Por Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China, Casa Asia-IGADI (EL PAÍS, 13/02/09):
Cientos de personas han firmado en China la llamada Carta 08, todo un catálogo de reivindicaciones políticas que inciden en la necesidad de abrir un segundo tiempo en el proceso de reforma. Es verdad que los firmantes constituyen apenas una gota de agua en el inmenso océano demográfico chino, pero no podrá negarse su trascendencia moral, por cuanto supone plantar cara a la represión del régimen denunciando que “China tiene numerosas leyes pero no un Estado de derecho, tiene una Constitución pero no un Gobierno constitucional”, condenando esa resistencia de las élites a toda evolución que suponga un cambio político real. Su contenido equivale a un auténtico programa de cambio democrático, pero ¿puede tener alcance político efectivo?
En el Libro Blanco sobre la democracia (2005), Pekín retrató su sistema político, insistiendo en que no mudaría de camino. Dos años más tarde, en el XVII Congreso del Partido Comunista (PCCh), se planteó la necesidad de inyectar savia nueva en él para garantizar su efectividad como instrumento capaz de dirigir una sociedad que se ha pluralizado de forma notoria como consecuencia de las reformas, ganando una autonomía frente al poder que sugiere nuevos enfoques. Pero el PCCh no abdica de su monopolio y dirección -cuestión central de la Carta 08-, factor que considera precondición de toda estabilidad. A lo sumo, el PCCh aceptaría aumentar el nivel de deliberación y co-participación. El programa democratizador oficial, inspirado por el profesor Zhou Tianyong, director del centro de análisis político de la Escuela Central del Partido, fijaba el objetivo del año 2020 para escalonar medidas, incidiendo esta vez en la transformación del Estado y en una fuerte inversión en el orden social para configurar una sociedad moderna y adulta.
Pero lo cierto es que, tras los Juegos Olímpicos, Pekín parece echar de nuevo el cerrojo: reanudación de ejecuciones, inflexibilidad y lenguaje duro en la negociación con los representantes del Dalai Lama, detención de militantes a favor de los derechos humanos, mayor control de Internet y de los medios de comunicación… Las promesas de transparencia, mayor autonomía social y amplio y progresivo reconocimiento de las libertades individuales, dejan paso preferente a la acción represiva y ejemplar contra la corrupción, que goza de amplio favor popular, mientras, en el más absoluto silencio, se procura aislar cualquier disidencia política. En un artículo publicado el pasado 18 de enero en la revista Qiushi, Jia Qinglin, uno de los máximos dirigentes chinos, alertaba contra “los falsos ideales de la democracia a la occidental”, evidenciando las fronteras de la evolución ideológica del régimen.
Detrás de estas medidas no está sólo el miedo a la proclama de la Carta 08, sino también a lainestabilidad derivada de la actual crisis, que está golpeando la economía china con más fuerza de lo esperado. Millones de trabajadores rurales se han quedado sin empleo y regresan al campo, donde sus posibilidades de ocupación son ínfimas y las redes sociales prácticamente inexistentes. En el medio urbano, el desempleo, en torno al triple del oficialmente reconocido (4,2%), también va en aumento. La temida cólera podría estallar.
Ante esta situación, el Gobierno chino ha reaccionado a varios niveles. El plan de estímulos (cuatro billones de yuanes) ha sido uno de ellos. Mayores inversiones sociales ha sido otro. También intensifica las políticas para aprovechar la crisis y operar el cambio en el modelo de desarrollo. Pero, en ningún caso, planea acelerar la reforma política, temeroso de que cualquier cambio pueda conducir a un descalabro progresivo de todo el sistema. Así pues, todas las energías deben centrarse en garantizar la paz social con los mismos métodos de siempre. ¿Será suficiente?
Se cuenta con un repunte considerable de los conflictos sociales a nivel local y se han dado instrucciones a los cuerpos de policía para manejar con mano izquierda los disturbios. En la periferia, los cuadros, conservadores por la naturaleza, pueden agravar las protestas con su demostrada torpeza, poca credibilidad cívica y el nerviosismo que avanza en el campo y en el entorno de las grandes ciudades. Algunas autoridades (en la provincia occidental de Gansu) han sido sancionadas por su “rutina” a la hora de reprimir. Se impone gestionar con precaución los disturbios y, sobre todo, desactivar las protestas de forma inteligente para evitar que alcancen una dimensión global.
