Por Joschka Fischer, miembro prominente del Partido Verde de Alemania durante casi 20 años. Fue ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania desde 1998 hasta 2005. Traducido por David Meléndez Tormen. Project Syndicate/Institute for Human Sciences, 2009 (EL PAÍS, 09/01/09):
A lo largo de 19 años, Occidente (Estados Unidos y Europa) ha estado posponiendo responder a una pregunta estratégica de importancia clave: ¿qué papel debería jugar la Rusia postsoviética en el ámbito mundial y en el orden europeo? ¿Se la debería tratar como a un socio difícil o como a un adversario estratégico?
Incluso cuando se volvió urgente tomar una decisión al respecto, durante la crisis de la breve guerra de Rusia contra Georgia el verano pasado, Occidente no dio una respuesta definitiva a esta pregunta. Si se sigue a la mayoría de los europeos del Este, el Reino Unido y la Administración de Bush, la respuesta es “adversario estratégico”, pero la mayor parte de los europeos occidentales prefieren “socio difícil”. Estas alternativas, que parecen mutuamente excluyentes, tienen algo en común: ninguna de ellas ha sido pensada hasta sus últimas consecuencias.
Si se ve a Rusia como un adversario estratégico -y la restauración de la política de poder de la Gran Rusia bajo Vladímir Putin en detrimento del imperio de la ley en los ámbitos interno y externo, de hecho, da razones para ello-, entonces Occidente debería modificar fundamentalmente sus prioridades al respecto.
Si bien Rusia ya no es la superpotencia de la era soviética, en lo militar sigue siendo una gran potencia, al menos en Europa y Asia. Para abordar los numerosos conflictos regionales (Irán, Oriente Próximo, Afganistán/Pakistán, Asia Central, Corea del Norte) y los retos globales (aminorar el cambio climático, desarme, control de armas, iniciativas que eviten la proliferación nuclear, seguridad energética) que tienen alta prioridad para Occidente, es necesaria la cooperación con Rusia.
Una confrontación con Moscú, es decir, un nuevo tipo de miniguerra fría, afectaría negativamente estas prioridades, o al menos complicaría de manera importante su implementación. De modo que la pregunta es simplemente si la amenaza que Rusia representa es tan grave que hace necesaria este tipo de reorientación estratégica por parte de Occidente. Mi opinión es que no.
La reivindicación de Putin del estatus de superpotencia y sus políticas de gran potencia son muy vulnerables en lo estructural; esto es particularmente cierto en momentos en que el precio del petróleo ha caído a menos de 40 dólares por barril. Y él lo sabe.
Demográficamente, Rusia se encuentra en un dramático descenso; sigue estando retrasada en lo económico y social; su infraestructura está subdesarrollada, al igual que su inversión en educación y formación vocacional. En el ámbito económico, depende principalmente de lasexportaciones de energía y productos básicos, y depende en gran medida de Occidente, especialmente de Europa, para sustentar sus esfuerzos por modernizarse.
Sin embargo, debido a su posición geopolítica y su potencial, Rusia seguirá siendo un factor estratégico permanente en Europa y Asia que no se puede pasar por alto.
En consecuencia, es de interés de Occidente integrarla a una relación de colaboración estratégica. Sin embargo, esto exigiría una política occidental basada en un pensamiento de largo plazo y en una posición de poder fuerte y confiada en sí misma, ya que el Kremlin percibirá cualquier signo de división y debilidad como una invitación a volver a su política de juegos de poder de la Gran Rusia.
Hace algunos meses, el Gobierno ruso propuso negociar un nuevo orden europeo dentro del marco de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa.
Rusia considera injustos los acuerdos de los años noventa, ya que se basaban en la posición de debilidad que tenía en ese tiempo, y desea reformularlos. El principal objetivo estratégico de Moscú es el debilitamiento o incluso una reducción del papel de la OTAN como alianza militar antirrusa, y el restablecimiento de sus zonas de influencia en Europa Oriental y Asia Central.
Sin embargo, Putin comete un gran error en este punto, porque todos estos objetivos son inaceptables para Occidente, y el Kremlin, aun así, no parece comprender que la mejor y más eficaz garantía de la existencia de la OTAN fue, es y seguirá siendo una política exterior rusa agresiva.
En la ex madre patria del marxismo-leninismo, los gobernantes todavía parecen no entender cómo funciona la dialéctica. Después de todo, si el Gobierno ruso realmente quisiera lograr un cambio del statu quo postsoviético, en primer lugar, debería trabajar codo a codo con sus vecinos en pos de una política que reduzca los temores en lugar de acrecentarlos.
