Por RICARDO MARTÍNEZ DE RITUERTO, ENVIADO ESPECIAL - Trípoli - (El País.com, 14/02/2009)
A la responsable de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea, Benita Ferrero-Waldner, se le iluminó la cara cuando alguien se acercó y le habló al oído. "Una buena noticia", susurró y, presionada, agregó: "Vamos a ver a Gaddafi". La caravana oficial se puso en marcha, para acabar en el Ministerio de Asuntos Exteriores, un discreto edificio de tres plantas con perfectas hechuras, externas e internas, de bloque de viviendas. Quien allí esperaba era el ministro libio de Exteriores, Mohamed Shalgum.
Gaddafi estaba en esos momentos en su residencia, pendiente de los últimos detalles de una magna recepción-homenaje que iba a protagonizar por su flamante entronización como presidente de turno de la Unión Africana, con discurso incluido ante la flor y nata civil y militar del régimen y ante el cuerpo diplomático. La imprevista ceremonia eclipsó a la nutrida delegación comunitaria encabezada por Ferrero-Waldner, llegada a Trípoli a principios de semana para lanzar la segunda ronda negociadora de un proceso que debe concluir en el establecimiento de un acuerdo marco con Libia, único país de la cuenca mediterránea con el que la UE no mantiene ninguna relación contractual. Cosas de Gaddafi, que opta por África y ve a los Veintisiete y sus planes para una Unión para el Mediterráneo, al igual que los de la Política de Vecindad comunitaria, poco menos que como un montaje neocolonial en el que se niega en redondo a participar.
"No somos una organización colonial, quítense eso de la cabeza", tuvo que responder la comisaria a preguntas de un periodista libio apenas concluida la sesión solemne de lanzamiento de las negociaciones.
La UE se ha puesto las pilas y se ha sumado a la larga nómina de Gobiernos que buscan establecer una relación provechosa con el singular régimen libio, un espectáculo de un solo hombre, El Líder, quien tras renunciar en 2003 a las armas de destrucción masiva, incluida la nuclear, ha sido acogido en el redil de la comunidad internacional. Le doblaron también las sanciones impuestas por la ONU en 1992, y que no desaparecieron hasta 2006, como castigo a la implicación libia en el atentado de Lockerbie (Escocia), que costó 270 vidas en 1988.
En esta nueva atmósfera de cambios perceptibles a ojos vista han pasado por Libia en tiempos recientes, o han sido visitados por Gaddafi, los presidentes Vladimir Putin y Nicolas Sarkozy, los primeros ministros Tony Blair y Silvio Berlusconi, y la secretaria de Estado Condoleezza Rice, que en septiembre se convirtió en el más alto representante de Washington en viajar a Trípoli desde que hace más de medio siglo lo hiciera el vicepresidente Richard Nixon. El pasado diciembre, Estados Unidos reabrió la embajada cerrada en los tiempos en que Ronald Reagan bombardeaba a un Gaddafi tildado de "perro rabioso de Oriente Próximo". El propio rey de España devolvió hace dos semanas la visita del líder libio a Madrid en diciembre de 2007.
La frustrada visita de la comisaria Ferrero-Waldner a Gaddafi, solicitada por Bruselas junto a la de su hijo, Seif al Islam, que pasa por ser la cara amable, modernizadora y renovadora del régimen, no por anecdótica es menos reveladora de los problemas y malentendidos que acechan a la relaciones que la UE pretende establecer con la Yamahiriya (República Popular) libia. A "la imprevisibilidad de Gaddafi" aluden fuentes de Bruselas cuando relacionan los peligros que pueden afectar a la relación bilateral. Ferrero-Waldner, perfecta diplomática, quita hierro a la tesitura: "También la Comisión tiene que someterse a lo que decidan los Veintisiete. Aquí todo se somete al Líder".
"Tenemos que ser pragmáticos. Libia se ha abierto a la comunidad internacional y lo debemos aprovechar", apunta la comisaria, que habla de momento histórico, de nueva dinámica y de la voluntad europea de cerrar con Libia "el acuerdo potencialmente más ambicioso de los suscritos con cualquiera de los socios mediterráneos". Prosperidad, estabilidad y seguridad mutuas es la nueva consigna.
