Por Josep Maria Fonalleras, escritor (EL PERIÓDICO, 11/02/09):
La Commedia dell’Arte nació en el Cinquecento italiano como una especie de revulsivo popular ante el sacrosanto teatro cortesano. Se forjaron entonces los arquetipos que hoy conocemos, caracterizados a menudo por unas máscaras. Arlecchino, Colombina, Pantalone, Pierrot, Zanni o Pulcinella son peque- ñas joyas engarzadas con esmero en el conjunto que conocemos como Commedia dell’Arte y que llegó a su cima literaria con Molière y Goldoni: la descripción esquemática (y a la vez profunda, sabia) de los comportamientos humanos, del amor ingenuo a la estupidez congénita; de la perspicacia del hambriento a la estulticia del poderoso; de la miserable ceguera del rico a la altivez sin fondo del charlatán.
EN LA Commedia dell’Arte hay, como mínimo, tres tipos de militares, uno de los personajes más caricaturizados, denostados y humillados en escena. Hay dos que son llamados Capitan, así, sin acento, que medio chapurrean en español. Son el Capitan Spaventa di Vall’Inferna y el Capitan Matamoros. Después, está Scaramouche, un poco menos militar que los otros dos y un poco más saltimbanqui y payaso. El primero, Spaventa, es el más elegante de los tres, un caballero poético y sensible, ambicioso y un poco soberbio, que vive en un mundo en el que no se distingue la realidad de la ficción. Matamoros es el capitán vanidoso y fachenda, que se jacta de grandes batallas en las que no ha intervenido, que cuenta hazañas inexistentes, y que habla de modo grandilocuente y con apariencia de un gran seductor… que acaba en las fauces de las carcajadas de las mujeres a las que quería seducir. Scaramouche, por fin, es el más obsceno, quizá el más volátil, un bello sin alma. Silvio Berlusconi tiene algo de los tres.
Hagamos un pequeño recorrido por sus fechorías en el escenario. No están todas, pero son bastante significativas. Más allá de sus inacabables causas judiciales, de la acumulación de capital y poder, de su monopolio informativo, de su voracidad mediática, de las incontables acusaciones sobre su persona; más allá de las alianzas confusas, de las políticas infames, de los decretos escandalosos, Berlusconi tiene una larga tradición teatral que, de algún modo, entronca con la historia que les estaba explicando.
Berlusconi se vistió de pirata ante Tony Blair en su refugio de Cerdeña. Cantó en discos canciones folklóricas y baladas románticas, recordando sus años mozos (tenía apenas 18) a bordo de los cruceros por el Mediterráneo. En Finlandia, en el 2005, y con la excusa de llevarse a Italia una agencia europea, dijo que había usado con su homóloga Tarja Halonen, primera ministra del país, los mismos trucos de playboy de sus travesías juveniles. Pero es en la Costa Esmeralda donde practica a la perfección sus dotes de capitan petulante. Fue allí, en Villa Certosa, donde hizo el amago de disparar con los dedos a una periodista rusa que había osado preguntar al huésped Putin por su posible divorcio. Apuntar a un periodista ruso ante Putin no es ninguna broma, como ya sabemos, pero Berlusconi declaró entonces que hacía teatro. Como hizo en el Parlamento europeo, en el 2003, ante la cara de estupefacción, primero, y de indignación, después, del diputado alemán Martin Schultz. Le dijo: “Creo que en Italia están rodando una película sobre campos de concentración. Voy a proponerles que usted haga el papel de kapo”.
Berlusconi tiene el mismo sentido del humor que los capitanes Spaventa y Matamoros, y una similar concepción de la nobleza y el honor. Es un auténtico caballero, impulsado por un resorte imposible de detener hacia el requiebro y la admiración hacia lo femenino. ¿Ejemplos? Los que ustedes gusten. En una entrega de premios de televisión, hace un par de años, se declaró a Mara Carfagna, hoy ministra de Igualdad. Le espetó: “Yo me iría con usted adonde fuera, a una isla desierta. Si no estuviera casado, le pediría que se casara conmigo”. Su mujer, Veronica Lario, publicó con su nombre de soltera y nada más y nada menos que en La Repubblica, una carta abierta en la que pedía a su marido “y al hombre público, una disculpa pública”. La disculpa llegó, por supuesto, porque un militar cogido in fraganti tiene también sus mecanismos de defensa. Ante la irascible esposa, Berlusconi pidió perdón: “Querida Veronica, te presento mis excusas. Te ruego que me disculpes y tomes este testimonio público com un acto de amor”.
Y DESPUÉS llegó lo del “bronceado Obama” y lo de “Dios nos guarde de los imbéciles”, los que no saben apreciar el sutil sentido del humor del amo del Milan, que también gritó contra Totti (”no está bien de la cabeza”) por apoyar a Veltroni. La última actuación de Silvio ha sido la alabanza de la belleza de las mujeres italianas. Son tan guapas y hay tantas que no bastaría con todo el Ejército para salvaguardar su integridad ante el acecho de las violaciones. Ergo, son violadas por guapas. Leire Pajín dice que se trata de “chanzas y chascarillos de mal gusto”. Por supuesto. Pero hay algo más. ¿Será verdad lo que declara una de sus correligionarias, Daniela Santanché, cuando argumenta que Berlusconi “interpreta muy bien el sentido común de los italianos”? Detrás de las máscara de los capitanes de la Commedia, ¿qué rostro verdadero esconde el actor?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La Commedia dell’Arte nació en el Cinquecento italiano como una especie de revulsivo popular ante el sacrosanto teatro cortesano. Se forjaron entonces los arquetipos que hoy conocemos, caracterizados a menudo por unas máscaras. Arlecchino, Colombina, Pantalone, Pierrot, Zanni o Pulcinella son peque- ñas joyas engarzadas con esmero en el conjunto que conocemos como Commedia dell’Arte y que llegó a su cima literaria con Molière y Goldoni: la descripción esquemática (y a la vez profunda, sabia) de los comportamientos humanos, del amor ingenuo a la estupidez congénita; de la perspicacia del hambriento a la estulticia del poderoso; de la miserable ceguera del rico a la altivez sin fondo del charlatán.
