domingo, febrero 01, 2009

El ’show’ de las tertulias

Por Francesc Escribano, periodista (EL PERIÓDICO, 31/01/09):

Si alguien hubiese tenido la paciencia de anotar todo lo que en estos meses se ha dicho sobre la crisis económica en todas las tertulias televisivas y radiofónicas del país, estoy seguro de que obtendríamos uno de los libros más divertidos de la temporada. Sería una joya del humor. Un libro de muchas páginas, un inmenso palimpsesto cargado de citas, chistes, opiniones y tópicos. Porque el objetivo de la tertulia es crear opinión sin hablar demasiado en serio, sin dar datos ni aportar exactamente información sobre los hechos tratados. Los contertulios generan opinión gracias a la empatía que despiertan entre la audiencia que les sigue y comulga diariamente con sus palabras. Los contenidos son atractivos porque son una mezcla de comentarios juiciosos y salidas por peteneras, de conocimiento e ignorancia, rigor y frivolidad, de charla y cháchara.

De esto precisamente van las tertulias: de mezclar a gente que sabe de lo que habla con gente que habla de oídas. Porque para participar en una tertulia no es imprescindible saber de lo que hablas, ni documentarte demasiado, ni contrastar ni verificar muchos datos. Si fuese necesario un nivel mínimo de información y conocimiento para ponerse ante un micrófono y verter a bocajarro no habría tanta gente ni se hablaría de tantos temas, porque es imposible que tanta gente sepa tanto de tantos temas. En una ocasión, un participante en una tertulia prestigiosa reconoció abiertamente que no tenía ni idea del tema del que estaban hablando –no me consta que algo de tal trascendencia se haya repetido y, por tanto, omitiré el nombre del contertulio de marras, no fuese que bajara su cotización–, pero fue un caso excepcional. Si alguien no sabe, disimula. Normalmente, disimulan bien.

PERO no todas las tertulias son iguales. Hay que reconocer que algunas cuentan con gente de gran valía intelectual y con especialistas que, por formación, dominan un mundo o una materia determinada. Lo que ocurre es que su aportación pertinente y documentada se diluye y banaliza porque comparten mesa y deben enfrentarse y discutir con contertulios que saben poco más que lo que han leído en la prensa del día. No obstante, esa mezcla de gente que sabe de lo que habla y gente que no es lo que proporciona los momentos más divertidos. Porque, eso sí, mientras que la sabiduría es una opción, la habilidad oratoria es un requisito indispensable. Porque, de lo que se trata es, con la palabra como base, de obtener una buena dosis de espectáculo en un espacio que, sobre todo en la radio, se ha convertido en un género estrella. La ponga cuando la ponga, gire el dial hacia donde lo gire, siempre encontrará una tertulia.

El éxito del invento se explica porque es auténtica radio en colores, un verdadero espectáculo audiovisual. Mientras dura la tertulia, parece que la radio habla con imágenes. Algunas son casi un reality o una especie de combate verbal de pressing catch, en el que asistimos en directo a la creación de las enemistades más furibundas y al nacimiento de las amistades más insospechadas. Y eso es así porque, en realidad, hablar, hablar, no es lo único que se hace. Se grita, se gime, se vitupera, se implora, se aúlla e incluso, en casos extremos, se insulta. Es un gran cotilleo, global y total. Se habla de deportes, de política, de economía, de cine, de sucesos, del corazón o de las tripas. Se habla de todo y de la misma forma, no importa si el tema a tratar es el aumento del paro, los niños muertos de Gaza, la habilidad con la pelota de Messi o la nueva nariz de la princesa Letizia.
Los periodistas, especialmente los que trabajamos en los medios audiovisuales, nos debatimos a menudo entre una doble servidumbre: la que tenemos que mantener con la realidad y la que tenemos con el espectáculo. Por un lado, debemos reflejar fielmente los hechos y los protagonistas del mundo real, porque este es el compromiso del contrato no escrito que mantenemos con los espectadores y los oyentes. Por otro, para llegar a captar la atención y mantener las expectativas de esta audiencia debemos construir un buen producto radiofónico y televisivo, y para hacerlo tenemos que seguir los requisitos y cumplir con las exigencias de las leyes del espectáculo.

HARRY G. Frankfurt, un influyente filósofo de la Universitat de Princeton, publicó hace tres años un ensayo lleno de ironía en el que estudiaba el fenómeno de la proliferación de tertulias. La convicción de que en una democracia todo ciudadano tiene la responsabilidad de opinar sobre cualquier cosa, porque en el mundo global todo nos afecta, conlleva, según Frankfurt, una desconexión entre las opiniones de una persona y su percepción de la realidad. Su teoría es que el exceso de palabrería en nuestro mundo contemporáneo, hablar por hablar y de forma banal, es mucho más pernicioso para la verdad que la propia mentira.

Creo que si Cervantes tuviese que escribir ahora El Quijote, no presentaría a su protagonista como un seguidor obsesivo de las novelas de caballerías: estoy seguro de que le convertiría en adicto a las tertulias. Una buena exposición a las teorías más contradictorias sobre los temas más diversos con los contertulios más insólitos es todo lo que precisa para transformarse en un caballero desafiante dispuesto a arremeter contra unos molinos de viento que perfectamente podrían ser gigantes.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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