"A Gaddafi le ha venido Dios a ver", dice castizamente una fuente europea, que relaciona el encontronazo gasista ruso-ucranio, que viene de lejos y va para largo, con el interés por establecer buenas relaciones con Libia. De hecho, a la hora de relacionar las tres áreas de interés prioritario que mueven a la Comisión en su acercamiento a Libia, la energía es la primera citada por Ferrero-Waldner: "La crisis de Rusia y Ucrania prueba que necesitamos diversidad de proveedores. Libia es clave en el sur, y también por su potencial en energías renovables". Migración y África son los otros dos polos.
En juego hay un negocio potencial de miles de millones de euros. "Antes se pensaba muy poco en el gas de Libia", reconoce un ejecutivo de una empresa energética europea establecida en el país. Libia vive del petróleo, que junto con el gas proporciona el 70% del PIB. Es el primer país de África en reservas de crudo, con el 80% del territorio sin explorar geológicamente, y las muy inferiores de gas son bienvenidas por una UE que consume 300.000 millones de metros cúbicos anuales y busca a la desesperada alternativas y aportes, por escasos que sean, para contrarrestar la dependencia rusa, que cubre la mitad del consumo. Las reservas de gas estimadas de Libia rondan los 1.500 millones de metros cúbicos de los que ahora sólo salen 28 millones al año, el 40% de los cuales va a Italia y el 10% a España, según la Comisión.
Entre los planes en marcha está el de ampliar la capacidad de los gasoductos y amarrar la relación con una Libia a la que corteja intensamente Rusia. "Que los rusos `compren? a los libios es el principal peligro, porque nosotros no podemos competir con armas", señala un experto comunitario. Gazprom está en conversaciones para la construcción de un gasoducto de 4.000 kilómetros desde Nigeria a la costa libia y Moscú querría también negociar el establecimiento de una base naval en Bengasi. Para engrasar la relación, y a cambio de favores a las empresas rusas, Putin condonó el año pasado 4.500 millones de dólares de deuda contraída por Libia por adquisición de equipamiento militar soviético.
Mohamed Siala, el hombre que tiene en la cabeza todos los detalles de la relación de Libia con los países europeos y con la UE en su conjunto, celebra el interés ruso por su gas. "Europa es el principal cliente, pero también nos interesa diversificar", dice el 'número tres' de Exteriores antes de desmentir que Libia se vaya a 'vender' comercialmente a Rusia. "Es malo tener todos los huevos en la misma cesta, como muy sabe Europa".
Medios rusos han hablado de que Libia podría estar interesada en comprar allí armamento por valor de 2.000 millones de dólares, pero el hecho es que una reciente feria de material militar en Trípoli no había expositores rusos y que la estrella fue el cazabombardero francés Rafale. La española Indra presentaba sus radar.
El gas es la entrada obvia y el elemento crucial para tantear la futura relación económica bilateral, que tiene en Libia a un potencial cliente que nada en reservas de oro y divisas y sueña en convertirse en un Dubai mediterráneo. En el centro de Trípoli, carteles con diseños de descomunales edificios singulares compiten con los convencionales del omnipresente líder. El sector turístico está a cero, de desarrollo y experiencia. Construcción y turismo son dos potenciales filones para España. Pero sin olvidar que "en Libia todo es muy complicado", en advertencia de un europeo que se ajusta mal a un país culturalmente autárquico, donde está duramente perseguido el alcohol y donde sólo hay un cine, semioculto, en Trípoli. El régimen no permite, hasta ahora con incuestionable éxito, la disidencia política. Una dictadura perfecta. Un diplomático al que le robaron el coche llegó a la conclusión de que la policía volcada en la represión política había perdido toda capacidad de combatir el delito.
A una UE que piensa en la energía, Gaddafi le responde que el problema 'número uno' de la relación bilateral es la emigración de África a Europa. "Si Europa no quiere emigrantes tiene que ayudarnos para que los jóvenes se queden en África", les dijo a los embajadores, a quienes advirtió que va a batirse por los derechos de los africanos en la ribera norte del Mediterráneo, donde "son maltratados y marginados". Libia, con un censo oficial de seis millones, calcula que acoge a dos millones de residentes ilegales, venidos del África subsahariana (huidos de conflictos bélicos y emigrantes económicos), de Asia y en buena medida de Egipto. Son subsaharianos quienes atestan los centros de acogida europeos, en particular la diminuta isla italiana Lampedusa.
Gaddafi acaba de suscribir con Berlusconi un pacto por el que Italia contribuirá con 150 millones de euros a la lucha contra la emigración ilegal, en la que habrá patrullas conjuntas en aguas internacionales con seis buques italianos. "Tenemos 4.000 kilómetros de fronteras terrestres y 1.400 kilómetros de costa. No podemos controlarlos solos. Necesitamos entre 200 y 300 millones de euros para vigilar nuestras fronteras", dice Siala, que reclama helicópteros, tecnología y formación para sus funcionarios. Ferrero-Waldner prometió el otro día 20 millones de euros hasta 2011. Pero Siala recuerda los 150 que, en un exceso verbal y en nombre de la Comisión, le prometió el entonces responsable de Justicia, Libertad y Seguridad Franco Frattini, hoy ministro de Exteriores italiano. "Con los 20 millones no se cubren costes, lo que significa que los problemas seguirán hasta que haya recursos suficientes". Si Siala suena a amenazador es porque lo es. Una fuente comenta con ironía cómo cada vez que Libia tiene un problema con Italia a Lampedusa llegan otros 200 emigrantes.
"Va ser muy difícil, porque Libia tiene muy altas expectativas con respecto a la UE", resume un europeo conocedor de la vertiente migratoria de la relación bilateral. También será difícil la relación global para la UE, que tiene expectativas no menos altas (se quiere a Gaddafi, El Líder, y se acaba en Shalgum, el ministro) con respecto a una Libia que, tras desprenderse de la etiqueta de paria internacional, se ve pretendida desde todos los ángulos, segura de sí misma, consciente de la posición estratégica que ocupa, en el Mediterráneo y como puente entre Europa y África, y que ofrece estabilidad política (no hay señales de oposición en el horizonte a un Gaddafi de 66 años cuyo padre murió con 92), proximidad geográfica e ingentes recursos por explotar.
A la responsable de Relaciones Exteriores de la Comisión Europea, Benita Ferrero-Waldner, se le iluminó la cara cuando alguien se acercó y le habló al oído. "Una buena noticia", susurró y, presionada, agregó: "Vamos a ver a Gaddafi". La caravana oficial se puso en marcha, para acabar en el Ministerio de Asuntos Exteriores, un discreto edificio de tres plantas con perfectas hechuras, externas e internas, de bloque de viviendas. Quien allí esperaba era el ministro libio de Exteriores, Mohamed Shalgum.
Gaddafi estaba en esos momentos en su residencia, pendiente de los últimos detalles de una magna recepción-homenaje que iba a protagonizar por su flamante entronización como presidente de turno de la Unión Africana, con discurso incluido ante la flor y nata civil y militar del régimen y ante el cuerpo diplomático. La imprevista ceremonia eclipsó a la nutrida delegación comunitaria encabezada por Ferrero-Waldner, llegada a Trípoli a principios de semana para lanzar la segunda ronda negociadora de un proceso que debe concluir en el establecimiento de un acuerdo marco con Libia, único país de la cuenca mediterránea con el que la UE no mantiene ninguna relación contractual. Cosas de Gaddafi, que opta por África y ve a los Veintisiete y sus planes para una Unión para el Mediterráneo, al igual que los de la Política de Vecindad comunitaria, poco menos que como un montaje neocolonial en el que se niega en redondo a participar.
"No somos una organización colonial, quítense eso de la cabeza", tuvo que responder la comisaria a preguntas de un periodista libio apenas concluida la sesión solemne de lanzamiento de las negociaciones.
La UE se ha puesto las pilas y se ha sumado a la larga nómina de Gobiernos que buscan establecer una relación provechosa con el singular régimen libio, un espectáculo de un solo hombre, El Líder, quien tras renunciar en 2003 a las armas de destrucción masiva, incluida la nuclear, ha sido acogido en el redil de la comunidad internacional. Le doblaron también las sanciones impuestas por la ONU en 1992, y que no desaparecieron hasta 2006, como castigo a la implicación libia en el atentado de Lockerbie (Escocia), que costó 270 vidas en 1988.
