Por José Guimón, catedrático de Psiquiatría de la UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 13/02/09):
Me sorprende y divierte la polémica desatada por la publicidad sobre la existencia de Dios, a raíz de la ‘guerra de los autobuses’, porque las críticas hacia la religión y las actitudes de ateísmo combativo y anticlericalismo (las de Voltaire o Nietsche, por ejemplo) habían disminuido en virulencia a medida que las religiones han perdido peso institucional. Me parece que puede ser de utilidad recoger algunos datos que pueden colorear ‘científicamente’ la discusión. Personalmente creo que la religiosidad depende, en buena parte, de aspectos genéticos o constitucionales, relacionados con el temperamento y elaborados posteriormente por el carácter del individuo.
Pero ¿existe una acepción unánimemente aceptada de lo que es religiosidad? ‘Ser religioso’ hace referencia a la espiritualidad, al intento de ‘dar un significado’ a la relación entre el hombre y el mundo mediante la conexión con un ser superior. ‘Practicar la religión’, en cambio, conlleva realizar ritos, mencionar mitos, manejar determinados símbolos, aceptar determinadas doctrinas sobre Dios o el más allá.
Muchos ‘librepensadores’, más que ateos, nos consideramos agnósticos porque reconocemos la incapacidad humana para llegar a conclusiones definitivas sobre ciertas preguntas, particularmente aquéllas de orden metafísico o teológico, cuya complejidad excede la capacidad de la razón humana.
Se ha hablado de una religiosidad ’sana’, una ‘enfermiza’ y una ‘popular’. Esta última sería un conjunto de actividades colectivas que «se forman sobre lo sagrado y misterioso entre aquéllos para los que las fórmulas litúrgicas resultan demasiado austeras» (Moreno, 1982). La Iglesia católica condenó a gran número de sus variantes a la marginalidad: prácticas ’supersticiosas’, ‘paganas’, ‘mágicas’, ‘profanas’. Esta religiosidad, dicen muchos teólogos, es compatible con la carencia absoluta de fe.
En cualquier caso, las expresiones de nuestra necesidad de creer son omnipresentes, como testimonian quienes creen en la existencia de vías de paso (canales) hacia la vida pasada, la ‘abducción’ por parte de extraterrestres, la clarividencia, los fantasmas, las brujas, la astrología, la levitación, los viajes astrales, la nigromancia, los milagros, la lectura de la palma de la mano, los ángeles, la lectura del aura, el exorcismo, las cartas del Tarot, etcétera. Estas creencias y experiencias son más frecuentes en ciertos tipos de personalidades patológicas y en determinadas religiones.
Por otra parte, se ha dado importancia a la relación entre religiosidad e ‘ideación mágica’, definida como una ‘casi creencia’ de que determinados sucesos que no tienen relación causal entre ellos (según las creencias de una cultura) la tienen en realidad. La ideación mágica es uno de los rasgos o dimensiones que se vienen últimamente adscribiendo a algunos trastornos psíquicos. El propio Freud se interesó por ellas. Hay quien encuentra en esas creencias una confirmación de la ubicuidad de Dios, pero es más fácil considerarlas como un intento de ‘dar un significado’ al hombre, al mundo y a la relación entre el hombre y el mundo. Así, pues, parecería que más que ser creados por Dios, crearíamos a Dios para nuestra conveniencia.
Mi visión sobre la religión está muy influida por el psicoanálisis. Freud mantuvo que la conducta ambivalente (amor/odio) del niño respecto a la figura del padre toma en los adultos la forma de fe. Para algunos psicoanalistas, como el británico Winnicott, la religión sería una «ilusión sana» y Dios podría ser considerado como «una representación de objeto transicional altamente personalizada». Recientemente, hay autores que creen que la religión recupera el modo pre-verbal de relación del bebé con el mundo, la intuición intersubjetiva del bebé con su madre.
Desde la psicología llamada ‘empírica’ se han elaborado test para detectar algunos aspectos relacionados con la espiritualidad y la religiosidad y se ha intentado encontrar una correlación entre la espiritualidad y la esquizoidia, y entre la angustia, la impulsividad y algunas variables de la devoción religiosa (frecuentación del culto, cantidad de plegarias realizadas e importancia dada a la religión). Los test han encontrado que la religiosidad intensa se manifiesta, con frecuencia, asociada al autoritarismo y al dogmatismo, la intolerancia, la rigidez y la insociabilidad.
