martes, abril 22, 2008

El placer de la crítica

Por Juan Villoro, escritor (EL PERIÓDICO, 19/04/08):

Al mismo tiempo, obra póstuma de Susan Sontag, ofrece una síntesis de los intereses que recorrieron su vida: la fotografía como testimonio indeleble de la época, la traducción de lenguas y culturas, la responsabilidad ante las palabras, las significativas voces de los disidentes, la oposición a la política imperial de Estados Unidos, el gozo ante la escritura.

La curiosidad fue el signo vital de Sontag. Recuerdo una cena en el restaurante La Luna, de Bogotá, en la que nos preguntó a Rodrigo Fresán y a mí acerca de dos escritores que admiraba: Javier Cercas y Roberto Bolaño. Conocía sus libros y alguien le había dicho que se habían distanciado. Su ambición por saberlo todo (”algo más siempre está sucediendo”, fue uno de sus lemas) la llevaba de las obras a los entretelones en que ocurrían. Prologuista de Juan Rulfo y Peter Nadas, comentarista de Victor Serge y Leonid Tsipkin, se adentró en las más diversas literaturas cuando la mayoría de sus paisanos cedían a la comodidad de considerarse en el centro del mundo y servirse del inglés como lingua franca de la modernidad.

CONOCÍ A Sontag a mediados de los 90, cuando Carlos Fuentes la invitó a México a un coloquio de novela contemporánea. En una de las comidas de ese encuentro, el azar me situó a su lado y recordé el máximo temor de Kurt Vonnegut: tener que demostrar ante Susan Sontag que uno es inteligente. Por suerte, su lucidez incluía la hospitalidad y su carácter era básicamente celebratorio (conducta que rara vez se asocia con el rigor intelectual). Aunque escribió sobre la enfermedad, la saturnina inteligencia de Walter Benjamin y la angustia de contemplar el dolor ajeno, su inteligencia fue una forma del placer. Los ensayos de Sontag pertenecen al modo admirativo. A contrapelo de una época sumida en la banalización y el consumo, destaca lo que vale la pena. Leer es para ella oponerse a la extinción. Recuerdo que, en aquella comida en México, criticó tanto la visión apocalíptica de Steiner, decepcionado de que algunos nazis hubieran sido grandes lectores sin que eso los corrigiera, como los compromisos exprés de Saramago, que luego de un día en Chiapas hizo declaraciones poco informadas. “Los libros mejoran, pero solo a aquel que desea mejorarse con ellos. Hay gente ignorante que es magnífica y gente culta muy ruin. Cada lector decide de qué modo es afectado por lo que lee”, dijo. En sus ensayos, Sontag mejora a los demás con su lectura. Su interpretación nunca es ajena a la dicha de ejercerla.

INCLUSO SU compromiso político con Yugoslavia estuvo revestido de un gesto estético. Mientras trataba de comprender la disolución de un país, montó en un teatro cercado por la metralla una gran metáfora de la posposición: Esperando a Godot.

El magnetismo intelectual de Susan Sontag era difícil de superar. Poseía el recurso fundamental de Naphta, protagonista de La montaña mágica: “Mientras hablaba, tenía razón”. Es posible que horas más tarde o al día siguiente se pudiera pasar a la no menos estimulante tarea de discrepar de sus juicios, pero mientras argumentaba todo parecía certero.

En una ocasión coincidimos en Barcelona y fuimos a cenar después de su conferencia. Esa noche propuso que cada quien dijera en qué época le habría gustado vivir. En forma previsible, ella escogió el Siglo de las Luces. Luego recapacitó: “La verdad, cada día me gusta más que el anterior”. Esta adecuación con la época parece rara en alguien que tantas veces sostuvo verdades incómodas, y sin embargo define a Sontag; es difícil encontrar un pasaje de sus obras que no transmita el íntimo gusto con que fue escrito.

Uno de sus temas recurrentes fue la oposición entre la verdad y la justicia. Hay ocasiones en que tememos las consecuencias de nuestras ideas: “Muchos de los escritores más notables del siglo XX, en su actividad de voces públicas, fueron cómplices en la ocultación de la verdad para promover lo que consideraban (y eran, en muchos casos) causas justas”.

La literatura depende de la capacidad de matizar y ejercer los beneficios de la duda. El relativismo de Sontag se resume en una frase de Henry James, citada en Al mismo tiempo: “No tengo la última palabra acerca de nada”.

EN SUS ensayos sobre temas genéricos, Sontag destaca más en el planteamiento que en las conclusiones. No es difícil dar con la razón: prefería indagar que responder: “La verdad del novelista –a diferencia de la verdad del historiador– permite la arbitrariedad, el misterio, la falta de motivación”.

Enemiga de las simplificaciones, se interesó en la proliferación de los detalles (de ahí su interés por la fotografía, relato siempre fragmentario) y recordó que todo juicio es provisional. No se consideró una autoridad moral, sino una entusiasta de lo que vale la pena destacar. Resistir fue para ella una forma del placer: “Como expresó el cardenal Newman: ‘En un mundo más elevado será de otro modo, pero aquí abajo vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado a menudo’. Y qué entiendo por la palabra perfección. No intentaré explicarlo, sino más bien intentaré decir que la Perfección me hace reír. No de modo cínico, me apresuro a añadir. Con alegría”.

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