Por Florentino Portero, analista del Grupo de Estudios Estratégicos GEES (ABC, 05/04/08):
Para que una alianza militar perviva en el tiempo se requieren dos condiciones: que sus miembros tengan una misma percepción de la amenaza y que compartan una estrategia para combatirla. La Alianza Atlántica, sin duda la de más éxito de la historia, una formidable obra de ingeniería política y militar, no reúne ninguna de las dos condiciones. Hace años que dejó de ser un «sistema de seguridad colectivo», para convertirse en un foro de seguridad y una agencia de servicios militares. Esta situación preocupa a todos y los esfuerzos por revitalizar la Organización son evidentes, en especial por parte de su Secretario General. Pero las diferencias continúan prevaleciendo y, con el paso del tiempo, la decadencia se hace más y más evidente.
La idea de aprobar en Bucarest la redacción de una nueva estrategia oficial - la vigente es anterior a los atentados del 11-S- se ha abandonado de nuevo en beneficio de un documento menos ambicioso, una «Declaración sobre la Seguridad de la Alianza», que, con la «Comprenhensive Political Guidance», aprobada en la Cumbre de Riga, trata de adaptar la Alianza a un nuevo entorno de seguridad sin afrontar la por ahora imposible tarea de acordar una nueva estrategia clara y diáfana.
La Alianza está en guerra y en un país lejano. La evolución del conflicto no está siendo buena para nuestros intereses.
Aunque el enemigo no es fuerte el diseño de la operación tiene tantos puntos débiles que las fuerzas talibán están aumentando considerablemente su área de influencia. No ganan batallas, pero sí clanes, pueblos y señores. Como si se tratara de una obra de Groucho Marx, no todos los estados envían tropas. Algunos, como España, deciden unilateralmente que allí no hay guerra, mantienen acuartelados a sus soldados el mayor tiempo posible y dicen estar trabajando en la reconstrucción. Otros, por el contrario, están en primera línea exponiendo las vidas de sus hombres y tratando de contener las incursiones de los islamistas ¿Es posible mantener una Alianza sin enemigo, sin estrategia y sin solidaridad? Por ahora el incremento de tropas aprobado por Estados Unidos y Francia salva la situación, pero las serias críticas y amenazas formuladas tanto por Canadá como por Australia no dejan lugar a dudas sobre la tensión interna. Las amenazas de Rumsfeld se van haciendo realidad. Pronosticó que en el futuro «alianzas de voluntad» sustituirían a la OTAN. En Afganistán países como la citada Australia, Nueva Zelanda, Singapur y Corea contribuyen de una manera u otra al esfuerzo común, más por el liderazgo norteamericano que por la propia Alianza.
La decisión francesa de aumentar el número de sus tropas tiene un valor especial, que sólo podemos valorar en el conjunto de su renovada política de seguridad. Tras el intento de quiebra del vínculo trasatlántico por parte del presidente Chirac, la elite conservadora ha asumido la necesidad de renovar su relación con Estados Unidos, tanto para evitar caer en los brazos de Rusia, cuyo giro autoritario asusta, como para no dejar en evidencia sus propias limitaciones. El futuro de Francia pasa por el liderazgo europeo y por una renovada y operativa relación estratégica con Estados Unidos. En esta visión tiene sentido la plena reintegración en la OTAN, pero dentro de una operación más compleja de desarrollo de la defensa europea -programada durante la próxima presidencia francesa- y de su vinculación estructural con la propia OTAN. La imaginación de Sarkozy cabalga libremente, para horror de muchos notables gaullistas, que no acaban de entender ni de creer en la maniobra. Al gobierno británico la idea no le ha gustado, porque ve en ella un nuevo intento de debilitar la Alianza en beneficio de una defensa europea en la que no creen. Se pondría en peligro el vínculo trasatlántico a cambio de humo. Por el contrario, Estados Unidos ha dado el visto bueno. En Washington hace años que «descontaron» que la alianza no era tal, sino un club de seguridad, y les parece bien cualquier iniciativa que refuerce el compromiso francés y las capacidades europeas; lo que no quiere decir que se acaben de creer la propuesta de Sarkozy.