En esta nueva atmósfera de cambios perceptibles a ojos vista han pasado por Libia en tiempos recientes, o han sido visitados por Gaddafi, los presidentes Vladimir Putin y Nicolas Sarkozy, los primeros ministros Tony Blair y Silvio Berlusconi, y la secretaria de Estado Condoleezza Rice, que en septiembre se convirtió en el más alto representante de Washington en viajar a Trípoli desde que hace más de medio siglo lo hiciera el vicepresidente Richard Nixon. El pasado diciembre, Estados Unidos reabrió la embajada cerrada en los tiempos en que Ronald Reagan bombardeaba a un Gaddafi tildado de "perro rabioso de Oriente Próximo". El propio rey de España devolvió hace dos semanas la visita del líder libio a Madrid en diciembre de 2007.
La frustrada visita de la comisaria Ferrero-Waldner a Gaddafi, solicitada por Bruselas junto a la de su hijo, Seif al Islam, que pasa por ser la cara amable, modernizadora y renovadora del régimen, no por anecdótica es menos reveladora de los problemas y malentendidos que acechan a la relaciones que la UE pretende establecer con la Yamahiriya (República Popular) libia. A "la imprevisibilidad de Gaddafi" aluden fuentes de Bruselas cuando relacionan los peligros que pueden afectar a la relación bilateral. Ferrero-Waldner, perfecta diplomática, quita hierro a la tesitura: "También la Comisión tiene que someterse a lo que decidan los Veintisiete. Aquí todo se somete al Líder".
"Tenemos que ser pragmáticos. Libia se ha abierto a la comunidad internacional y lo debemos aprovechar", apunta la comisaria, que habla de momento histórico, de nueva dinámica y de la voluntad europea de cerrar con Libia "el acuerdo potencialmente más ambicioso de los suscritos con cualquiera de los socios mediterráneos". Prosperidad, estabilidad y seguridad mutuas es la nueva consigna.
"A Gaddafi le ha venido Dios a ver", dice castizamente una fuente europea, que relaciona el encontronazo gasista ruso-ucranio, que viene de lejos y va para largo, con el interés por establecer buenas relaciones con Libia. De hecho, a la hora de relacionar las tres áreas de interés prioritario que mueven a la Comisión en su acercamiento a Libia, la energía es la primera citada por Ferrero-Waldner: "La crisis de Rusia y Ucrania prueba que necesitamos diversidad de proveedores. Libia es clave en el sur, y también por su potencial en energías renovables". Migración y África son los otros dos polos.
En juego hay un negocio potencial de miles de millones de euros. "Antes se pensaba muy poco en el gas de Libia", reconoce un ejecutivo de una empresa energética europea establecida en el país. Libia vive del petróleo, que junto con el gas proporciona el 70% del PIB. Es el primer país de África en reservas de crudo, con el 80% del territorio sin explorar geológicamente, y las muy inferiores de gas son bienvenidas por una UE que consume 300.000 millones de metros cúbicos anuales y busca a la desesperada alternativas y aportes, por escasos que sean, para contrarrestar la dependencia rusa, que cubre la mitad del consumo. Las reservas de gas estimadas de Libia rondan los 1.500 millones de metros cúbicos de los que ahora sólo salen 28 millones al año, el 40% de los cuales va a Italia y el 10% a España, según la Comisión.
Entre los planes en marcha está el de ampliar la capacidad de los gasoductos y amarrar la relación con una Libia a la que corteja intensamente Rusia. "Que los rusos `compren? a los libios es el principal peligro, porque nosotros no podemos competir con armas", señala un experto comunitario. Gazprom está en conversaciones para la construcción de un gasoducto de 4.000 kilómetros desde Nigeria a la costa libia y Moscú querría también negociar el establecimiento de una base naval en Bengasi. Para engrasar la relación, y a cambio de favores a las empresas rusas, Putin condonó el año pasado 4.500 millones de dólares de deuda contraída por Libia por adquisición de equipamiento militar soviético.
