jueves, enero 01, 2009

Afganistán, ¿hasta cuándo?

Por Jesús López-Medel, abogado del Estado (EL PERIÓDICO, 31/12/08):

Una buena amante del cine como Carme Chacón, ministra de Defensa, recomendaría dos excelentes películas de este año 2008 y que tienen por centro Afganistán. Son Cometas en el cielo (de gran hondura humana y estupendo guión) y La guerra de Charlie Wilson (con calado político y unos espléndidos Tom Hanks y Julia Roberts).

Este lugar del planeta sigue siendo epicentro de una tragedia que revela el fracaso de las respuestas militares al abordar desde el exterior unas soluciones que chocan con unos parámetros muy diferentes a los occidentales.

Afganistán formó parte del Imperio británico hasta que se independizó, en 1919. A partir de entonces, se sucedieron los asesinatos de gobernantes, los avatares internos y los vaivenes en sus alianzas. En los años 50, Afganistán abandonó su neutralidad y se entregó a los dirigentes soviéticos de la época (Jruschov). Con gran inestabilidad y tras una incipiente apertura interna, el caos se convirtió, ya entonces, en la característica de Kabul y de todo un país singularizado por una agreste orografía montañosa.

LA PUJANZA de los rebeldes y la ineficacia del Gobierno comunista para controlar la situación motivaron la petición de apoyo a la URSS. El 24 de diciembre de 1979, la Unión Soviética invadió militarmente un país que se estaba despedazando a sí mismo. Eran tiempos de guerra fría con los norteamericanos, y el mismo año en que acontecieron dos hechos históricos revelantes: la revolución iraní y la guerra Irak-Irán.

La insurrección de grupos fundamentalistas diversos hizo que el Kremlin enviara a sus tropas, que tomaron militarmente el país. Eso supuso que, al año siguiente, más de 60 países, entre ellos EEUU, boicotearan los Juegos Olímpicos de Moscú. Del rechazo verbal a la ocupación soviética se pasó al apoyo a las fuerzas opositoras, cuyo fundamentalismo no era inconveniente, entonces, para Washington. Con apoyo de material militar obsoleto, primero, pero con gran despliegue de poderosos misiles y morteros, después –suministrados a través de Pakistán–, los EEUU de la época Reagan se involucraron activamente en una guerra lejana. Alimentaban, así, a las fuerzas islamistas más radicales. Se estaba escribiendo el futuro.
Nueve años después, en enero de 1989, una URSS muy debilitada internamente, con la apertura de la perestroika de Gorbachov y la caída del comunismo en países satélites, procedió al repliegue y retirada de sus tropas de Afganistán. Sería una humillación que dejaría atrás a 13.000 soldados soviéticos fallecidos en una guerra, como todas, inútil. Ello sería celebrado por los grupos insurgentes. Estos, conocidos como talibanes (de la palabra talib, estudiante) y seguidores de una visión radical del Corán, procederían a imponer su dura ley represora.

Años después, los talibanes volverían a ser centro de la actualidad. El brutal ataque del 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York, reivindicado por Osama bin Laden, haría que se reclamase a Afganistán la entrega de este terrorista, que se movía, con apoyo talibán, entre los múltiples recovecos de las montañas de ese país. La negativa afgana provocó en EEUU una sed de justicia, mezclada con venganza, que le llevó a invadir el país asiático en la denominada operación Libertad Duradera, con el apoyo político y bélico de todo el mundo occidental. Incluso Rusia respaldó (no militarmente) la acción, y los estados de Asia Central facilitaron sus bases y espacio aéreo.

Pero Bin Laden no fue encontrado y mantuvo desafiantes a sus diversas células. La impotencia norteamericana, unida a burdos intereses, desplazó el centro de su actuación a Irak, donde, basándose en falsedades, se perpetró una de las más graves violaciones del derecho internacional en nombre de la democracia. La invasión, la guerra y la posguerra allí son de los mayores disparates cometidos por países autocalificados como civilizados.

SIENDO CASI unánime esta valoración e iniciada la retirada de tropas de suelo iraquí, queda Afganistán. Allí siguen contingentes diversos, cuya única opción es solo sobrevivir y autodefenderse. No podrán derrotar a unas guerrillas que, con amplio apoyo, campan por esos territorios llenos de trampas y opio. Los señores de la guerra proliferan y los ejércitos de diversos países no han podido llevar allí ni la paz ni la cultura democrática. El régimen talibán fue derrocado, pero la gran fragilidad de un Gobierno sustentado solo por fuerzas invasoras no augura estabilidad. En este 2008, los ataques de los grupos armados han aumentado un 50% sobre el año anterior. Es la cifra más alta desde la invasión, y son más de mil los civiles muertos. Desgraciadamente, la paz está más lejos en Afganistán. La violencia ha empeorado y es extrema: se ha incrementado un 543% en los últimos cinco años.

Mientras, muchos gobiernos siguen, por sus alianzas con EEUU, llevando tropas al país. Tal vez EEUU desplace allí el doble de contingentes tras la inminente marcha de Irak, para intentar evitar un segundo fracaso. 86 soldados españoles han muerto en esa guerra. Las consignas oficiales de que es- tán allí para defendernos a todos no son sólidas. Los atentados terroristas se suceden en todo el planeta, mientras los países occidentales gastan en Afganistán unas energías inútiles. ¿Hasta cuándo?

Fuente: Bitácora AlmendrónTribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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