sábado, febrero 09, 2008

Tonos de la identidad europea

Por Tahar Ben Jelloun, escritor. Premio Goncourt 1987. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA. 31/12/07):

Steven Patrick Morrissey, de ascendencia irlandesa y ex cantante del grupo The Smiths, está muy disgustado. En realidad se halla tan irritado que ha manifestado que difícilmente consideraría plausible la idea de volver a vivir en Inglaterra. Los cantantes suelen ser dueños de un ego importante. El éxito se les sube a la cabeza, cosa que les permite decir y hacer lo que sea. Sin embargo, en este caso no se ha tratado del fallo de un técnico o una crítica negativa en un medio de comunicación. No, en este caso Morrissey muestra su enfado porque la identidad británica se ve amenazada de desaparición. Acaba de declarar a la revista inglesa New Musical Express (NME) que “Inglaterra está inundada de extranjeros. Se ha convertido en un país que menosprecia y amarga la vida a la gente (…). Cuanto más aumenta la afluencia de extranjeros a Inglaterra, más se desvanece la identidad británica”. Inquietante, ¿no?

En un reportaje emitido por la televisión francesa, una mujer, burguesa, con abrigo de visón, ha exteriorizado su irritación contra la actual ministra de Justicia francesa, Rachida Dati: “¡Que se vaya! ¡No tiene más que volver a su país!”. Cabe recordar que Dati es francesa, hija de inmigrados - de padre marroquí, albañil, y madre argelina-. Pero para algunas personas sigue siendo una inmigrada, una extranjera.

Un partidario de la extrema derecha francesa ha dicho que con todos esos jugadores negros, la selección nacional no es francesa. Y así podríamos seguir citando las reacciones a menudo epidérmicas ante las transformaciones palpables y evidentes del paisaje humano europeo, que constituyen un hecho innegable.

La naturaleza y aspecto de Gran Bretaña, Francia - Italia y España se hallan en camino- están cambiando. La civilización judeocristiana de piel blanca ha abierto sus puertas. Ya no se compone exclusivamente de europeos de varias generaciones.

Este hecho plantea el problema de la identidad. ¿Cómo definirla? ¿Qué significa ser europeo hoy? La afluencia creciente de inmigrados de países no europeos como los de África y en concreto el Magreb o los de Asia transforma y trastorna la vida diaria de los ciudadanos europeos que convivían tranquilamente entre sí. Pero esta Europa rica y blanca, que goza de buena salud económica, necesita mano de obra para que sus fábricas y talleres funcionen y ha tenido que recurrir a millones de extranjeros para que su economía funcionara y pudiera mantener el tren de vida anterior. Sucede, únicamente, que tales extranjeros son hombres y mujeres que tienen hijos, hijos nacidos en suelo europeo, poseedores de un documento de identidad europeo y nombre extranjero. Van al colegio, crecen, estudian e incluso llegan a abrirse camino y prosperar. Alguno como mi amigo Fouad Allam es diputado parlamentario italiano. Otros - tan escasos…- han accedido ¡a la responsabilidad ministerial, como Fadila Laanan, de origen marroquí, nombrada ministra de la Cultura y el Audiovisual en la Bélgica francófona, o Rachida Dati, ministra de Justicia en Francia, aunque no ministra de la inmigración o de cualquier ámbito susceptible de recordar sus orígenes! El rasgo de genio de Nicolas Sarkozy consiste en haber sorprendido a todos haciendo lo que la izquierda nunca se ha atrevido a hacer: confiar un ministerio importante a una mujer joven hija de padres magrebíes. Rachida Dati tiene en su haber una trayectoria de luchadora. Se ha formado y esforzado por encontrar su sitio, pero el factor que más la ha ayudado ha sido su determinación para salir adelante.

En 1994 escribí una pequeña novela, Nadia (Les raisins de la galère en francés), que relata la historia de la hija de unos inmigrantes argelinos deseosa de asumir su nacionalidad e identidad francesa. Lucha y se opone a todos los prejuicios para mostrar que cuando se posee la voluntad de triunfar, se puede triunfar. Hablo de esta novela porque un allegado de Rachida Dati me lo ha recordado. Indudablemente, la literatura proporciona esas dotes visionarias, pero confieso que no me hacía falta ser brujo o mago para adivinar que un día una hija de inmigrados se convertiría en ministra. Hay que afirmar que en Francia se trata de un caso raro y especial, y con frecuencia el hecho de nombrar personas de origen extranjero para ejercer cargos políticos se ha considerado una coartada, un símbolo. Porque la identidad francesa es tan valiosa y preciada como la inglesa. No pertenece a ella el primer llegado.