No obstante, esto se aplica de manera similar, aunque a la inversa, a Occidente: por una parte, los principios de una nueva Europa, tal como se definieron en la OSCE después de 1989-1990, no permiten que las decisiones acerca de alianzas queden sujetas al veto de un vecino de gran tamaño. Lo mismo es cierto en lo referente a elecciones libres y secretas y la inviolabilidad de las fronteras.
Por otra parte, los sistemas de defensa antimisiles en Polonia y la República Checa, y la perspectiva de que Georgia y Ucrania puedan pasar a formar parte de la OTAN, suponen una confrontación, cuando no es para nada necesaria.
Occidente no debería rechazar el deseo de Rusia de que se lleven a cabo nuevas negociaciones en torno a un sistema de seguridad europeo; por el contrario, debería ver esto como una oportunidad de finalmente dar respuesta a cuál debe ser el lugar de Rusia en Europa.
En este respecto, la OTAN debe jugar el papel central, puesto que es indispensable para la gran mayoría de los europeos y para Estados Unidos.
El posible contrapeso sería que los principios e instituciones actuales del orden europeo, incluida la Alianza Atlántica, sigan sin modificaciones y sean aceptados por Rusia, que a su vez obtendría un papel significativamente mayor en la OTAN y la perspectiva de pasar a ser miembro pleno de ella. Está claro que la naturaleza periférica del Consejo OTAN-Rusia no fue suficiente ni funcionó según lo esperado.
¿Por qué no pensar en transformar a la Alianza Atlántica en un sistema de seguridad europeo real que incluya a Rusia? Cambiarían las reglas del juego y se podría lograr una gran variedad de objetivos estratégicos: seguridad europea, conflictos en áreas cercanas, seguridad energética, antiproliferación, etcétera. Sí, un paso así de atrevido transformaría a la OTAN, pero transformaría a Rusia más aún.
Por supuesto, este enfoque presupone dos cosas que no existen por el momento: un enfoque transatlántico en común para tratar con Rusia, y una Unión Europea que actúe de manera mucho más unida y, por ende, más fuerte. Sin embargo, el reto que significa Rusia no permite más dilaciones. Sencillamente, es demasiado lo que hay en juego.
A lo largo de 19 años, Occidente (Estados Unidos y Europa) ha estado posponiendo responder a una pregunta estratégica de importancia clave: ¿qué papel debería jugar la Rusia postsoviética en el ámbito mundial y en el orden europeo? ¿Se la debería tratar como a un socio difícil o como a un adversario estratégico?
Incluso cuando se volvió urgente tomar una decisión al respecto, durante la crisis de la breve guerra de Rusia contra Georgia el verano pasado, Occidente no dio una respuesta definitiva a esta pregunta. Si se sigue a la mayoría de los europeos del Este, el Reino Unido y la Administración de Bush, la respuesta es “adversario estratégico”, pero la mayor parte de los europeos occidentales prefieren “socio difícil”. Estas alternativas, que parecen mutuamente excluyentes, tienen algo en común: ninguna de ellas ha sido pensada hasta sus últimas consecuencias.
Si se ve a Rusia como un adversario estratégico -y la restauración de la política de poder de la Gran Rusia bajo Vladímir Putin en detrimento del imperio de la ley en los ámbitos interno y externo, de hecho, da razones para ello-, entonces Occidente debería modificar fundamentalmente sus prioridades al respecto.
Si bien Rusia ya no es la superpotencia de la era soviética, en lo militar sigue siendo una gran potencia, al menos en Europa y Asia. Para abordar los numerosos conflictos regionales (Irán, Oriente Próximo, Afganistán/Pakistán, Asia Central, Corea del Norte) y los retos globales (aminorar el cambio climático, desarme, control de armas, iniciativas que eviten la proliferación nuclear, seguridad energética) que tienen alta prioridad para Occidente, es necesaria la cooperación con Rusia.
Una confrontación con Moscú, es decir, un nuevo tipo de miniguerra fría, afectaría negativamente estas prioridades, o al menos complicaría de manera importante su implementación. De modo que la pregunta es simplemente si la amenaza que Rusia representa es tan grave que hace necesaria este tipo de reorientación estratégica por parte de Occidente. Mi opinión es que no.
