miércoles, marzo 09, 2011

El señor de las moscas de Libia

Por Omar Ashour, profesor de Política de Oriente Medio y director del programa de estudios de posgrado sobre Oriente Medio en el Instituto de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Exeter (Reino Unido). Es autor de The de-radicalization of jihadists: Transforming armed islamist movements (La desradicalización de los yijadistas. La transformación de los movimientos islamistas armados). © Project Syndicate, 2011. Traducido del inglés por Carlos Manzano (EL PAÍS, 02/03/11):


“Soy una gloria que no será abandonada por Libia, los árabes, Estados Unidos y América Latina… Revolución, revolución, que comience el ataque”, dijo el autotitulado Rey de los Reyes Africanos, Decano de los Dirigentes Árabes e Imán de todos los Musulmanes, coronel Muamar el Gadafi. Esa declaración resume la reacción, extraordinariamente represiva, del régimen libio al levantamiento popular contra la dictadura de Gadafi, que ha durado 42 años.

Pero la táctica de Gadafi lo ha dejado encerrado. De ser derrotado, le resultará difícil encontrar refugio en el extranjero, como hizo el expresidente Zine el Abidine Ben Ali, y el exilio interior, como el actualmente concedido a Hosni Mubarak, será imposible.

Aunque la capacidad del régimen para cometer matanzas a gran escala ha disminuido, la derrota de Muamar el Gadafi tendrá un gran coste en vidas humanas. En un caso extremo, el régimen podría utilizar armas químicas, como hizo Sadam Husein contra los kurdos de Halabja en 1988, o podría lanzar una campaña de intensos bombardeos aéreos, como hizo Hafez el Asad de Siria en Hama en el año 1982.

En ese momento, la intervención internacional sería más probable que nunca. En Libia hay un millón y medio de egipcios y muchos otros ciudadanos extranjeros, británicos entre ellos, y ahora se encuentran en una situación extraordinariamente vulnerable. En su primer discurso durante la crisis, Saif el Islam el Gadafi, el hijo supuestamente moderado del coronel, se refirió a una conspiración internacional contra el régimen, con participación de egipcios, tunecinos y otros agentes extranjeros. La respuesta del padre y del hijo ha sido la de incitar a la violencia contra los extranjeros.

Otra posibilidad es una iniciativa por parte del Ejército o de una parte importante de él contra Gadafi y sus hijos. El problema es que el Ejército libio, al contrario que las Fuerzas Armadas egipcias y tunecinas, no ha podido actuar de forma cohesionada desde que comenzaron las protestas. Oficiales y suboficiales del Ejército han desertado, en muchos casos con sus tropas, y se han pasado al bando de los oponentes al régimen. Dos pilotos de las fuerzas aéreas desviaron sus aparatos hasta Malta, y después lo hizo un buque de la Marina de Guerra… con lo que todos ellos desobedecieron las órdenes de Gadafi de que bombardearan la ciudad oriental de Bengasi.

Pero, al menos hasta ahora, no ha habido noticia de divisiones entre los Comités Revolucionarios, intransigentes y leales a Gadafi, cuyo número asciende a unos 20.000 guerreros. Lo mismo es aplicable a la Brigada 32, encabezada por otro de los siete hijos de Gadafi, Jamis el Gadafi. Dicha brigada es la encargada de proteger la zona de Bab el Aziziya de Trípoli, donde vive el coronel en su falsa tienda beduina.

Los servicios libios de inteligencia militar, dirigidos por Abdula el Sonosi; las Fuerzas de Seguridad Interna, dirigidas por El Tuhami Jaled, y el Aparato de Seguridad de la Jamahiriya siguen intactos también y sin escisiones conocidas. Desde luego, es probable que la profunda rivalidad y desconfianza entre los aparatos de seguridad militar de Libia provoque divisiones que serán un factor decisivo para socavar el régimen, pero, en general, el carácter y las lealtades tribales del Ejército libio le impiden funcionar como una sola unidad: ni para respaldar a Gadafi ni para unirse a la rebelión contra él.

Si Gadafi resultara derrotado en los próximos días, las lealtades tribales desempeñarán un papel decisivo. Las rivalidades, vendettas y armas están generalizadas entre los miembros de tribus diferentes de Libia, lo que indica la probabilidad de una guerra tribal en el periodo posterior a Gadafi.

Sin embargo, las señales procedentes del este de Libia, zona ahora “liberada de Gadafi”, indican lo contrario. Naturalmente, las rivalidades intertribales son profundas en el este de Libia, pero el nivel de organización y coordinación entre los dirigentes de la rebelión ha sido impresionante. Se crearon rápidamente comités de seguridad, médicos y de otra índole, del mismo modo que en Egipto los rebeldes que protestaban hace unas semanas crearon instituciones rudimentarias similares para el mantenimiento del orden.

Además, cuando Ahmed Qadaf el Dam y Said Rashwan, dos figuras destacadas del régimen, visitaron Egipto e intentaron reclutar tribus con ramas libias del desierto occidental de Egipto, para atacar la zona oriental, liberada de Gadafi, no consiguieron nada. Awlad Ali y las demás tribus rechazaron los generosos sobornos que se les ofrecieron.

La sociedad civil libia no está tan desarrollada como sus homólogas egipcia y tunecina, lo que indica también que la caída de Gadafi podría originar una guerra tribal, pero en todo el mundo árabe se han tenido en cuenta las enseñanzas que se desprenden de la sangrienta guerra civil en el Irak posterior a Sadam y la entrega y la madurez de la juventud ha pasado a ser un modelo para otros árabes que aspiran a la libertad y la dignidad. El pueblo de Libia puede ser más políticamente maduro y avanzado de lo que muchos observadores creen.

La comunidad internacional tiene un deber jurídico fundamental para con Libia. Los nombres de quienes dirigieron las fuerzas responsables de las muertes que ha habido son bien conocidos. Si se incluyeran los nombres de Abdula el Sonosi, Abdula Mansour y El Tuhami Jaled, además de Gadafi y sus hijos, en listas internacionales de vigilancia o si se formularan órdenes de detención contra ellos, muchos de sus subordinados se lo pensarían dos veces antes de ordenar a sus soldados que dispararan o bombardeasen.

Occidente conoce desde hace decenios los crímenes contra la humanidad y las conspiraciones terroristas del régimen de Gadafi, muy en particular la matanza de Abu Selim de junio de 1996, en la que se mató a tiros a 1.200 presos políticos después de que protestaran por las condiciones carcelarias. Aun así, no hubo una investigación internacional, principalmente porque los intereses petroleros pudieron más que el ultraje moral.

Occidente debe a los libios la protección contra otra matanza. Hasta ahora, el Gobierno de Obama y los dirigentes europeos han hecho declaraciones correctas, pero las palabras no bastan; ha llegado la hora de adoptar medidas concretas.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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