Por Mateo Madridejos, periodista e historiador (EL PERIÓDICO, 16/02/09):
Las cautelosas incitaciones al diálogo proferidas por el presidente Barack Obama y su homólogo iraní, Mahmud Ahmadineyad, luego de 30 años de silencio, escaramuzas militares y hostilidad diplomática, han sido rápidamente rebajadas en su eventual alcance por los resultados electorales en Israel, donde la inclinación militarista de la opinión pública y el avance de la derecha populista y xenófoba confirman que la destrucción o el abandono del programa nuclear de la República Islámica, iniciado hace más de 20 años, será uno de los objetivos primordiales del nuevo Gobierno israelí.
La fuerza aérea hebrea tiene experiencia en operaciones quirúrgicas contra las instalaciones de sus enemigos más cercanos. En 1981 demolió un reactor al sur de Bagdad, construido por los franceses, y en septiembre del 2007 bombardeó otro en Siria. Fuentes fidedignas, aunque lógicamente sin identificar, aseguran que Israel solicitó el año pasado el nihil obstat de EEUU para atacar la base iraní de Natanz, donde se enriquece el uranio, pero que el presidente Bush, la secretaria Rice y el jefe del Pentágono, Robert Gates rechazaron una empresa tan arriesgada cuando trataban de impulsar un acuerdo con los palestinos.
LAS ELECCIONES presidenciales en Irán, el 12 de junio, en las que será candidato el moderado Mohamed Jatamí, dan alas a los que en Washington abogan por reanudar el diálogo, aunque estos reconocen que los dos mandatos de aquel (1997-2005) fueron decepcionantes para los que esperaban reformas y una diplomacia menos sectaria. Con los precios del petróleo a la baja, la economía conoce graves dificultades y la pobreza aumenta vertiginosamente, pero los integristas que arropan a Ahmadineyad aspirante a la reelección, controlan todos los aparatos del Estado y sofocan cualquier apertura. Shirin Ebadi, la premio Nobel de la Paz, vive rodeada de pintadas insultantes y bajo una insidiosa persecución.
Después de 30 años de frustrada revolución y un régimen que organiza las farsas electorales, la inflación galopante (29 %), el desempleo crónico (15 %) y los nueve millones de pobres, según datos del Banco Mundial, son las otras señas de identidad de una teocracia que dicta la vestimenta, asesina a los disidentes, dilapida una fortuna en propaganda y subvención de grupos armados extranjeros, cierra las publicaciones que osan la más leve crítica y mantiene una rígida separación de sexos en la vida social, pero no logra alimentar a la población ni impedir la pavorosa fuga de cerebros, ni contener el consumo creciente de drogas. Durante el mandato de Ahmadineyad, “el poder de compra se ha reducido el 50%”, declara en Le Monde el director de un periódico clausurado.
La amalgama de política y religión, de clérigos supuestamente apolíticos que militan en partidos instrumentados para conquistar el poder, produce resultados desastrosos. Porque son las autoridades no elegidas, empezando por el Guía de la Revolución, Alí Jamenei, las que pueden vetar cualquier decisión que consideren contraria al dogma islámico. Si hemos de creer a la izquierda exiliada, la revuelta que derrocó al sha en 1979 ha sido desviada de sus nobles objetivos en provecho de una casta de religiosos ultraconservadores que no respeta los derechos humanos y utiliza la más burda propaganda nacionalista y antioccidental para enmascarar su fracaso.
Para que prospere el diálogo entre Washington, poder universal, y Teherán, potencia regional, deberán superarse obstáculos formidables a ambos lados de la frontera de incomprensión y pugna geoestratégica. Obama y sus asesores han asumido con prudencia el doble desafío de entablar conversaciones directas con uno de los más vociferantes enemigos de EEUU con el riesgo de irritar a Israel, su principal aliado y protegido. Se espera que Dennis Ross, veterano mediador, sea el supervisor del probable diálogo, pero la estrategia decidida al más alto nivel, que deberá extenderse por toda la región incandescente, desde el Mediterráneo a la frontera afgano-paquistaní, ni siquiera ha sido perfilada.
MIENTRAS LA sombra de la humillación del presidente Carter en 1979-1980 planea sobre el turbulento escenario, lo único que está claro son los dos ejes de la negociación: el poder nuclear iraní, que realiza progresos notorios y se completa con el ensayo de un satélite, pese a las sanciones de la ONU, y “la inaceptable financiación de organizaciones terroristas”, según declaró Obama, en referencia a Hizbulá y Hamás, que ocupan los flancos norte y sur de Israel.
Ahmadineyad y sus radicales, por ahora, descartan cualquier concesión que restrinja la soberanía.
El fracaso de Bush es evidente, ya que la parálisis de la diplomacia norteamericana en el último decenio solo sirvió para consolidar la influencia iraní. El islamismo radical financiado o manipulado desde Teherán no solo se sitúa agresivamente en las fronteras de Israel o mantiene la agitación en las monarquías del Pérsico, sino que tiene mucho que decir en el futuro de Irak y Afganistán. Pero ninguno de los consejeros de Obama se ha atrevido a concretar cuáles podrían ser los incentivos económicos y diplomáticos susceptibles de hacer recapacitar a los ayatolás. El diálogo con la República Islámica sigue siendo una operación aconsejable, pero de alto riesgo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Las cautelosas incitaciones al diálogo proferidas por el presidente Barack Obama y su homólogo iraní, Mahmud Ahmadineyad, luego de 30 años de silencio, escaramuzas militares y hostilidad diplomática, han sido rápidamente rebajadas en su eventual alcance por los resultados electorales en Israel, donde la inclinación militarista de la opinión pública y el avance de la derecha populista y xenófoba confirman que la destrucción o el abandono del programa nuclear de la República Islámica, iniciado hace más de 20 años, será uno de los objetivos primordiales del nuevo Gobierno israelí.
La fuerza aérea hebrea tiene experiencia en operaciones quirúrgicas contra las instalaciones de sus enemigos más cercanos. En 1981 demolió un reactor al sur de Bagdad, construido por los franceses, y en septiembre del 2007 bombardeó otro en Siria. Fuentes fidedignas, aunque lógicamente sin identificar, aseguran que Israel solicitó el año pasado el nihil obstat de EEUU para atacar la base iraní de Natanz, donde se enriquece el uranio, pero que el presidente Bush, la secretaria Rice y el jefe del Pentágono, Robert Gates rechazaron una empresa tan arriesgada cuando trataban de impulsar un acuerdo con los palestinos.
LAS ELECCIONES presidenciales en Irán, el 12 de junio, en las que será candidato el moderado Mohamed Jatamí, dan alas a los que en Washington abogan por reanudar el diálogo, aunque estos reconocen que los dos mandatos de aquel (1997-2005) fueron decepcionantes para los que esperaban reformas y una diplomacia menos sectaria. Con los precios del petróleo a la baja, la economía conoce graves dificultades y la pobreza aumenta vertiginosamente, pero los integristas que arropan a Ahmadineyad aspirante a la reelección, controlan todos los aparatos del Estado y sofocan cualquier apertura. Shirin Ebadi, la premio Nobel de la Paz, vive rodeada de pintadas insultantes y bajo una insidiosa persecución.
Después de 30 años de frustrada revolución y un régimen que organiza las farsas electorales, la inflación galopante (29 %), el desempleo crónico (15 %) y los nueve millones de pobres, según datos del Banco Mundial, son las otras señas de identidad de una teocracia que dicta la vestimenta, asesina a los disidentes, dilapida una fortuna en propaganda y subvención de grupos armados extranjeros, cierra las publicaciones que osan la más leve crítica y mantiene una rígida separación de sexos en la vida social, pero no logra alimentar a la población ni impedir la pavorosa fuga de cerebros, ni contener el consumo creciente de drogas. Durante el mandato de Ahmadineyad, “el poder de compra se ha reducido el 50%”, declara en Le Monde el director de un periódico clausurado.
La amalgama de política y religión, de clérigos supuestamente apolíticos que militan en partidos instrumentados para conquistar el poder, produce resultados desastrosos. Porque son las autoridades no elegidas, empezando por el Guía de la Revolución, Alí Jamenei, las que pueden vetar cualquier decisión que consideren contraria al dogma islámico. Si hemos de creer a la izquierda exiliada, la revuelta que derrocó al sha en 1979 ha sido desviada de sus nobles objetivos en provecho de una casta de religiosos ultraconservadores que no respeta los derechos humanos y utiliza la más burda propaganda nacionalista y antioccidental para enmascarar su fracaso.
Para que prospere el diálogo entre Washington, poder universal, y Teherán, potencia regional, deberán superarse obstáculos formidables a ambos lados de la frontera de incomprensión y pugna geoestratégica. Obama y sus asesores han asumido con prudencia el doble desafío de entablar conversaciones directas con uno de los más vociferantes enemigos de EEUU con el riesgo de irritar a Israel, su principal aliado y protegido. Se espera que Dennis Ross, veterano mediador, sea el supervisor del probable diálogo, pero la estrategia decidida al más alto nivel, que deberá extenderse por toda la región incandescente, desde el Mediterráneo a la frontera afgano-paquistaní, ni siquiera ha sido perfilada.
MIENTRAS LA sombra de la humillación del presidente Carter en 1979-1980 planea sobre el turbulento escenario, lo único que está claro son los dos ejes de la negociación: el poder nuclear iraní, que realiza progresos notorios y se completa con el ensayo de un satélite, pese a las sanciones de la ONU, y “la inaceptable financiación de organizaciones terroristas”, según declaró Obama, en referencia a Hizbulá y Hamás, que ocupan los flancos norte y sur de Israel.
Ahmadineyad y sus radicales, por ahora, descartan cualquier concesión que restrinja la soberanía.
El fracaso de Bush es evidente, ya que la parálisis de la diplomacia norteamericana en el último decenio solo sirvió para consolidar la influencia iraní. El islamismo radical financiado o manipulado desde Teherán no solo se sitúa agresivamente en las fronteras de Israel o mantiene la agitación en las monarquías del Pérsico, sino que tiene mucho que decir en el futuro de Irak y Afganistán. Pero ninguno de los consejeros de Obama se ha atrevido a concretar cuáles podrían ser los incentivos económicos y diplomáticos susceptibles de hacer recapacitar a los ayatolás. El diálogo con la República Islámica sigue siendo una operación aconsejable, pero de alto riesgo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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