Por Manuel Castells (LA VANGUARDIA, 07/03/09):
La crisis financiera global sigue agravándose en una espiral cada vez más destructiva de ahorros, empresas, empleo y vidas. Afecta a todos los países porque los mercados financieros globales son interdependientes. Incluso nuestro saneado sistema bancario, de cuya bonanza nos vanagloriábamos hace algunos meses, se ha visto afectado. A la incapacidad del fondo inmobiliario del Santander de devolver a sus inversores los capitales reclamados en el corto plazo, se ha sumado la rebaja del nivel de crédito internacional del Santander y el BBVA por las agencias de evaluación financiera. Esto es grave, pues implica que para poder endeudarse los bancos deberán incrementar las garantías colaterales de los préstamos, lo cual conlleva una reducción de su liquidez y reduce su capacidad de préstamo a familias y empresas.
También quiere decir que en caso de demanda generalizada de reembolso de depósitos los bancos tienen menos capacidad de atender a sus acreedores, dependiendo entonces del fondo de garantía interbancario y del Gobierno para responder a sus obligaciones. Esto no es una historia de miedo. Es lo que le pasó en EE. UU. a AIG en septiembre del 2008 cuando su valoración de crédito cayó por debajo del mágico límite de AA. Entre septiembre y noviembre la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro inyectaron 150.000 millones de dólares en AIG para que hiciera frente a sus obligaciones. Aun así, perdió el 95% de su valor en bolsa y en el último trimestre del 2008 perdió unos 62.000 millones de dólares, la mayor pérdida trimestral de una empresa en la historia del capitalismo. Así que el pasado 1 de marzo, la Administración Obama anunció que tenía que aportar otros 30.000 millones a AIG y tal vez más en el futuro.
¿Por qué? ¿Por qué este empecinamiento en salvar a una empresa concreta a pesar de su desastrosa gestión y de su historia de fraude y especulación? Porque, según el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, y del secretario del Tesoro, Geithner, la quiebra de AIG podría ser el detonante de un colapso financiero mundial. En otras palabras, AIG es el corazón de la bestia que hemos alimentado con la irresponsabilidad financiera de las dos últimas décadas. Sus ramificaciones se extienden por todas partes y su incapacidad de afrontar sus obligaciones causaría bancarrotas en cadena en bancos, empresas y familias en EE. UU., China, India, Japón, Singapur, Hong Kong, América Latina y Europa. Hasta se hundiría el Manchester United, cuyo principal patrocinador es AIG.
Pero ¿qué es AIG? Hagamos historia. Shanghai, 1919. Un empresario estadounidense, Cornelius Starr, crea una compañía de seguros para servir al mercado chino: American International Group. Por tanto, AIG se proyecta como aseguradora global desde sus inicios. Tras la revolución china traslada su centro a Nueva York y, liderada desde 1969 por el legendario operador financiero Hank Greenberg, se extiende por todo el mundo, con posiciones particularmente relevantes, además de EE. UU., en Inglaterra, China, India, Japón y el Sudeste Asiático. En el 2007 se sitúa como la primera aseguradora del mundo en términos de patrimonio (1.050 billones de dólares), con ingresos anuales de 110.000 millones y 116.000 empleados, y una amplia red de financieras subsidiarias.
Aunque suscribe todo tipo de seguros, su principal negocio en los últimos tiempos fue asegurar las carteras de valores de los bancos, o sea, esos activos bancarios en donde se mezclaban valores sólidos con los famosos activos “tóxicos”. De modo que cuando el mundo se dio cuenta de que las garantías bancarias se basaban en una sobrevaloración de sus títulos, le tocó a AIG cubrir a sus asegurados. Pero AIG no podía hacerlo porque había asegurado mucho más de lo que podía y porque, bajo la dirección del gurú financiero Joseph Cassano (al que muchos consideran uno de los responsables de la crisis) se había metido a fondo en el negocio de los tristemente celebres CDS (credit default swaps),o sea, la fragmentación de pólizas de seguros y la titularización y venta de estos fragmentos de póliza en el mercado, con lo cual nadie sabe quién es responsable de qué. Y es que AIG, aprovechando la muy laxa regulación, operó en la zona gris de la legalidad, de modo que según Bernanke se arriesgó con irresponsables apuestas especulativas en las que perdió el capital que tenía que reservar para cubrir el riesgo de sus asegurados. También incurrió en la ilegalidad, y en el 2005 la Securities Exchange Commission inculpó por fraude a su consejero delegado, Greenberg, que tuvo que dimitir, y a varios ejecutivos, imponiendo una multa de 1.600 millones a la empresa.
