sábado, febrero 14, 2009

Madrid 16: el valor de la solidez

Por Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid (ABC, 14/02/09):

Arnold Toynbee nos enseñó que una civilización no declina mientras es capaz de ofrecer respuestas creativas a un determinado desafío. Y además nos recordó que, en nuestro tiempo, esa reacción vivificante se produce desde un entorno urbano configurado por auténticas Ciudades en marcha. Por eso no es exagerado afirmar que, en medio de una realidad problemática como la que actualmente afronta el mundo, Madrid se puso en marcha este mismo jueves en Lausana. Ese día entregó al Comité Olímpico Internacional los tres tomos de un dossier de candidatura cuyo aliento primordial incita a una profunda renovación no ya de la ciudad, sino de todo el país, y quién sabe si de un mundo que, ante los problemas sobrevenidos, se pregunta qué hacer. Porque la candidatura de Madrid aspira a convertirse, de la mano del ideario olímpico, en un camino de esperanza hacia el orden nuevo que está por construir.

Por eso Madrid 16 no es un proyecto que sobrevuele la crisis o que intente obviar sus dificultades. Antes al contrario, lleva en su seno las claves para dar con esa respuesta creativa que se necesita frente a esta realidad adversa. En ocasiones, anticipando en las seiscientas páginas del dossier la agenda de prioridades y debates emergentes que una situación de mudanza como la presente nos plantea: el regreso a ciertas actitudes de responsabilidad que habían sido temerariamente relegadas; el aprecio por los logros tangibles y la desconfianza ante las quimeras; la sostenibilidad como elemento sustantivo de nuestra manera de vivir y producir; la solidaridad en tanto que pilar de carga de una sociedad estable y cohesionada; la colaboración entre la esfera pública y la privada como garantía de seguridad y dinamismo; o el equilibrio entre Estado y sociedad en que se expresa lo anterior.

Empezamos a cobrar conciencia ahora de que el decaimiento de la economía obedece al furtivo abandono que se ha producido del sistema de valores que la vertebraba. Y justo en este momento en el que afloran los efectos devastadores de la codicia y la especulación, el olimpismo resurge con un repertorio opuesto de principios -el esfuerzo diario por mantener lo conseguido, el afán de superación basado en un cálculo de posibilidades razonable, el respeto escrupuloso a las reglas del juego, la confianza en el compañero de equipo y aun en el adversario leal- que le permitió atravesar con integridad todos los avatares del siglo XX. Y aunque ignoramos todavía si el mundo no caerá en la tentación del miedo y el aislacionismo, también puede ocurrir que las grandes convocatorias globales, como la que representa la cita olímpica -la mayor fiesta del planeta, que suscita una audiencia de 5.000 millones de personas- nos ayuden a avanzar juntos por el camino de la cooperación.

Por otra parte, sabemos, gracias a Galbraith, que ni siquiera la vigorosa política keynesiana pudo revertir la Gran Depresión en lo que a niveles de desempleo se refiere. No fue hasta que se produjo una situación límite y de propia superviviencia de nuestro sistema de valores, con todo su potencial movilizador, cuando un modelo socioeconómico nuevo situó al mundo en la senda del desarrollo. Hoy nos encontramos ante la necesidad de un revulsivo semejante que sustituya la violencia por el ingenio, no sólo en el ámbito de la innovación tecnocientífica, sino también en nuestro modus vivendi. La candidatura olímpica de Madrid indaga en la solución a ese reto desde el momento en que se apoya en las energías renovables y se impone a sí misma rigurosas medidas de ahorro y eficiencia. Igualmente, cuando concibe una Villa de Medios cuyos módulos serán después desmontados para ser aprovechados con fines sociales en cualquier parte de España o del mundo, o al transformar la Villa Olímpica en un ámbito urbano sostenible en el que una parte se convierte en vivienda pública protegida. Esa conciencia de que los recursos no son ya ilimitados, y de que por tanto hay que hacer más con menos, esa preocupación para que cada infraestructura olímpica tenga asignada una función posterior a los Juegos, conforme a un Plan de Legado y una Comisión que lo aplicará, son señas de identidad características de la propuesta de Madrid, que, en su respuesta a la necesidad de perfilar un modelo productivo basado en la innovación y en una auténtica economía del conocimiento, ha adquirido también el compromiso de intensificar la capacidad de conexión de la ciudad mediante redes de fibra óptica y telefonía móvil de cuarta generación.