Mohamed Siala, el hombre que tiene en la cabeza todos los detalles de la relación de Libia con los países europeos y con la UE en su conjunto, celebra el interés ruso por su gas. "Europa es el principal cliente, pero también nos interesa diversificar", dice el 'número tres' de Exteriores antes de desmentir que Libia se vaya a 'vender' comercialmente a Rusia. "Es malo tener todos los huevos en la misma cesta, como muy sabe Europa".
Medios rusos han hablado de que Libia podría estar interesada en comprar allí armamento por valor de 2.000 millones de dólares, pero el hecho es que una reciente feria de material militar en Trípoli no había expositores rusos y que la estrella fue el cazabombardero francés Rafale. La española Indra presentaba sus radar.
El gas es la entrada obvia y el elemento crucial para tantear la futura relación económica bilateral, que tiene en Libia a un potencial cliente que nada en reservas de oro y divisas y sueña en convertirse en un Dubai mediterráneo. En el centro de Trípoli, carteles con diseños de descomunales edificios singulares compiten con los convencionales del omnipresente líder. El sector turístico está a cero, de desarrollo y experiencia. Construcción y turismo son dos potenciales filones para España. Pero sin olvidar que "en Libia todo es muy complicado", en advertencia de un europeo que se ajusta mal a un país culturalmente autárquico, donde está duramente perseguido el alcohol y donde sólo hay un cine, semioculto, en Trípoli. El régimen no permite, hasta ahora con incuestionable éxito, la disidencia política. Una dictadura perfecta. Un diplomático al que le robaron el coche llegó a la conclusión de que la policía volcada en la represión política había perdido toda capacidad de combatir el delito.
A una UE que piensa en la energía, Gaddafi le responde que el problema 'número uno' de la relación bilateral es la emigración de África a Europa. "Si Europa no quiere emigrantes tiene que ayudarnos para que los jóvenes se queden en África", les dijo a los embajadores, a quienes advirtió que va a batirse por los derechos de los africanos en la ribera norte del Mediterráneo, donde "son maltratados y marginados". Libia, con un censo oficial de seis millones, calcula que acoge a dos millones de residentes ilegales, venidos del África subsahariana (huidos de conflictos bélicos y emigrantes económicos), de Asia y en buena medida de Egipto. Son subsaharianos quienes atestan los centros de acogida europeos, en particular la diminuta isla italiana Lampedusa.
Gaddafi acaba de suscribir con Berlusconi un pacto por el que Italia contribuirá con 150 millones de euros a la lucha contra la emigración ilegal, en la que habrá patrullas conjuntas en aguas internacionales con seis buques italianos. "Tenemos 4.000 kilómetros de fronteras terrestres y 1.400 kilómetros de costa. No podemos controlarlos solos. Necesitamos entre 200 y 300 millones de euros para vigilar nuestras fronteras", dice Siala, que reclama helicópteros, tecnología y formación para sus funcionarios. Ferrero-Waldner prometió el otro día 20 millones de euros hasta 2011. Pero Siala recuerda los 150 que, en un exceso verbal y en nombre de la Comisión, le prometió el entonces responsable de Justicia, Libertad y Seguridad Franco Frattini, hoy ministro de Exteriores italiano. "Con los 20 millones no se cubren costes, lo que significa que los problemas seguirán hasta que haya recursos suficientes". Si Siala suena a amenazador es porque lo es. Una fuente comenta con ironía cómo cada vez que Libia tiene un problema con Italia a Lampedusa llegan otros 200 emigrantes.
"Va ser muy difícil, porque Libia tiene muy altas expectativas con respecto a la UE", resume un europeo conocedor de la vertiente migratoria de la relación bilateral. También será difícil la relación global para la UE, que tiene expectativas no menos altas (se quiere a Gaddafi, El Líder, y se acaba en Shalgum, el ministro) con respecto a una Libia que, tras desprenderse de la etiqueta de paria internacional, se ve pretendida desde todos los ángulos, segura de sí misma, consciente de la posición estratégica que ocupa, en el Mediterráneo y como puente entre Europa y África, y que ofrece estabilidad política (no hay señales de oposición en el horizonte a un Gaddafi de 66 años cuyo padre murió con 92), proximidad geográfica e ingentes recursos por explotar.
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