domingo, febrero 22, 2009

La crisis y la Universidad

Por Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de la Junta de Extremadura (EL PAÍS, 21/02/09):

Hemos oído en los últimos tiempos todo tipo de pronósticos, diagnósticos y fechas sobre la crisis que padecemos. No parece que podamos hacernos una idea cabal de lo que ocurre y de lo que ocurrirá, porque los organismos internacionales no se ponen de acuerdo en las previsiones. En España, las previsiones de Solbes son corregidas por el comisario Almunia, que, a su vez, se ve corregido por el Fondo Monetario Internacional, y así, sucesivamente. A quien aún no hemos escuchado pronunciarse ha sido a la Universidad. No es necesario que la institución universitaria entre en la carrera que, al parecer, se ha desatado en el mundo para ver quién lo pone peor; a lo que aspiramos algunos, que aún creemos en nuestras universidades, es a que nos alumbre y nos diga si tiene fórmulas que vayan más allá de la coyuntura y si está pensando en la nueva sociedad y en la formación de sus alumnos para la era digital.

Para mí, la crisis actual no consiste más que en la incapacidad de saber enfrentarse a la nueva economía y a los retos de la nueva sociedad virtual y global. Observemos las medidas que los distintos Gobiernos del mundo y de España están adoptando para hacer frente a la crisis en la que vivimos. Inyectando dinero a los bancos, a las constructoras, a los fabricantes de automóviles o a los editores de prensa no se va a sacar de esta crisis. Las medidas que se están tomando a nivel regional, nacional, europeo y mundial son medidas que podían haberse tomado, de igual forma, hace 25 años. No encuentro ninguna medida de las que se están tomando hoy que no hubieran servido para la crisis de 1973 o la de los ochenta. Y no es posible creer que las medidas que se podían haber tomado hace un cuarto de siglo sean la receta más eficaz para solucionar la crisis de una sociedad de hoy que se parece bien poco a la de los años 70 y 80.

Si resucitáramos a un profesor del siglo XIX y lo lleváramos a cualquier escuela o instituto convencional, ese maestro entraría en el aula y diría: “Esto es una clase, puedo empezar a impartir como lo hice siempre, porque hay alumnos sentados en fila en sus pupitres, un encerado y tizas, y un libro de texto sobre mi mesa elevada en la tarima”. El error está en no entender que el alumno al que se enfrentaría ese profesor no es el alumno del siglo XIX y ni siquiera del siglo XX. Ese profesor del siglo XIX no esperaría de sus alumnos la siguiente pregunta:

-¿Por qué se cree usted que sabe más que Google? ¡Todo lo que nos ha ido contando lo encuentro en cualquier buscador, que además dice más cosas de las que usted ha dicho!

Esa nueva realidad está generando una nueva forma de entender, de comprender, de aprender, de enfrentarse al mundo, por parte de nuestros alumnos, que es necesario que los educadores, a todos los niveles, descubramos y explotemos. Desgraciadamente, cada vez que defiendo esta tesis, muchos se fijan en el cacharro, en el ordenador, al estilo de lo que ocurría cuando se inventó la televisión: mucha gente sólo veía el aparato que tenía en su comedor, sin darse cuenta de que lo importante no era el aparato, el cacharro, sino lo que esa nueva tecnología significaba para el cambio cultural y de mentalidad de la gente de entonces.

Cuando hablo de ordenador en cada pupitre, no estoy hablando del aparato sino del significado que esa tecnología nueva está suponiendo en la forma de actuar de nuestros alumnos. Por eso, no llego a comprender por qué ante la aparición de la nueva tecnología, en este caso la tecnología digital y virtual, cuando se habla de esa nueva revolución, la gente se queda pensando y mirando al ordenador, que no deja de ser un cacharro más, sin necesidad de que se esté todo el día analizando su conveniencia o no.

El otro día leí la opinión de un profesor de Universidad respecto al nivel de preparación que traen los alumnos que llegan a la Universidad. A su entender, los alumnos vienen peor preparados que antes. Mis preguntas son: ¿peor preparados para qué? ¿Peor preparados en conocimientos o en actitudes? La selectividad que sufren nuestros alumnos se basa en evaluar sus conocimientos, pero no la actitud y la motivación que les mueve a hacer lo que hacen y a estudiar lo que estudian.

Los niños de tres o cuatro años tienen unas iniciativas extraordinarias en sus cabezas. Si preguntas a una niña o a un niño “¿qué vas a ser de mayor?” siempre te sorprenderá:

-Astronauta, futbolista, cantante, papa, rey…

El sistema educativo europeo y especialmente el español forman demandantes de empleo de alta cualificación. Por eso, cuando crezcan y abandonen el sistema educativo, la mayoría de los niños que soñaban con ser astronauta, papa, rey, futbolista, cantante, inventor… sólo querrán encontrar a alguien que los emplee en aquello de lo que ellos creen que saben. ¿Qué ha pasado en el camino? ¿Qué ha pasado para que quien quería ser astronauta haya acabado aspirando a ser trabajador por cuenta ajena?

Por culpa de ese modelo educativo, la inmensa mayoría de los universitarios termina sus estudios con una actitud incomprensible desde el punto de vista de la nueva sociedad. No se puede salir de la Universidad exigiendo:

-Ya me he licenciado, ¿cómo me va a resolver la sociedad el problema de mi vida? Como tengo un papel que me ha dado una Universidad que me habilita como profesional, yo exijo que me den un trabajo en esa área.

Lo lógico sería que el universitario no salga al mundo laboral como salía su abuelo que, sin haber pasado por ninguna Universidad, decía:

-Aquí están mis brazos, ¿quién me contrata?

El universitario no puede limitarse a cambiar fuerza de trabajo manual por capacidad intelectual y preguntar:

-Aquí está mi cerebro, ¿quién me contrata?

Lo que se espera de la Universidad es que la persona preparada académicamente no pida, sino que ofrezca. Que ofrezca su capacidad de contribuir a una economía más competitiva y productiva, que añada valor y genere empleo.

Nuestros colegios y universidades no forman para la iniciativa, no fomentan una cultura del riesgo razonable, no crean futuros actores de la nueva economía y de la sociedad, sino futuros asalariados en un mercado que acapara para los grandes grupos económicos la capacidad de innovar. Sin la capacidad de innovar de nuestras universidades no se aventura solución verdadera a la crisis. Lo tienen más fácil los países nórdicos que han sabido adaptar su sistema educativo a los retos de la nueva sociedad.

El conocimiento que concede una titulación no es garantía de innovación, que es lo que se necesita en la nueva sociedad. El conocimiento es estándar, se da por supuesto. La primera condición para innovar es la actitud, la motivación, la pasión. Y difícilmente se puede tener una actitud innovadora, motivada, apasionada por algo que te interesa si la primera opción que estudias no es la que querías, sino la que te interesaba profesionalmente.

Sería obligatorio que el sistema educativo encontrara el procedimiento para descubrir la actitud, la motivación, la pasión de sus alumnos. Y sería necesario que a la Universidad llegaran aquellos que están deseando desarrollar científicamente la actitud, la pasión, la motivación que le descubrieron y potenciaron en la escuela.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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