lunes, febrero 16, 2009

¿Por qué no prestan los bancos?

Por Alfredo Pastor, profesor del IESE (EL PERIÓDICO, 16/02/09):

Suele decirse que cualquier problema, por difícil que parezca, tiene una solución sencilla que, por desgracia, acostumbra a ser falsa. De manera parecida, las situaciones incómodas o angustiosas hacen surgir preguntas, de apariencia sencilla, cuya respuesta parece encerrar la clave de la solución. Esas preguntas son a menudo falsas. Y ante una contracción progresiva de nuestra economía a la que no se ve un final, parece que hemos reducido todo el problema a uno, la escasez de crédito, debido –se sospecha, aunque no se diga aún abiertamente– a la mala voluntad de las entidades financieras. De ahí surge la pregunta: ¿por qué no prestan? Veamos ahora por qué la pregunta es menos acertada de lo que parece, y nos ceñiremos a la banca española, cuya situación es distinta de la de otros países.

ANTES DE preguntar por qué ocurre algo hay que preguntar si eso efectivamente ocurre: ¿es cierto que los bancos no prestan? Los (escasos) datos publicados indican que no: ni en el ámbito de la eurozona ni en España ha disminuido, durante el 2008, el volumen de financiación al sector privado anotado en los libros de la banca. Los bancos prestan, pero ¿prestan lo suficiente? Para empezar a contestar, habremos de admitir que el volumen de crédito tiene algo que ver con el volumen de actividad, ya que sirve precisamente para financiarla: en nuestro caso, ante la perspectiva de una contracción de la economía, lo normal es que el volumen de crédito acabe por disminuir: y eso es, seguramente, lo que ya está ocurriendo durante el primer trimestre del 2009.

Además, la financiación al sector privado, que equivalía a tres veces y media el PIB en 2007, habrá de acercarse al promedio europeo, que ronda las dos veces y media. Habrá que devolver más préstamos de los nuevos que se generen: es lo que se conoce con la fea palabra de desapalancamiento. Por último, hay que admitir que el volumen de crédito efectivamente concedido es el resultado de la oferta y también de la demanda. Dicho de otro modo, si hay menos crédito es porque se ofrece menos, y también porque se demanda menos; y no cabe duda de que la demanda se ha retraído: las peores expectativas han hecho posponer muchos nuevos proyectos, tanto de consumo como de inversión, antes de que el banco les negara la financiación. En algunos casos, las compras se retraen porque se espera que los precios sigan bajando: es el caso de gran parte del sector inmobiliario, y posiblemente del automóvil.

De acuerdo, pero ¿no se ha retraído también la oferta? Hay dos razones para que eso sea así: en primer lugar, la financiación de nuestra banca es menos abundante de lo que era hace un año y medio, y menos segura. Si en los balances de nuestra banca no pesan los activos tóxicos, sí lo hacen en los de nuestros prestamistas habituales, los bancos extranjeros. También es más caro: la pérdida de calidad de la deuda pública española se va trasladando al resto de nuestro pasivo. Lo que fuera del euro hubiera sido una crisis cambiaria, que hubiera obligado a una devaluación, se convierte aquí en un encarecimiento de la financiación. La segunda razón es que la aversión al riesgo de nuestra banca ha crecido. Le ocurre lo que al resto de los mortales: nadie está cómodo hoy con el mismo índice de riesgo que aceptaba hace unos meses.

En resumen: habrá seguramente menos crédito, y casi seguro que será algo más caro. Pero no será acertado decir que ello se debe –o que se debe únicamente– a la actitud poco constructiva de la banca.

BUENA PARTE del volumen de crédito se dirige a un sector, el inmobiliario, cuyo valor en euros ha de disminuir, aunque reducirlo supone reconocer pérdidas que, en muchos casos, son demasiado grandes para algunos balances. Así, en estricta lógica privada, los bancos dedican sus recursos a mantener en vida a sus grandes clientes. Esto tiene dos efectos perjudiciales: hace que actividades con mejores perspectivas que el inmobiliario tengan mayores dificultades en acceder al crédito, y retrasa el ajuste a la baja de los precios de la vivienda. Esta lógica no puede romperse con exhortaciones a prestar más, porque el nivel de riesgo aceptable es responsabilidad de cada entidad. Sí puede cambiarse mediante dos procedimientos.

Uno, dramático, es recordar que, si bien cada entidad debe elegir el nivel de riesgo que le convenga, no es menos cierto que la función social de la banca es prestar, y que si no la cumple la banca privada, puede hacerlo la pública: la nacionalización, con venta posterior, no es necesariamente mala. El otro, menos vistoso, consiste en aislar el problema, vendiendo activos inmobiliarios a un fondo que se encargara de su gestión. El problema de valoración de esos activos no sería despreciable, porque es el problema de repartir las pérdidas incurridas por el sector, pero sí menos espinoso que el que afronta la banca norteamericana, porque se trata de créditos normales. Quizá de esta forma se facilitaría el crédito al resto de la economía y dejaría uno de hacerse la pregunta que encabeza este artículo.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

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