viernes, febrero 22, 2008

Los musulmanes autocríticos no están callados

Por Tariq Ramadan es catedrático de Estudios Islámicos e investigador principal en Oxford. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 23/01/08):

En un artículo reciente, Ayaan Hirsi Ali, la ex legisladora holandesa y autora de Infiel, acusó a los llamados musulmanes “moderados” de permanecer callados en vez de condenar los actos cometidos en nombre del islam por determinados individuos y gobiernos.

Sorprendentemente, mi nombre figuraba entre los estudiosos musulmanes “moderados” que no habían condenado lo ocurrido ni en Arabia Saudí (la condena a una víctima de violación a recibir unos latigazos) ni en Sudán (la condena a una maestra por dejar que sus alumnos dieran a un oso de peluche el nombre del Profeta). Mientras tanto, yo he estado pagando el precio de haber criticado constantemente ese tipo de acciones con la prohibición de entrar en Arabia Saudí, Egipto, Siria, Túnez y… (por razones que aún no me han explicado) Estados Unidos.

Empecemos por la cita que hace Ayaan Hirsi Ali del Corán. “A la mujer y el hombre culpables de adulterio o fornicación, azotadles con 100 latigazos: que la compasión no os mueva en su caso, en un asunto ordenado por Alá, si creéis en Alá y en el Día del Juicio” (Corán 24:2).

¿Qué mensaje pretende transmitir exactamente citando un versículo que se refiere al castigo corporal? ¿Que el islam propugna la violencia? ¿Que lo que hacen los musulmanes violentos y los llamados gobiernos islámicos que actúan de manera antidemocrática es, en realidad, llevar a la práctica el mensaje islámico? El mensaje de su texto está claro: el islam es una religión arcaica, el Corán es un texto violento y la única forma de reformar el islam es desislamizar a los musulmanes.

¿No sería posible citar aquí decenas de fragmentos del Bhagavad Gita, la Torá, los Evangelios y las Epístolas que son violentos, sin llegar a la conclusión de que el hinduismo, el judaísmo y el cristianismo son intrínsecamente violentos? ¿Es tan difícil comprender que es cuestión de interpretaciones, y que condenar de esa forma una religión, en su propia esencia, no sólo es injusto sino contraproducente? Porque no contribuye en nada a la dinámica reformista interna.

Al contrario de lo que dice Ayaan Hirsi Ali -que ningún musulmán “moderado”, en especial yo, había levantado la voz para protestar por estos incidentes-, escribí un artículo, durante el caso sudanés (28 de noviembre de 2007), sobre la situación en Pakistán, en Arabia Saudí y en el propio Sudán. En él empezaba rechazando todo tipo de mentalidad de víctima por parte de los musulmanes, porque habría sido fácil afirmar que los medios de comunicación, una vez más, no contaban más que noticias negativas sobre los musulmanes y los países de mayoría islámica. Echar la culpa a esta “campaña permanente contra el islam, su Libro, su Profeta, sus valores y sus prácticas” ya no es suficiente.

Llega un momento, escribí antes de la acusación de Hirsi Ali sobre el silencio de los musulmanes, en el que es preciso examinar fríamente la situación del sistema legal en los países de mayoría islámica y sacar algunas conclusiones obligatorias (y constructivas). ¡Es una vergüenza! En nombre del islam se acusa, encarcela, a veces se apalea y a veces se ejecuta, sin ninguna prueba y, sobre todo, sin posibilidad de que se defiendan debidamente, a mujeres y a personas pobres e inocentes. ¡En Arabia Saudí, una mujer, víctima de una violación, se convierte en acusada, y en Sudán se encarcela a una maestra británica porque sus alumnos han decidido llamar a un oso de peluche Mahoma! Y en Argelia, recientemente en dos atentados suicidas han muerto ciudadanos inocentes. Si todo esto se hace en nombre del islam, ¿dónde vamos a ir a parar?

En los países de mayoría islámica, el sistema judicial, que debería ser neutral y proteger la justicia y los derechos de la gente, se manipula frecuentemente por motivos políticos o por supuestas “preocupaciones religiosas”. El problema es mucho más grave y profundo de lo que nos dejan ver las noticias que se publican en los medios. Esos países necesitan una reforma exhaustiva, una revisión completa. Dejémonos de tonterías. Una violación es una violación. Aunque no se han dado a conocer todas las pruebas, es inaceptable que se empiece por culpar a la mujer. Y usar e instrumentalizar el caso de una inocente maestra británica para mostrar lo mucho que “nos preocupamos por el islam” es una tontería y hay que rechazarlo de plano.

Es como si la maestra se hubiera convertido en un vehículo que permite a un Gobierno demostrar su entrega al islam y a ciertos musulmanes transmitir su furia contra Occidente. En primer lugar, la furia no es buena; en segundo, hay que condenar que se transmita por un medio equivocado e injusto. ¿Acaso no dijo el profeta Mahoma: “Lo que se construye sobre malos cimientos está mal”?

Hay que pedir a estas sociedades de mayoría islámica que sean más coherentes con sus propios valores, respeten la justicia y se nieguen a hacer un mal uso del islam.

Deben proteger la independencia del sistema judicial y a las personas inocentes, sean ricas o pobres, musulmanas o no musulmanas, hombres y mujeres por igual. No podemos permanecer callados cuando leemos sobre estas situaciones inaceptables, tanto en las petromonarquías como en los países islámicos pobres. Estas acciones no se cometen en nombre de una de las interpretaciones aprobadas del islam. Son claramente injustas y, como tales, puramente anti-islámicas.

Al parecer, nadie ha oído mi condena ni las de muchos otros estudiosos musulmanes de todo el mundo. Por desgracia, información globalizada no quiere decir comunicación eficiente. Existe una especie de oído selectivo, tanto en los países occidentales como en los países de mayoría islámica. Se invita a la gente a oír sólo lo que parece confirmar sus prejuicios o encaja con ciertos intereses ideológicos.

Esta polarización es peligrosa porque engendra animadversión. Nuestro mundo necesita voces más valientes, pero también más consecuentes. La razón por la que en los países de mayoría islámica no se presta atención a una voz como la de Ayaan Hirsi Ali no es que ella plantee dudas irrelevantes (algunos de sus argumentos son verdaderamente importantes), sino que sus críticas parecen obsesivas, excesivas y unilaterales. Es como si quisiera agradar a Occidente, y Occidente la recibe con agrado. Pero los musulmanes le hacen oídos sordos.

El futuro es de quienes saben ejercer constantemente la autocrítica en nombre de unos valores universales comunes, y no por una pertenencia ciega a la estructura artificial de la civilización “occidental” o “islámica”, ni por unos intereses ideológicos ocultos.

Hay que denunciar cualquier traición a la fe y los principios con la misma energía: las traiciones de los musulmanes cuando matan a inocentes o condenan a la cárcel (o a morir) a mujeres, y las de las sociedades occidentales democráticas cuando invaden de forma ilegal otro país, emplean la tortura y recurren a las entregas extraordinarias. Sería muy positivo que oyéramos más a menudo esas voces no selectivas ni seleccionadas.

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