La nueva ampliación ha sido uno de los aspectos más comentados de la Cumbre. Se ha dado el visto bueno al tramo final de la negociación de ingreso de Croacia y Albania y se ha dejado en suspenso el caso de Macedonia, a la espera de un acuerdo definitivo con Grecia, que tiene fundados reparos a su denominación oficial. Poco a poco los estados balcánicos van incorporándose a la Alianza, lo que indudablemente será un beneficio para la seguridad regional.
Tema mucho más delicado ha sido el de Ucrania y Georgia, que sólo aspiraban a ser aceptados como candidatos. La respuesta ha sido ambigua. Se les ha reconocido el derecho a serlo, lo que implica teóricamente que la Alianza está dispuesta a expandirse hasta la frontera rusa. Sin embargo, se les imponen unas negociaciones previas a las formales de ingreso que ocultan un problema mayor. Rusia ha exigido que se rechace su solicitud. Quiere contener la extensión de la OTAN en sus proximidades y aspira a establecer un colchón o glacis de seguridad formado por estados neutrales. Las amenazas han sido claras y el chantaje con Georgia evidente. La disposición rusa a reconocer la segregación de los territorios georgianos de Abjacia y Osetia del Sur, en el marco de la crisis creada por la independencia de Kosovo, supondría que, en el caso de aceptar a Georgia como aliado, la Organización se encontraría con un serio litigio de fronteras con el gobierno de Moscú, posible causa de la activación del art. 5º del Tratado de Washington. La misma objeción que plantea el ingreso de Israel.
Francia y Alemania están preocupadas por encontrar un acomodo con Rusia, un vecino complicado, en cierta forma poderoso y, sobre todo, que suministra recursos energéticos esenciales al Viejo Continente. Les horroriza el chantaje de Moscú, pero ni sienten necesidad de ampliar tanto la Alianza ni quieren buscar nuevos problemas. Tratan de pacificar al oso ruso cediendo las piezas ucraniana y georgiana. De ahí que, tras el lenguaje oficial, las dificultades del proceso no estén tanto en estas dos naciones como en París y Berlín, dispuestas en este caso a enfrentarse a Washington y Londres, contrarios al intento de pacificación y defensores de los derechos de ucranianos y georgianos. El recuerdo de Checoslovaquia está presente.
La amenaza iraní, a través de sus misiles balísticos y de su programa nuclear, ha sido otro de los temas fundamentales. Atrás quedan los ridículos intentos de la Unión Europea de convencer al gobierno de Teherán de que abandonara sus aspiraciones nucleares sin la amenaza de usar la fuerza. Puesto que la diplomacia pacifista ha fracasado, los europeos recurren a sus viejas y sofisticadas estrategias: correr en busca del cobijo norteamericano. Tras años de burlas, ahora Europa no sólo reconoce la necesidad de un sistema contra misiles balísticos, la célebre «Guerra de las Galaxias» de Reagan, sino que aprueba que se despliegue en el Viejo Continente para desarrollar sobre ella sistemas nacionales o regionales. Frente a Irán, ni diplomacia ni disuasión, sólo el ala protectora de la gallina yanqui. Rusia ha vuelto a mostrar su rechazo con su acostumbrada contundencia. Dice sentirse amenazada. No es verdad. Reaccionan ante el aumento de la dependencia de las antiguas repúblicas populares y del conjunto de Europa respecto de Estados Unidos. Cuando más evidente resulta la crisis de la OTAN, cuando más cerca sentían llegado el momento para ejercer su influencia sobre Europa, más se refuerza el vínculo con la gran potencia americana. Los europeos son cobardes, pero no idiotas. Es más, Rusia es en parte responsable, por sus groseras amenazas, de empujar a estas viejas y decadentes naciones en brazos de Estados Unidos que, además, nos permite desahogar nuestras frustraciones con críticas adolescentes sin demasiado coste.
