Por Fawaz A. Gerges, de la cátedra Chistian A. Johnson de Oriente Medio del Sarah Lawrence College. Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 30/06/08):
Siete años después del 11-S del 2001, el mundo musulmán se halla inmerso en un encarnizado debate teológico e ideológico sobre la doctrina e institución de la yihad y el empleo legítimo de la fuerza. Occidente ha reparado escasamente en los recientes desafíos a la mentalidad de Al Qaeda, en particular a sus intentos de justificar el terrorismo como una forma de yihad.
Aunque este debate sobre el significado y el grado de aplicabilidad de la yihad hizo furor inmediatamente después del 11-S, ha alcanzado ahora su masa crítica en el seno del mundo musulmán con una abrumadora mayoría que rechaza la violencia gratuita y matar a no combatientes.
Se ha producido una revolución cultural en el seno del islam gracias a eruditos, clérigos, líderes de la sociedad civil y ex militantes que han subrayado los fundamentos éticos de la yihad.
Como en el pasado, la mayoría de los musulmanes define la yihad, como señala el intelectual pakistaní Fazlur Rahman, como la lucha por establecer un “orden justo moral y social”. En la esfera personal, los musulmanes religiosos entienden la yihad como el esfuerzo para llevar una vida ética, virtuosa y moral, en lucha contra la injusticia y la opresión y en defensa del islam.
En el corazón mismo de la pregunta sobre la violencia de móvil político radica la necesidad de satisfacer ciertos requisitos teológicos exigidos por la tradición y doctrina islámicas: primero, la violencia no debe ser un acto de carácter preventivo; segundo, el acto de violencia como tal debe ser proclamado por un Estado o autoridad religiosa; tercero, la violencia no debe apuntar a civiles excepto en circunstancias extremas.
Bin Laden, Ayman al Zauahiri y sus lugartenientes infravaloraron la inteligencia de los musulmanes y, sobre todo, el compromiso de los musulmanes con los preceptos islámicos de moralidad, justicia e igualdad basados en el Corán y el modelo del profeta Mahoma.
Los espantosos ataques de Al Qaeda contra civiles, occidentales y musulmanes, junto con el caos y estragos causados, han relegado con toda justicia a Al Qaeda a los confines de la sociedad islámica, con pocos aliados y santuarios inseguros. El margen social y político de Al Qaeda se ha restringido y los musulmanes en general han ahuyentado a sus agentes en Iraq, Arabia Saudí, Yemen, Líbano, Jordania y otros lugares. Tanto la sociedad musulmana en general como las autoridades religiosas radicalizadas han condenado igualmente la violencia como no islámica, ilegítima e ideológicamente desviada. Figuran al respecto, por ejemplo, Hasan al Turabi, presidente del Partido del Congreso de Sudán (que en los años noventa protegió a Bin Laden), Said Mohamed Husein Fadlalah - fundador espiritual del Hizbulah libanés-, Yusuf al Qaradaui - autoridad religiosa de origen egipcio, residente en Qatar-, Salman al Odeh - uno de los ex mentores saudíes de Bin Laden- y el imán Said (más conocido como doctor Fadl), ex muftí e ideólogo de Al Qaeda.
Los diversos antecedentes y formación de estos ideólogos atestiguan el nuevo consenso sobre el empleo y justificación de la violencia, cuestión hoy en evolución en las sociedades árabes y musulmanas, y demuestran que el debate que se despliega en el islam es complejo y guarda más relación con política, ideología y estrategia que con la devoción. Incluso figuras clave del movimiento a favor de Bin Laden le han criticado por violar un principio de la yihad: la prohibición de matar civiles y no combatientes.
Como la mayoría de las autoridades religiosas musulmanas, estos ex partidarios de Al Qaeda como el imán Said, Al Odeh, Abu al Ualid al Misri y otros, acentúan ahora la naturaleza ética y justa de la yihad que han echado por la borda ciertos grupos extremistas como Al Qaeda. Estas figuras operan en el seno de las tradiciones religiosas y se valen del tafsir (comentario o exégesis) para desvelar la odiosa retórica y métodos terroristas de sus ex socios por entender que se trata de un defectuoso, tergiversador y peligroso empleo del término yihad.
