Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 09/01/09:
Cuando dos pueblos o comunidades se disputan la misma tierra con violencia, la salida más socorrida es la partición, como decretó la ONU en 1947 con respecto de la Palestina del mandato británico, el territorio entre el Jordán y el Mediterráneo. Tras 60 años de guerras y hostilidad, de ocupación militar e intifadas, la coexistencia se ha enconado, de manera que israelís y palestinos cultivan el odio recíproco, separados por mil murallas físicas y morales, y se combaten con ferocidad, pese a estar condenados a vivir como vecinos salvo una catástrofe inimaginable.Los palestinos están humillados y ocupados, desgarrados entre laicos e integristas, y parcialmente gobernados por una organización terrorista (Hamás) que entre sus fines incluye la destrucción de Israel. Su situación no se ha alterado sustancialmente desde 1967, cuando comenzó la ocupación, pero el Israel presuntamente invencible choca con unos cambios tecnológicos, políticos y demográficos que ponen en tela de juicio su ventaja estratégica, lo que explica que la arrogancia militar se combine con las urgencias electorales para impulsar la revisión de un statu quo juzgado insoportable.
ALGUNOS israelís clarividentes, como el escritor Amos Oz, admiten que la ocupación es un cáncer que afecta a la moral ciudadana y perturba las decisiones político-militares, pero ahora están desconcertados por una mudanza estratégica que les aproxima a la paranoia. Israel se siente amenazado, titula el historiador Benny Morris un esclarecedor artículo en The New York Times, en el que asegura que muchos judíos “están atenazados por los muros y la historia como en junio de 1967″. La metáfora resulta sarcástica si se tiene en cuenta que son los palestinos los que están encerrados, pero los temores justificados y los prejuicios judíos forman parte del paisaje y de cualquier solución.
Los motivos para que proliferen esos sentimientos son muy complejos y numerosos. Desde 1982, tras la primera guerra del Líbano, todas las exhibiciones militares de Israel acabaron con una retirada, quizá porque no había más territorios que conquistar. La inmigración rusa de los años 80 está agotada y la diáspora no se siente atraída por un territorio convulso, así que la bomba demográfica suscita cálculos apocalípticos. En menos de un decenio, los palestinos de Israel, Cisjordania y Gaza serán más numerosos que los judíos. Y no hay solución militar para ese futuro.El Ejército hebreo, el más poderoso de la región, aniquiló a todos sus oponentes árabes, pero halla graves obstáculos para combatir a una guerrilla en el dédalo urbano y que utiliza como escudo a la población civil, como ocurrió en la guerra del Líbano contra Hizbulá (julio del 2006). Además de la enemiga árabe, Irán pretende dotarse del arma nuclear y presta ayuda a los fedayín que lanzan sus cohetes desde las fronteras de Israel. Y el cambio de ciclo político en Washington, tras muchos años de apoyo incondicional norteamericano, crea una sospecha de incertidumbre, hasta el punto de que la operación de Gaza parece también una advertencia a Barack Obama, pese a que este no se apartó un milímetro de la ortodoxia proisraelí.
Un factor de creciente influencia es el terrorismo islámico. En Oriente Próximo, los islamistas ganan las elecciones, están radicalizados y en alza, luego de haber hecho del atentado suicida un arma abominable. Pero, aunque no faltan los defensores acérrimos de las operaciones de Israel, un bastión occidental en la región, la actitud de los europeos evoluciona en su contra. En 1948, la izquierda apoyó con entusiasmo el nacimiento del Estado de Israel y en 1967 respaldó sin fisuras su guerra preventiva contra Egipto y sus aliados, pero hoy, entre brotes de antisemitismo ominoso, fustiga la desmesura de las operaciones en Gaza y desfila bajo pancartas que establecen un paralelismo repugnante con el Tercer Reich y el Holocausto, pese a la novedad de que muchos árabes censuran el fanatismo de Hamás.
En Israel resulta difícil de tragar que, acogotada por el terrorismo islámico, la Europa donde se produjo el exterminio de los judíos, aquejada de estrabismo moral, esté más inquieta por las tribulaciones de la población ocupada que por los riesgos ciertos y las sombrías perspectivas geoestratégicas del ocupante. No obstante, lo que no pueden esquivar los judíos es su gran responsabilidad en las ocasiones perdidas para hacer la paz e integrarse en el medio, cuyo requisito ineludible es acabar con la colonización a la que se aferran. Ahora, la urgencia del armisticio pasa por el fin simultáneo del lanzamiento de cohetes y del bloqueo.
TRAS EL INFIERNO de Gaza, hay que abandonar toda esperanza de una solución mágica y no hay que confundir una tregua con el fin del conflicto, ni la retórica de los planes de paz con la dura realidad. El Ejército hebreo, tras la amarga lección del Líbano, preparó minuciosamente la operación para administrar un férreo castigo a Hamás y recuperar su terrible capacidad de disuasión, pero no puede improvisar los objetivos que debe fijar la clase política, ni ponderar la zozobra popular ni contrarrestar los frenos derivados del sufrimiento de los civiles y la presión diplomática. Desde el asesinato del general Rabin (1995), ningún dirigente israelí ha sabido encontrar la salida del laberinto.