Fraude, falta de transparencia, especulación aprovechando la desregulación no impidieron que AIG siguiera siendo la aseguradora del mundo. Y que, por tanto, al desintegrarse, tuviera y tenga que ser rescatada a cualquier precio. ¿Y qué creen que hacen sus ejecutivos estos meses de crisis? Pues gastarse 440.000 dólares en un fin de semana en California en septiembre, otros 86.000 en una excursión de caza en Inglaterra en octubre y otros 343.000 en una vacación en el desierto de Arizona en noviembre. Y lo que no sabemos.
¿Y quienes son los miembros del consejo de administración de AIG? Pues gente como su presidente, Edward Liddy, procedente de Goldman Sachs y antes director financiero de la empresa GD Searle en el tiempo en que Rumsfeld era su consejero delegado. O Suzanne Johnson, la número 34 de las mujeres más poderosas del mundo, educada en Harvard y ex vicepresidenta de Goldman Sachs, Hilton, IBM Services, Rockefeller Foundation, Multimedia, e incluso un profesor de economía de Harvard, asesor de Bush.
La beautiful de las finanzas, orgullosa de sus modelos matemáticos, convencida de su derecho a asegurar al mundo al tiempo que nos mantiene en la ignorancia de nuestra inseguridad real y lo suficientemente arrogante para, cuando todo se hunde, pedirnos que la salvemos porque de ella depende nuestra propia salvación.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La crisis financiera global sigue agravándose en una espiral cada vez más destructiva de ahorros, empresas, empleo y vidas. Afecta a todos los países porque los mercados financieros globales son interdependientes. Incluso nuestro saneado sistema bancario, de cuya bonanza nos vanagloriábamos hace algunos meses, se ha visto afectado. A la incapacidad del fondo inmobiliario del Santander de devolver a sus inversores los capitales reclamados en el corto plazo, se ha sumado la rebaja del nivel de crédito internacional del Santander y el BBVA por las agencias de evaluación financiera. Esto es grave, pues implica que para poder endeudarse los bancos deberán incrementar las garantías colaterales de los préstamos, lo cual conlleva una reducción de su liquidez y reduce su capacidad de préstamo a familias y empresas.
También quiere decir que en caso de demanda generalizada de reembolso de depósitos los bancos tienen menos capacidad de atender a sus acreedores, dependiendo entonces del fondo de garantía interbancario y del Gobierno para responder a sus obligaciones. Esto no es una historia de miedo. Es lo que le pasó en EE. UU. a AIG en septiembre del 2008 cuando su valoración de crédito cayó por debajo del mágico límite de AA. Entre septiembre y noviembre la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro inyectaron 150.000 millones de dólares en AIG para que hiciera frente a sus obligaciones. Aun así, perdió el 95% de su valor en bolsa y en el último trimestre del 2008 perdió unos 62.000 millones de dólares, la mayor pérdida trimestral de una empresa en la historia del capitalismo. Así que el pasado 1 de marzo, la Administración Obama anunció que tenía que aportar otros 30.000 millones a AIG y tal vez más en el futuro.
