domingo, febrero 01, 2009

Radiografía con tarjetas amarillas

Por Joan Majó, ex ministro de Industria (EL PERIÓDICO, 01/02/09).

Soy muy prudente con los datos de ciertos informes o radiografías de nuestra realidad económica y social cuando los elaboran organismos –y los publican medios– relacionados de uno u otro modo con el debate político. El debate se debería centrar en las soluciones, pero se centra en determinar cuál es la realidad. No se habla de qué hacer para eliminar el terrorismo, sino de si fue ETA o el terrorismo islámico quien puso las bombas en Madrid; no se habla de cómo salir de la crisis; no se busca con quién negociar la financiación: se discute cuál es el déficit fiscal. La deformación intencionada de la realidad ha sustituido las propuestas de futuro.

Cuesta ponerse de acuerdo en los remedios, porque no nos hemos puesto de acuerdo antes –a menudo no conviene– sobre qué enfermedad padecemos. De ahí mi escepticismo. Y la satisfacción cuando aparece un informe que, por la independencia del organismo y el rigor del método, difícilmente puede ser discutido.

LA UE HA hecho público, un año más, un estudio sobre la competitividad y la innovación en los 27 países que la forman, comparándolos con otras áreas del mundo. La conclusión es que los índices de la UE están mejorando muy poco respecto de Japón y un poco más respecto de EEUU, pero siguen muy lejos de los objetivos fijados para el año 2010, en Lisboa. No recuperamos el retraso de hace 10 años.

Más que esto, lo que me interesa destacar aquí son las comparaciones interiores que hace el informe, y especialmente la posición española, todo en base a datos del 2007, que son con los que cuento. España ocupa en el índice global de innovación la posición 17 entre los 27. Cuando empezó a calcularse el índice, la UE solo tenía 15 miembros y España era el número 12. Seguimos llevando detrás a Grecia, Italia y Portugal, pero se nos han adelantado la República Checa, Noruega, Estonia, Eslovenia y Chipre. España y estos ocho países constituyen el grupo de los llamados, diplomáticamente, “moderadamente innovadores”. El índice español está un 32% por debajo de la media europea (31 respecto de 45), aun teniendo en cuenta que este promedio ha bajado mucho por la entrada de los nuevos miembros de la Europa del Este. España queda ahora un 50% por debajo de los líderes: Suecia, Finlandia, Dinamarca y Alemania (31 respecto de 62).

El informe de este año no detalla los datos “regionales”. Así pues, no los comento, pero no hay que olvidar que Catalunya, que en el 2001 era la segunda región española en el ranking, es ahora superada por Madrid, Euskadi y Navarra, y ocupa el cuarto lugar, junto con Valencia.

Me parece muy interesante analizar los índices parciales dentro del global y comentar algunas observaciones que hacen los autores, porque esto permite acercarnos más a las causas y entender el porqué de los malos resultados.

De los 25 indicadores parciales, España se ha estancado en 11 (por ejemplo, inversiones en tecnologías informáticas) y ha empeorado en cinco de ellos (número de licenciados en ciencias e ingeniería, participación en educación continua, innovación en las pequeñas empresas, registro de patentes… ).

De los comentarios que contiene el informe, quiero centrarme en tres que no sé si son los más importantes, pero que a mí me han interesado mucho porque se refieren al aspecto educativo y, además, son de plena actualidad. Mencionan los autores, entre otras, tres cosas que les preocupan. 1) El sistema de investigación e innovación sufre una disminución del capital humano y un déficit de personas con competencias profesionales, y esta tendencia puede empeorar debido a las perspectivas demográficas. 2) La ratificación y el desarrollo del proceso de Bolonia podría ayudar a mejorar estas tendencias, al permitir y facilitar una inmigración calificada y un retorno de estudiantes españoles, actualmente en el extranjero. 3) Se ha observado una reducción del número de doctorados en ciencias e ingenierías, y una disminución de la motivación hacia la formación en áreas relacionadas con la técnica, lo que lleva a pensar que, en el futuro, puede haber una falta de perfiles adecuados a las necesidades del país. En algunos casos, se ha observado que, en lugar de ser estimulada, parece que la creatividad se considere una amenaza o un problema en el interior del sistema educativo, y esto hace que más adelante pueda fallar uno de los elementos fundamentales del proceso de innovación.

EN RESUMEN, creo que tenemos una radiografía objetiva y preocupante que nos obliga a centrar el foco de nuestra atención en los procesos de educación y formación. Entre muchas otras, yo destaco tres tarjetas amarillas. 1) La urgencia de hacer transparente nuestro sistema de formación en el contexto europeo, apostando sin reticencias por lo que se ha venido a llamar proceso de Bolonia. 2) La necesidad de buscar formas de estimular el interés y las motivaciones hacia formaciones técnicas de todos los niveles, haciendo una verdadera transformación de la formación profesional. 3) La aceptación de que la creatividad no es algo especialmente propio de artistas u otros agentes culturales, sino que la creatividad en todas las áreas de la vida social y económica es la clave del bienestar futuro. Estimularla es un deber y reprimirla sería un grave error.

En la actual reglamentación deportiva, tres tarjetas amarillas resultan una acumulación peligrosa, pero cinco acarrean la suspensión…

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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