La reivindicación de Putin del estatus de superpotencia y sus políticas de gran potencia son muy vulnerables en lo estructural; esto es particularmente cierto en momentos en que el precio del petróleo ha caído a menos de 40 dólares por barril. Y él lo sabe.
Demográficamente, Rusia se encuentra en un dramático descenso; sigue estando retrasada en lo económico y social; su infraestructura está subdesarrollada, al igual que su inversión en educación y formación vocacional. En el ámbito económico, depende principalmente de lasexportaciones de energía y productos básicos, y depende en gran medida de Occidente, especialmente de Europa, para sustentar sus esfuerzos por modernizarse.
Sin embargo, debido a su posición geopolítica y su potencial, Rusia seguirá siendo un factor estratégico permanente en Europa y Asia que no se puede pasar por alto.
En consecuencia, es de interés de Occidente integrarla a una relación de colaboración estratégica. Sin embargo, esto exigiría una política occidental basada en un pensamiento de largo plazo y en una posición de poder fuerte y confiada en sí misma, ya que el Kremlin percibirá cualquier signo de división y debilidad como una invitación a volver a su política de juegos de poder de la Gran Rusia.
Hace algunos meses, el Gobierno ruso propuso negociar un nuevo orden europeo dentro del marco de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa.
Rusia considera injustos los acuerdos de los años noventa, ya que se basaban en la posición de debilidad que tenía en ese tiempo, y desea reformularlos. El principal objetivo estratégico de Moscú es el debilitamiento o incluso una reducción del papel de la OTAN como alianza militar antirrusa, y el restablecimiento de sus zonas de influencia en Europa Oriental y Asia Central.
Sin embargo, Putin comete un gran error en este punto, porque todos estos objetivos son inaceptables para Occidente, y el Kremlin, aun así, no parece comprender que la mejor y más eficaz garantía de la existencia de la OTAN fue, es y seguirá siendo una política exterior rusa agresiva.
En la ex madre patria del marxismo-leninismo, los gobernantes todavía parecen no entender cómo funciona la dialéctica. Después de todo, si el Gobierno ruso realmente quisiera lograr un cambio del statu quo postsoviético, en primer lugar, debería trabajar codo a codo con sus vecinos en pos de una política que reduzca los temores en lugar de acrecentarlos.
No obstante, esto se aplica de manera similar, aunque a la inversa, a Occidente: por una parte, los principios de una nueva Europa, tal como se definieron en la OSCE después de 1989-1990, no permiten que las decisiones acerca de alianzas queden sujetas al veto de un vecino de gran tamaño. Lo mismo es cierto en lo referente a elecciones libres y secretas y la inviolabilidad de las fronteras.
Por otra parte, los sistemas de defensa antimisiles en Polonia y la República Checa, y la perspectiva de que Georgia y Ucrania puedan pasar a formar parte de la OTAN, suponen una confrontación, cuando no es para nada necesaria.
Occidente no debería rechazar el deseo de Rusia de que se lleven a cabo nuevas negociaciones en torno a un sistema de seguridad europeo; por el contrario, debería ver esto como una oportunidad de finalmente dar respuesta a cuál debe ser el lugar de Rusia en Europa.
En este respecto, la OTAN debe jugar el papel central, puesto que es indispensable para la gran mayoría de los europeos y para Estados Unidos.
El posible contrapeso sería que los principios e instituciones actuales del orden europeo, incluida la Alianza Atlántica, sigan sin modificaciones y sean aceptados por Rusia, que a su vez obtendría un papel significativamente mayor en la OTAN y la perspectiva de pasar a ser miembro pleno de ella. Está claro que la naturaleza periférica del Consejo OTAN-Rusia no fue suficiente ni funcionó según lo esperado.
¿Por qué no pensar en transformar a la Alianza Atlántica en un sistema de seguridad europeo real que incluya a Rusia? Cambiarían las reglas del juego y se podría lograr una gran variedad de objetivos estratégicos: seguridad europea, conflictos en áreas cercanas, seguridad energética, antiproliferación, etcétera. Sí, un paso así de atrevido transformaría a la OTAN, pero transformaría a Rusia más aún.
Por supuesto, este enfoque presupone dos cosas que no existen por el momento: un enfoque transatlántico en común para tratar con Rusia, y una Unión Europea que actúe de manera mucho más unida y, por ende, más fuerte. Sin embargo, el reto que significa Rusia no permite más dilaciones. Sencillamente, es demasiado lo que hay en juego.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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