Por Francesc Sanuy, abogado (EL PERIÓDICO, 07/04/09):
No recuerdo exactamente dónde ni cuándo leí una lista de cuatro cosas que nunca vuelven ni tienen marcha atrás. Eran las palabras pronunciadas, la flecha lanzada, el tiempo pasado y las oportunidades perdidas. Y fue este último apartado el que me hizo pensar en la conveniencia de aprovechar la gravedad de la presente crisis económica para plantar cara a los peligros de la versión nociva del populismo para readaptar los sindicatos obreros y adecuarlos a las nuevas circunstancias. Uno de los factores desencadenantes de la furiosa reacción contra los financieros ha sido, sin duda, el hecho de que en las entidades rescatadas con dinero de los contribuyentes hayan pagado paracaídas de oro en forma de bonificaciones, blindajes y sobresueldos estratosféricos precisamente a los directivos que han arruinado a los bancos, las aseguradoras o las empresas recapitalizadas. Y, sobre todo, que los beneficiarios invoquen como un derecho el contrato que en su condición de ejecutivos se otorgaron ellos mismos. Realmente, hay que tener mucha cara para exigir el cumplimiento de un pacto bilateral cuando se acaba de provocar, por mala gestión, una insolvencia que significa el incumplimiento de las obligaciones contractuales de la empresa salvada con el dinero de los pobres. Aparte de que resulta patético que el Gobierno de Obama diga que echar a los directivos ineptos y codiciosos o no pagarles las fastuosas gratificaciones sería un remedio peor que la enfermedad. O bien que, en cambio, condicione las ayudas a la reflotación de General Motors a la anulación del convenio colectivo (mucho más que un contrato individual y privado) que fijaba unos mínimos aumentos salariales para los obreros.
Asistimos, pues, a una masiva reacción de protesta que no es populismo de parias contra multimillonarios, sino la afrenta a una clase media que paga los platos rotos con unos impuestos que los ricos evitan y que consideran que el sistema representa una indecente y monstruosa atrocidad contra la buena gente trabajadora, ahorradora y sin antecedentes penales. En efecto, cuando los gobiernos destinan el dinero público a comprar los activos tóxicos generados por unos gestores sin escrúpulos, los ciudadanos recuerdan el principio que es piedra angular de la democracia: “No taxation without representation“, es decir, ningún impuesto ni ningún gasto que no se haya aprobado previamente en el Parlamento. Especialmente si, en los últimos 25 años, las desigualdades entre plutócratas y clase trabajadora se han ido ensanchando y acentuando. En España, por ejemplo, en los últimos 12 años, la participación de los salarios en la renta nacional ha bajado del 55% al 46%, cosa que no ha pasado en ningún otro país miembro de la OCDE, es decir, del club de los más industrializados del mundo.
ES VERDAD que el dinero barato y las hipotecas concedidas a los solicitantes NINJA (no income, no job or assets, que quiere decir sin ingresos, puesto de trabajo o activos) parece que ha disimulado, junto con la deuda acumulada vía tarjetas de crédito, una disparidad tan creciente como preocupante. Pero la realidad es muy tozuda y la buena gente maltratada comienza a pensar que tal vez no valga la pena salvar el sistema a base de perdonar a los culpables de haberlo destrozado. Lo resumió muy bien Albert Rupprecht, presidente de la Comisión parlamentaria alemana de supervisión bancaria, diciendo que la falta de explicaciones y de transparencia hará que se tambaleen el sistema, el mercado e, incluso, la democracia, y que si los gobiernos no identifican a los culpables, lo harán los populistas. El mensaje es que gobiernos y financieros quieren un modelo social de indigentes y millonarios.
En lo referente a los sindicatos, la crisis podría ser una buena ocasión para hacer un aggiornamento. John Monks, líder de la Confederación Sindical Europea, cree que ahora se puede recuperar la militancia y la influencia que se perdieron durante los mandatos de Reagan y Thatcher y que asistimos al final del Capitalismo Goldman Sachs. Sin embargo, será necesario mirar adelante y dar respuestas a los nuevos retos que se han planteado para superar el declive de la afiliación sindical que se ha producido en todo el mundo occidental.
