Por Juan Pablo Fusi (ABC, 08/02/09):
La crisis económica que se extendió por todo el mundo a partir de octubre de 1929 tras el hundimiento de la Bolsa de Nueva York -para Keynes, la mayor catástrofe económica del mundo moderno- tuvo, como se sabe, consecuencias dramáticas: cifras de desempleo jamás conocidas (catorce millones en Estados Unidos, seis millones en Alemania, tres millones en Gran Bretaña y cifras parecidas en numerosos países), pánico bancario y financiero, contracción generalizada de ingresos y rentas, destrucción de la producción y del tejido industrial, caída de precios de las materias primas, colapso del comercio internacional.
La crisis de 1929 conmocionó, como no podía ser menos, la conciencia del mundo contemporáneo, como revelaron de forma inmediata la literatura, el teatro, el cine, la fotografía (aquellas 270.000 fotografías realizadas por Walter Evans, Ben Shahn, Dorotea Lange, Russell Lee y demás fotógrafos de la Oficina de Seguridad Rural norteamericana), el ensayo y el panfletismo económico o seudo-económico de la época, y aún obras, como la trilogía U.S.A de Dos Passos, la novela negra de Dashiell Hammet, cuyos textos fundamentales aparecieron entre 1929 y 1934, y Suave es la noche (1934) y El último magnate (1940) de Scott Fiztgerald, obras en apariencia ajenas a los temas de la depresión económica pero que no se entenderían sin tener en cuenta las coordenadas sociales y políticas de aquella crisis. Depresión económica, malestar social y auge del fascismo (con la llegada de Hitler al poder en enero de 1933) fueron, en efecto, para muchos intelectuales manifestaciones de una realidad más profunda: la crisis moral de la sociedad occidental.
La Depresión produjo sus mejores piezas literarias en Gran Bretaña y los Estados Unidos: las novelas Amor en el paro (1933), de Walter Greenwood, y Las uvas de la ira (1939), del escritor californiano Steinbeck; y el reportaje-ensayo El camino hacia Wigan Pier (1937), de George Orwell, su memorable documento sobre la vida de los mineros de Wigan. Amor en el paro era la historia de la destrucción por la crisis de las ilusiones y esperanzas vitales de los jóvenes de una localidad obrera cercana a Manchester, y de su progresiva degradación moral; la historia de una localidad golpeada por el desempleo, y por ello condenada a la miseria, los subsidios de subsistencia, los prestamistas, la protesta estéril y la corrupción.
El camino hacia Wigan Pier era un reportaje de primera mano -Orwell vivió durante varias semanas en aquella zona minera- de la vida de los trabajadores de la localidad minera de Wigan (en Inglaterra, cerca de Liverpool y Manchester), de sus viviendas miserables carentes de servicios higiénicos, de los salarios de hambre, de la dureza del trabajo en las minas, de los accidentes, las enfermedades pulmonares y la infra-alimentación que padecían los mineros. Era, en suma, la descripción de una mentalidad, la mentalidad del minero, endurecida y primaria, y un estudio del efecto devastador que la crisis económica había tenido sobre la región. Y era algo más. Literatura social auténtica, escrita en una prosa escueta, directa y brillante, la obra de Orwell explicaba, al tiempo, su propia evolución hacia el socialismo -sin negar sus muchos prejuicios de clase y educación respecto a los trabajadores-, y advertía sobre el creciente divorcio que se estaba produciendo entre los trabajadores y el socialismo político, de lo que responsabilizaba al verbalismo inocuo y abstracto de los intelectuales de izquierda -los poetas de clase media alta, los jóvenes aristócratas marxistas de Oxford y Cambridge, a los que Orwell satirizaba con mordacidad implacable-, educados en las aulas universitarias, cómodamente instalados en la prosperidad privilegiada de las clases medias, y ayunos de todo conocimiento directo de la vida de los obreros de las fábricas y de las minas.
Orwell exponía, pues, la durísima realidad social creada por la crisis económica, pero también, y ello no era menos importante, el esnobismo y la deshonestidad consciente o inconsciente de muchas posiciones de la izquierda intelectual comprometida. La novela de Steinbeck, Las uvas de la ira, no tenía reflexiones explícitamente políticas. Estaba pues, si bien con otras características literarias y estéticas y en un contexto social muy diferente, en la línea del testimonialismo de Greenwood. Las uvas de la ira, un libro moralmente conmovedor, era la historia de la emigración de una familia de colonos pobres de Oklahoma -los Joad, a los que la Depresión había hecho perder sus tierras-, desde su región de origen a California. Un viaje épico, heroico, de tres generaciones de la misma familia hacinadas en una vieja furgoneta, sin apenas víveres y dinero, a través de las montañas y del desierto en busca de trabajo y fortuna, y de la propia rehabilitación familiar, viaje que llevaría a los Joad, sin embargo, a la marginación social y legal, a la explotación, a la represión, el hambre y la muerte. Novela, en efecto, sobrecogedora, pero también enaltecedora. Las uvas de la ira, la ira que germinaba en el corazón de los explotados, no cerraba la puerta a la esperanza. El idealismo agrarista y solidario de Steinbeck hacía que la solidez de los valores campesinos de los Joad les permitiese salvar, en medio de tanta adversidad, la integridad y la dignidad del núcleo familiar y que aún pudiesen ofrecer a otros más necesitados la generosidad de su ayuda.
