jueves, marzo 10, 2011

¿Por qué duran tanto las autocracias?

Por Henry Kamen, historiador británico. Su último libro es Poder y gloria. Los héroes de la España imperial, Espasa, 2010 (EL MUNDO, 04/03/11):

Muchas personas en las últimas semanas deben haberse preguntado por qué, en un mundo donde la democracia parece ser la norma, las autocracias florecen y sobreviven. Sin duda, no se sorprendieron al saber que el depuesto presidente de Egipto, Hosni Mubarak, se había mantenido en el poder durante 30 años y en la actualidad tiene ya más de 80 años. Él no es el único. Por todo el mundo los líderes autocráticos han logrado mantenerse en el poder mucho más allá de la expectativa normal de cualquier gobernante democrático. Los autócratas sobreviven especialmente en el mundo árabe. Pero, ¿qué es lo que les mantiene allí? ¿Qué secreto les permite continuar durante décadas?

La edad no parece representar ninguna barrera, y hay muchos dictadores tan longevos como Mubarak. El rey Abdullah de Arabia Saudita -que subió hace seis años al trono del país árabe más rico, pero que ya dirigía los asuntos de gobierno desde bastante antes- tiene unos 86 años -desconocemos su edad exacta-. El dictador de Libia, Gadafi, cuyo poder está en este mismo momento desmoronándose, tiene 70 años y ha estado en el poder más de 40.

Estos y otros dirigentes dictatoriales nunca han temido que la muerte acabe con su poder, porque ya han preparado su sucesión. Tal como las antiguas monarquías sobrevivían a través de los herederos varones de sangre real, las autocracias contemporáneas han introducido la sucesión dinástica como solución para mantener el control perpetuo. El ejemplo más destacado en la política mundial es el régimen de Corea del Norte, donde la autocracia comunista se perpetúa a través de los hijos y nietos. Por su parte, en Siria un hijo -el actual presidente Bashar al Assad- asumió el poder tras la muerte de su padre. Y en Irak, los presumibles herederos de Sadam Husein iban a ser sus hijos.

De la misma manera, Mubarak estaba preparando el terreno para que su hijo, Gamal, le sucediera. Y en Libia Gadafi a preparado igualmente a sus hijos para gobernar el país cuando él fallezca. El caso de Arabia Saudí es distinto, ya que se trata de un reino. Aun así, se trata de una monarquía muy distinta de las europeas. El príncipe Sultan es el elegido por el rey Abdulah para sucederle. Sultan es uno de sus 18 hermanos supervivientes, y al parecer sólo es un año más joven que el actual monarca. Su salud es muy precaria, por lo que entre todos los familiares ya se postulan muchos otros candidatos para sentarse en el trono.

La sucesión dinástica de padre a hijo no es la principal razón de por qué las autocracias han logrado sobrevivir. Lo hacen en gran medida debido a la falta de oposición, de estructuras de poder alternativas, especialmente cuando las estructuras sociales de esos países -con clanes tribales con sus correspondientes jefes, numerosos líderes religiosos y ejércitos fieles al poder- encuentran que les conviene aceptar un único control central. El control único -típico de las dictaduras- impone la ley y el orden y evita el separatismo provincial. Y, al mismo tiempo, permite que las distintas elites disfruten de la riqueza disponible.

En muchos regímenes autoritarios, puede parecer que el poder se basa en el ejército y en la represión. Pero ese diagnóstico es engañoso, porque el ejército a menudo se crea sobre la base de un acuerdo entre las estructuras de poder (caso de Egipto). En algunas circunstancias, la autocracia incluso puede verse como la mejor forma de gobierno, porque mantiene el equilibrio entre los diferentes intereses en conflicto, garantiza el orden y permite a la sociedad civil desarrollarse de forma pacífica. A menudo pensamos que autocracia significa gobierno por una sola persona o por un pequeño grupo de personas, pero eso es sólo la mitad de la verdad, porque todos los sistemas de poder tienen que buscar una base bastante amplia para sobrevivir.

