Por Mabel González Bustelo, responsable de desarme de Greenpeace (EL CORREO DIGITAL, 11/02/09):
Las relaciones con Irán y, en el marco de ellas, el programa nuclear de este país serán tarde o temprano una de las grandes cuestiones de política exterior que deberá abordar la nueva Administración de Barack Obama. El enfrentamiento entre ambos países es una de las mayores fuentes de inestabilidad en Oriente Próximo y Medio. Obama ha afirmado que, sin renunciar a un enfoque duro, apoya una diplomacia directa y «sin condiciones» con Irán. Esto sería una buena noticia porque treinta años de aislamiento y presión no han logrado nada hasta la fecha. Además, ambos países, aunque no lo hayan reconocido, comparten intereses comunes en numerosos asuntos. Abordar la cuestión nuclear en un marco de negociaciones más amplias y, con cierta coherencia, podría crear la confianza necesaria para lograr mejores frutos.
El enfrentamiento entre Washington y Teherán data de la Revolución Islámica, de la que se cumple el 30º aniversario. Desde entonces no hay relaciones diplomáticas y su enfrentamiento está en el telón de fondo de varios de los mayores conflictos que se entrecruzan en Oriente Próximo y Medio. EE UU acusa a Irán de promover el terrorismo (por su apoyo a Hezbolá y Hamás), de dificultar cualquier proceso de paz entre Israel y Palestina, de buscar la desestabilización de Irak y Afganistán, de violar los derechos humanos… Por su parte, para Irán, todas las acciones de EE UU son inaceptables intromisiones en su política interna y tienen como objetivo último el cambio de régimen. La presencia de tropas estadounidenses en varios países a su alrededor buscaría aislar al país y evitar que Irán ejerza como la potencia regional que es. El programa nuclear es, por tanto, sólo un elemento más en un contexto de relaciones y enfrentamientos mucho más amplio.
El régimen iraní desarrolla un programa nuclear que según sus líderes tiene fines pacíficos y busca sólo producir electricidad. El Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) tiene inspectores que supervisan las instalaciones y no ha encontrado evidencias de que se estén tratando de producir armas atómicas. El problema es que el mismo organismo detectó en el pasado otro programa que fue ocultado y del que Irán no informó. La cuestión, por tanto, es de confianza: EE UU (y especialmente Israel) temen que en el futuro Irán puede utilizar el programa para fabricar armas atómicas, ya que la tecnología básica es la misma. Irán podría tener ahora 5.000 centrifugadoras de enriquecimiento de uranio funcionando a nivel industrial.
De acuerdo con el Tratado de no Proliferación Nuclear (TNP), que Teherán firmó en 1970, cualquier país miembro tiene derecho a enriquecer uranio hasta los niveles necesarios para producir electricidad, siempre que no lo haga al nivel, mucho más alto, preciso para fabricar un arma nuclear. Todo ello debe ser supervisado por el OIEA. Según esto, Irán no estaría haciendo nada ilegal. Para este país el programa nuclear tiene varias funciones: efectivamente necesita electricidad pues la demanda aumenta mucho más que la oferta y tiene poca capacidad de procesamiento de petróleo. Pero además, alimenta el orgullo nacionalista, y refuerza su autopercepción como potencia regional ya que al disponer de la tecnología podría eventualmente fabricar armas en el futuro, con el elevado poder simbólico y real que esto supone.
En el contexto regional, además, otros países tienen programas nucleares o están pensando en desarrollarlos. India, Israel y Pakistán no han firmado el TNP y tienen incluso armas nucleares (a pesar de lo cual, EE UU ha comenzado a proporcionar tecnología nuclear a India y tiene como aliados estratégicos a los otros dos países). Egipto pretende abrir varias centrales nucleares para producir electricidad (a lo que EE UU ha prometido asistencia), y lo mismo buscan Arabia Saudí y otros países del Consejo de Cooperación del Golfo (como Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar y los Emiratos, en este caso con apoyo francés).