Para que una alianza militar perviva en el tiempo se requieren dos condiciones: que sus miembros tengan una misma percepción de la amenaza y que compartan una estrategia para combatirla. La Alianza Atlántica, sin duda la de más éxito de la historia, una formidable obra de ingeniería política y militar, no reúne ninguna de las dos condiciones. Hace años que dejó de ser un «sistema de seguridad colectivo», para convertirse en un foro de seguridad y una agencia de servicios militares. Esta situación preocupa a todos y los esfuerzos por revitalizar la Organización son evidentes, en especial por parte de su Secretario General. Pero las diferencias continúan prevaleciendo y, con el paso del tiempo, la decadencia se hace más y más evidente.
La idea de aprobar en Bucarest la redacción de una nueva estrategia oficial - la vigente es anterior a los atentados del 11-S- se ha abandonado de nuevo en beneficio de un documento menos ambicioso, una «Declaración sobre la Seguridad de la Alianza», que, con la «Comprenhensive Political Guidance», aprobada en la Cumbre de Riga, trata de adaptar la Alianza a un nuevo entorno de seguridad sin afrontar la por ahora imposible tarea de acordar una nueva estrategia clara y diáfana.
La Alianza está en guerra y en un país lejano. La evolución del conflicto no está siendo buena para nuestros intereses.
Aunque el enemigo no es fuerte el diseño de la operación tiene tantos puntos débiles que las fuerzas talibán están aumentando considerablemente su área de influencia. No ganan batallas, pero sí clanes, pueblos y señores. Como si se tratara de una obra de Groucho Marx, no todos los estados envían tropas. Algunos, como España, deciden unilateralmente que allí no hay guerra, mantienen acuartelados a sus soldados el mayor tiempo posible y dicen estar trabajando en la reconstrucción. Otros, por el contrario, están en primera línea exponiendo las vidas de sus hombres y tratando de contener las incursiones de los islamistas ¿Es posible mantener una Alianza sin enemigo, sin estrategia y sin solidaridad? Por ahora el incremento de tropas aprobado por Estados Unidos y Francia salva la situación, pero las serias críticas y amenazas formuladas tanto por Canadá como por Australia no dejan lugar a dudas sobre la tensión interna. Las amenazas de Rumsfeld se van haciendo realidad. Pronosticó que en el futuro «alianzas de voluntad» sustituirían a la OTAN. En Afganistán países como la citada Australia, Nueva Zelanda, Singapur y Corea contribuyen de una manera u otra al esfuerzo común, más por el liderazgo norteamericano que por la propia Alianza.
La decisión francesa de aumentar el número de sus tropas tiene un valor especial, que sólo podemos valorar en el conjunto de su renovada política de seguridad. Tras el intento de quiebra del vínculo trasatlántico por parte del presidente Chirac, la elite conservadora ha asumido la necesidad de renovar su relación con Estados Unidos, tanto para evitar caer en los brazos de Rusia, cuyo giro autoritario asusta, como para no dejar en evidencia sus propias limitaciones. El futuro de Francia pasa por el liderazgo europeo y por una renovada y operativa relación estratégica con Estados Unidos. En esta visión tiene sentido la plena reintegración en la OTAN, pero dentro de una operación más compleja de desarrollo de la defensa europea -programada durante la próxima presidencia francesa- y de su vinculación estructural con la propia OTAN. La imaginación de Sarkozy cabalga libremente, para horror de muchos notables gaullistas, que no acaban de entender ni de creer en la maniobra. Al gobierno británico la idea no le ha gustado, porque ve en ella un nuevo intento de debilitar la Alianza en beneficio de una defensa europea en la que no creen. Se pondría en peligro el vínculo trasatlántico a cambio de humo. Por el contrario, Estados Unidos ha dado el visto bueno. En Washington hace años que «descontaron» que la alianza no era tal, sino un club de seguridad, y les parece bien cualquier iniciativa que refuerce el compromiso francés y las capacidades europeas; lo que no quiere decir que se acaben de creer la propuesta de Sarkozy.
La nueva ampliación ha sido uno de los aspectos más comentados de la Cumbre. Se ha dado el visto bueno al tramo final de la negociación de ingreso de Croacia y Albania y se ha dejado en suspenso el caso de Macedonia, a la espera de un acuerdo definitivo con Grecia, que tiene fundados reparos a su denominación oficial. Poco a poco los estados balcánicos van incorporándose a la Alianza, lo que indudablemente será un beneficio para la seguridad regional.
Tema mucho más delicado ha sido el de Ucrania y Georgia, que sólo aspiraban a ser aceptados como candidatos. La respuesta ha sido ambigua. Se les ha reconocido el derecho a serlo, lo que implica teóricamente que la Alianza está dispuesta a expandirse hasta la frontera rusa. Sin embargo, se les imponen unas negociaciones previas a las formales de ingreso que ocultan un problema mayor. Rusia ha exigido que se rechace su solicitud. Quiere contener la extensión de la OTAN en sus proximidades y aspira a establecer un colchón o glacis de seguridad formado por estados neutrales. Las amenazas han sido claras y el chantaje con Georgia evidente. La disposición rusa a reconocer la segregación de los territorios georgianos de Abjacia y Osetia del Sur, en el marco de la crisis creada por la independencia de Kosovo, supondría que, en el caso de aceptar a Georgia como aliado, la Organización se encontraría con un serio litigio de fronteras con el gobierno de Moscú, posible causa de la activación del art. 5º del Tratado de Washington. La misma objeción que plantea el ingreso de Israel.
Francia y Alemania están preocupadas por encontrar un acomodo con Rusia, un vecino complicado, en cierta forma poderoso y, sobre todo, que suministra recursos energéticos esenciales al Viejo Continente. Les horroriza el chantaje de Moscú, pero ni sienten necesidad de ampliar tanto la Alianza ni quieren buscar nuevos problemas. Tratan de pacificar al oso ruso cediendo las piezas ucraniana y georgiana. De ahí que, tras el lenguaje oficial, las dificultades del proceso no estén tanto en estas dos naciones como en París y Berlín, dispuestas en este caso a enfrentarse a Washington y Londres, contrarios al intento de pacificación y defensores de los derechos de ucranianos y georgianos. El recuerdo de Checoslovaquia está presente.
La amenaza iraní, a través de sus misiles balísticos y de su programa nuclear, ha sido otro de los temas fundamentales. Atrás quedan los ridículos intentos de la Unión Europea de convencer al gobierno de Teherán de que abandonara sus aspiraciones nucleares sin la amenaza de usar la fuerza. Puesto que la diplomacia pacifista ha fracasado, los europeos recurren a sus viejas y sofisticadas estrategias: correr en busca del cobijo norteamericano. Tras años de burlas, ahora Europa no sólo reconoce la necesidad de un sistema contra misiles balísticos, la célebre «Guerra de las Galaxias» de Reagan, sino que aprueba que se despliegue en el Viejo Continente para desarrollar sobre ella sistemas nacionales o regionales. Frente a Irán, ni diplomacia ni disuasión, sólo el ala protectora de la gallina yanqui. Rusia ha vuelto a mostrar su rechazo con su acostumbrada contundencia. Dice sentirse amenazada. No es verdad. Reaccionan ante el aumento de la dependencia de las antiguas repúblicas populares y del conjunto de Europa respecto de Estados Unidos. Cuando más evidente resulta la crisis de la OTAN, cuando más cerca sentían llegado el momento para ejercer su influencia sobre Europa, más se refuerza el vínculo con la gran potencia americana. Los europeos son cobardes, pero no idiotas. Es más, Rusia es en parte responsable, por sus groseras amenazas, de empujar a estas viejas y decadentes naciones en brazos de Estados Unidos que, además, nos permite desahogar nuestras frustraciones con críticas adolescentes sin demasiado coste.
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