EL MOVIMIENTO obrero debe encontrar nuevas estrategias para la tercera revolución industrial que rompe la noción de puesto de trabajo para toda la vida. En Estados Unidos, por ejemplo, hay un nuevo modelo sindical liderado por Sara Horowitz que sube como la espuma: la Freelancers Union, que agrupa a los trabajadores independientes, en parte, el equivalente a nuestros autónomos. No se dedican a la negociación colectiva, sino a ofrecer una bolsa de trabajo, seguro médico de perfil mutualista y a actuar como lobi para reducir impuestos. En general, todos los sindicatos luchan por una reforma del sistema sanitario, mejores programas de bienestar social o de formación profesional y la garantía de que, cuando vuelva la prosperidad, no se repitan las injusticias y desigualdades. Ojalá se imponga el pragmatismo progresista y no se pierda este tren que quizá no vuelva a pasar. Los sindicatos deben facilitar la flexibilidad que reclama la necesaria reconversión de los sectores decadentes en favor de los emergentes y coger por los cuernos el toro de la globalización.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No recuerdo exactamente dónde ni cuándo leí una lista de cuatro cosas que nunca vuelven ni tienen marcha atrás. Eran las palabras pronunciadas, la flecha lanzada, el tiempo pasado y las oportunidades perdidas. Y fue este último apartado el que me hizo pensar en la conveniencia de aprovechar la gravedad de la presente crisis económica para plantar cara a los peligros de la versión nociva del populismo para readaptar los sindicatos obreros y adecuarlos a las nuevas circunstancias. Uno de los factores desencadenantes de la furiosa reacción contra los financieros ha sido, sin duda, el hecho de que en las entidades rescatadas con dinero de los contribuyentes hayan pagado paracaídas de oro en forma de bonificaciones, blindajes y sobresueldos estratosféricos precisamente a los directivos que han arruinado a los bancos, las aseguradoras o las empresas recapitalizadas. Y, sobre todo, que los beneficiarios invoquen como un derecho el contrato que en su condición de ejecutivos se otorgaron ellos mismos. Realmente, hay que tener mucha cara para exigir el cumplimiento de un pacto bilateral cuando se acaba de provocar, por mala gestión, una insolvencia que significa el incumplimiento de las obligaciones contractuales de la empresa salvada con el dinero de los pobres. Aparte de que resulta patético que el Gobierno de Obama diga que echar a los directivos ineptos y codiciosos o no pagarles las fastuosas gratificaciones sería un remedio peor que la enfermedad. O bien que, en cambio, condicione las ayudas a la reflotación de General Motors a la anulación del convenio colectivo (mucho más que un contrato individual y privado) que fijaba unos mínimos aumentos salariales para los obreros.
Asistimos, pues, a una masiva reacción de protesta que no es populismo de parias contra multimillonarios, sino la afrenta a una clase media que paga los platos rotos con unos impuestos que los ricos evitan y que consideran que el sistema representa una indecente y monstruosa atrocidad contra la buena gente trabajadora, ahorradora y sin antecedentes penales. En efecto, cuando los gobiernos destinan el dinero público a comprar los activos tóxicos generados por unos gestores sin escrúpulos, los ciudadanos recuerdan el principio que es piedra angular de la democracia: “No taxation without representation“, es decir, ningún impuesto ni ningún gasto que no se haya aprobado previamente en el Parlamento. Especialmente si, en los últimos 25 años, las desigualdades entre plutócratas y clase trabajadora se han ido ensanchando y acentuando. En España, por ejemplo, en los últimos 12 años, la participación de los salarios en la renta nacional ha bajado del 55% al 46%, cosa que no ha pasado en ningún otro país miembro de la OCDE, es decir, del club de los más industrializados del mundo.
ES VERDAD que el dinero barato y las hipotecas concedidas a los solicitantes NINJA (no income, no job or assets, que quiere decir sin ingresos, puesto de trabajo o activos) parece que ha disimulado, junto con la deuda acumulada vía tarjetas de crédito, una disparidad tan creciente como preocupante. Pero la realidad es muy tozuda y la buena gente maltratada comienza a pensar que tal vez no valga la pena salvar el sistema a base de perdonar a los culpables de haberlo destrozado. Lo resumió muy bien Albert Rupprecht, presidente de la Comisión parlamentaria alemana de supervisión bancaria, diciendo que la falta de explicaciones y de transparencia hará que se tambaleen el sistema, el mercado e, incluso, la democracia, y que si los gobiernos no identifican a los culpables, lo harán los populistas. El mensaje es que gobiernos y financieros quieren un modelo social de indigentes y millonarios.
En lo referente a los sindicatos, la crisis podría ser una buena ocasión para hacer un aggiornamento. John Monks, líder de la Confederación Sindical Europea, cree que ahora se puede recuperar la militancia y la influencia que se perdieron durante los mandatos de Reagan y Thatcher y que asistimos al final del Capitalismo Goldman Sachs. Sin embargo, será necesario mirar adelante y dar respuestas a los nuevos retos que se han planteado para superar el declive de la afiliación sindical que se ha producido en todo el mundo occidental.
EL MOVIMIENTO obrero debe encontrar nuevas estrategias para la tercera revolución industrial que rompe la noción de puesto de trabajo para toda la vida. En Estados Unidos, por ejemplo, hay un nuevo modelo sindical liderado por Sara Horowitz que sube como la espuma: la Freelancers Union, que agrupa a los trabajadores independientes, en parte, el equivalente a nuestros autónomos. No se dedican a la negociación colectiva, sino a ofrecer una bolsa de trabajo, seguro médico de perfil mutualista y a actuar como lobi para reducir impuestos. En general, todos los sindicatos luchan por una reforma del sistema sanitario, mejores programas de bienestar social o de formación profesional y la garantía de que, cuando vuelva la prosperidad, no se repitan las injusticias y desigualdades. Ojalá se imponga el pragmatismo progresista y no se pierda este tren que quizá no vuelva a pasar. Los sindicatos deben facilitar la flexibilidad que reclama la necesaria reconversión de los sectores decadentes en favor de los emergentes y coger por los cuernos el toro de la globalización.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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