Por Francesc Escribano, periodista (EL PERIÓDICO, 14/03/09):
Jade Goody es una chica inglesa de 27 años. Sufre cáncer y tiene mal pronóstico. Se está muriendo. Jade se hizo tremendamente popular en su país después de protagonizar una de las primeras ediciones de Big Brother. Un programa que, como es sabido, no busca a gente anónima, sino más bien a gente que no sea nadie. Les pagan por no hacer nada y por relacionarse entre ellos. Si lo hacen bien, pueden llegar a pagarles por ir a exhibirse a discotecas y por asistir a programas de televisión en los que hablan de todo aquello que no han hecho. Al final del proceso, que más tarde o más temprano siempre acaba igual, vuelven inevitablemente a no ser nadie.
Jade se resistía a repetir el mismo guión que han seguido muchas de esas estrellas efímeras. Su personalidad original y una trayectoria vital peculiar parecían perfectas para desafiar este destino. Se hizo famosa porque en su vida todo era un despropósito. Nació en uno de los barrios más pobres de Londres, su padre, que la había abandonado a los dos años, murió de sobredosis, y su madre, adicta al crack, tiene una minusvalía grave por un accidente de coche. El modo en el que combinaba la sabiduría de la calle y la ignorancia académica –casi no pisó la escuela– contribuía a aumentar su popularidad. Jade no sabía lo que era un espárrago y creía que Río de Janeiro era una persona. En el cénit de su carrera mediática, Jade llegó a escribir una autobiografía, abrió una peluquería y lanzó al mercado un perfume que fue un éxito de ventas.
Todo se torció el día en que Jade, en un programa de televisión, insultó a Shilpa Shetty, una actriz de Bollywood. Hizo comentarios racistas y se rió del acento y los hábitos higiénicos de la actriz india. La reacción fue inmediata: dejaron de llamar a Jade para participar en programas, su perfume fue retirado del mercado y su biografía dejó de venderse. Meses después, para intentar enderezar la situación, Jade viajó hasta la India para participar en un programa conducido por Shilpa Shetty y pedirle perdón. La ironía del destino es que fue allí, en la India, donde le detectaron el cáncer que está acabando con su vida, y la mala noticia, como todo lo que ha hecho hasta ahora, la compartió casi en directo con los telespectadores.
JADE, asesorada por Max Clifford, uno de los mejores relaciones públicas de Gran Bretaña, ha decidido vender al mejor postor su agonía. Tiene dos hijos y dice que debe velar por su futuro. Un periódico y la cadena temática Living TV han pagado más de un millón de euros por diferentes exclusivas que van desde acompañar a Jade en sus sesiones de quimioterapia hasta las imágenes de su boda o, más recientemente, el pasado 7 de marzo, la ceremonia de su bautizo, acompañada de sus dos hijos, que también se bautizaron con ella. La historia de Jade Goody ha dado la vuelta al mundo sin dejar a nadie indiferente. La polémica está servida y muchas voces se han levantado para criticar la morbosidad de esta nueva frontera macabra del exhibicionismo. La respuesta de Jade a la reacción internacional ante su caso ha sido clara y contundente: “He pasado toda mi vida adulta hablando sobre mi vida –ha dicho–. La única diferencia es que ahora hablo sobre mi muerte”.
Jade tiene razón. ¿Cuál es la diferencia? Tan moral o inmoral es hablar de la vida como de la muerte. Lo que ocurre es que la muerte sigue siendo un tabú terrible en nuestra sociedad. La escondemos pensando en que, al ocultarla, podremos evitarla. Cuando Jade Goody, sin pelo y postrada en una silla de ruedas, dice que no entiende lo que hay de malo en lo que hace, pone en evidencia la hipocresía y la impostación de nuestra sociedad. La telerrealidad y la proliferación de las redes sociales en internet nos obligan a revisar el concepto de intimidad, un valor urbano y moderno que evoluciona y se transforma. Nuevos tiempos, nuevas costumbres, nuevos términos. Hay quien, para definir la tendencia a exhibir de manera pública vida, sentimientos y emociones, ha empezado a utilizar el término extimidad, un neologismo psicoanalítico propuesto por Lacan que, seguro, tendrá larga vida mediática.
LA DECISIÓN de Jade resulta difícil de entender y, por respeto, no puedo ni quiero juzgarla. Ahora bien, lo que es totalmente cuestionable es la actitud de todos aquellos que aprovechan su situación para sacar partido de ella. La muerte, a pesar de ser un tabú, o precisamente por ello, causa tanto rechazo como atracción. La forma en la que algunos medios de comunicación explotan estas historias para vender más o para conseguir más audiencia no puede dejarnos indiferentes. Pensando en Jade Goody no podemos olvidar a Marta del Castillo, la chica sevillana asesinada y desaparecida, y en todo el circo despreciable que se ha montado sobre su vida y sobre su muerte.