Algunos autores señalan que la religiosidad y la ‘auto-transcendencia’ están parcialmente determinadas genéticamente. Así, el eminente psiquiatra y genetista Ken Kendler estudió a casi 2.000 gemelos y concluyó que un 25% de la variabilidad para la religiosidad es genética y el 75%, ambiental. Eso no quiere decir que se herede una tendencia a ser religiosos o no religioso, sino que la religiosidad correlaciona con el temperamento, la personalidad u otro factor que está influido por los genes, que podría ser cualquier factor biológico o un factor cultural que correlacione con otro factor biológico.
El psicólogo y antropólogo Marc Hauser sostiene que hay una «gramática moral universal» moldeada a través de siglos de selección evolutiva que nos permita tomar una decisión rápida sobre dilemas éticos. Lo razona a través de los resultados de sus experimentos sobre neurociencias, cooperación social y la teorías del lingüista Noam Chomsky, quien, en 1950, mantuvo que todos los humanos estamos provistos de una gramática lingüística universal, un conjunto de reglas instintivas que subyace a todos los lenguajes. Dice que parece existir algún tipo de proceso inconsciente que dirige nuestros juicios morales, que no es accesible a reflexión consciente, y tampoco forma parte de la educación infantil. Cree que en todas las sociedades existen principios tales como ‘haz a los demás lo que quisieras que te hicieran’. Recuerda a ese respecto la proposición de Chomsky de que los humanos estamos «programados para la reciprocidad». Pero hay también fuerzas antisociales como la violencia en este ‘innato social’. El balance proviene no sólo de influencias genéticas del temperamento, sino de efectos ambientales, especialmente en periodos críticos neonatales y puberales.
Comprendo que la pequeña revisión que aquí realizo puede transmitir una imagen más bien negativa de las religiones establecidas. No lo hago intencionadamente. La mayoría de los médicos respetamos aquellas creencias religiosas de nuestros pacientes que pueden ayudarles a enfrentarse al sufrimiento de la existencia. De hecho, se han aportado pruebas sobre la asociación entre la vida espiritual y la salud física y mental de las personas, y la Organización Mundial de la Salud ha subrayado su importancia. Todo indica que, en el futuro, se desarrollará la práctica de algunas actividades religiosas (por ejemplo formas de meditación y de plegaria) que pueden mejorar la salud (’American Psychologist’, 2003), favoreciendo el estilo de vida sano, el apoyo social, el enfrentamiento al estrés y el optimismo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Me sorprende y divierte la polémica desatada por la publicidad sobre la existencia de Dios, a raíz de la ‘guerra de los autobuses’, porque las críticas hacia la religión y las actitudes de ateísmo combativo y anticlericalismo (las de Voltaire o Nietsche, por ejemplo) habían disminuido en virulencia a medida que las religiones han perdido peso institucional. Me parece que puede ser de utilidad recoger algunos datos que pueden colorear ‘científicamente’ la discusión. Personalmente creo que la religiosidad depende, en buena parte, de aspectos genéticos o constitucionales, relacionados con el temperamento y elaborados posteriormente por el carácter del individuo.
Pero ¿existe una acepción unánimemente aceptada de lo que es religiosidad? ‘Ser religioso’ hace referencia a la espiritualidad, al intento de ‘dar un significado’ a la relación entre el hombre y el mundo mediante la conexión con un ser superior. ‘Practicar la religión’, en cambio, conlleva realizar ritos, mencionar mitos, manejar determinados símbolos, aceptar determinadas doctrinas sobre Dios o el más allá.
Muchos ‘librepensadores’, más que ateos, nos consideramos agnósticos porque reconocemos la incapacidad humana para llegar a conclusiones definitivas sobre ciertas preguntas, particularmente aquéllas de orden metafísico o teológico, cuya complejidad excede la capacidad de la razón humana.
Se ha hablado de una religiosidad ’sana’, una ‘enfermiza’ y una ‘popular’. Esta última sería un conjunto de actividades colectivas que «se forman sobre lo sagrado y misterioso entre aquéllos para los que las fórmulas litúrgicas resultan demasiado austeras» (Moreno, 1982). La Iglesia católica condenó a gran número de sus variantes a la marginalidad: prácticas ’supersticiosas’, ‘paganas’, ‘mágicas’, ‘profanas’. Esta religiosidad, dicen muchos teólogos, es compatible con la carencia absoluta de fe.
En cualquier caso, las expresiones de nuestra necesidad de creer son omnipresentes, como testimonian quienes creen en la existencia de vías de paso (canales) hacia la vida pasada, la ‘abducción’ por parte de extraterrestres, la clarividencia, los fantasmas, las brujas, la astrología, la levitación, los viajes astrales, la nigromancia, los milagros, la lectura de la palma de la mano, los ángeles, la lectura del aura, el exorcismo, las cartas del Tarot, etcétera. Estas creencias y experiencias son más frecuentes en ciertos tipos de personalidades patológicas y en determinadas religiones.