El nuevo presidente estadounidense afirmó durante la campaña electoral que está dispuesto a iniciar un diálogo con Teherán sin condiciones previas, y así lo anunció también la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ante el Senado. Esto es un cambio respecto a la postura anterior, que oscilaba entre exigir de forma previa el cese del enriquecimiento de uranio, delegar en los aliados europeos, no hablar en absoluto o incluso amenazar con acciones militares. Estas declaraciones se combinan de forma positiva con otras, que suponen un giro notable en política exterior y que afirman la «decisión estratégica de avanzar hacia un mundo libre de armas nucleares», a través de acuerdos de desarme bilaterales y multilaterales. Obama ha afirmado que trabajará con Rusia para buscar una dramática reducción de los arsenales, y con otros países para reforzar el TNP. Todo esto configura un marco más positivo para buscar una nueva relación con Teherán y solucionar la cuestión nuclear.
El diálogo sin duda será difícil, pero probablemente tendría más posibilidades de éxito si el programa nuclear fuera abordado en el marco de negociaciones múltiples sobre cuestiones en las que ambos países tienen intereses comunes. Uno de ellos es Irak, donde el objetivo de ambos es la estabilidad política y sectaria, la integridad territorial y la democracia. El segundo sería Afganistán. Irán contribuyó al derrocamiento del régimen talibán y ha apoyado al Gobierno de Karzai, y uno de sus mayores temores es que el caos regrese de nuevo al país. Esto nos llevaría al tercer asunto: el terrorismo de Al-Qaida y otros grupos extremistas suníes (que Teherán ve como una amenaza a su identidad chií). El cuarto sería reprimir la producción y tráfico de drogas, especialmente, aunque no sólo, desde Afganistán.
La cuestión más problemática podría ser el apoyo de Irán a Hezbolá y Hamás y su posición sobre la resolución del conflicto entre Israel y Palestina. Pero, como han sugerido algunos analistas, la posición iraní es más pragmática de lo que parece y aceptaría cualquier solución respaldada por los propios palestinos. Aquí, se afirma, no sería necesario que Irán colaborara: sería suficiente con que se quedara al margen.
Si todas estas cuestiones se abordaran de forma interrelacionada y conjunta con el programa nuclear, y permitiendo que participaran también los Estados vecinos y los de la UE, junto con la ONU y otros organismos, las posibilidades de llegar a acuerdos crecerían exponencialmente. Al fin y al cabo, el programa nuclear tiene componentes de geopolítica, percepción de amenazas y orgullo nacionalista, pero también responde a un entorno en que otros países lo tienen y al temor hacia EE UU. La construcción de confianza en algunas materias permitiría ir avanzando en otras, y todo ello tiene que ver con la creación de un entorno de seguridad y estabilidad en la región.
El programa nuclear iraní es además resultado y síntoma del doble rasero aplicado por la comunidad internacional. Por un lado, a algunos países se les permite desarrollarlo sin problemas e incluso con colaboración, mientras a otros no. Por otro, se pide limitar la proliferación pero las potencias atómicas no ‘hacen los deberes’ que les impone el TNP, es decir, no avanzan hacia el desarme. Introducir un poco más de coherencia y cumplir con los propios compromisos serían condiciones importantes para ir limitando el peligro nuclear en el futuro.
Esta situación muestra la peligrosidad asociada a la energía nuclear. La transferencia de esta tecnología favorece la proliferación, ya que es prácticamente la misma que puede usarse para fabricar armas atómicas. Cuantos más países la tengan, más fácil será que eventualmente pueda caer en manos de, por ejemplo, un grupo terrorista (Pakistán es quizá el ejemplo actual más claro). Ni la energía nuclear ni las armas nucleares son el mejor añadido a la ya suficientemente volátil situación de Oriente Próximo y Medio. Antes al contrario, habría que buscar soluciones a los numerosos problemas de la región y también a la proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva. Para solucionar la cuestión nuclear iraní y, como antes se decía, otras cuestiones regionales en las que tiene influencia sería muy útil una mayor coherencia internacional y que todos hagan los esfuerzos necesarios para librarse de esta tecnología. Obviamente, es posible que nada de esto ocurra. Pero no hay nada malo en recordar que la posibilidad está ahí.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Las relaciones con Irán y, en el marco de ellas, el programa nuclear de este país serán tarde o temprano una de las grandes cuestiones de política exterior que deberá abordar la nueva Administración de Barack Obama. El enfrentamiento entre ambos países es una de las mayores fuentes de inestabilidad en Oriente Próximo y Medio. Obama ha afirmado que, sin renunciar a un enfoque duro, apoya una diplomacia directa y «sin condiciones» con Irán. Esto sería una buena noticia porque treinta años de aislamiento y presión no han logrado nada hasta la fecha. Además, ambos países, aunque no lo hayan reconocido, comparten intereses comunes en numerosos asuntos. Abordar la cuestión nuclear en un marco de negociaciones más amplias y, con cierta coherencia, podría crear la confianza necesaria para lograr mejores frutos.
