sábado, febrero 28, 2009

El futuro de la izquierda

Por Michel Wieviorka, profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París

En enero Barack Obama se convirtió oficialmente en presidente de Estados Unidos y, con él, la izquierda norteamericana volvía a la primera línea. Un mes más tarde , por el contrario, tenía lugar la debacle del Partido Laborista en Israel y otra severa derrota electoral para el Partido Demócrata italiano en Cerdeña. Y los socialistas españoles se preparan para obtener un prometedor resultado en el País Vasco. ¿Por qué se produjo el triunfo de unos y la derrota de otros? ¿El presente de la izquierda es confuso o incierto?

Para abordar estas preguntas hay que partir de los grandes problemas que afectan a la izquierda de manera específica y no solo al conjunto de partidos políticos. Las dificultades son de un triple orden. En primer lugar, la izquierda ha perdido uno de sus grandes referentes con la cuasi desaparición del comunismo, que sólo subsiste en algunos países bajo la forma de regímenes autoritarios o dictatoriales, o bajo la de fundamentalismos o izquierdismos -lo que Lenin en su momento llamó la enfermedad infantil del comunismo y que se ha convertido en su enfermedad senil-. La izquierda se afana cada vez más por hacerse socialdemócrata; haría falta un poderoso movimiento obrero sobre el que podría apoyarse el partido político, aunque el sindicalismo está cada vez menos a la altura de tal apuesta.

La izquierda se enfrenta a problemas sociales que no siempre está preparada para abordar. Sabe pedir subidas de rentas, se moviliza para denunciar la explotación de los trabajadores, se siente más incómoda para afrontar la exclusión social, el paro, la crisis urbana, y aún menos si se trata de responder a las demandas de la población en materia de seguridad -un tema que la derecha sabe tratar mucho mejor-. Cada vez más cuestionada en materia cultural, se encuentra con el paso cambiado, a menudo dividida, cuando se trata de demandas vinculadas a la religión, a la afirmación de identidades particulares, a reivindicaciones históricas o al incremento del individualismo, que lesiona sus conceptos de acción política, muy centrados en la idea de acción colectiva.

La actual crisis podría dar la razón a la izquierda, al menos en cuanto a que ha criticado las derivas del capitalismo financiero y la globalización. La crisis coloca a la izquierda en una posición más difícil de lo que pudiera pensarse, por tres razones. Por una parte los poderes como las oposiciones de derechas abandonan las ideologías neoliberales y adoptan discursos, si no políticas, inspirados en registros de la izquierda. Así, ya no discuten el regreso del Estado, las políticas de relanzamiento, a Keynes, o incluso la nacionalización de bancos. Desde ese momento la izquierda o bien aparece como poco diferente de la derecha o intenta radicalizarse con actitudes que la alejan de todo realismo de gestión.

Por otra parte la izquierda, en los años ochenta y noventa, no siempre ha evidenciado un espíritu de resistencia frente al neoliberalismo y cuanto más modernizadora ha pretendido ser, más ha querido participar en la globalización antes que oponerse a ella y más se ha apartado de sus principios fundamentales y se ha colocado en posiciones delicadas.

Y en tercer lugar, la izquierda se halla presionada por dos tipos de lógicas, unas centradas sobre el empleo, las rentas, el nivel de vida, el acceso de todos al consumo, y otras en el medio ambiente, el desarrollo sostenible, la ecología y diversos valores que renuevan completamente su repertorio. Más allá de urgencias vinculadas a la actual crisis, con el aumento del paro, la izquierda necesita romper con sus modos de pensamiento que hacen que producir y consumir más sea la marca del progreso. Hace del crecimiento la llave del éxito económico y la fuente de la creación de empleo. Los que se llaman ecologistas políticos piensan a menudo que se puede vivir mejor produciendo y consumiendo menos. Ven el futuro en la perspectiva de una ruptura con la actual era en la que la izquierda, en lo más tradicional, apenas rompe con los valores de la era industrial. De ahí una oposición entre lógicas ancladas en un repertorio clásico y otras que fuerzan a distanciarse.

La izquierda oscila entre varias orientaciones posibles. Puede apuntar hacia categorías heredadas del pasado, incluso del más arcaico, porque dispone de petróleo (la Venezuela de Chaves) o porque el carisma de su líder no se ha apagado totalmente (la Cuba de Castro); puede intentar navegar al pairo, sin cortar por lo sano, sin innovar, sin encerrarse en los modos de pensamiento más tradicionales, lo que puede valerle algunos triunfos ligados al pragmatismo de sus dirigentes, para finalmente debilitarla, como se puede ver hoy en Italia. Puede articular una dimensión novedosa respecto a otras, muy tradicionales, como se observa en la Bolivia de Evo Morales, que prioriza la identidad cultural y social de los indios y desarrolla una política antiimperialista y populista que le acerca a Chávez.

Y por último puede intentar innovar. En los años noventa este esfuerzo tuvo el fruto del social-liberalismo con Bill Clinton, Gerhard Schröder y, sobre todo, Tony Blair. Esta fórmula ya ha quedado superada, desfasada históricamente y es sobre todo la figura de Obama la que podría encarnar este tipo de esfuerzo articulando la apertura a temáticas nuevas, el afán por la justicia social y la eficacia económica. La crisis aporta a los partidos de izquierda algunas tentaciones mortales a corto plazo: la radicalización izquierdista, el populismo, la nostalgia fundamentalista. Pero también podría ser para ellos la ocasión de proyectarse hacia el futuro renovando en profundidad sus concepciones de la convivencia y de la acción política.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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