Por otra parte, se ha dado importancia a la relación entre religiosidad e ‘ideación mágica’, definida como una ‘casi creencia’ de que determinados sucesos que no tienen relación causal entre ellos (según las creencias de una cultura) la tienen en realidad. La ideación mágica es uno de los rasgos o dimensiones que se vienen últimamente adscribiendo a algunos trastornos psíquicos. El propio Freud se interesó por ellas. Hay quien encuentra en esas creencias una confirmación de la ubicuidad de Dios, pero es más fácil considerarlas como un intento de ‘dar un significado’ al hombre, al mundo y a la relación entre el hombre y el mundo. Así, pues, parecería que más que ser creados por Dios, crearíamos a Dios para nuestra conveniencia.
Mi visión sobre la religión está muy influida por el psicoanálisis. Freud mantuvo que la conducta ambivalente (amor/odio) del niño respecto a la figura del padre toma en los adultos la forma de fe. Para algunos psicoanalistas, como el británico Winnicott, la religión sería una «ilusión sana» y Dios podría ser considerado como «una representación de objeto transicional altamente personalizada». Recientemente, hay autores que creen que la religión recupera el modo pre-verbal de relación del bebé con el mundo, la intuición intersubjetiva del bebé con su madre.
Desde la psicología llamada ‘empírica’ se han elaborado test para detectar algunos aspectos relacionados con la espiritualidad y la religiosidad y se ha intentado encontrar una correlación entre la espiritualidad y la esquizoidia, y entre la angustia, la impulsividad y algunas variables de la devoción religiosa (frecuentación del culto, cantidad de plegarias realizadas e importancia dada a la religión). Los test han encontrado que la religiosidad intensa se manifiesta, con frecuencia, asociada al autoritarismo y al dogmatismo, la intolerancia, la rigidez y la insociabilidad.
Algunos autores señalan que la religiosidad y la ‘auto-transcendencia’ están parcialmente determinadas genéticamente. Así, el eminente psiquiatra y genetista Ken Kendler estudió a casi 2.000 gemelos y concluyó que un 25% de la variabilidad para la religiosidad es genética y el 75%, ambiental. Eso no quiere decir que se herede una tendencia a ser religiosos o no religioso, sino que la religiosidad correlaciona con el temperamento, la personalidad u otro factor que está influido por los genes, que podría ser cualquier factor biológico o un factor cultural que correlacione con otro factor biológico.
El psicólogo y antropólogo Marc Hauser sostiene que hay una «gramática moral universal» moldeada a través de siglos de selección evolutiva que nos permita tomar una decisión rápida sobre dilemas éticos. Lo razona a través de los resultados de sus experimentos sobre neurociencias, cooperación social y la teorías del lingüista Noam Chomsky, quien, en 1950, mantuvo que todos los humanos estamos provistos de una gramática lingüística universal, un conjunto de reglas instintivas que subyace a todos los lenguajes. Dice que parece existir algún tipo de proceso inconsciente que dirige nuestros juicios morales, que no es accesible a reflexión consciente, y tampoco forma parte de la educación infantil. Cree que en todas las sociedades existen principios tales como ‘haz a los demás lo que quisieras que te hicieran’. Recuerda a ese respecto la proposición de Chomsky de que los humanos estamos «programados para la reciprocidad». Pero hay también fuerzas antisociales como la violencia en este ‘innato social’. El balance proviene no sólo de influencias genéticas del temperamento, sino de efectos ambientales, especialmente en periodos críticos neonatales y puberales.
Comprendo que la pequeña revisión que aquí realizo puede transmitir una imagen más bien negativa de las religiones establecidas. No lo hago intencionadamente. La mayoría de los médicos respetamos aquellas creencias religiosas de nuestros pacientes que pueden ayudarles a enfrentarse al sufrimiento de la existencia. De hecho, se han aportado pruebas sobre la asociación entre la vida espiritual y la salud física y mental de las personas, y la Organización Mundial de la Salud ha subrayado su importancia. Todo indica que, en el futuro, se desarrollará la práctica de algunas actividades religiosas (por ejemplo formas de meditación y de plegaria) que pueden mejorar la salud (’American Psychologist’, 2003), favoreciendo el estilo de vida sano, el apoyo social, el enfrentamiento al estrés y el optimismo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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