El enfrentamiento entre Washington y Teherán data de la Revolución Islámica, de la que se cumple el 30º aniversario. Desde entonces no hay relaciones diplomáticas y su enfrentamiento está en el telón de fondo de varios de los mayores conflictos que se entrecruzan en Oriente Próximo y Medio. EE UU acusa a Irán de promover el terrorismo (por su apoyo a Hezbolá y Hamás), de dificultar cualquier proceso de paz entre Israel y Palestina, de buscar la desestabilización de Irak y Afganistán, de violar los derechos humanos… Por su parte, para Irán, todas las acciones de EE UU son inaceptables intromisiones en su política interna y tienen como objetivo último el cambio de régimen. La presencia de tropas estadounidenses en varios países a su alrededor buscaría aislar al país y evitar que Irán ejerza como la potencia regional que es. El programa nuclear es, por tanto, sólo un elemento más en un contexto de relaciones y enfrentamientos mucho más amplio.
El régimen iraní desarrolla un programa nuclear que según sus líderes tiene fines pacíficos y busca sólo producir electricidad. El Organismo Internacional para la Energía Atómica (OIEA) tiene inspectores que supervisan las instalaciones y no ha encontrado evidencias de que se estén tratando de producir armas atómicas. El problema es que el mismo organismo detectó en el pasado otro programa que fue ocultado y del que Irán no informó. La cuestión, por tanto, es de confianza: EE UU (y especialmente Israel) temen que en el futuro Irán puede utilizar el programa para fabricar armas atómicas, ya que la tecnología básica es la misma. Irán podría tener ahora 5.000 centrifugadoras de enriquecimiento de uranio funcionando a nivel industrial.
De acuerdo con el Tratado de no Proliferación Nuclear (TNP), que Teherán firmó en 1970, cualquier país miembro tiene derecho a enriquecer uranio hasta los niveles necesarios para producir electricidad, siempre que no lo haga al nivel, mucho más alto, preciso para fabricar un arma nuclear. Todo ello debe ser supervisado por el OIEA. Según esto, Irán no estaría haciendo nada ilegal. Para este país el programa nuclear tiene varias funciones: efectivamente necesita electricidad pues la demanda aumenta mucho más que la oferta y tiene poca capacidad de procesamiento de petróleo. Pero además, alimenta el orgullo nacionalista, y refuerza su autopercepción como potencia regional ya que al disponer de la tecnología podría eventualmente fabricar armas en el futuro, con el elevado poder simbólico y real que esto supone.
En el contexto regional, además, otros países tienen programas nucleares o están pensando en desarrollarlos. India, Israel y Pakistán no han firmado el TNP y tienen incluso armas nucleares (a pesar de lo cual, EE UU ha comenzado a proporcionar tecnología nuclear a India y tiene como aliados estratégicos a los otros dos países). Egipto pretende abrir varias centrales nucleares para producir electricidad (a lo que EE UU ha prometido asistencia), y lo mismo buscan Arabia Saudí y otros países del Consejo de Cooperación del Golfo (como Bahrein, Kuwait, Omán, Qatar y los Emiratos, en este caso con apoyo francés).
