miércoles, abril 16, 2008

El poder europeo en la OTAN

Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 14/04/08):

La reciente cumbre de la OTAN en Bucarest, alérgica a los vientos de cambio, y la visita de Nicolas Sarkozy a Londres, en un aparente intento de reanudar la entente cordiale, pusieron de relieve que los años gloriosos de la Alianza, cuando los tanques soviéticos estaban a una etapa de París, según advertía De Gaulle, ya no volverán. La incertidumbre que persiste sobre el futuro de la Unión Europea (UE) tiene mucho que ver con las llamadas relaciones transatlánticas y el reparto del poder político y militar.

Ninguna mudanza a la vista, ninguna iniciativa para preparar el cambio de inquilino de la Casa Blanca dentro de ocho meses, ya que Europa sigue empeñada en los cabildeos para buscar un presidente del Consejo Europeo que deberá ser elegido el año próximo tras la entrada en vigor del tratado de Lisboa que sustituyó a la frustrada Constitución. En un momento pésimo de las relaciones entre París y Berlín, con la locomotora franco-alemana averiada, Sarkozy pretendió poner en Londres la primera piedra de lo que debería ser un directorio europeo, anacrónico artilugio diplomático para dirigir una UE que, en otro caso, entraría en parálisis progresiva.

Pero si hemos de creer al hiriente Le Monde, “el balance de la visita de Sarkozy parece más ligero que el decorado que la rodeó”. Desde el tratado del Elíseo que firmaron De Gaulle y Adenauer (1963), sellando la reconciliación y concertando la hegemonía de la Comunidad Económica Europea, sobre el eje París-Bonn, no sin altibajos, giró el proyecto europeo en el que la industria alemana dominaba el mercado mientras Francia crecía con las subvenciones agrarias y se reservaba la iniciativa diplomática, bajo la protección última de la OTAN. Gran Bretaña quedó al margen de la empresa, mirando a Washington.

Ahora que la cancillera Merkel se muestra muy esquiva ante las insinuaciones del presidente francés, como se comprobó con el veto alemán al inicial proyecto de Unión Mediterránea, el intento de buscar un acomodo con Londres hace chirriar todos los mecanismos. Caído el imperio soviético, aunque el presidente Putin trate de resucitarlo con una sobredosis de hidrocarburos, y ampliada sin mesura la UE, a favor del proyecto británico de liquidar el federalismo en aras de una zona de librecambio, a ambos lados del Atlántico se busca desesperadamente un método para salir del marasmo y convertir a la Alianza en una organización global y equilibrada.

EN LA OTAN, institución militar dominada por EEUU, como no podría ser de otra manera, el prurito de un reparto del poder, como desearía Sarkozy, resulta ilusorio. En Afganistán, donde están destacados 47.348 hombres, EEUU tiene unos 3.000 soldados más que todos los demás países. El presupuesto del Pentágono más que duplica el de todos los otros socios de la OTAN. El gasto militar norteamericano es del 4% del PIB, mientras que sólo cinco de los 24 aliados europeos –Gran Bretaña, Francia, Turquía, Grecia y Bulgaria, donde el nacionalismo aún es vigoroso– se aproximan al 2% exigido como mínimo por el código atlántico. Pese a que Europa supera en PIB y soldados a EEUU, “su poder militar global es ridículo”, según sentencia The Economist.

Treinta años después de haber acuñado la metáfora, Henry Kissinger sigue insistiendo en que el presidente de EEUU no sabe a qué numero de teléfono llamar cuando desea hablar con Europa. La debilidad europea, en su opinión, deriva de su irrelevancia militar, consecuencia de que “la sociedad civil es congruente con la estructura política de los Estados pero no –al menos aún no– con la estructura política de la UE”. Con los estados-nación en franca decadencia y sin haber cuajado una estructura supranacional, “disminuye dramáticamente la capacidad de la mayoría de los gobiernos europeos para pedir sacrificios a sus ciudadanos”, para contribuir a la OTAN y reclamar un reparto de poder con EEUU.

Las controversias transatlánticas, que culminaron con el presidente Bush y la trágica aventura de Irak, se centran en el dilema tradicional de los cañones y la mantequilla. Ningún líder europeo puede sugerir un aumento de los gastos militares sin exponerse a perder el poder. Resulta más rentable fustigar el militarismo del otro, refugiarse tras un poder jurídico y moral (blando) siempre problemático. Gran Bretaña prefiere la comodidad de los lazos privilegiados con EEUU, preservados contra viento y marea, que la aventura de una defensa europea. La pacifista opinión alemana permanece equidistante entre Rusia con su inmenso mercado y EEUU. Las atropelladas iniciativas de Sarkozy reflejan el quiero y no puedo de Francia.

LOS EXPERTOS norteamericanos advierten de “la crisis de las grandes expectativas” en las relaciones Europa-EEUU. Los tres candidatos a la presidencia aspiran a mandar en la “potencia indispensable”, como la designó Clinton. La impopularidad de Bush en Europa podría prolongarse con su sucesor cuando llegue el momento de repartir la carga. Resulta inviable que Europa ponga las ideas y que EEUU corra con los gastos y los muertos. Aunque el próximo presidente cierre Guantánamo, combata el calentamiento global, retire las tropas de Irak o promueva los programas sociales, la sima del Atlántico no se estrechará. Sobre todo, si la UE sucumbe a la tentación de convertirse en una Suiza a escala continental.

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