Por Robert J. Samuelson, analista económico y columnista de The Washington Post (EL MUNDO, 18/02/09):
Defendemos nuestros argumentos mediante analogías. El presidente de EEUU, Barack Obama, afirma que la historia de Japón ilustra la necesidad de su paquete de estímulo económico. Muy al contrario -afirman muchos dirigentes republicanos-, Japón es un claro ejemplo de que los planes de estímulo no funcionan. Hasta cierto punto, todos están en lo cierto. Pero los posibles paralelismos entre la experiencia de Japón y la de EEUU plantean la duda de si también los estadounidenses nos podríamos enfrentar a una década perdida.
¿Qué le pasó a Japón durante los años 90? No sufrió, como afirman algunos conservadores, una «depresión», ni una «gran recesión», en palabras de otros. Experimentó una prosperidad languideciente y sin altibajos. Su economía se expandió durante cada uno de los años de aquella década, a excepción de 1998 y 1999, si bien es cierto que la tasa de crecimiento anual medio era de un ridículo 1,5%. El desempleo ascendió hasta el 5% en 2001 -en 1990 era del 2,1%-. No es buena señal, pero en absoluto una catástrofe.La japonesa siguió siendo una sociedad enormemente saneada.
Su situación llamó la atención sobre todo porque desconcertó a la opinión pública en general. Desde 1956 hasta 1973, el país había registrado un crecimiento del 9% anual; durante los años 80 siguió creciendo a un ritmo del 4%. Se daba por sentado de forma generalizada que superaría a EEUU como la economía más avanzada y más rica del planeta. No lo hizo. Lo que es peor, su semiestancamiento cuestionó la noción de que las economías modernas recurrían al Gobierno para asegurar un crecimiento satisfactorio.
Se redactaron informes, se celebraron conferencias y se resolvió el veredicto: los japoneses habían metido la pata. Después de que la burbuja económica de finales de los años 80 reventara, el Banco de Japón puso el crédito a disposición con demasiada lentitud. Lastrados por la deuda tóxica, los bancos dejaron de prestar y el Gobierno no saneó las entidades bancarias con la suficiente velocidad. Los paquetes de estímulo gubernamentales fueron demasiado limitados y llegaron demasiado tarde. Como es natural, la economía languideció. Todo plausible, pero incorrecto.
El análisis estándar tranquiliza, porque da a entender que con mejores decisiones Japón podría haber evitado su prolongado cambio de tercio económico. La realidad parece ser que la marcha atrás económica de Japón refleja valores políticos y sociales profundamente sustentados. Lo mismo se podría decir de EEUU.
Japón tiene lo que Richard Katz, editor del Oriental Economist, denomina «una economía dual». Por una parte, las industrias exportadoras (coches, acero, componentes electrónicos) son considerablemente eficientes, aunque se enfrentan a una intensa competencia mundial.Por otra parte, muchas industrias nacionales (alimentos procesados, construcción, venta al por menor) son ineficaces y están protegidas de la competencia regional mediante regulaciones o aranceles.Esto ha beneficiado a la mayoría de los japoneses. Las exportaciones ingresaron la divisa exterior necesaria para adquirir las importaciones de comida y combustibles. Mientras tanto, las industrias nacionales protegidas proporcionaron la estabilidad social y la seguridad laboral que la mayoría de los japoneses preferían a la híper-ompetencia.Mientras las exportaciones prosperaron, ellas y la inversión empresarial que las sustentaba constituyeron el motor del crecimiento económico japonés.
El problema es que este sistema se averió a mediados de los 80. El yen en rápido ascenso encareció las exportaciones japonesas en los mercados mundiales. Aparecieron nuevos competidores -Corea del Sur, Taiwán…-. Japón perdió su motor de crecimiento, y aún no ha descubierto otro. Ese es el principal problema económico del país.
El Gobierno metió baza. Durante los años 80, el Banco de Japón intentó compensar el efecto del yen más caro abaratando el crédito.Pero el tiro salió por la culata, redundando en la economía de burbuja. Desde 1985 hasta 1990, el precio del suelo en Tokio se elevó un 134% y la Bolsa prosperó sustancialmente. Desde el colapso de la burbuja, se han puesto en marcha 13 planes de estímulo gubernamentales. Incluso a estas alturas, la economía es comercialmente dependiente; en diciembre, las exportaciones se desplomaron un 35% con respecto a los niveles del año anterior, empujando a Japón a una acusada recesión.
Lo sucedido en Tokio no sentencia el estímulo de Obama al fracaso por inútil. En ocasiones, el Gobierno debe intervenir para atajar la caída de una economía en caída libre. Los paquetes de Japón probablemente reforzaron de manera temporal una economía flaqueante.En este sentido, Obama está en lo cierto. Desafortunadamente, su estímulo es más endeble de lo difundido porque, en gran medida, el impacto se sentirá después de 2009.
No obstante, la palabra clave es «temporalmente». Hannity acierta al decir que los planes de estímulo en serie nipones se volvieron autodestructivos. La deuda asumida es insostenible. En algún momento, la economía tiene que generar un crecimiento fuerte por su cuenta. La de Japón no lo ha hecho. ¿Lo hará la estadounidense?
Desde los años 80, el crecimiento económico de EEUU ha dependido de un acusado incremento del consumo financiado a través de un mayor endeudamiento y del crecimiento de los precios de los activos (acciones, casas). Igual que los años 80 marcaron el final del crecimiento japonés liderado por las exportaciones, el presente bache estadounidense apunta el final del crecimiento optimista empujado por el consumo. Pero su herencia es un sector sobrecargado de casas y mano de obra, desde los concesionarios de coches a los centros comerciales. La pregunta es si nuestro sistema es o no lo bastante adaptativo para crear nuevas fuentes de crecimiento que ocupen el vacío dejado por un consumidor en retirada.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Defendemos nuestros argumentos mediante analogías. El presidente de EEUU, Barack Obama, afirma que la historia de Japón ilustra la necesidad de su paquete de estímulo económico. Muy al contrario -afirman muchos dirigentes republicanos-, Japón es un claro ejemplo de que los planes de estímulo no funcionan. Hasta cierto punto, todos están en lo cierto. Pero los posibles paralelismos entre la experiencia de Japón y la de EEUU plantean la duda de si también los estadounidenses nos podríamos enfrentar a una década perdida.
¿Qué le pasó a Japón durante los años 90? No sufrió, como afirman algunos conservadores, una «depresión», ni una «gran recesión», en palabras de otros. Experimentó una prosperidad languideciente y sin altibajos. Su economía se expandió durante cada uno de los años de aquella década, a excepción de 1998 y 1999, si bien es cierto que la tasa de crecimiento anual medio era de un ridículo 1,5%. El desempleo ascendió hasta el 5% en 2001 -en 1990 era del 2,1%-. No es buena señal, pero en absoluto una catástrofe.La japonesa siguió siendo una sociedad enormemente saneada.
Su situación llamó la atención sobre todo porque desconcertó a la opinión pública en general. Desde 1956 hasta 1973, el país había registrado un crecimiento del 9% anual; durante los años 80 siguió creciendo a un ritmo del 4%. Se daba por sentado de forma generalizada que superaría a EEUU como la economía más avanzada y más rica del planeta. No lo hizo. Lo que es peor, su semiestancamiento cuestionó la noción de que las economías modernas recurrían al Gobierno para asegurar un crecimiento satisfactorio.