El nuevo presidente estadounidense afirmó durante la campaña electoral que está dispuesto a iniciar un diálogo con Teherán sin condiciones previas, y así lo anunció también la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ante el Senado. Esto es un cambio respecto a la postura anterior, que oscilaba entre exigir de forma previa el cese del enriquecimiento de uranio, delegar en los aliados europeos, no hablar en absoluto o incluso amenazar con acciones militares. Estas declaraciones se combinan de forma positiva con otras, que suponen un giro notable en política exterior y que afirman la «decisión estratégica de avanzar hacia un mundo libre de armas nucleares», a través de acuerdos de desarme bilaterales y multilaterales. Obama ha afirmado que trabajará con Rusia para buscar una dramática reducción de los arsenales, y con otros países para reforzar el TNP. Todo esto configura un marco más positivo para buscar una nueva relación con Teherán y solucionar la cuestión nuclear.
El diálogo sin duda será difícil, pero probablemente tendría más posibilidades de éxito si el programa nuclear fuera abordado en el marco de negociaciones múltiples sobre cuestiones en las que ambos países tienen intereses comunes. Uno de ellos es Irak, donde el objetivo de ambos es la estabilidad política y sectaria, la integridad territorial y la democracia. El segundo sería Afganistán. Irán contribuyó al derrocamiento del régimen talibán y ha apoyado al Gobierno de Karzai, y uno de sus mayores temores es que el caos regrese de nuevo al país. Esto nos llevaría al tercer asunto: el terrorismo de Al-Qaida y otros grupos extremistas suníes (que Teherán ve como una amenaza a su identidad chií). El cuarto sería reprimir la producción y tráfico de drogas, especialmente, aunque no sólo, desde Afganistán.
La cuestión más problemática podría ser el apoyo de Irán a Hezbolá y Hamás y su posición sobre la resolución del conflicto entre Israel y Palestina. Pero, como han sugerido algunos analistas, la posición iraní es más pragmática de lo que parece y aceptaría cualquier solución respaldada por los propios palestinos. Aquí, se afirma, no sería necesario que Irán colaborara: sería suficiente con que se quedara al margen.
Si todas estas cuestiones se abordaran de forma interrelacionada y conjunta con el programa nuclear, y permitiendo que participaran también los Estados vecinos y los de la UE, junto con la ONU y otros organismos, las posibilidades de llegar a acuerdos crecerían exponencialmente. Al fin y al cabo, el programa nuclear tiene componentes de geopolítica, percepción de amenazas y orgullo nacionalista, pero también responde a un entorno en que otros países lo tienen y al temor hacia EE UU. La construcción de confianza en algunas materias permitiría ir avanzando en otras, y todo ello tiene que ver con la creación de un entorno de seguridad y estabilidad en la región.
El programa nuclear iraní es además resultado y síntoma del doble rasero aplicado por la comunidad internacional. Por un lado, a algunos países se les permite desarrollarlo sin problemas e incluso con colaboración, mientras a otros no. Por otro, se pide limitar la proliferación pero las potencias atómicas no ‘hacen los deberes’ que les impone el TNP, es decir, no avanzan hacia el desarme. Introducir un poco más de coherencia y cumplir con los propios compromisos serían condiciones importantes para ir limitando el peligro nuclear en el futuro.
Esta situación muestra la peligrosidad asociada a la energía nuclear. La transferencia de esta tecnología favorece la proliferación, ya que es prácticamente la misma que puede usarse para fabricar armas atómicas. Cuantos más países la tengan, más fácil será que eventualmente pueda caer en manos de, por ejemplo, un grupo terrorista (Pakistán es quizá el ejemplo actual más claro). Ni la energía nuclear ni las armas nucleares son el mejor añadido a la ya suficientemente volátil situación de Oriente Próximo y Medio. Antes al contrario, habría que buscar soluciones a los numerosos problemas de la región y también a la proliferación de armas nucleares y de destrucción masiva. Para solucionar la cuestión nuclear iraní y, como antes se decía, otras cuestiones regionales en las que tiene influencia sería muy útil una mayor coherencia internacional y que todos hagan los esfuerzos necesarios para librarse de esta tecnología. Obviamente, es posible que nada de esto ocurra. Pero no hay nada malo en recordar que la posibilidad está ahí.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario