Por Graciana del Castillo. Era economista 
principal del gabinete del Secretario General de las Naciones Unidas y 
como tal fue responsable de diseñar el acuerdo de “intercambio de armas 
por tierra” del 13 de octubre de 1992. Es la autora de “Rebuilding 
War-Torn States” (Oxford, 2008) y ha publicado mucho sobre El Salvador 
(Project Syndicate, 12/01/12):
El 16 de enero se cumple el 20º aniversario del acuerdo de paz entre 
el gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la 
Liberación Nacional (FMLN). Este acuerdo, que se firmó en el Castillo de
 Chapultepec en la Ciudad de México, puso fin a una guerra civil de 12 
años en la que murieron alrededor de 100.000 personas en un país con una
 población de cerca de cinco millones.
Los aniversarios ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre las 
lecciones del pasado, así como la de diseñar nuevas políticas para el 
futuro. Este momento es particularmente apropiado en vista del triste 
récord en la transición a la paz de países que salen de conflictos: 
desde el final de la Guerra Fría aproximadamente la mitad de ellos han 
vuelto al conflicto en cuestión de unos pocos años, mientras que la 
mayoría de los que pudieron mantener la paz terminaron altamente 
dependientes de la ayuda externa.
El Salvador se destaca como excepción en ambos aspectos. El 
cumplimiento de los acuerdos de paz resultó en un cese al fuego 
perfectamente respetado, a diferencia de países como Angola, 
Timor-Leste, Iraq, Afganistán y otros, que recayeron en conflicto. El 
país también logró mantener la paz evitando la dependencia de la ayuda 
externa.
De hecho, la ayuda externa como porcentaje del ingreso nacional en El
 Salvador alcanzó sólo el 7% en 1992 y cayó rápidamente desde entonces. 
En cambio, en Mozambique, un país que también celebra el 20º aniversario
 de la firma del acuerdo de paz, la ayuda externa superó el 80% del 
ingreso nacional en 1992, representó el 55% diez años después, y es 
todavía superior al 20% en la actualidad. La ayuda externa llegó también
 a niveles extraordinarios en otros países: en Liberia, alcanzó el 178% 
del ingreso nacional, en la República Democrática del Congo el 100%, en 
Ruanda el 95%, y en Afganistán llegó a más del 50%.
La experiencia de El Salvador fue instrumental en señalar los 
peligros de la falta de colaboración entre las Naciones Unidas, que 
apoyó la negociación y la puesta en práctica del acuerdo de paz, y las 
instituciones de Bretton Woods (el Fondo Monetario Internacional y el 
Banco Mundial), que apoyaron el programa de reactivación de la economía.
 Los enfrentamientos entre estas organizaciones pusieron en peligro la 
paz nueve meses después del acuerdo de Chapultepec, cuando el gobierno 
no pudo iniciar el  “intercambio de armas por tierra” que era un 
programa clave del acuerdo.
Por ejemplo, después de que las dos partes del conflicto aceptaran 
una renegociación de este programa – el principal canal para la 
reinserción productiva de los ex combatientes y simpatizantes del FMLN –
 el Banco Mundial rechazó un pedido de la ONU para apoyarlo. El Banco 
argumentó que no podía ignorar el “principio de equidad” que guía las 
actividades normales de desarrollo con el fin de dar preferencia a unos 
pocos, cuando había 300.000 campesinos sin tierra en El Salvador.
En última instancia, esa temprana y dura experiencia convenció al 
FMI, al Banco Mundial, y a otras instituciones sobre la necesidad de 
trabajar más estrechamente en temas de seguridad humana en operaciones 
posteriores en Angola, Guatemala, y los Balcanes. Las instituciones de 
Bretton Woods finalmente llegaron a aceptar que la reconstrucción 
económica no es “desarrollo normal”, y se hicieron más sensibles a las 
necesidades específicas y a la idiosincrasia de los países afectados por
 conflictos. En su Informe sobre el Desarrollo Mundial del 2011,
 el Banco Mundial tardíamente reconoció que “Para romper los ciclos de 
inseguridad y reducir el riesgo de recurrencia de conflictos, las 
autoridades nacionales y sus socios internacionales deberían crear 
instituciones legítimas que puedan ofrecer … una participación en la 
sociedad a grupos que de lo contrario podrían recibir más respeto y 
reconocimiento si se dedicaran a la violencia armada … ”
Esto era precisamente lo que el acuerdo de armas por tierra pretendía
 lograr – y podría haber logrado con mayor éxito si el Banco Mundial 
hubiera otorgado su apoyo en el momento en que la ONU se lo había 
solicitado. A su vez, la ONU se ha vuelto también más consciente de la 
importancia clave de la reactivación de la economía para poder abordar 
adecuadamente las graves consecuencias financieras de la paz y llevar a 
cabo los programas relacionados con ésta.
Lamentablemente, El Salvador no se pudo beneficiar plenamente de 
estos cambios de política. En retrospectiva, la salida temprana de la 
Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador (ONUSAL) en
 1995, antes de la finalización prevista de los programas de paz 
acordados, fue un error. La insuficiencia de recursos de MINUSAL (la 
operación de la ONU que la reemplazó) y, aún más importante, la actitud 
del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD) y del Banco 
Mundial de manejar la situación como si fuera “development as usual”,
 ignorando las secuelas del conflicto, junto con una menor participación
 de donantes importantes, contribuyó al fracaso de la comunidad 
internacional en apoyar a El Salvador para que los programas de 
reinserción fueran sostenibles.
A medida que los ex combatientes abandonaban el programa de tierra y 
otros programas de reinserción debido a esa falta de apoyo, no resultó 
extraño que recurrieran a actividades ilegales o criminales como modo de
 vida. Esto, conjuntamente con la política de la administración Clinton 
de deportar a cientos de pandilleros salvadoreños que se habían asentado
 ilegalmente en los Estados Unidos durante la guerra, dio lugar a un 
fuerte aumento de la delincuencia y de la inseguridad pública, lo cual 
ha sido un gran freno a la inversión.
Además de esto, el costo fiscal de dos grandes terremotos que 
afectaron al país a principios de 2001 (y de otros desastres naturales) 
ha socavado la buena gestión macroeconómica y ha limitado los recursos 
disponibles para el desarrollo y la seguridad.
En otros aspectos el balance es muy positivo. Se mantuvo la paz y se 
evitó en gran medida la dependencia de la ayuda externa. La transición 
política y la alternancia en el poder entre el partido ARENA de derecha y
 el izquierdista FMLN se llevó a cabo sin mayores problemas. El ingreso 
per cápita se ha más que triplicado, y la posición del país en el índice
 de desarrollo humano de la ONU ha mejorado significativamente, con la 
caída de la tasa de pobreza del 66% antes del acuerdo de Chapultepec a 
38% en la actualidad.
La experiencia de El Salvador ofrece sin dudas lecciones claves que 
deben servir de modelo para otras transiciones a la paz. En particular, 
como lo vemos hoy en Iraq, Afganistán y otros lugares, la política 
económica debe, en primer lugar, cumplir con el objetivo de evitar que 
resurja el conflicto.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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