplo, para un primer contacto directo con Irán, con el breve encuentro que mantuvieron su enviado Richard Holbrooke y el viceministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohamed Mehdi Ajundzadeh, jefe de la delegación de su país.
El objetivo prioritario de Washington en Oriente Medio no se ha modificado: seguirá siendo impedir que el régimen de los ayatolás acceda a armamento nuclear. Además de Irán, Afganistán, Pakistán e Iraq están en el foco de su política. Una cooperación efectiva por parte de Teherán en los esfuerzos de pacificación en Iraq y Afganistán es algo que, según Washington, es de común interés. Irán, una potencia regional que no puede ser ignorada, dicta hoy el orden del día en Oriente Medio. De ahí que Washington intente abrir vías de diálogo con Teherán.
EE. UU. necesita apoyos: mientras trata de lograr una convergencia con la Unión Europea, intenta convencer a Rusia, protagonista cada vez más importante en Oriente Medio (donde no renuncia a recuperar la esfera de influencia de la fenecida URSS), de que debe asegurarse que el programa nuclear de Irán “sea de naturaleza pacífica”. Rusia, que ha vuelto a los vicios de la guerra fría, es uno de los principales escollos en los esfuerzos de EE. UU. y la UE para el logro de una presión internacional consensuada sobre Teherán a fin de que renuncie a su programa de enriquecimiento de uranio. Paralelamente, Obama está empeñado, en cooperación con sus aliados árabes, especialmente Arabia Saudí, en desbaratar el eje Teherán-Damasco. Sus enviados acaban de reanudar el diálogo directo con sus gobernantes, que, igual que Teherán, siguen apoyando a fundamentalistas radicales enemigos de la paz como Hamas y Hizbulah.
“Prometo que, de ser elegido, Irán no adquirirá armas nucleares, y esto implica hacer todo lo que sea necesario para evitarlo”, aseguró el primer ministro israelí Beniamin Netanyahu antes de las elecciones israelíes. Para Netanyahu (y para muchos en Israel), el programa nuclear iraní es “una amenaza existencial para Israel”, y advierte incluso que Israel “podría estar frente a un segundo holocausto”. Obama no podrá ignorar los propósitos del nuevo Gobierno de Israel de intentar “por todos los medios” impedir que Irán acceda a armamento nuclear y ya advirtió que Estados Unidos pretende resolver la crisis nuclear por medio de la diplomacia. Todo parece indicar que el uso de la fuerza es una opción que Washington descarta en un futuro previsible. Incluso en el caso de que Israel se propusiera hacerlo por propia cuenta, es muy difícil que logre la anuencia de Estados Unidos (y el necesario apoyo logístico).
Si mejoran las relaciones EE. UU.-Irán, será evidentemente uno de los movimientos más importantes en bastante tiempo en Oriente Medio. No solamente Israel está preocupado por los designios hegemónicos de Irán. También lo están países árabes que, como Egipto, Arabia Saudí y otros, se sienten amenazados por el régimen iraní. “Los persas tratan de devorar a los países árabes”, declaró recientemente el presidente egipcio Hosni Mubarak, mientras el diario gubernamental Al Ahram critica duramente a Irán y se opone al diálogo con este país. Líbano es el mejor ejemplo del éxito de Irán en la exportación de su “revolución islámica” a través de Hizbulah, que con su estructura militar se ha constituido en factor clave. Los gobiernos árabes exigirán a Washington no ignorar sus intereses en un acuerdo con Irán.
Pero mientras en todas partes del mundo se aplaude a Obama, no todos en Washington se muestran tan conciliadores con Teherán como él. Mientras ofrece a los ayatolás la zanahoria, en el Congreso se le exige empuñar el garrote. Un grupo de destacados legisladores acaba de solicitarle actuar de inmediato, asegurándose de que el diálogo con Irán es “serio” y no “interminable”, y aplicar, de ser necesario, “severas sanciones”. También exigen endurecer las sanciones altos funcionarios de la Administración. El secretario de Defensa, Robert Gates, cree más en la presiones económicas que en la diplomacia. Una contradicción que deberá ser superada. Aún no está claro qué es lo que puede ofrecer EE. UU. a Irán a cambio de la congelación de su programa nuclear (y a costa de quién). En cualquier caso, es todavía prematuro prever si la nueva política fructificará y ambas partes pueden conducir negociaciones sustantivas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario