sábado, febrero 21, 2009

Distracción masiva

Por Juan-José López Burniol, notario y miembro de Ciutadans pel Canvi (EL PAÍS, 19/02/09):

Paul Krugman tiene dos virtudes: claridad y habilidad para interrelacionar política y economía, dando a aquélla -cuando procede- el carácter de factor determinante de una situación. Así lo demuestra en Después de Bush, libro de 2007 en el que plantea una cuestión referida a Estados Unidos: si es la desigualdad económica la que lleva a la radicalización política, o es la radicalización política la que trae consigo la desigualdad económica. Parte de una doble constatación: de que, en la década de 1980, concluyó la evolución -iniciada con el New Deal- que convirtió a Estados Unidos en un país de clases medias, en el que las diferencias entre los dos principales partidos no eran grandes; y de que, desde entonces, han aumentado las desigualdades sociales, pues, mientras una minoría medraba, la mayoría de los estadounidenses progresaba poco, al mismo tiempo que crecía la polarización, en la medida en que los políticos adoptaban posiciones cada vez más extremas a lo largo del eje derecha-izquierda. Lo que ha llevado a la situación actual, en la que la desigualdad de ingresos es tan elevada como en los años veinte, y los niveles de confrontación política son mayores que nunca.

Para el pensamiento conservador, este proceso se explica por el hecho de que fuerzas impersonales del mercado -el cambio tecnológico y la globalización- han provocado que la distribución de ingresos sea cada vez más desigual, con una élite minoritaria destacándose del resto de la población; lo que ha determinado que el Partido Republicano haya escogido velar por los intereses de este grupo emergente que financia sus campañas. En consecuencia, se ha abierto una brecha entre ambos partidos, por la cual el Republicano se ha convertido en el partido de los ganadores, mientras que el Demócrata pasaba a representar a quienes se habían quedado atrás.

Para Krugman, en cambio, ha sucedido lo contrario: la radicalización política ha sido la causa del incremento de la desigualdad. Así, en los setenta, extremistas de derecha decididos a acabar con los logros del New Deal se hicieron con el Partido Republicano, provocando la ruptura con los demócratas, quienes se convirtieron en los verdaderos conservadores, en cuanto que garantes de la igualdad. El poder adquirido por la derecha dura envalentonó a los empresarios, que lanzaron un ataque contra el movimiento sindical, para reducir su capacidad negociadora. Y en este marco se diluyeron los controles sociales y políticos que limitaban los galopantes emolumentos de los directores de empresas, y se redujeron los impuestos sobre los ingresos más elevados, promoviendo la desigualdad económica.

Sea como fuere, lo cierto es que los republicanos se hicieron con el poder desde 1980 hasta la llegada de Obama a la Casa Blanca, con el solo paréntesis de Clinton. Lo que plantea una cuestión: ¿qué dieron los republicanos a muchos de sus electores para que éstos, siendo pobres, les votasen en contra de sus propios intereses? O, dicho de otra manera, ¿qué tuvieron que hacer para alejar a los trabajadores de raza blanca del amplio grupo de votantes que había prestado su apoyo al New Deal?

La respuesta incluye diversas acciones que Krugman etiqueta como “armas de distracción masiva”: 1. Remover la cuestión racial apelando al impulso segregacionista vivo en los Estados del Sur, con el pretexto de que la ampliación de los derechos sociales beneficia a los negros en perjuicio de los blancos. 2. Insistir en que la seguridad nacional es mayor cuando está en manos de los firmes patriotas republicanos, en vez de las de los débiles liberales demócratas. 3. Destacar la superioridad moral de los valores religiosos defendidos por los republicanos frente al relativismo ético atribuido a los demócratas. Raza, patria y religión. Buena tríada.

Esta deliberada “distracción” de parte del electorado, que le impulsa a votar en sentido contrario a sus intereses, no es exclusiva de Estados Unidos. También se da aquí. Así, para el Partido Popular la perenne apelación tremendista a la unidad de España -”España se quiebra”- cumple una función aglutinadora, que amplía el ámbito de los que serían sus votantes naturales por razón de intereses. Y, para el Partido Socialista, idéntica función expansiva desarrolla su sostenida revisión de la memoria histórica y su impostada invocación a la laicidad del Estado.

Son maniobras de distracción de los auténticos problemas, que quedan aplazados y sustituidos en el diario debate político por estas cuestiones, bajo las que ambos partidos enmascaran su auténtico objetivo: la lucha por el poder, con olvido de las reformas estructurales que exigen los intereses generales. Ambos partidos van a la suya. Son en esto, como en tantas cosas, iguales. Con olvido, también ambos, de que -como dijo Roosevelt tras la crisis de 1929- “siempre hemos sabido que buscar el propio interés ignorando el de los demás era malo moralmente; ahora también sabemos que lo es económicamente”. Pronto tendremos ocasión de comprobarlo.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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