Hace unos años vivimos un espectáculo parecido en la cobertura que algunos medios hicieron del crimen de Alcàsser. Como entonces, también ahora se han traspasado todos los límites deontológicos. En el caso de Alcàsser, como reacción al tratamiento mediático de aquel suceso, el Institut de Ràdio i Televisió y el Institut de la Dona elaboraron un informe para sacudir conciencias. La primera recomendación que hacía a los profesionales era muy clara: “Trata esos temas como si los protagonizara tu hijo”. Ojalá se cumpliera.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Jade Goody es una chica inglesa de 27 años. Sufre cáncer y tiene mal pronóstico. Se está muriendo. Jade se hizo tremendamente popular en su país después de protagonizar una de las primeras ediciones de Big Brother. Un programa que, como es sabido, no busca a gente anónima, sino más bien a gente que no sea nadie. Les pagan por no hacer nada y por relacionarse entre ellos. Si lo hacen bien, pueden llegar a pagarles por ir a exhibirse a discotecas y por asistir a programas de televisión en los que hablan de todo aquello que no han hecho. Al final del proceso, que más tarde o más temprano siempre acaba igual, vuelven inevitablemente a no ser nadie.
Jade se resistía a repetir el mismo guión que han seguido muchas de esas estrellas efímeras. Su personalidad original y una trayectoria vital peculiar parecían perfectas para desafiar este destino. Se hizo famosa porque en su vida todo era un despropósito. Nació en uno de los barrios más pobres de Londres, su padre, que la había abandonado a los dos años, murió de sobredosis, y su madre, adicta al crack, tiene una minusvalía grave por un accidente de coche. El modo en el que combinaba la sabiduría de la calle y la ignorancia académica –casi no pisó la escuela– contribuía a aumentar su popularidad. Jade no sabía lo que era un espárrago y creía que Río de Janeiro era una persona. En el cénit de su carrera mediática, Jade llegó a escribir una autobiografía, abrió una peluquería y lanzó al mercado un perfume que fue un éxito de ventas.
Todo se torció el día en que Jade, en un programa de televisión, insultó a Shilpa Shetty, una actriz de Bollywood. Hizo comentarios racistas y se rió del acento y los hábitos higiénicos de la actriz india. La reacción fue inmediata: dejaron de llamar a Jade para participar en programas, su perfume fue retirado del mercado y su biografía dejó de venderse. Meses después, para intentar enderezar la situación, Jade viajó hasta la India para participar en un programa conducido por Shilpa Shetty y pedirle perdón. La ironía del destino es que fue allí, en la India, donde le detectaron el cáncer que está acabando con su vida, y la mala noticia, como todo lo que ha hecho hasta ahora, la compartió casi en directo con los telespectadores.
JADE, asesorada por Max Clifford, uno de los mejores relaciones públicas de Gran Bretaña, ha decidido vender al mejor postor su agonía. Tiene dos hijos y dice que debe velar por su futuro. Un periódico y la cadena temática Living TV han pagado más de un millón de euros por diferentes exclusivas que van desde acompañar a Jade en sus sesiones de quimioterapia hasta las imágenes de su boda o, más recientemente, el pasado 7 de marzo, la ceremonia de su bautizo, acompañada de sus dos hijos, que también se bautizaron con ella. La historia de Jade Goody ha dado la vuelta al mundo sin dejar a nadie indiferente. La polémica está servida y muchas voces se han levantado para criticar la morbosidad de esta nueva frontera macabra del exhibicionismo. La respuesta de Jade a la reacción internacional ante su caso ha sido clara y contundente: “He pasado toda mi vida adulta hablando sobre mi vida –ha dicho–. La única diferencia es que ahora hablo sobre mi muerte”.
Jade tiene razón. ¿Cuál es la diferencia? Tan moral o inmoral es hablar de la vida como de la muerte. Lo que ocurre es que la muerte sigue siendo un tabú terrible en nuestra sociedad. La escondemos pensando en que, al ocultarla, podremos evitarla. Cuando Jade Goody, sin pelo y postrada en una silla de ruedas, dice que no entiende lo que hay de malo en lo que hace, pone en evidencia la hipocresía y la impostación de nuestra sociedad. La telerrealidad y la proliferación de las redes sociales en internet nos obligan a revisar el concepto de intimidad, un valor urbano y moderno que evoluciona y se transforma. Nuevos tiempos, nuevas costumbres, nuevos términos. Hay quien, para definir la tendencia a exhibir de manera pública vida, sentimientos y emociones, ha empezado a utilizar el término extimidad, un neologismo psicoanalítico propuesto por Lacan que, seguro, tendrá larga vida mediática.
LA DECISIÓN de Jade resulta difícil de entender y, por respeto, no puedo ni quiero juzgarla. Ahora bien, lo que es totalmente cuestionable es la actitud de todos aquellos que aprovechan su situación para sacar partido de ella. La muerte, a pesar de ser un tabú, o precisamente por ello, causa tanto rechazo como atracción. La forma en la que algunos medios de comunicación explotan estas historias para vender más o para conseguir más audiencia no puede dejarnos indiferentes. Pensando en Jade Goody no podemos olvidar a Marta del Castillo, la chica sevillana asesinada y desaparecida, y en todo el circo despreciable que se ha montado sobre su vida y sobre su muerte.
Hace unos años vivimos un espectáculo parecido en la cobertura que algunos medios hicieron del crimen de Alcàsser. Como entonces, también ahora se han traspasado todos los límites deontológicos. En el caso de Alcàsser, como reacción al tratamiento mediático de aquel suceso, el Institut de Ràdio i Televisió y el Institut de la Dona elaboraron un informe para sacudir conciencias. La primera recomendación que hacía a los profesionales era muy clara: “Trata esos temas como si los protagonizara tu hijo”. Ojalá se cumpliera.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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