¿Por qué? ¿Por qué este empecinamiento en salvar a una empresa concreta a pesar de su desastrosa gestión y de su historia de fraude y especulación? Porque, según el presidente de la Reserva Federal, Bernanke, y del secretario del Tesoro, Geithner, la quiebra de AIG podría ser el detonante de un colapso financiero mundial. En otras palabras, AIG es el corazón de la bestia que hemos alimentado con la irresponsabilidad financiera de las dos últimas décadas. Sus ramificaciones se extienden por todas partes y su incapacidad de afrontar sus obligaciones causaría bancarrotas en cadena en bancos, empresas y familias en EE. UU., China, India, Japón, Singapur, Hong Kong, América Latina y Europa. Hasta se hundiría el Manchester United, cuyo principal patrocinador es AIG.
Pero ¿qué es AIG? Hagamos historia. Shanghai, 1919. Un empresario estadounidense, Cornelius Starr, crea una compañía de seguros para servir al mercado chino: American International Group. Por tanto, AIG se proyecta como aseguradora global desde sus inicios. Tras la revolución china traslada su centro a Nueva York y, liderada desde 1969 por el legendario operador financiero Hank Greenberg, se extiende por todo el mundo, con posiciones particularmente relevantes, además de EE. UU., en Inglaterra, China, India, Japón y el Sudeste Asiático. En el 2007 se sitúa como la primera aseguradora del mundo en términos de patrimonio (1.050 billones de dólares), con ingresos anuales de 110.000 millones y 116.000 empleados, y una amplia red de financieras subsidiarias.
Aunque suscribe todo tipo de seguros, su principal negocio en los últimos tiempos fue asegurar las carteras de valores de los bancos, o sea, esos activos bancarios en donde se mezclaban valores sólidos con los famosos activos “tóxicos”. De modo que cuando el mundo se dio cuenta de que las garantías bancarias se basaban en una sobrevaloración de sus títulos, le tocó a AIG cubrir a sus asegurados. Pero AIG no podía hacerlo porque había asegurado mucho más de lo que podía y porque, bajo la dirección del gurú financiero Joseph Cassano (al que muchos consideran uno de los responsables de la crisis) se había metido a fondo en el negocio de los tristemente celebres CDS (credit default swaps),o sea, la fragmentación de pólizas de seguros y la titularización y venta de estos fragmentos de póliza en el mercado, con lo cual nadie sabe quién es responsable de qué. Y es que AIG, aprovechando la muy laxa regulación, operó en la zona gris de la legalidad, de modo que según Bernanke se arriesgó con irresponsables apuestas especulativas en las que perdió el capital que tenía que reservar para cubrir el riesgo de sus asegurados. También incurrió en la ilegalidad, y en el 2005 la Securities Exchange Commission inculpó por fraude a su consejero delegado, Greenberg, que tuvo que dimitir, y a varios ejecutivos, imponiendo una multa de 1.600 millones a la empresa.
Fraude, falta de transparencia, especulación aprovechando la desregulación no impidieron que AIG siguiera siendo la aseguradora del mundo. Y que, por tanto, al desintegrarse, tuviera y tenga que ser rescatada a cualquier precio. ¿Y qué creen que hacen sus ejecutivos estos meses de crisis? Pues gastarse 440.000 dólares en un fin de semana en California en septiembre, otros 86.000 en una excursión de caza en Inglaterra en octubre y otros 343.000 en una vacación en el desierto de Arizona en noviembre. Y lo que no sabemos.
¿Y quienes son los miembros del consejo de administración de AIG? Pues gente como su presidente, Edward Liddy, procedente de Goldman Sachs y antes director financiero de la empresa GD Searle en el tiempo en que Rumsfeld era su consejero delegado. O Suzanne Johnson, la número 34 de las mujeres más poderosas del mundo, educada en Harvard y ex vicepresidenta de Goldman Sachs, Hilton, IBM Services, Rockefeller Foundation, Multimedia, e incluso un profesor de economía de Harvard, asesor de Bush.
La beautiful de las finanzas, orgullosa de sus modelos matemáticos, convencida de su derecho a asegurar al mundo al tiempo que nos mantiene en la ignorancia de nuestra inseguridad real y lo suficientemente arrogante para, cuando todo se hunde, pedirnos que la salvemos porque de ella depende nuestra propia salvación.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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