martes, diciembre 02, 2008

Rusia: del poder ideológico al imperio energético

Por Jesús López-Medel, abogado del Estado y ex presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la OSCE. Acaba de publicar La larga conquista de la libertad (Quince nuevos Estados tras la URSS a la búsqueda de su identidad), edit. Marcial Pons, 2008 (EL MUNDO, 29/11/08):

La operación de Lukoil sobre Repsol es un claro paradigma de algo notorio y creciente. Revela, en primer lugar, el robustecimiento y expansión de Rusia y la sustitución en este país de la ideología por los intereses energéticos como elemento vertebrador de su intento de volver a ser potencia mundial. Y en segundo término, es una manifestación de la cada vez más notable sumisión de los dirigentes europeos hacia lo que es el poderío del Kremlin, asumiendo una posición de inferioridad y de evitar nada que moleste a una nación cada vez más poderosa.

La desintegración de la URSS en 1991 hizo que surgieran 15 estados. Todos nuevos, salvo los tres bálticos, que ya habían tenido soberanía (ahora celebra Letonia su 90 aniversario de su existencia como nación). El golpe de Estado contra Gorbachov fracasó pero la Unión Soviética desapareció siendo sustituida por un nuevo mapa geográfico donde el reto pendiente, en la mayoría de los casos, es el de la conquista de la libertad. Rusia inició entonces una época muy dura, porque el tránsito de una economía centralizada a otra liberalizada fue traumático. La inflación fue altísima y el deterioro de la economía hizo que el nivel de vida se resintiese mucho. Ello vino acompañado de la consternación por haber perdido su perfil de primera potencia que se tuteaba con EEUU.

A este respecto, fue muy clarificador Vladimir Putin en mayo de 2005 cuando, con ocasión del 60 aniversario del fin de la II Guerra Mundial, afirmó que «la desaparición de la URSS ha sido uno de los grandes desastres del siglo XX». Y esto lo expresó en presencia de los principales líderes mundiales (entre ellos G. W. Bush) tras un desfile militar en Moscú con centenares de jóvenes portando banderas rojas con la hoz y el martillo. Esa recuperación de una chatarrería oxidada no era casualidad. Debemos dejar a un lado en este análisis las connotaciones ideológicas que chocan con los aires de modernidad que está adquiriendo Moscú (no confundir con el resto del país), que, como exponente del glamour y el lujo, es ahora la ciudad más cara del mundo (aunque empiezan ya a pagar la factura por su rápido crecimiento).

Interesa más bien resaltar la nostalgia del Imperio -descrito con brillantez por Kapuscinski-, que abarcaría no sólo 300 millones de personas (ahora Rusia tiene algo menos de la mitad) sino también el hecho de ser el Estado más extenso del planeta. Los últimos años han servido para recuperar internamente no sólo el recuerdo y el orgullo patrio de entonces, cuando la URSS era una gran potencia, sino también para conseguir una gran prosperidad económica. Ello, motivado por los hidrocarburos de que dispone, ha sido utilizado estratégicamente en su política de vecindad con los que son ahora países soberanos y que se han visto favorecidos o penalizados en función de sus políticas pro rusas o pro occidentales.

Rusia, que no forma parte de la OPEP, se ha beneficiado muchísimo del precio de los recursos energéticos en estos últimos años. Muchos ciudadanos son críticos con las políticas liberalizadoras de Gorbachov y Yeltsin, cuyo prestigio interno es muy escaso frente al proteccionismo público anterior (la calefacción, como otros servicios, era gratuita antes). Pero algunos nos preguntamos cuál habría sido la valoración de estos dirigentes si el barril de petróleo hubiera valido entonces no ya 14 dólares sino los 140 que ha llegado a pagarse hace poco.