Al Qaeda ha perdido adhesiones musulmanas porque ha fracasado en su intento de reformular la yihad en sentido radical y ganar adeptos que suscriban la violencia indistinta en nombre de islam. Ciertos sondeos de opinión confirman que una mayoría de musulmanes son contrarios a la ideología de Bin Laden y sus seguidores que, a su juicio, han causado un daño irreparable a la imagen del islam en el mundo y a la propia sociedad musulmana.
Ciertos resultados de un sondeo reciente de Gallup, basado en decenas de miles de entrevistas personales de una hora a ciudadanos de más de 35 países de predominio musulmán entre el 2001 y el 2007, muestran que sólo el 7% piensa que los ataques del 11-S estaban “completamente” justificados y una mayoría de musulmanes - que incluía a nueve de cada diez- condenó las matanzas por motivos religiosos y humanitarios. Occidente ha prestado escasa atención a estos debates pese a los indudables e intensos desafíos que entrañan con relación a la ideología y tácticas asesinas de Al Qaeda.
Uno de los mayores fracasos de la política estadounidense en la región estriba en que engloba de forma indiscriminada como terroristas a Al Qaeda, el palestino Hamas, el Hizbulah libanés, el PKK de Turquía y varios grupos insurgentes iraquíes. Esta falta de diferenciación no sólo dificulta el análisis sino que da lugar a políticas sin matices y, a ojos árabes y musulmanes, son ingenuas o falsas y poco sinceras.
En tanto que la mayoría de los árabes y musulmanes juzga claramente que la yihad de Al Qaeda equivale a terrorismo y violencia carentes de justificación, la actitud de grupos palestinos, libaneses e iraquíes que recurren a la violencia como resistencia a la ocupación extranjera se juzga comprensible y legítima. Los musulmanes siguen considerando como afirmación de una yihad valiosa y honrosa la defensa de los ocupados territorios árabes. No es tanto una cuestión de violencia y conflicto como de razones de empuñar las armas.
Diversas percepciones y discursos entran en contradicción según las distintas perspectivas de Estados Unidos y el mundo musulmán; no sólo a nivel del lenguaje, sino también del núcleo y esencia de las cosas. A Estados Unidos le resulta difícil convencer a árabes y musulmanes de que Hamas y Hizbulah son simple y llanamente terroristas, mientras que Israel - visto por la mayoría de los árabes y de los musulmanes como opresor- recurre al empleo de las armas sólo por causa de la paz… Esta línea divisoria persistirá a menos que Estados Unidos afronte las causas profundas de conflictos regionales en ebullición en el panorama árabe-israelí, Iraq y Cachemira y se muestre comprometido con el “orden sociomoral justo” y con la resolución pacífica y justa de los conflictos.
En la mayor parte del mundo musulmán, Estados Unidos suscita admiración por su democracia y libertad; ahora es menester que se considere que comprende las causas del conflicto en el mundo musulmán. Rectificar el rumbo de la política estadounidense puede precisar mucho tiempo a fin de acercar posiciones entre ambas civilizaciones, mitigar las tensiones regionales y afianzar las posiciones de quienes han rebatido a Al Qaeda apoyados en razones éticas.
Mientras por una parte la interpretación religiosa particular de Bin Laden se ha visto marginada y ampliamente rebatida, y la criminalidad de Al Qaeda rechazada por una mayoría aplastante de musulmanes, la umma o comunidad de los musulmanes sigue siendo objeto de lealtad firme y resuelta; comunidad a cuyos ojos la ocupación y presencia militar de no musulmanes en suelo musulmán plantea un reto fundamental y apela con frecuencia a una actitud de resistencia.
La forma que adoptará tal resistencia no está clara, pero puede verse determinada en buena medida por la política de Estados Unidos y otras políticas occidentales. Un primer paso esencial estriba en comprender que el concepto de yihad no se ciñe a la guerra santa y la acción armadas sino que incorpora la noción de la justicia y la ley. El respeto, la comprensión y el enfoque que confía más en la persuasión moral que en la amenaza de la violencia o el uso de las armas ayuda a afianzar la noción de la yihad en sentido positivo (según su tradición histórica de esfuerzo moral) en lugar de identificarla con la violencia y el terrorismo.
