A 90 AÑOS DEL MANIFIESTO COMUNISTA[1]
30 de octubre de 1937
¡Se hace difícil creer que estamos a sólo diez años del centenario del Manifiesto del Partido Comunista! Este folleto, desplegando una genialidad mayor que cualquier otro en la literatura mundial, sigue hoy asombrándonos por su frescor. Sus partes más importantes parecen escritas ayer. Indudablemente, sus jóvenes autores (Marx tenía veintinueve años, Engels veintisiete) podían ver más allá en el futuro que nadie antes que ellos, y quizá que nadie después de ellos.
Ya en su prefacio conjunto a la edición de 1872, Marx y Engels declaraban que, si bien algunos pasajes secundarios del Manifiesto habían quedado anticuados, sentían que no tenían ya ningún derecho a modificar el texto original, por cuanto el Manifiesto se había convertido en un documento histórico en el intervalo de veinticinco años. Han pasado sesenta y cinco años adicionales desde entonces. Determinados pasajes del Manifiesto aún se han alejado más en el pasado. En este prefacio intentaremos establecer sucintamente tanto las ideas del Manifiesto que conservan hoy todo su vigor como aquellas que requieren una alteración o una ampliación considerables.
1. La concepción materialista de la historia, descubierta por Marx poco antes y aplicada con una consumada maestría en el Manifiesto, ha resistido perfectamente la verificación de los acontecimientos y los golpes de la crítica hostil. Hoy constituye uno de los instrumentos más preciosos del pensamiento humano. Todas las demás interpretaciones del proceso histórico han perdido cualquier significación científica. Podemos afirmar con toda seguridad que en nuestro tiempo es imposible no sólo ser un militante revolucionario, sino tan sólo un observador culto de la política, sin asimilar la interpretación materialista de la historia.
2. El primer capítulo del Manifiesto empieza con las palabras siguientes: “La historia de toda sociedad que haya existido hasta ahora es la historia de la lucha de clases.” Este postulado, la conclusión más importante obtenida de la interpretación materialista de la historia, se convirtió inmediatamente en un factor de la lucha de clases. Especialmente venenosos fueron los ataques lanzados por los reaccionarios hipócritas, los doctrinarios liberales y los demócratas idealistas contra la teoría que sustituía por el conflicto de intereses materiales el “bienestar común”, la “unidad nacional” y las “verdades morales eternas” como fuerza motriz de la historia. Más tarde se les sumaron elementos reclutados en las filas del movimiento obrero mismo, los llamados revisionistas, es decir, los que proponían reconsiderar (“revisar”) el marxismo con espíritu de colaboración y conciliación de clases. Finalmente, en nuestra propia época, han seguido en la práctica el mismo camino los despreciables epígonos de la Internacional Comunista (los “stalinistas”): la política del llamado Frente Popular dimana por completo de la negación de las leyes de la lucha de clases; cuando es precisamente la época del imperialismo, que lleva las contradicciones sociales a su máxima tensión, la que da al Manifiesto Comunista su victoria teórica suprema.
3. La anatomía del capitalismo, como etapa específica del desarrollo económico de 1a sociedad, fue expuesta por Marx, en su forma acabada, en El Capital (1867). Pero en el Manifiesto Comunista están ya firmemente esbozadas las líneas principales del análisis futuro: el pago de la fuerza de trabajo como equivalente de su costo de reproducción; la apropiación de la plusvalía por los capitalistas; la competencia como ley básica de las relaciones sociales; la ruina de las clases intermedias, es decir, la pequeña burguesía urbana y el campesinado; la concentración de la riqueza en manos de un número cada vez menor de propietarios, en un polo, y en el otro, el crecimiento numérico del proletariado; la preparación de las condiciones materiales y políticas previas para el régimen socialista.
4. La proposición del Manifiesto referente a la tendencia del capitalismo a hacer bajar el nivel de vida de los obreros, e incluso a transformarlos en pobres, ha sido fuertemente bombardeada. Curas, profesores, ministros, periodistas, teóricos socialdemócratas y dirigentes sindicales han entrado en combate contra la llamada “teoría de la pauperización”. Invariablemente han descubierto signos de prosperidad creciente entre los trabajadores, haciendo pasar a la aristocracia obrera por el proletariado o tomando por estable una tendencia pasajera; y eso cuando incluso el desarrollo del capitalismo más poderoso del mundo, o sea, el capitalismo norteamericano, ha transformado a millones de obreros en pobres mantenidos a expensas de la caridad federal, municipal o privada.