Cuando dos pueblos o comunidades se disputan la misma tierra con violencia, la salida más socorrida es la partición, como decretó la ONU en 1947 con respecto de la Palestina del mandato británico, el territorio entre el Jordán y el Mediterráneo. Tras 60 años de guerras y hostilidad, de ocupación militar e intifadas, la coexistencia se ha enconado, de manera que israelís y palestinos cultivan el odio recíproco, separados por mil murallas físicas y morales, y se combaten con ferocidad, pese a estar condenados a vivir como vecinos salvo una catástrofe inimaginable.Los palestinos están humillados y ocupados, desgarrados entre laicos e integristas, y parcialmente gobernados por una organización terrorista (Hamás) que entre sus fines incluye la destrucción de Israel. Su situación no se ha alterado sustancialmente desde 1967, cuando comenzó la ocupación, pero el Israel presuntamente invencible choca con unos cambios tecnológicos, políticos y demográficos que ponen en tela de juicio su ventaja estratégica, lo que explica que la arrogancia militar se combine con las urgencias electorales para impulsar la revisión de un statu quo juzgado insoportable.
ALGUNOS israelís clarividentes, como el escritor Amos Oz, admiten que la ocupación es un cáncer que afecta a la moral ciudadana y perturba las decisiones político-militares, pero ahora están desconcertados por una mudanza estratégica que les aproxima a la paranoia. Israel se siente amenazado, titula el historiador Benny Morris un esclarecedor artículo en The New York Times, en el que asegura que muchos judíos “están atenazados por los muros y la historia como en junio de 1967″. La metáfora resulta sarcástica si se tiene en cuenta que son los palestinos los que están encerrados, pero los temores justificados y los prejuicios judíos forman parte del paisaje y de cualquier solución.
Los motivos para que proliferen esos sentimientos son muy complejos y numerosos. Desde 1982, tras la primera guerra del Líbano, todas las exhibiciones militares de Israel acabaron con una retirada, quizá porque no había más territorios que conquistar. La inmigración rusa de los años 80 está agotada y la diáspora no se siente atraída por un territorio convulso, así que la bomba demográfica suscita cálculos apocalípticos. En menos de un decenio, los palestinos de Israel, Cisjordania y Gaza serán más numerosos que los judíos. Y no hay solución militar para ese futuro.El Ejército hebreo, el más poderoso de la región, aniquiló a todos sus oponentes árabes, pero halla graves obstáculos para combatir a una guerrilla en el dédalo urbano y que utiliza como escudo a la población civil, como ocurrió en la guerra del Líbano contra Hizbulá (julio del 2006). Además de la enemiga árabe, Irán pretende dotarse del arma nuclear y presta ayuda a los fedayín que lanzan sus cohetes desde las fronteras de Israel. Y el cambio de ciclo político en Washington, tras muchos años de apoyo incondicional norteamericano, crea una sospecha de incertidumbre, hasta el punto de que la operación de Gaza parece también una advertencia a Barack Obama, pese a que este no se apartó un milímetro de la ortodoxia proisraelí.
Un factor de creciente influencia es el terrorismo islámico. En Oriente Próximo, los islamistas ganan las elecciones, están radicalizados y en alza, luego de haber hecho del atentado suicida un arma abominable. Pero, aunque no faltan los defensores acérrimos de las operaciones de Israel, un bastión occidental en la región, la actitud de los europeos evoluciona en su contra. En 1948, la izquierda apoyó con entusiasmo el nacimiento del Estado de Israel y en 1967 respaldó sin fisuras su guerra preventiva contra Egipto y sus aliados, pero hoy, entre brotes de antisemitismo ominoso, fustiga la desmesura de las operaciones en Gaza y desfila bajo pancartas que establecen un paralelismo repugnante con el Tercer Reich y el Holocausto, pese a la novedad de que muchos árabes censuran el fanatismo de Hamás.
En Israel resulta difícil de tragar que, acogotada por el terrorismo islámico, la Europa donde se produjo el exterminio de los judíos, aquejada de estrabismo moral, esté más inquieta por las tribulaciones de la población ocupada que por los riesgos ciertos y las sombrías perspectivas geoestratégicas del ocupante. No obstante, lo que no pueden esquivar los judíos es su gran responsabilidad en las ocasiones perdidas para hacer la paz e integrarse en el medio, cuyo requisito ineludible es acabar con la colonización a la que se aferran. Ahora, la urgencia del armisticio pasa por el fin simultáneo del lanzamiento de cohetes y del bloqueo.
TRAS EL INFIERNO de Gaza, hay que abandonar toda esperanza de una solución mágica y no hay que confundir una tregua con el fin del conflicto, ni la retórica de los planes de paz con la dura realidad. El Ejército hebreo, tras la amarga lección del Líbano, preparó minuciosamente la operación para administrar un férreo castigo a Hamás y recuperar su terrible capacidad de disuasión, pero no puede improvisar los objetivos que debe fijar la clase política, ni ponderar la zozobra popular ni contrarrestar los frenos derivados del sufrimiento de los civiles y la presión diplomática. Desde el asesinato del general Rabin (1995), ningún dirigente israelí ha sabido encontrar la salida del laberinto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario