lunes, abril 11, 2011

Con las cosas de comer no se juega

Por Francesc Reguant, economista (EL PERIÓDICO, 05/04/11):

Coincidiendo con la escalada de precios de los alimentos y sus evidentes consecuencias vuelve a reclamarse la regulación de los mercados de futuros sobre productos alimentarios básicos (cereales, soja, etcétera). El propio presidente francés, Nicolas Sarkozy, abanderó esta reivindicación en la última reunión del G-20. De hecho, se trata de un déjà vu, un objetivo que emergió con fuerza en la anterior crisis de precios de los alimentos (2007-2008) para ser olvidado cuando la burbuja especulativa se deshinchó. Sin embargo, ante las proclamas reguladoras, algunas voces han puesto el grito en el cielo defendiendo la lógica del mercado libre.

¿Son los mercados de futuros los culpables de tal desaguisado? Si eso es realmente así, ¿es la regulación de estos mercados la solución o parte de ella? ¿Qué es lo que debe regularse en los mercados de futuros? Vayamos por partes. Los mercados de futuros nacieron en Chicago en 1848 para estabilizar los mercados de cereales y dar seguridad a los agricultores. Esta es la función de un mercado de futuros sobre productos agrarios. Supone la compra de, por ejemplo, trigo al agricultor cuando este todavía no ha cosechado, con el compromiso de entrega a un determinado vencimiento futuro. El agricultor acepta un precio algo más reducido sobre los valores medios esperados, pero tiene la seguridad de obtener ese precio. Por su parte, el comprador obtiene hipotéticamente un mejor precio en relación con los valores medios esperados, aunque asumiendo el riesgo de que en el vencimiento el precio sea distinto del calculado. Se trata de una relación contractual que beneficia a ambas partes: en un extremo de la relación está el agricultor; en el otro, por ejemplo, una fábrica de harina.

Pero el comprador tiene un activo que puede vender a un tercero, y aquí entran la especulación y los especuladores. En este caso, la mercancía trigo es irrelevante. Simplemente, se trata de obtener un beneficio comprando y vendiendo un contrato, un papel con un valor asociado. Así, en este mercado confluyen dos tipos de operadores, los comerciales (agricultor y fábrica de harina) y los financieros. Los intereses de estos dos tipos de operadores son radicalmente distintos. Los primeros buscan la seguridad y desean la estabilidad. Por el contrario, las hipotéticas ganancias de los segundos nacen de la volatilidad de los mercados; dicho en otras palabras, su beneficio posible nace de la inestabilidad.

El especulador está atento a cualquier posible distorsión de las expectativas. Así, por ejemplo, el mercado del trigo se vio afectado en julio del año pasado por la pérdida de la cosecha rusa tras una sequía nunca vista. En pocos días se multiplicaron los contratos de futuros de forma extraordinaria, y el precio futuro del trigo se incrementó un 65% en poco más de un mes. Y con él el precio real también. En el resto del mundo había habido buenas cosechas y los estocs eran superiores a cualquiera de los siete años anteriores. Por tanto, no faltaba trigo. Pero, ante la subida de precios, Rusia cerró las fronteras a la exportación para proteger el abastecimiento interior. A su vez, en todo el mundo se inició una respuesta típica de retención del producto a la espera de nuevas subidas, trasladando así avariciosa e irracionalmente al infinito la evolución de las tendencias presentes. Es decir, había trigo, pero se generó el miedo al desabastecimiento: se había iniciado el círculo vicioso que alimenta una burbuja especulativa. Los contratos de futuros bajaron de volumen, probablemente los primeros compradores ya habían vendido y duplicado la inversión, pero los precios reales siguieron altos, incluso más altos que los futuros, y en un año el trigo se ha incrementado un 83%. Lógicamente, las tendencias no son infinitas y los precios acabarán bajando, probablemente de forma brusca, al irrumpir de golpe en el mercado la mercancía retenida.

La especulación en futuros agrícolas no es distinta de la especulación con cualquier activo financiero, pero con una diferencia relevante: se trata de alimentos. Un lujo que no podemos permitirnos. No tiene ningún sentido que el lucro de unos pocos especuladores ponga en peligro nuestra estabilidad económica y social tensionando algo tan básico como es el alimento.

Hace muchos años que se conoce el papel distorsionador de la participación de fondos especulativos en los mercados de futuros alimentarios, y en los años 30 ya se legisló sobre ello. Pero hecha la ley, hecha la trampa. Los fondos financieros han encontrado mil caminos para burlar las restricciones, ante la pasividad de las autoridades monetarias. Sin embargo, el tema es demasiado importante. Hay que actuar. El objetivo no es otro que impedir el acceso al mercado de futuros a aquellos que no son agentes comerciales del sector.

Se argumenta que los fondos financieros añadidos aportan liquidez, y que sin ellos muchas operaciones no se realizarían. No creo que ese sea el problema. Se trata de que se realicen las operaciones que tienen base económica, solamente esas. Los mercados de futuros no son Las Vegas. Con las cosas de comer no se juega.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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