5. También contra el Manifiesto, que presentaba las crisis comerciales e industriales como una serie de catástrofes cada vez mayores, los revisionistas juraban que el desarrollo nacional e internacional de los trusts permitiría controlar el mercado y conduciría gradualmente a la abolición de las crisis. El final del siglo pasado y el comienzo del actual se caracterizaron realmente por un desarrollo del capitalismo tan impetuoso como para que las crisis pudieran parecer tan sólo interrupciones “accidentales”. Pero esa época se fue para no volver. En ultimo análisis, la verdad demostró igualmente estar del lado de Marx.
6. “El poder ejecutivo del Estado moderno no es sino un comité para la gestión de los asuntos comunes de la burguesía en su conjunto.” Esta fórmula sucinta, considerada por los dirigentes de la socialdemocracia como una paradoja periodística, encierra de hecho la única teoría científica del Estado. La democracia modelada por la burguesía no es, como pensaban Bernstein* y Kautsky, un saco vacío que puede llenarse tranquilamente con cualquier especie de contenido de clase. La democracia burguesa solo puede estar al servicio de la burguesía. Un gobierno de “Frente Popular”, esté encabezado por Blum* o por Chautemps, por Caballero o por Negrín[2], es sólo “un comité para la gestión de los asuntos comunes de la burguesía en su conjunto.” En cuanto este “comité” gestiona deficientemente los asuntos, la burguesía lo echa de un puntapié.
7. “Toda lucha de clases es una lucha política.” “La organización del proletariado como clase [es] consecuentemente su organización en un partido político.” Los sidicalistas por un lado, y por otro los anarcosindicalistas, pusieron de lado hace tiempo -e incluso ahora tratan de poner de lado- la comprensión de estas leyes históricas. El sindicalismo “puro” ha recibido ahora un golpe terrible en su principal refugio, Estados Unidos. El anarcosindicalismo ha sufrido una derrota irreparable en su última plaza fuerte, España. También aquí el Manifiesto ha demostrado tener razón.
8. El proletariado no puede conquistar el poder en el marco legal establecido por la burguesía. “Los comunistas declaran abiertamente que sus fines sólo pueden alcanzarse mediante el derrocamiento por la fuerza de todas las condiciones sociales existentes”. El reformismo ha tratado de interpretar este postulado del Manifiesto basandose en la inmadurez del movimiento en aquella época y en el insuficiente desarrollo de la democracia. La suerte de las “democracias” italiana, alemana y muchas otras, demuestra que la “inmadurez” es el rasgo distintivo de los propios reformistas.
9. Para la transformación socialista de la sociedad, la clase obrera debe concentrar en sus manos el poder necesario para destrozar todos y cada uno de los obstáculos políticos que obstruyen el camino hacia el nuevo sistema. “El proletariado organizado como clase gobernante”: es decir, su dictadura. Esta es, al mismo tiempo, la única democracia proletaria verdadera. Su amplitud y profundidad dependen de las condiciones históricas concretas. Cuantos más sean los Estados que tomen el camino de la revolución socialista, tanto más libres y flexibles serán las formas asumidas por la dictadura, tanto más abierta y avanzada será la democracia obrera.
10. El desarrollo internacional del capitalismo ha predeterminado el carácter internacional de la revolución proletaria. “La unidad de acción, al menos de los principales países civilizados, es una de las condiciones primordiales de la emancipación del proletariado.” El desarrollo posterior del capitalismo ha enlazado tan estrechamente todas las partes de nuestro planeta, tanto las “civilizadas” como las “no civilizadas” que el problema de la revolución socialista ha adquirido completa y decisivamente un carácter mundial. La burocracia soviética trató de liquidar al Manifiesto en lo referente a esta cuestión fundamental. La degeneración bonapartista del Estado soviético es un ejemplo abrumador de la falsedad de la teoría del socialismo en un solo país.
11. “Cuando, en el curso del desarrollo, desaparezcan todas las distinciones de clase, y toda la producción se concentre en manos de una vasta asociación de la nación entera, el poder público perderá su caracter político.” En otras palabras: el Estado se extingue. La sociedad permanece, liberada de la camisa de fuerza. Esto no es otra cosa que el socialismo. Como teorema inverso, el crecimiento monstruoso de la coacción estatal en la URSS es un elocuente testimonio de que la sociedad se está alejando del socialismo.
12. “Los obreros no tienen patria.” Estas palabras del Manifiesto han sido más de un vez valoradas por los filisteos como una burla provocadora. De hecho, han dotado al proletariado de la única línea de orientación concebible en relación a la “patria” capitalista. La violación de esta línea de orientación por parte de la II Internacional ha conducido no sólo a cuatro años de devastación en Europa, sino al actual estancamiento de la civilización mundial. Ante la próxima guerra, a la que la traición de la III Internacional ha abierto el camino, el Manifiesto sigue siendo el consejero más seguro respecto a la cuestión de la “patria” capitalista.
Como vemos, la obra conjunta, y más bien corta, de dos jóvenes autores sigue ofreciendo directrices insustituibles en relación a las cuestiones más importantes y candentes de la lucha por la emancipación. ¿Qué otro libro podría compararse, ni de lejos, con el Manifiesto Comunista? Pero esto no significa que, después de noventa años de desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y de grandes luchas sociales, el Manifiesto no precise de correcciones y adiciones. El pensamiento revolucionario no tiene nada en comun con la idolatría. Los programas y las predicciones se verifican y corrigen a la luz de la experiencia, que es el criterio supremo de la razón humana. Tambien el Manifiesto requiere correcciones y adiciones. Sin embargo, como lo demuestra la misma experiencia histórica, estas correcciones y adiciones sólo pueden realizarse con éxito si se procede de acuerdo con el método que está en la base del Manifiesto mismo. Trataremos de demostrarlo en varios de los casos más importantes.
I. Marx enseñó que ningún sistema social sale de la arena de la historia antes de agotar sus potencialidades creativas. El Manifiesto desuella al capitalismo por retardar el desarrollo de las fuerzas productivas. En aquel período, sin embargo, igual como en las décadas siguientes, ese atraso sólo tenía un carácter relativo. De haberse podido, en la segunda mitad del siglo XIX, organizar la economía sobre principios socialistas, sus ritmos de crecimiento hubieran sido inconmensurablemente más rápidos. Pero este postulado, irrefutable teóricamente, no invalida el hecho de que las fuerzas productivas siguieran expandiendose a escala mundial hasta la guerra mundial. No ha sido sino hasta los últimos veinte años cuando, a pesar de las recientes conquistas de la ciencia y la tecnología, ha empezado decididamentemente la época de estancamiento e incluso de declinación. La humanidad esta empezando a gastar su capital acumulado, mientras que la próxima guerra amenaza con destruir los cimientos de la civilización humana por gran número de años . Los autores del Manifiesto pensaban que el capitalismo podría tirarse a la basura mucho antes de que se transformara de régimen relativamente reaccionario en régimen absolutamente reaccionario. Esta transformación sólo ha terminado de configurarse ante los ojos de la generacion actual, y ha hecho de nuestra época una época de guerras, revoluciones y fascismo.
II. El error de Marx y Engels en relación a las fechas históricas dimanaba, por un lado, de una subestimación de las posibilidades futuras que latían en el capitalismo, y por otro, de una sobreestimacion de la madurez revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se transformó en una revolución socialista, como había calculado el Manifiesto, pero abrió a Alemania la posibilidad de un vasto crecimiento capitalista futuro. La Commune de París demostró que el proletariado no podía arrebatar el poder a la burguesía sin tener a su cabeza un partido revolucionario bien templado. En cambio, el prolongado período subsiguiente de prosperidad capitalista no conllevó la educación de la vanguardia revolucionaria, sino la degeneración burguesa de la aristocracia obrera, que a su vez se convirtió en el freno principal de la revolución proletaria. Por lógica natural, los autores del Manifiesto no podían prever esta “dialéctica”.
III. Para el Manifiesto, el capitalismo era el reino de la libre competencia. Aun refiriéndose a la concentración creciente del capital, el Manifiesto no extrae la conclusión necesaria respecto al monopolio, que se ha convertido en la forma capitalista dominante en nuestra época y en la condición previa más importante para la economía socialista. No fue sino más tarde, en El Capital, cuando Marx estableció la tendencia hacia la transformación de la libre competencia en monopolio. Fue Lenin quien dio una caracterización científica del capitalismo monopolista en su Imperialismo.