EN LA Commedia dell’Arte hay, como mínimo, tres tipos de militares, uno de los personajes más caricaturizados, denostados y humillados en escena. Hay dos que son llamados Capitan, así, sin acento, que medio chapurrean en español. Son el Capitan Spaventa di Vall’Inferna y el Capitan Matamoros. Después, está Scaramouche, un poco menos militar que los otros dos y un poco más saltimbanqui y payaso. El primero, Spaventa, es el más elegante de los tres, un caballero poético y sensible, ambicioso y un poco soberbio, que vive en un mundo en el que no se distingue la realidad de la ficción. Matamoros es el capitán vanidoso y fachenda, que se jacta de grandes batallas en las que no ha intervenido, que cuenta hazañas inexistentes, y que habla de modo grandilocuente y con apariencia de un gran seductor… que acaba en las fauces de las carcajadas de las mujeres a las que quería seducir. Scaramouche, por fin, es el más obsceno, quizá el más volátil, un bello sin alma. Silvio Berlusconi tiene algo de los tres.
Hagamos un pequeño recorrido por sus fechorías en el escenario. No están todas, pero son bastante significativas. Más allá de sus inacabables causas judiciales, de la acumulación de capital y poder, de su monopolio informativo, de su voracidad mediática, de las incontables acusaciones sobre su persona; más allá de las alianzas confusas, de las políticas infames, de los decretos escandalosos, Berlusconi tiene una larga tradición teatral que, de algún modo, entronca con la historia que les estaba explicando.
Berlusconi se vistió de pirata ante Tony Blair en su refugio de Cerdeña. Cantó en discos canciones folklóricas y baladas románticas, recordando sus años mozos (tenía apenas 18) a bordo de los cruceros por el Mediterráneo. En Finlandia, en el 2005, y con la excusa de llevarse a Italia una agencia europea, dijo que había usado con su homóloga Tarja Halonen, primera ministra del país, los mismos trucos de playboy de sus travesías juveniles. Pero es en la Costa Esmeralda donde practica a la perfección sus dotes de capitan petulante. Fue allí, en Villa Certosa, donde hizo el amago de disparar con los dedos a una periodista rusa que había osado preguntar al huésped Putin por su posible divorcio. Apuntar a un periodista ruso ante Putin no es ninguna broma, como ya sabemos, pero Berlusconi declaró entonces que hacía teatro. Como hizo en el Parlamento europeo, en el 2003, ante la cara de estupefacción, primero, y de indignación, después, del diputado alemán Martin Schultz. Le dijo: “Creo que en Italia están rodando una película sobre campos de concentración. Voy a proponerles que usted haga el papel de kapo”.
Berlusconi tiene el mismo sentido del humor que los capitanes Spaventa y Matamoros, y una similar concepción de la nobleza y el honor. Es un auténtico caballero, impulsado por un resorte imposible de detener hacia el requiebro y la admiración hacia lo femenino. ¿Ejemplos? Los que ustedes gusten. En una entrega de premios de televisión, hace un par de años, se declaró a Mara Carfagna, hoy ministra de Igualdad. Le espetó: “Yo me iría con usted adonde fuera, a una isla desierta. Si no estuviera casado, le pediría que se casara conmigo”. Su mujer, Veronica Lario, publicó con su nombre de soltera y nada más y nada menos que en La Repubblica, una carta abierta en la que pedía a su marido “y al hombre público, una disculpa pública”. La disculpa llegó, por supuesto, porque un militar cogido in fraganti tiene también sus mecanismos de defensa. Ante la irascible esposa, Berlusconi pidió perdón: “Querida Veronica, te presento mis excusas. Te ruego que me disculpes y tomes este testimonio público com un acto de amor”.
Y DESPUÉS llegó lo del “bronceado Obama” y lo de “Dios nos guarde de los imbéciles”, los que no saben apreciar el sutil sentido del humor del amo del Milan, que también gritó contra Totti (”no está bien de la cabeza”) por apoyar a Veltroni. La última actuación de Silvio ha sido la alabanza de la belleza de las mujeres italianas. Son tan guapas y hay tantas que no bastaría con todo el Ejército para salvaguardar su integridad ante el acecho de las violaciones. Ergo, son violadas por guapas. Leire Pajín dice que se trata de “chanzas y chascarillos de mal gusto”. Por supuesto. Pero hay algo más. ¿Será verdad lo que declara una de sus correligionarias, Daniela Santanché, cuando argumenta que Berlusconi “interpreta muy bien el sentido común de los italianos”? Detrás de las máscara de los capitanes de la Commedia, ¿qué rostro verdadero esconde el actor?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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