Con todo, la principal ventaja de Madrid es su naturaleza como ciudad de síntesis, donde tradición y modernidad se equilibran y logran definir un entorno urbano de escala humana en el que es posible garantizar la acogida más calurosa y hospitalaria que unos Juegos Olímpicos y Paralímpicos hayan recibido jamás. No hay que olvidar que la salida a la crisis se producirá cuando acertemos a combinar el regreso a los valores de seguridad y estabilidad con la audacia del corazón que es necesaria para volver a asignar un valor ético a cada iniciativa, de acuerdo con una renovada escala de principios.

La fiabilidad que en estos tiempos de incertidumbre ofrece Madrid no tiene posible competidor. La solidez de su propuesta procede no sólo del hecho de que el 77 por ciento de las infraestructuras estén ya construidas o en ejecución, sino también de su diseño compacto y sostenible, donde el 85 por ciento de las sedes deportivas se concentran en un radio de 15 kilómetros, en el Este de Madrid -el corazón de los Juegos- y junto al río -el pulmón-. La ciudad misma ha acometido la transformación urbana más profunda recientemente experimentada por una capital europea, detrás sólo del Berlín posterior a la caída del muro. El transporte público, con una de las mejores redes del mundo, los recintos feriales, el aeropuerto, que para entonces debería llevar ya el nombre de Adolfo Suárez, o las líneas de alta velocidad ferroviaria, son parte de ese proceso que ha hecho de esta ciudad la tercera capital de Europa junto a Londres y París.

Un gran gobernante italiano dijo que un político atiende a las próximas elecciones mientras que un estadista piensa en la próxima generación. Por lo que se refiere a la candidatura de Madrid, todos -las más altas instituciones del Estado, las Administraciones, los partidos políticos, los agentes sociales- han demostrado esa actitud responsable, empezando, naturalmente, por la única institución que en todo tiempo se mantiene inserta en esa perspectiva duradera del interés general: la Corona. No sorprende, pues, que la candidatura de Madrid, apoyada por nueve de cada diez españoles, destaque por su capacidad para conciliar la iniciativa de las instituciones y la participación de la sociedad. Todo hace pensar, en fin, que los Juegos puedan ser un principio razonable para ese horizonte sugestivo de vida en común que Ortega le pedía a España. Así lo vivimos con motivo de los Juegos de Barcelona y lo intuimos en nuestra anterior experiencia olímpica. Porque ante las empresas decisivas -la Transición a la democracia, el ingreso en Europa, la entrada en la moneda única…-, los españoles hemos demostrado una poderosa unidad de fondo que merece otra oportunidad para brillar.

Trabajar por unos Juegos Olímpicos y Paralímpicos en Madrid es contribuir a un mundo mejor, más seguro y sostenible. El legado que dejarían en la capital de España comienza antes incluso de la designación, porque incluye el propio camino de cambio al que nos convoca. Marcará a una generación entera, que a su vez educará a la siguiente en los mismos valores de esfuerzo y generosidad. Y aunque no sabemos cuántas cosas serán distintas la tarde del 5 de agosto de 2016, lo que es seguro es que, si desarrollamos el concepto humanista que palpita en esta candidatura, esa ceremonia inaugural tendrá buenas razones para el júbilo. Porque el mundo festejará algo más que el comienzo de unas pruebas deportivas. Estará celebrando el momento en que la Humanidad se sobrepuso a sus contradicciones y cambió a tiempo. De momento, y hasta que seamos llamados a esa responsabilidad, sólo podemos repetir las palabras de Coubertin en una hora semejante a ésta: «Los tiempos son difíciles todavía; la aurora que se anuncia es la del día siguiente a la tormenta, pero hacia el mediodía el cielo se aclarará y los brazos de los segadores se verán de nuevo cargados de doradas espigas».

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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