Se redactaron informes, se celebraron conferencias y se resolvió el veredicto: los japoneses habían metido la pata. Después de que la burbuja económica de finales de los años 80 reventara, el Banco de Japón puso el crédito a disposición con demasiada lentitud. Lastrados por la deuda tóxica, los bancos dejaron de prestar y el Gobierno no saneó las entidades bancarias con la suficiente velocidad. Los paquetes de estímulo gubernamentales fueron demasiado limitados y llegaron demasiado tarde. Como es natural, la economía languideció. Todo plausible, pero incorrecto.
El análisis estándar tranquiliza, porque da a entender que con mejores decisiones Japón podría haber evitado su prolongado cambio de tercio económico. La realidad parece ser que la marcha atrás económica de Japón refleja valores políticos y sociales profundamente sustentados. Lo mismo se podría decir de EEUU.
Japón tiene lo que Richard Katz, editor del Oriental Economist, denomina «una economía dual». Por una parte, las industrias exportadoras (coches, acero, componentes electrónicos) son considerablemente eficientes, aunque se enfrentan a una intensa competencia mundial.Por otra parte, muchas industrias nacionales (alimentos procesados, construcción, venta al por menor) son ineficaces y están protegidas de la competencia regional mediante regulaciones o aranceles.Esto ha beneficiado a la mayoría de los japoneses. Las exportaciones ingresaron la divisa exterior necesaria para adquirir las importaciones de comida y combustibles. Mientras tanto, las industrias nacionales protegidas proporcionaron la estabilidad social y la seguridad laboral que la mayoría de los japoneses preferían a la híper-ompetencia.Mientras las exportaciones prosperaron, ellas y la inversión empresarial que las sustentaba constituyeron el motor del crecimiento económico japonés.
El problema es que este sistema se averió a mediados de los 80. El yen en rápido ascenso encareció las exportaciones japonesas en los mercados mundiales. Aparecieron nuevos competidores -Corea del Sur, Taiwán…-. Japón perdió su motor de crecimiento, y aún no ha descubierto otro. Ese es el principal problema económico del país.
El Gobierno metió baza. Durante los años 80, el Banco de Japón intentó compensar el efecto del yen más caro abaratando el crédito.Pero el tiro salió por la culata, redundando en la economía de burbuja. Desde 1985 hasta 1990, el precio del suelo en Tokio se elevó un 134% y la Bolsa prosperó sustancialmente. Desde el colapso de la burbuja, se han puesto en marcha 13 planes de estímulo gubernamentales. Incluso a estas alturas, la economía es comercialmente dependiente; en diciembre, las exportaciones se desplomaron un 35% con respecto a los niveles del año anterior, empujando a Japón a una acusada recesión.
Lo sucedido en Tokio no sentencia el estímulo de Obama al fracaso por inútil. En ocasiones, el Gobierno debe intervenir para atajar la caída de una economía en caída libre. Los paquetes de Japón probablemente reforzaron de manera temporal una economía flaqueante.En este sentido, Obama está en lo cierto. Desafortunadamente, su estímulo es más endeble de lo difundido porque, en gran medida, el impacto se sentirá después de 2009.
No obstante, la palabra clave es «temporalmente». Hannity acierta al decir que los planes de estímulo en serie nipones se volvieron autodestructivos. La deuda asumida es insostenible. En algún momento, la economía tiene que generar un crecimiento fuerte por su cuenta. La de Japón no lo ha hecho. ¿Lo hará la estadounidense?
Desde los años 80, el crecimiento económico de EEUU ha dependido de un acusado incremento del consumo financiado a través de un mayor endeudamiento y del crecimiento de los precios de los activos (acciones, casas). Igual que los años 80 marcaron el final del crecimiento japonés liderado por las exportaciones, el presente bache estadounidense apunta el final del crecimiento optimista empujado por el consumo. Pero su herencia es un sector sobrecargado de casas y mano de obra, desde los concesionarios de coches a los centros comerciales. La pregunta es si nuestro sistema es o no lo bastante adaptativo para crear nuevas fuentes de crecimiento que ocupen el vacío dejado por un consumidor en retirada.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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