viernes, febrero 22, 2008

España ante el error de Kosovo

Por Pedro Schwartz, de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (ABC, 23/01/08):

La República albanesa de Kosovo está a punto de proclamar su independencia frente a Serbia con el apoyo de Alemania y Estados Unidos, a pesar de que ese cambio de fronteras no parece acorde con el Derecho internacional ni con la práctica establecida de la Unión Europea. La creación de una República independiente albano-kosovar es un precedente para reclamaciones del mismo tipo en las muchas partes de Europa donde hay minorías que, a menudo frívolamente, se consideran discriminadas. El ejemplo de la autodeterminación de los albaneses de Serbia supondrá un precedente peligroso para España, pues animará a los nacionalistas a reclamar con aún más energía el derecho a declarar unilateralmente su independencia. Al menos en el continente europeo, las fronteras estatales se habían proclamado intangibles, cualquiera fuese la razón de las reclamaciones irredentistas, por un principio de elemental prudencia, inspirado en nuestra cruel historia. En mi opinión, casi más importante que el principio de no tocar las fronteras es el de no ceder a la tentación de crear nuevos Estados identificando territorio y grupo étnico: las sociedades resultantes de la unión entre el poder y la «raza» suelen ser lugares de opresión y expansionismo, como nos enseña el triste resultado de la experiencia nacionalista en el País Vasco y Cataluña y, ahora, en Galicia.

La sangrienta disolución de la Federación yugoslava en 1991 ha dejado una secuela de complicados problemas para la Unión Europea. Cierto que Yugoslavia era un país artificial, ensamblado con grupos de varios idiomas y religiones. La UE, sin embargo, debería haberle impuesto una solución confederal como condición de su entrada en el Club. Estallada la guerra civil en 1991, la UE se mostró incapaz de intervenir militarmente con rapidez y tuvieron que ser los EE.UU. en el marco de la OTAN los que malamente pusieran orden a la puerta de nuestra casa. Tan lamentable o más fue la decisión de Alemania y Austria, con el apoyo tácito del Vaticano, de reconocer la independencia de las católicas Eslovenia y Croacia, frente a la mayoritariamente ortodoxa Serbia. Eslovenia se libró de enfrentamientos militares, pero en Croacia sí que corrió la sangre y sí que se hizo limpieza étnica, con métodos tan salvajes como los utilizados en Serbia. Los crímenes contra la humanidad de algunos croatas parecen haberse olvidado mayormente, lo que no ha ocurrido con los de los serbios. Entretanto, Macedonia se había independizado en el extremo sur de la antigua Yugoslavia, sin mucho conflicto. El asedio de Sarajevo por los serbios y las vejaciones sufridas por los musulmanes de Bosnia a manos de católicos y ortodoxos escandalizaron al mundo. El resultado fue la independencia vigilada de Bosnia-Herzegovina. Por fin, la OTAN hubo de intervenir en Serbia, con la campaña de bombardeos que desembocó en el derrocamiento de Milosevic. Ello despejó el camino a la independencia de Montenegro.

Yugoslavia se había disuelto así en seis Estados de pequeño o mínimo tamaño. Contemos de norte a sur: Eslovenia (2 millones de habitantes), Croacia (4 millones y medio), Serbia (9,5 millones, ella misma dividida en 27 grupos étnicos y con 7 idiomas oficiales, si se incluyen Vojvodina y Kosovo), Bosnia-Herzegovina (4 millones), Montenegro (620.000), Macedonia (2 millones). ¿Qué importa que ahora aparezca un séptimo país independiente en forma de República Kosovar con sus dos millones de habitantes?

Ya de por sí, la dispersión de los yugoslavos ha sido la historia de una serie de divorcios no muy bien resueltos. Hay latentes muchas tensiones entre minorías étnicas, de las que es sólo una muestra el conflicto armado entre kosovares y macedonios, como parte de la llamada Guerra de Kosovo, de 1999 a 2001. Ese conflicto lo resolvió Macedonia por su lado con la concesión de una amplia autonomía a la minoría albanesa: es una herida que quizá se reabra con la independencia de Kosovo y su posible unión con Albania. Pero además, la forma en que está desenvolviéndose la actual separación entre Serbia y Kosovo, bajo la amenaza de los ataques de algunos terroristas kosovares «incontrolados» a comunidades serbias, tiene unas ramificaciones políticas que se extienden mucho más allá de los Balcanes.

Primero está el trato discriminatorio de la OTAN y Europa a Serbia en este asunto de Kosovo, como si culparan a todo un pueblo de las crueldades cometidas por personas individuales durante la guerra civil: la atribución de culpabilidades colectivas pertenece al Antiguo Testamento y no casa bien con las costumbres de pueblos ilustrados. En segundo lugar, preocupa la oposición de Rusia en el Consejo de Seguridad al nuevo desmembramiento de la República Serbia, que los rusos consideran hermana. En este caso tienen razón, pues subrayan que Serbia ha ofrecido la más amplia autonomía a su provincia de Kosovo, lo que hace innecesaria la separación de soberanías. Tanto Serbia como Rusia se preocupan de lo que ocurrirá con los habitantes de dos pequeños enclaves de mayoría eslava, caso de obtener los kosovares la independencia y luego unirse a Albania, como algunos pretenden.

Los kosovares, envalentonados por el apoyo del Enviado Especial del Secretario General de la ONU, un finlandés que atiende por el nombre de Ahtisaari, y por la virtual promesa de independencia por parte de EE.UU. y algunos miembros de la Unión Europea, no han mostrado ninguna disposición a llegar a un acuerdo sensato con Serbia. ¿En cuántas más partes ha de dividirse Serbia para satisfacer la ideología de los que quieren que el Estado coincida con la etnia? ¿Cuántas más provincias habrán de cambiar de manos para tranquilizar a los irredentistas croatas, húngaros, ucranianos, rusos? ¿Habrá que atender a las reclamaciones imperiales de los nacionalistas vascos en Navarra y el sur de Francia, o de los catalanes en Valencia y las Baleares, o de los gallegos en Sanabria?

A los federalistas europeos no creo que les preocupe ver que la UE contribuye así a la disolución de los viejos Estados de nuestro Continente: su ideal es el de unos Estados Unidos de Europa, con bandera, himno, capital en Bruselas y muchas, muchas pequeñas provincias. Tardíamente veremos a España negarse a reconocer la independencia de Kosovo, en vista de las repercusiones étnico-políticas que señalo: gesto fútil donde los haya. España no cuenta hoy para nada en la UE. Si Francia se opusiera a la nueva partición de Serbia, los europeos atenderían sin duda a la voz del presidente Sarkozy. Al presidente del Gobierno español, ¿cómo se llama?, ni se le oye ni se le escucha en las cancillerías europeas.

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