La literatura de Greenwood, Orwell y Steinbeck era -conviene tenerlo bien presente-traducción del empirismo desideologizado y pragmático, aunque profundamente ético, de la tradición cultural anglo-norteamericana. Por eso fue allí, en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, donde el debate sobre la crisis económica se planteó en términos teóricos y políticos prácticos, realistas y concretos. Europa se perdió en su cultura especulativa: en los mejores casos, en una metafísica de la existencia y de la crisis del hombre contemporáneo; en los peores, en una literatura político-económica cargada de clichés inoperantes en torno al colapso del capitalismo y la inevitabilidad del socialismo. El mismo Partido Laborista británico, destrozado por el fracaso de su experiencia en el poder en 1929-31 y por la defección de su líder Mac Donald que entre 1931 y 1935 formó un Gobierno Nacional con los conservadores, y absorbido por preocupaciones pacifistas y la propaganda contra el fascismo, cayó en una especie de fatalismo ante la crisis que le impidió percibir de inmediato las teorías que en la misma Gran Bretaña formulaba Keynes, la respuesta más eficaz, como se sabe, a la situación.
Las tesis básicas del pensamiento de Keynes, resumidas en su Teoría general del empleo, interés y dinero (1936), son sobradamente conocidas: entendía que las respuestas tradicionales ante la crisis reducirían el consumo, la renta y la demanda agregada, y que lo que se necesitaba era la acción directa de los gobiernos encaminada a favorecer las inversiones mediante una regulación adecuada de la demanda agregada a través del triple mecanismo de la política presupuestaria, monetaria y fiscal, estimulando directamente la inversión y el empleo y aumentando el gasto público. Lo que se sabe menos es que Keynes militó siempre en el partido liberal y que él mismo consideraba su Teoría general como una teoría verdaderamente conservadora; y que estaba convencido de que el dogmatismo simplista de los líderes laboristas les impedía ver el potencial social y político de una política económica basada en sus ideas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La crisis económica que se extendió por todo el mundo a partir de octubre de 1929 tras el hundimiento de la Bolsa de Nueva York -para Keynes, la mayor catástrofe económica del mundo moderno- tuvo, como se sabe, consecuencias dramáticas: cifras de desempleo jamás conocidas (catorce millones en Estados Unidos, seis millones en Alemania, tres millones en Gran Bretaña y cifras parecidas en numerosos países), pánico bancario y financiero, contracción generalizada de ingresos y rentas, destrucción de la producción y del tejido industrial, caída de precios de las materias primas, colapso del comercio internacional.
La crisis de 1929 conmocionó, como no podía ser menos, la conciencia del mundo contemporáneo, como revelaron de forma inmediata la literatura, el teatro, el cine, la fotografía (aquellas 270.000 fotografías realizadas por Walter Evans, Ben Shahn, Dorotea Lange, Russell Lee y demás fotógrafos de la Oficina de Seguridad Rural norteamericana), el ensayo y el panfletismo económico o seudo-económico de la época, y aún obras, como la trilogía U.S.A de Dos Passos, la novela negra de Dashiell Hammet, cuyos textos fundamentales aparecieron entre 1929 y 1934, y Suave es la noche (1934) y El último magnate (1940) de Scott Fiztgerald, obras en apariencia ajenas a los temas de la depresión económica pero que no se entenderían sin tener en cuenta las coordenadas sociales y políticas de aquella crisis. Depresión económica, malestar social y auge del fascismo (con la llegada de Hitler al poder en enero de 1933) fueron, en efecto, para muchos intelectuales manifestaciones de una realidad más profunda: la crisis moral de la sociedad occidental.
La Depresión produjo sus mejores piezas literarias en Gran Bretaña y los Estados Unidos: las novelas Amor en el paro (1933), de Walter Greenwood, y Las uvas de la ira (1939), del escritor californiano Steinbeck; y el reportaje-ensayo El camino hacia Wigan Pier (1937), de George Orwell, su memorable documento sobre la vida de los mineros de Wigan. Amor en el paro era la historia de la destrucción por la crisis de las ilusiones y esperanzas vitales de los jóvenes de una localidad obrera cercana a Manchester, y de su progresiva degradación moral; la historia de una localidad golpeada por el desempleo, y por ello condenada a la miseria, los subsidios de subsistencia, los prestamistas, la protesta estéril y la corrupción.