Siete años después del 11-S del 2001, el mundo musulmán se halla inmerso en un encarnizado debate teológico e ideológico sobre la doctrina e institución de la yihad y el empleo legítimo de la fuerza. Occidente ha reparado escasamente en los recientes desafíos a la mentalidad de Al Qaeda, en particular a sus intentos de justificar el terrorismo como una forma de yihad.
Aunque este debate sobre el significado y el grado de aplicabilidad de la yihad hizo furor inmediatamente después del 11-S, ha alcanzado ahora su masa crítica en el seno del mundo musulmán con una abrumadora mayoría que rechaza la violencia gratuita y matar a no combatientes.
Se ha producido una revolución cultural en el seno del islam gracias a eruditos, clérigos, líderes de la sociedad civil y ex militantes que han subrayado los fundamentos éticos de la yihad.
Como en el pasado, la mayoría de los musulmanes define la yihad, como señala el intelectual pakistaní Fazlur Rahman, como la lucha por establecer un “orden justo moral y social”. En la esfera personal, los musulmanes religiosos entienden la yihad como el esfuerzo para llevar una vida ética, virtuosa y moral, en lucha contra la injusticia y la opresión y en defensa del islam.
En el corazón mismo de la pregunta sobre la violencia de móvil político radica la necesidad de satisfacer ciertos requisitos teológicos exigidos por la tradición y doctrina islámicas: primero, la violencia no debe ser un acto de carácter preventivo; segundo, el acto de violencia como tal debe ser proclamado por un Estado o autoridad religiosa; tercero, la violencia no debe apuntar a civiles excepto en circunstancias extremas.
Bin Laden, Ayman al Zauahiri y sus lugartenientes infravaloraron la inteligencia de los musulmanes y, sobre todo, el compromiso de los musulmanes con los preceptos islámicos de moralidad, justicia e igualdad basados en el Corán y el modelo del profeta Mahoma.
Los espantosos ataques de Al Qaeda contra civiles, occidentales y musulmanes, junto con el caos y estragos causados, han relegado con toda justicia a Al Qaeda a los confines de la sociedad islámica, con pocos aliados y santuarios inseguros. El margen social y político de Al Qaeda se ha restringido y los musulmanes en general han ahuyentado a sus agentes en Iraq, Arabia Saudí, Yemen, Líbano, Jordania y otros lugares. Tanto la sociedad musulmana en general como las autoridades religiosas radicalizadas han condenado igualmente la violencia como no islámica, ilegítima e ideológicamente desviada. Figuran al respecto, por ejemplo, Hasan al Turabi, presidente del Partido del Congreso de Sudán (que en los años noventa protegió a Bin Laden), Said Mohamed Husein Fadlalah - fundador espiritual del Hizbulah libanés-, Yusuf al Qaradaui - autoridad religiosa de origen egipcio, residente en Qatar-, Salman al Odeh - uno de los ex mentores saudíes de Bin Laden- y el imán Said (más conocido como doctor Fadl), ex muftí e ideólogo de Al Qaeda.
Los diversos antecedentes y formación de estos ideólogos atestiguan el nuevo consenso sobre el empleo y justificación de la violencia, cuestión hoy en evolución en las sociedades árabes y musulmanas, y demuestran que el debate que se despliega en el islam es complejo y guarda más relación con política, ideología y estrategia que con la devoción. Incluso figuras clave del movimiento a favor de Bin Laden le han criticado por violar un principio de la yihad: la prohibición de matar civiles y no combatientes.
Como la mayoría de las autoridades religiosas musulmanas, estos ex partidarios de Al Qaeda como el imán Said, Al Odeh, Abu al Ualid al Misri y otros, acentúan ahora la naturaleza ética y justa de la yihad que han echado por la borda ciertos grupos extremistas como Al Qaeda. Estas figuras operan en el seno de las tradiciones religiosas y se valen del tafsir (comentario o exégesis) para desvelar la odiosa retórica y métodos terroristas de sus ex socios por entender que se trata de un defectuoso, tergiversador y peligroso empleo del término yihad.
Al Qaeda ha perdido adhesiones musulmanas porque ha fracasado en su intento de reformular la yihad en sentido radical y ganar adeptos que suscriban la violencia indistinta en nombre de islam. Ciertos sondeos de opinión confirman que una mayoría de musulmanes son contrarios a la ideología de Bin Laden y sus seguidores que, a su juicio, han causado un daño irreparable a la imagen del islam en el mundo y a la propia sociedad musulmana.
Ciertos resultados de un sondeo reciente de Gallup, basado en decenas de miles de entrevistas personales de una hora a ciudadanos de más de 35 países de predominio musulmán entre el 2001 y el 2007, muestran que sólo el 7% piensa que los ataques del 11-S estaban “completamente” justificados y una mayoría de musulmanes - que incluía a nueve de cada diez- condenó las matanzas por motivos religiosos y humanitarios. Occidente ha prestado escasa atención a estos debates pese a los indudables e intensos desafíos que entrañan con relación a la ideología y tácticas asesinas de Al Qaeda.
Uno de los mayores fracasos de la política estadounidense en la región estriba en que engloba de forma indiscriminada como terroristas a Al Qaeda, el palestino Hamas, el Hizbulah libanés, el PKK de Turquía y varios grupos insurgentes iraquíes. Esta falta de diferenciación no sólo dificulta el análisis sino que da lugar a políticas sin matices y, a ojos árabes y musulmanes, son ingenuas o falsas y poco sinceras.
En tanto que la mayoría de los árabes y musulmanes juzga claramente que la yihad de Al Qaeda equivale a terrorismo y violencia carentes de justificación, la actitud de grupos palestinos, libaneses e iraquíes que recurren a la violencia como resistencia a la ocupación extranjera se juzga comprensible y legítima. Los musulmanes siguen considerando como afirmación de una yihad valiosa y honrosa la defensa de los ocupados territorios árabes. No es tanto una cuestión de violencia y conflicto como de razones de empuñar las armas.
Diversas percepciones y discursos entran en contradicción según las distintas perspectivas de Estados Unidos y el mundo musulmán; no sólo a nivel del lenguaje, sino también del núcleo y esencia de las cosas. A Estados Unidos le resulta difícil convencer a árabes y musulmanes de que Hamas y Hizbulah son simple y llanamente terroristas, mientras que Israel - visto por la mayoría de los árabes y de los musulmanes como opresor- recurre al empleo de las armas sólo por causa de la paz… Esta línea divisoria persistirá a menos que Estados Unidos afronte las causas profundas de conflictos regionales en ebullición en el panorama árabe-israelí, Iraq y Cachemira y se muestre comprometido con el “orden sociomoral justo” y con la resolución pacífica y justa de los conflictos.
En la mayor parte del mundo musulmán, Estados Unidos suscita admiración por su democracia y libertad; ahora es menester que se considere que comprende las causas del conflicto en el mundo musulmán. Rectificar el rumbo de la política estadounidense puede precisar mucho tiempo a fin de acercar posiciones entre ambas civilizaciones, mitigar las tensiones regionales y afianzar las posiciones de quienes han rebatido a Al Qaeda apoyados en razones éticas.
Mientras por una parte la interpretación religiosa particular de Bin Laden se ha visto marginada y ampliamente rebatida, y la criminalidad de Al Qaeda rechazada por una mayoría aplastante de musulmanes, la umma o comunidad de los musulmanes sigue siendo objeto de lealtad firme y resuelta; comunidad a cuyos ojos la ocupación y presencia militar de no musulmanes en suelo musulmán plantea un reto fundamental y apela con frecuencia a una actitud de resistencia.
La forma que adoptará tal resistencia no está clara, pero puede verse determinada en buena medida por la política de Estados Unidos y otras políticas occidentales. Un primer paso esencial estriba en comprender que el concepto de yihad no se ciñe a la guerra santa y la acción armadas sino que incorpora la noción de la justicia y la ley. El respeto, la comprensión y el enfoque que confía más en la persuasión moral que en la amenaza de la violencia o el uso de las armas ayuda a afianzar la noción de la yihad en sentido positivo (según su tradición histórica de esfuerzo moral) en lugar de identificarla con la violencia y el terrorismo.
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