Y, como hemos observado, los gobiernos autoritarios tienden a sobrevivir, sean sus orígenes liberales, socialistas, fascistas o militares. Las autocracias comunistas de Europa oriental sobrevivieron 30 años, casi tanto tiempo como las dictaduras ibéricas del siglo XX. El mundo hoy en día todavía posee muchas autocracias, como en la Cuba comunista, cuyo régimen parece que durará para siempre. El principal secreto de su longevidad tal vez se encuentre en el apoyo que recibe no sólo desde el interior del país -no importa cuán fuerte pueda ser el apoyo-, sino también desde fuera. Durante mucho tiempo, la Unión Soviética garantizó la supervivencia de la dictadura cubana. Y, después, la autocracia de La Habana ha recibido garantías adicionales gracias al apoyo de países como la Venezuela de Chávez y la España de Zapatero.

Del mismo modo, el apoyo extranjero ha sido crucial para el mantenimiento de muchos regímenes, sobre todo en el mundo árabe, donde los británicos, los estadounidenses y franceses han mantenido durante décadas una fuerte influencia en los territorios que antes estaban bajo el dominio colonial.

Una de las críticas habituales a Estados Unidos es que ha sido el principal apoyo de los autócratas árabes. Esto es verdad sólo en parte. Obviamente, la Casa Blanca ha apostado por la estabilidad política, con el fin de proteger el suministro de petróleo, y ha apoyado regímenes como el de Egipto cuando se garantizaba la coexistencia con Israel. En términos políticos, sin embargo, Washington siempre ha preferido regímenes democráticos. Ése fue el mensaje reiterado de George W. Bush en un discurso en noviembre de 2003. Dijo que su país «nunca más» apoyaría las autocracias.

Sesenta años de naciones occidentales excusando y transigiendo la falta de libertad no hizo nada para garantizarnos nuestra seguridad, porque a la larga, no se puede comprar la estabilidad a expensas de la libertad. Mientras Oriente Medio siga siendo un lugar donde la libertad no prolifera, continará siendo un lugar de estancamiento, resentimiento y violencia para exportar. Y con la propagación de armas que puede traer daños catastróficos para nuestro país y nuestros aliados, sería imprudente aceptar el status quo.

A LA LARGA, sin embargo, no era apoyo o falta de apoyo de Estados Unidos lo que ha determinado cuánto tiempo las autocracias podían sobrevivir. La mera longevidad de una autocracia puede también acelerar su caída. Los regímenes que se niegan a adaptarse a las nuevas realidades, siempre se enfrentarán a la presión desde dentro de sus propias elites gobernantes. Como señalaba un artículo en The Economist en julio del año pasado, mucho antes de que se pudiera soñar con la actual crisis en los estados árabes, «los sistemas políticos cerrados, las incertidumbres del poder dinástico y la corrupción inherente en regímenes autoritarios, a menudo conducen a la conspiración en la cúspide y a la frustración, que puede convertirse en ira entre el pueblo llano. Eso resulta más probable con medios como internet, teléfonos móviles y la facilidad para viajar que permiten que la gente sea mucho menos fácil de controlar». Eran palabras realmente perspicaces, porque el papel de la comunicación tecnológica entre la gente común ahora ha sido reconocido como un factor crucial en la estimulación de contacto entre los rebeldes y los manifestantes.

Irónicamente, el intercambio de sms probablemente fue primero utilizado para derrocar a un Gobierno democrático en España, cuando los socialistas organizaron una manifestación contra Aznar en vísperas de las elecciones generales. Desde entonces, se ha utilizado en los intentos de derrocar a regímenes autoritarios, como en Irán. Elsms y sus formas aliadas de red social como Facebook fueron utilizados masivamente en Egipto para coordinar las manifestaciones y protestas. La tecnología, por supuesto, no habría tenido éxito si no hubiera existido ya una base sólida para la disidencia popular.

Los líderes autocráticos, entre ellos Gadafi, han trabajado conjuntamente bajo la falsa ilusión de que su supremacía va a durar para siempre y de que se perpetuará a través de los sucesores elegidos. Arropados en sus propios sueños de absolutismo, se olvidaban de que el poder nunca puede ser personal y siempre debe tener en cuenta tanto a las elites como al pueblo. Incluso los autócratas militares no pueden confiar totalmente en el apoyo de los militares. Reflexionando sobre la primordial fragilidad de la autocracia hace que uno piense en las líneas del poema de Shelley, narrando cómo un viajero moderno en Egipto una vez encontró una estatua destrozada en las arenas del desierto:

En el pedestal aparecen estas palabras:

«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
Contemplad mis obras, O poderosos, y desesperad!»
Nada más sobrevive. Alrededor de los destrozos
De esa colosal ruina, sin limite y secas
Las solitarias y rasas arenas se extienden hasta el lejano horizonte.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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