Por Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada de la UAB (EL PERIÓDICO, 05/04/09):
La reunión finalizó y la prensa mundial amaneció exultante. Pero, más allá de las portadas, ¿qué nos ha dejado realmente? Comencemos por lo que la cumbre del G-20 no ha sido. No se trata de la refundación del capitalismo. Ni del nacimiento de un nuevo orden financiero: mientras el dólar sea la divisa común, continuamos bajo el mismo patrón. Tampoco el impulso de la demanda que EEUU pretendía. Además, los avances en la regulación financiera son escasos, aunque se apuntan propuestas que deberían sustanciarse en noviembre, desde regulación financiera a modificaciones en el sistema de voto del FMI y del Banco Mundial. Pero, como todo tema conflictivo, se pospone para más adelante.
¿De que se trata, entonces? El gran acuerdo ha sido aumentar la capacidad de crédito del FMI (hasta los 750.000 millones de dólares), que le permita asistir a países en dificultades. Es lo que ha hecho con Ucrania, Letonia, Hungría y, hace pocos días, con México. Ese reforzamiento era muy necesario a corto plazo si se quería evitar un contagio de países emergentes con problemas. Se apoyaba desde la eurozona porque es una tabla de salvación para algunos socios del Este europeo. Desde EEUU, por la capacidad de apoyo a aliados con problemas.
Y LO MISMO sucede con Japón y China, muy interesados en no dejar caer a ningún país asiático. Finalmente, una parte menor del acuerdo es la declaración, y los medios financieros acordados, en contra del proteccionismo. ¿Por qué no se ha avanzado más? Porque no había acuerdo. Y no lo había porque los grandes ejes económicos del planeta están oteando el futuro posterior a la crisis. Porque esa crisis que hoy es tan dura pasará. ¿Y de qué color será el día después? Hay visiones muy contrapuestas sobre cómo debería ser ese mundo.
Tomen a China y los países emergentes, por ejemplo. Se han cargado de dólares, y ahora ven cómo parte de esa riqueza ha desaparecido y otra parte amenaza con perder valor, por la bajada del dólar que causará el aumento de deuda pública americana. La inestabilidad que ello supone está detrás de las demandas de China y Rusia de sustitución del dólar por una moneda internacional. ¿Tiene salida hoy esa pretensión? De momento, no. Pero los tiempos cambian pronto.
O contemplen la crisis como el primer test de supervivencia del euro. Los mercados financieros apuntan a que algún país del área (quizá Irlanda, quizá Grecia) no pueda hacer frente a sus obligaciones. O que la crisis financiera del Este de Europa arrastre a Austria. ¿Cuál sería el impacto de la pérdida de credibilidad de los sectores públicos de algún miembro del euro? Una salida de capitales, que se extendería a otros ámbitos, generando una crisis abierta. La credibilidad de las finanzas públicas de los países del euro es un pilar que no puede ponerse en cuestión. Y eso explica parte de la oposición franco-alemana a nuevos planes fiscales de expansión. Y porque en esa eventualidad, Alemania saldría al rescate del país afectado y habría que articular un plan de salvamento. Hay que guardar recursos para esa eventualidad.
Desde el punto de vista de EEUU, lo más urgente es la reactivación económica, ya que el volumen de pérdidas de su sistema financiero no deja de crecer. Y de los 750.000 millones contabilizadas por la banca americana hasta hoy, la nueva previsión la aumenta en cerca de 2 billones. Dada la destrucción de empleo y la caída de la demanda interna, EEUU –y el Reino Unido y Japón– necesita que el resto del mundo tire de sus economías.
FINALMENTE, la responsabilidad de los excesos de deuda y en la desregulación del sistema financiero de EEUU y el Reino Unido en la generación de la crisis se encuentra también tras esos desencuentros. Así, el eje franco-alemán había insistido, desde hace años, en la necesidad de mayor regulación financiera, a lo que se habían opuesto EEUU y el Reino Unido. Desde el punto de vista europeo, si ahora no se avanza en esa regulación, ¿cuándo será posible?
Además, buena parte del desastre actual es responsabilidad de la laxa política monetaria de la Fed, que mantuvo, entre el 2001 y el 2005, demasiado bajos y por demasiado tiempo los tipos de interés, fomentando una deuda que está en la base de la catástrofe financiera. Lo que hace Barack Obama es sustituir masivamente deuda privada por pública, añadiendo más endeudamiento a una situación de difícil salida en el horizonte posterior a la crisis, algo que intentan evitar desde la eurozona.
En ese día después, Estados Unidos y el Reino Unido esperan que amanezca como en julio del 2007. Las pretensiones de Alemania y Francia, y de los países emergentes, son otras. Quizá en el nacimiento de ese futuro el aspecto más relevante de la cumbre del G-20 haya sido la incapacidad norteamericana de hacer valer sus intereses. El nuevo mundo multipolar ha llegado. Aunque no está claro ni cuándo llegará ni quién dominará ese nuevo amanecer.