El camino hacia Wigan Pier era un reportaje de primera mano -Orwell vivió durante varias semanas en aquella zona minera- de la vida de los trabajadores de la localidad minera de Wigan (en Inglaterra, cerca de Liverpool y Manchester), de sus viviendas miserables carentes de servicios higiénicos, de los salarios de hambre, de la dureza del trabajo en las minas, de los accidentes, las enfermedades pulmonares y la infra-alimentación que padecían los mineros. Era, en suma, la descripción de una mentalidad, la mentalidad del minero, endurecida y primaria, y un estudio del efecto devastador que la crisis económica había tenido sobre la región. Y era algo más. Literatura social auténtica, escrita en una prosa escueta, directa y brillante, la obra de Orwell explicaba, al tiempo, su propia evolución hacia el socialismo -sin negar sus muchos prejuicios de clase y educación respecto a los trabajadores-, y advertía sobre el creciente divorcio que se estaba produciendo entre los trabajadores y el socialismo político, de lo que responsabilizaba al verbalismo inocuo y abstracto de los intelectuales de izquierda -los poetas de clase media alta, los jóvenes aristócratas marxistas de Oxford y Cambridge, a los que Orwell satirizaba con mordacidad implacable-, educados en las aulas universitarias, cómodamente instalados en la prosperidad privilegiada de las clases medias, y ayunos de todo conocimiento directo de la vida de los obreros de las fábricas y de las minas.
Orwell exponía, pues, la durísima realidad social creada por la crisis económica, pero también, y ello no era menos importante, el esnobismo y la deshonestidad consciente o inconsciente de muchas posiciones de la izquierda intelectual comprometida. La novela de Steinbeck, Las uvas de la ira, no tenía reflexiones explícitamente políticas. Estaba pues, si bien con otras características literarias y estéticas y en un contexto social muy diferente, en la línea del testimonialismo de Greenwood. Las uvas de la ira, un libro moralmente conmovedor, era la historia de la emigración de una familia de colonos pobres de Oklahoma -los Joad, a los que la Depresión había hecho perder sus tierras-, desde su región de origen a California. Un viaje épico, heroico, de tres generaciones de la misma familia hacinadas en una vieja furgoneta, sin apenas víveres y dinero, a través de las montañas y del desierto en busca de trabajo y fortuna, y de la propia rehabilitación familiar, viaje que llevaría a los Joad, sin embargo, a la marginación social y legal, a la explotación, a la represión, el hambre y la muerte. Novela, en efecto, sobrecogedora, pero también enaltecedora. Las uvas de la ira, la ira que germinaba en el corazón de los explotados, no cerraba la puerta a la esperanza. El idealismo agrarista y solidario de Steinbeck hacía que la solidez de los valores campesinos de los Joad les permitiese salvar, en medio de tanta adversidad, la integridad y la dignidad del núcleo familiar y que aún pudiesen ofrecer a otros más necesitados la generosidad de su ayuda.
La literatura de Greenwood, Orwell y Steinbeck era -conviene tenerlo bien presente-traducción del empirismo desideologizado y pragmático, aunque profundamente ético, de la tradición cultural anglo-norteamericana. Por eso fue allí, en los Estados Unidos y en Gran Bretaña, donde el debate sobre la crisis económica se planteó en términos teóricos y políticos prácticos, realistas y concretos. Europa se perdió en su cultura especulativa: en los mejores casos, en una metafísica de la existencia y de la crisis del hombre contemporáneo; en los peores, en una literatura político-económica cargada de clichés inoperantes en torno al colapso del capitalismo y la inevitabilidad del socialismo. El mismo Partido Laborista británico, destrozado por el fracaso de su experiencia en el poder en 1929-31 y por la defección de su líder Mac Donald que entre 1931 y 1935 formó un Gobierno Nacional con los conservadores, y absorbido por preocupaciones pacifistas y la propaganda contra el fascismo, cayó en una especie de fatalismo ante la crisis que le impidió percibir de inmediato las teorías que en la misma Gran Bretaña formulaba Keynes, la respuesta más eficaz, como se sabe, a la situación.
Las tesis básicas del pensamiento de Keynes, resumidas en su Teoría general del empleo, interés y dinero (1936), son sobradamente conocidas: entendía que las respuestas tradicionales ante la crisis reducirían el consumo, la renta y la demanda agregada, y que lo que se necesitaba era la acción directa de los gobiernos encaminada a favorecer las inversiones mediante una regulación adecuada de la demanda agregada a través del triple mecanismo de la política presupuestaria, monetaria y fiscal, estimulando directamente la inversión y el empleo y aumentando el gasto público. Lo que se sabe menos es que Keynes militó siempre en el partido liberal y que él mismo consideraba su Teoría general como una teoría verdaderamente conservadora; y que estaba convencido de que el dogmatismo simplista de los líderes laboristas les impedía ver el potencial social y político de una política económica basada en sus ideas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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