Articulada una buena política de alianza con los principales productores energéticos del ámbito postsoviético (como Kazajstán o Turkmenistán) o sus muy buenas relaciones con Irán y teniendo bastante control sobre los oleoductos existentes, Rusia ha querido extender su área de influencia. Y el intento de adquirir un porcentaje de Repsol es una manifestación de ello. Inicialmente, la interesada fue la macro empresa pública Gazprom (que presidió el propio Medvédev, actual jefe de Estado ruso). Pero, tras las reacciones generalizadas que ello provocó, apareció una sociedad privada, Lukoil, pretendiendo soslayar el escándalo de que una empresa española privatizada por los gobiernos del PSOE y del PP pasase al ámbito público de otro país.

Sin embargo, el carácter privado de la empresa nueva en escena no varía mucho las consecuencias. Debo advertir mi simpatía y admiración hacia el pueblo y la cultura rusa. No hay, pues, planteamientos de fobia hacia esa gran nación. Pero eso no puede significar el silencio ante lo que sería un inmenso error. Dejo a un lado un tema no menor como es el interés en salvar la situación económica grave de un importante grupo de construcción español, que ha sido peón del Gobierno en determinadas operaciones financieras de altura, o la situación tan injusta y discriminatoria respecto a los demás accionistas a la vista del sobre precio que se ofrece a la entidad en graves dificultades.

La crisis de ésta era la oportunidad para extender la presencia e influencia rusa a través de su principal arma: el poderío energético. No debe olvidarse que toda la política rusa (también la empresarial) tiene profundas conexiones en cuanto a estrategias y objetivos con lo que es un planteamiento militar. La operación con Repsol se pretende realizar por una empresa dirigida por un importante dirigente de la etapa soviética y cuya gran amistad con el primer ministro Putin es muy conocida. Además, cualquiera que conoce algo la situación en Rusia puede hablar de la confusión y los estrechos vínculos entre lo público y lo privado. Todo se mezcla, como se entrecruzan los intereses y las tramas en las cuales la presencia de poderosas mafias es algo muy real.

Pues bien, la posibilidad de adquirir una parte importante de Repsol, daría a Moscú una posición muy relevante en un sector muy estratégico en un área como es el flanco sur de Europa, que es, al tiempo, el sur de la OTAN. Al tiempo, sería un mecanismo extraordinario para extender su influencia a América Latina, donde la petrolera española (aun con las dificultades propias con regímenes populistas) tiene una excelente posición. Asistimos estos días a la evidencia del interés creciente de la expansión de Rusia en lo que era el patio trasero de EEUU. La exitosa presencia hace dos días en Perú con varios acuerdos suscritos entre Medvédev y Alan García, la excelente vinculación con Venezuela y los otros países incluidos en la región que visita ahora, son una forma de volver, reforzadas y remozadas, a las posiciones de los años 60 con la conexión de Cuba y una manera de contrarrestar la influencia (a veces torpe por excesiva como en Georgia) norteamericana en la zona ex comunista.

Pero ese fortalecimiento de Rusia no habría sido posible sin la debilidad de unos dirigentes nacionales europeos, actuales y anteriores, ante el Kremlin. Su política de no ofender a una potencia de cuyo poderío energético dependen mucho, ha hecho que se extendiese un gran silencio sobre la regresión de libertades y derechos humanos en Rusia. La inminente ampliación del mandato presidencial a seis años es una de tantas manifestaciones. La muy débil posición del núcleo duro de la Unión Europea (la posición de la presidencia francesa fue patética) en la defensa de Georgia por la invasión militar rusa tras el error de Saakashvili, es también un claro ejemplo. Además de intentar sacar provecho comercial de ese silencio, esa debilidad se incrementa por la muy insuficiente política exterior común en el seno de la Unión Europea.

Es paradójico ver en España a algunos socialdemócratas defendiendo (en esta ocasión) el libre mercado y la no intervención mientras que los liberales-conservadores propugnan que el poder ejecutivo actúe. En todo caso, hay algo que debería ser el leiv motiv de cualquier Gobierno: el interés general. Y éste supone dejarse llevar no por un nacionalismo patriótico sin más o un amiguismo mal entendido, sino por la sensatez que supone no facilitar que un sector estratégico clave quede en manos de alguien lejano incluso a la Unión Europea y que lo utilizará, no lo duden, como instrumento para sus intereses políticos.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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