Por Marta Condominas, profesora de Política Económica de la Universitat de Barcelona (EL PERIÓDICO, 03/11/08):
Es muy posible que un nuevo término entre a formar parte en poco tiempo del vocabulario de economistas, políticos, periodistas, enciclopedias y diccionarios: estandeflación, es decir, estancamiento de la economía junto con deflación, o sea, reducción de la producción y caída de los precios. Porque el problema que se avecina puede dejar de ser pronto el de la inflación para pasar a ser el de la deflación, una situación mucho más temida y peligrosa que la primera, aunque la mayoría de nosotros no tengamos más que referencias históricas de lo que esto significa a nivel mundial.
EL PASADO 30 de octubre, el vicepresidente de economía Pedro Solbes calificó de “excelente dato” el retroceso de un punto de la inflación en octubre en España, su mayor caída en siete años. ¿Es realmente un dato excelente? Lo sería si esta caída de precios se registrase únicamente en España, pues ello nos permitiría recortar nuestro diferencial de inflación respecto a otros países y, por tanto, ser más competitivos. Pero la noticia publicada el 20 de noviembre de que la inflación en Estados Unidos también ha caído un punto en octubre (la mayor caída en 61 años) y el dato adelantado de inflación en España para noviembre, que refleja otra caída de 1,2 puntos, nos hace pensar que el fenómeno deflacionario puede ser un hecho generalizado. El proceso estandeflacionario ya fue pronosticado, a principios del presente año, por Nouriel Roubini (profesor de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York).
Muchos se preguntarán: pero ¿el problema no era que los bancos centrales, especialmente el Banco Central Europeo, habían dedicado sus esfuerzos durante los últimos meses al control de la inflación? La respuesta es, efectivamente, sí, pero ahora el escenario ha cambiado radicalmente.
La falta de demanda provocada por la crisis económica y financiera está en el origen del problema. A partir de ahí, se inicia un proceso de retroalimentación, es decir, un círculo vicioso: en aquellos sectores en los que la oferta supera a la demanda (especialmente, el sector de la vivienda y el sector del automóvil), la tendencia tiene que ser forzosamente la de reducir los precios, aun cuando estos no alcancen más que a cubrir los costes fijos. Cuando esto ocurre de forma cada vez más generalizada –es decir, cuando la oferta agregada supera la demanda agregada–, la demanda tiende a disminuir todavía más, porque los consumidores piensan: ¿por qué comprar hoy, si mañana será más barato? La gente, entonces, retiene, si puede, el dinero a la espera de gastarlo más adelante. Naturalmente, caen el consumo privado y la inversión, y, con ello, la demanda todavía disminuye más. Con la disminución de los precios de sus productos, las empresas no tienen más remedio que reducir sus costes. El efecto siguiente es el aumento de las tasas de desempleo, y suma y sigue…
Si a todo este proceso le añadimos el importantísimo descenso que está experimentando el precio del petróleo, de ciertas materias primas y de los activos inmobiliarios y los financieros por falta de demanda, y el cierre del grifo crediticio, lo que nos espera es para echarse a llorar: la economía puede iniciar una senda de contracción de la actividad (estancamiento) de magnitud y duración impredecibles, que, junto al fantasma de la deflación, podrían situarnos en el peor de los escenarios posibles.
LOS ECONOMISTAS de todas las épocas han estudiando los ciclos económicos intentando encontrar sus causas, su dinámica y la forma de evitarlos o, cuando menos, suavizarlos. La actual situación de la economía mundial es altamente preocupante, porque la experiencia nos demuestra que las recesiones con deflación no son simplemente lo que denominamos “una recesión cíclica”. Son crisis de una dureza y profundidad tal, sobre todo en términos de pérdidas de empleo y de contracción económica, que salir de ellas es sumamente difícil.
Sin embargo, no estamos acostumbrados a que los discursos políticos muestren preocupación por la deflación, sino todo lo contrario. Se nos repiten hasta la saciedad los efectos negativos que conlleva una inflación: dificultad de asignación eficiente de los recursos, dado que el sistema de precios no permite a los agentes económicos discernir con claridad sus decisiones de consumo e inversión y, en definitiva, genera incertidumbre. Tan solo Japón, en la década de los noventa, ha experimentado deflación, y sus efectos perduran aún hoy en día.
DEBEMOS remontarnos a los años treinta del pasado siglo para tener la referencia más reciente de deflación a nivel mundial, de ahí que muchos no la consideren una amenaza seria. En estos momentos de turbulencia económica, son necesarias más que nunca po- líticas coordinadas a nivel mundial. Precisamos que gobiernos y bancos centrales determinen con precisión las medidas a adoptar. Las expectativas empresariales y la incertidumbre en la que nos movemos ante tanto escándalo financiero hacen necesario un liderazgo político sin fisuras que impulse reformas estructurales, aunque tengan un elevado coste político, antes de que la necesidad nos fuerce indefectiblemente a ello.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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