Pero no es sólo la crisis y sus efectos. El presente es un año difícil por los numerosos aniversarios delicados (la revuelta en Tíbet que acabó con el exilio del Dalai Lama, sucesos de Tiananmen, Falungong) y un encadenamiento de episodios podría volverse incontrolable. La Carta 08 pesca, pues, en aguas revueltas (hun shui mo yu) y, atendiendo a su discurso de investidura, con tanto énfasis en la defensa de valores y principios, podría encontrar en el presidente Obama una receptividad aliada y mayor en el diálogo con las autoridades de Beijing.
¿Quién apuesta por la democracia en China? No los nuevos poderes económicos, con buenas conexiones con el poder y del que se benefician en grado sumo. Tampoco las vastas huestes de funcionarios que engrasan a diario los engranajes del sistema, mostrando gran nivel de adaptación. En unos y en otros, como entre los estudiantes, el patriotismo, rico y pobre, fagocita cualquier otra reivindicación. Por otra parte, los colectivos de humildes que encabezan las protestas, por el momento las unen a fenómenos muy locales, en muchos casos sin perder la esperanza de encontrar en el poder central un remedio a todos sus males.
En la larga transición china, la hipótesis democrática parece alejarse una vez más. De igual forma que en lo económico conserva muchas especificidades, reservando para el poder político-partidario el control de áreas clave y actuando a todos los niveles como un actor decisivo, en lo político todo seguirá atado en corto. Es más, se diría que quien lleva las riendas, si algo ha descartado es tomar el rumbo hacia un pluralismo de corte occidental.
El inmovilismo no es alternativa, porque conduce directamente al bloqueo y la asfixia del sistema, pero el PCCh, en el filo de la navaja, seguirá haciendo acrobacias, adoptando cuanto pueda, adaptándose hasta donde pueda, instando esa paulatina superación del maoísmo y sustituyéndolo no por la democracia occidental que sugiere la Carta 08 sino por el gobierno de la virtud y demás diatribas confucianas, una propuesta coherente con su estrategia general que limita cualquier papel efectivo de la sociedad civil.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Cientos de personas han firmado en China la llamada Carta 08, todo un catálogo de reivindicaciones políticas que inciden en la necesidad de abrir un segundo tiempo en el proceso de reforma. Es verdad que los firmantes constituyen apenas una gota de agua en el inmenso océano demográfico chino, pero no podrá negarse su trascendencia moral, por cuanto supone plantar cara a la represión del régimen denunciando que “China tiene numerosas leyes pero no un Estado de derecho, tiene una Constitución pero no un Gobierno constitucional”, condenando esa resistencia de las élites a toda evolución que suponga un cambio político real. Su contenido equivale a un auténtico programa de cambio democrático, pero ¿puede tener alcance político efectivo?
En el Libro Blanco sobre la democracia (2005), Pekín retrató su sistema político, insistiendo en que no mudaría de camino. Dos años más tarde, en el XVII Congreso del Partido Comunista (PCCh), se planteó la necesidad de inyectar savia nueva en él para garantizar su efectividad como instrumento capaz de dirigir una sociedad que se ha pluralizado de forma notoria como consecuencia de las reformas, ganando una autonomía frente al poder que sugiere nuevos enfoques. Pero el PCCh no abdica de su monopolio y dirección -cuestión central de la Carta 08-, factor que considera precondición de toda estabilidad. A lo sumo, el PCCh aceptaría aumentar el nivel de deliberación y co-participación. El programa democratizador oficial, inspirado por el profesor Zhou Tianyong, director del centro de análisis político de la Escuela Central del Partido, fijaba el objetivo del año 2020 para escalonar medidas, incidiendo esta vez en la transformación del Estado y en una fuerte inversión en el orden social para configurar una sociedad moderna y adulta.