Los disturbios de las barriadas francesas en octubre del 2005 y noviembre del 2007 han sido expresión-manifestación de un sentimiento de cólera porque Francia no admite a esos cientos de miles de jóvenes nacidos en su suelo de padres inmigrados. “Es un problema de identidad”, dijo Jacques Chirac. Él comprendió las raíces del malestar, pero ¿por qué no hizo nada durante sus doce años de presidencia? ¿Por qué ni él ni su predecesor - por añadidura socialista-, François Mitterrand? A esta identidad de piel morena, a veces negra, le resulta difícil abrirse paso en las mentalidades occidentales.

Pero entonces, ¿en qué consiste la identidad europea? ¿De qué se compone? ¿A qué se parece?

A los escritores no les gusta esta noción de identidad. Quienes mejor lo han expresado son dos gigantes de la literatura del siglo XX: Fernando Pessoa y Jorge Luis Borges. Para demostrar que un escritor carece de identidad - como no sea la de la literatura y la imaginación- han multiplicado el yo y han firmado textos con distintos seudónimos (en especial Pessoa).

Suelen pedirme que responda a la pregunta: “¿Es usted un escritor marroquí o francés?”. ¡Eso compete a la policía! A la gente le gusta situarle a uno.

La noción de identidad implica una relación con otra persona. Un psicoanalista me dijo el otro día que un bebé construye la angustia a partir de lo extraño; es decir, rechaza el olor de otra persona pues sólo tolera el olor de la leche materna. La relación con lo no familiar se construye a partir del octavo mes. Ello significa que la noción de identidad se forma muy pronto y sólo tiene sentido en un contexto donde viven otras personas. Basta enseñar a los niños que su identidad no está petrificada, que su color no es definitivo y que puede adoptar otros rostros y aspectos. No sé si se enseña a los alumnos de las escuelas europeas que la identidad europea se halla en movimiento. La prueba está en las propias escuelas. Es una constatación objetiva que nos libera de cualquier posible angustia: la Europa del mañana se parece a un aula escolar europea en la medida en que los hijos de inmigrados son admitidos por el mismo concepto que los hijos de europeos de pura cepa. En cuanto esta realidad adopte un carácter convencional, cabe esperar no tener problemas más adelante. En el caso de los responsables políticos, es una cuestión de ética. Es menester admitir la realidad y su evolución. La identidad europea avanza y cambia con el movimiento de la historia. Me gusta la definición de ética del filósofo francés de origen lituano Emmanuel Lévinas. Para él, la ética comienza con el olvido de sí; entrar en el orden ético es situar al otro en primer plano, abrigar solicitud por el otro.

Cuando el cantante Morrissey habla del final de la identidad británica, renuncia a la ética, antepone una visión egocéntrica de Europa. Resulta desafortunado, porque el paisaje humano que cambia no depende de nuestros deseos o nuestra simple voluntad. La vida está hecha de movimiento y cambio. Sólo la muerte es definitiva. Petrifica y suspende todo. Los que han querido petrificar la identidad son totalitarismos como el fascismo o actualmente el integrismo religioso. La identidad con que soñaba Hitler era una identidad histerizada, pura, a sabiendas de que la pureza no existe. El racismo es precisamente una identidad replegada sobre sí misma. El racismo es una identidad presa de esta noción de pureza que no admite mezcla. Eso es algo imposible. Pertenece al orden de la patología y la muerte.

La identidad europea, afortunadamente, existe. Justo es reconocerlo y alegrarse de ello. Hay que aprender a descubrir las ventajas de estas mezclas: lo que aportan, lo que mejoran. Convivir no es fácil. Hay que aprender a vivir con los demás y aceptar que no estamos solos ni lo estaremos nunca. Para ello es menester que sean respetadas las normas y leyes que fundamentan la sociedad. Hace falta una labor pedagógica suplementaria para construir la identidad europea en movimiento, que nunca quedará petrificada como una estatua en un parque donde van a morir los desesperados de la existencia.

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