La reunión finalizó y la prensa mundial amaneció exultante. Pero, más allá de las portadas, ¿qué nos ha dejado realmente? Comencemos por lo que la cumbre del G-20 no ha sido. No se trata de la refundación del capitalismo. Ni del nacimiento de un nuevo orden financiero: mientras el dólar sea la divisa común, continuamos bajo el mismo patrón. Tampoco el impulso de la demanda que EEUU pretendía. Además, los avances en la regulación financiera son escasos, aunque se apuntan propuestas que deberían sustanciarse en noviembre, desde regulación financiera a modificaciones en el sistema de voto del FMI y del Banco Mundial. Pero, como todo tema conflictivo, se pospone para más adelante.
¿De que se trata, entonces? El gran acuerdo ha sido aumentar la capacidad de crédito del FMI (hasta los 750.000 millones de dólares), que le permita asistir a países en dificultades. Es lo que ha hecho con Ucrania, Letonia, Hungría y, hace pocos días, con México. Ese reforzamiento era muy necesario a corto plazo si se quería evitar un contagio de países emergentes con problemas. Se apoyaba desde la eurozona porque es una tabla de salvación para algunos socios del Este europeo. Desde EEUU, por la capacidad de apoyo a aliados con problemas.
Y LO MISMO sucede con Japón y China, muy interesados en no dejar caer a ningún país asiático. Finalmente, una parte menor del acuerdo es la declaración, y los medios financieros acordados, en contra del proteccionismo. ¿Por qué no se ha avanzado más? Porque no había acuerdo. Y no lo había porque los grandes ejes económicos del planeta están oteando el futuro posterior a la crisis. Porque esa crisis que hoy es tan dura pasará. ¿Y de qué color será el día después? Hay visiones muy contrapuestas sobre cómo debería ser ese mundo.
Tomen a China y los países emergentes, por ejemplo. Se han cargado de dólares, y ahora ven cómo parte de esa riqueza ha desaparecido y otra parte amenaza con perder valor, por la bajada del dólar que causará el aumento de deuda pública americana. La inestabilidad que ello supone está detrás de las demandas de China y Rusia de sustitución del dólar por una moneda internacional. ¿Tiene salida hoy esa pretensión? De momento, no. Pero los tiempos cambian pronto.
O contemplen la crisis como el primer test de supervivencia del euro. Los mercados financieros apuntan a que algún país del área (quizá Irlanda, quizá Grecia) no pueda hacer frente a sus obligaciones. O que la crisis financiera del Este de Europa arrastre a Austria. ¿Cuál sería el impacto de la pérdida de credibilidad de los sectores públicos de algún miembro del euro? Una salida de capitales, que se extendería a otros ámbitos, generando una crisis abierta. La credibilidad de las finanzas públicas de los países del euro es un pilar que no puede ponerse en cuestión. Y eso explica parte de la oposición franco-alemana a nuevos planes fiscales de expansión. Y porque en esa eventualidad, Alemania saldría al rescate del país afectado y habría que articular un plan de salvamento. Hay que guardar recursos para esa eventualidad.
Desde el punto de vista de EEUU, lo más urgente es la reactivación económica, ya que el volumen de pérdidas de su sistema financiero no deja de crecer. Y de los 750.000 millones contabilizadas por la banca americana hasta hoy, la nueva previsión la aumenta en cerca de 2 billones. Dada la destrucción de empleo y la caída de la demanda interna, EEUU –y el Reino Unido y Japón– necesita que el resto del mundo tire de sus economías.
FINALMENTE, la responsabilidad de los excesos de deuda y en la desregulación del sistema financiero de EEUU y el Reino Unido en la generación de la crisis se encuentra también tras esos desencuentros. Así, el eje franco-alemán había insistido, desde hace años, en la necesidad de mayor regulación financiera, a lo que se habían opuesto EEUU y el Reino Unido. Desde el punto de vista europeo, si ahora no se avanza en esa regulación, ¿cuándo será posible?
Además, buena parte del desastre actual es responsabilidad de la laxa política monetaria de la Fed, que mantuvo, entre el 2001 y el 2005, demasiado bajos y por demasiado tiempo los tipos de interés, fomentando una deuda que está en la base de la catástrofe financiera. Lo que hace Barack Obama es sustituir masivamente deuda privada por pública, añadiendo más endeudamiento a una situación de difícil salida en el horizonte posterior a la crisis, algo que intentan evitar desde la eurozona.
En ese día después, Estados Unidos y el Reino Unido esperan que amanezca como en julio del 2007. Las pretensiones de Alemania y Francia, y de los países emergentes, son otras. Quizá en el nacimiento de ese futuro el aspecto más relevante de la cumbre del G-20 haya sido la incapacidad norteamericana de hacer valer sus intereses. El nuevo mundo multipolar ha llegado. Aunque no está claro ni cuándo llegará ni quién dominará ese nuevo amanecer.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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