Pero lo cierto es que, tras los Juegos Olímpicos, Pekín parece echar de nuevo el cerrojo: reanudación de ejecuciones, inflexibilidad y lenguaje duro en la negociación con los representantes del Dalai Lama, detención de militantes a favor de los derechos humanos, mayor control de Internet y de los medios de comunicación… Las promesas de transparencia, mayor autonomía social y amplio y progresivo reconocimiento de las libertades individuales, dejan paso preferente a la acción represiva y ejemplar contra la corrupción, que goza de amplio favor popular, mientras, en el más absoluto silencio, se procura aislar cualquier disidencia política. En un artículo publicado el pasado 18 de enero en la revista Qiushi, Jia Qinglin, uno de los máximos dirigentes chinos, alertaba contra “los falsos ideales de la democracia a la occidental”, evidenciando las fronteras de la evolución ideológica del régimen.
Detrás de estas medidas no está sólo el miedo a la proclama de la Carta 08, sino también a lainestabilidad derivada de la actual crisis, que está golpeando la economía china con más fuerza de lo esperado. Millones de trabajadores rurales se han quedado sin empleo y regresan al campo, donde sus posibilidades de ocupación son ínfimas y las redes sociales prácticamente inexistentes. En el medio urbano, el desempleo, en torno al triple del oficialmente reconocido (4,2%), también va en aumento. La temida cólera podría estallar.
Ante esta situación, el Gobierno chino ha reaccionado a varios niveles. El plan de estímulos (cuatro billones de yuanes) ha sido uno de ellos. Mayores inversiones sociales ha sido otro. También intensifica las políticas para aprovechar la crisis y operar el cambio en el modelo de desarrollo. Pero, en ningún caso, planea acelerar la reforma política, temeroso de que cualquier cambio pueda conducir a un descalabro progresivo de todo el sistema. Así pues, todas las energías deben centrarse en garantizar la paz social con los mismos métodos de siempre. ¿Será suficiente?
Se cuenta con un repunte considerable de los conflictos sociales a nivel local y se han dado instrucciones a los cuerpos de policía para manejar con mano izquierda los disturbios. En la periferia, los cuadros, conservadores por la naturaleza, pueden agravar las protestas con su demostrada torpeza, poca credibilidad cívica y el nerviosismo que avanza en el campo y en el entorno de las grandes ciudades. Algunas autoridades (en la provincia occidental de Gansu) han sido sancionadas por su “rutina” a la hora de reprimir. Se impone gestionar con precaución los disturbios y, sobre todo, desactivar las protestas de forma inteligente para evitar que alcancen una dimensión global.
Pero no es sólo la crisis y sus efectos. El presente es un año difícil por los numerosos aniversarios delicados (la revuelta en Tíbet que acabó con el exilio del Dalai Lama, sucesos de Tiananmen, Falungong) y un encadenamiento de episodios podría volverse incontrolable. La Carta 08 pesca, pues, en aguas revueltas (hun shui mo yu) y, atendiendo a su discurso de investidura, con tanto énfasis en la defensa de valores y principios, podría encontrar en el presidente Obama una receptividad aliada y mayor en el diálogo con las autoridades de Beijing.
¿Quién apuesta por la democracia en China? No los nuevos poderes económicos, con buenas conexiones con el poder y del que se benefician en grado sumo. Tampoco las vastas huestes de funcionarios que engrasan a diario los engranajes del sistema, mostrando gran nivel de adaptación. En unos y en otros, como entre los estudiantes, el patriotismo, rico y pobre, fagocita cualquier otra reivindicación. Por otra parte, los colectivos de humildes que encabezan las protestas, por el momento las unen a fenómenos muy locales, en muchos casos sin perder la esperanza de encontrar en el poder central un remedio a todos sus males.
En la larga transición china, la hipótesis democrática parece alejarse una vez más. De igual forma que en lo económico conserva muchas especificidades, reservando para el poder político-partidario el control de áreas clave y actuando a todos los niveles como un actor decisivo, en lo político todo seguirá atado en corto. Es más, se diría que quien lleva las riendas, si algo ha descartado es tomar el rumbo hacia un pluralismo de corte occidental.
El inmovilismo no es alternativa, porque conduce directamente al bloqueo y la asfixia del sistema, pero el PCCh, en el filo de la navaja, seguirá haciendo acrobacias, adoptando cuanto pueda, adaptándose hasta donde pueda, instando esa paulatina superación del maoísmo y sustituyéndolo no por la democracia occidental que sugiere la Carta 08 sino por el gobierno de la virtud y demás diatribas confucianas, una propuesta coherente con su estrategia general que limita cualquier papel efectivo de la sociedad civil.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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