IV. Basándose en el ejemplo de la “revolución industrial” en Inglaterra, los autores del Manifiesto describieron demasiado unilateralmente el proceso de liquidación de las clases intermedias, como proletarización a gran escala de los artesanos, los pequeños comerciantes y los campesinos. En realidad, las fuerzas elementales de la competencia están lejos de haber completado esta tarea, a la vez progresiva y bárbara. El capitalismo ha arruinado a la pequeña burguesía en proporción mucho mayor a lo que la ha proletarizado. Además, el Estado burgués ha orientado en gran medida su política consciente en el sentido del mantenimiento artificial de las capas pequeño-burguesas. En el polo opuesto, el progreso de la tecnología y la racionalización en la industria a gran escala engendran el desempleo crónico y obstaculizan la proletarización de la pequeña burguesía. Concurrentemente, el desarrollo del capitalismo ha acelerado en grado máximo el desarrollo de legiones de técnicos, administradores, empleados, en suma, la llamada “nueva clase media”. Como consecuencia, las clases intermedias, a cuya desaparición alude tan categóricamente el Manifiesto, comprenden, aun en un país tan industrializado como Alemania, a más o menos la mitad de la población. Sin embargo, la conservación artificial de capas pequeño burguesas anticuadas no mitiga de ningún modo las contradicciones sociales sino que, por el contrario, les confiere una especial virulencia, y constituye, junto con el ejército permanente de desocupados, la expresión más maligna de la degeneración del capitalismo.
V. Concebido para una época revolucionaria, el Manifiesto contiene (al final del capítulo II) diez reivindicaciones que corresponden al período de transición directa del capitalismo al socialismo. En su prefacio de 1872, Marx y Engels declararon que estas reivindicaciones quedaban en parte anticuadas y que, en cualquier caso, sólo tenían una importancia secundaria. Los reformistas se asieron a esta valoración interpretándola en el sentido de que las reivindicaciones revolucionarias transitorias habían cedido el sitio para siempre al “programa mínimo” socialdemócrata, que, como se sabe, no rebasa los límites de la democracia burguesa. De hecho, los autores del Manifiesto indicaron con toda precisión la principal rectificación de su programa transicional, a saber: “la clase obrera no puede simplemente apoderarse de la maquinaria estatal existente y manejarla para sus propios fines.” En otras palabras, la rectificacion estaba dirigida contra el fetichismo de la democracia burguesa. Posteriormente, Marx contrapuso al Estado capitalista el Estado del tipo de la Commune. Este “tipo” adquirió más tarde la forma mucho más delimitada de los soviets. Hoy no puede haber un programa revolucionario sin soviets y sin control obrero. Por lo demás, las diez reivindicaciones del Manifiesto, que parecían “arcaicas” en una época de pacífica actividad parlamentaria, han recobrado actualmente su verdadera significación. El “programa mínimo” socialdemócrata, por su parte, ha quedado irremisiblemente anticuado.
VI. En apoyo de su esperanza de que “la revolución alemana... no será sino el preludio de una revolución proletaria que la seguirá inmediatamente”, el Manifiesto cita las condiciones mucho más avanzadas de la civilización europea en comparación con las de Inglaterra en el siglo XVII y las de Francia en el siglo XVIII, y el desarrollo mucho mayor del proletariado. El error en esta predicción no era sólo de fecha. Al cabo de pocos meses, la revolución de 1848 reveló que precisamente en condiciones más avanzadas ninguna clase burguesa es capaz de llevar la revolución hasta su consumación: la burguesía alta y media esta demasiado vinculada a los terratenientes, y agarrotada por el miedo a las masas; y la pequeña burguesía está demasiado dividida, y su dirección depende demasiado de la alta burguesía. Como evidencia todo el curso posterior del desarrollo en Europa y en Asia, la revolución burguesa, considerada en sí misma, en términos generales no puede ya consumarse. Una eliminación completa de los escombros feudales de la sociedad sólo puede concebirse bajo la condición de que el proletariado, liberado de la influencia de los partidos burgueses, pueda ocupar su puesto a la cabeza del campesinado y establecer su dictadura revolucionaria. Con ello, la revolución burguesa se entrelaza con la primera etapa de la revolución socialista para disolverse en ésta subsiguientemente. La revolución nacional se convierte de este modo en un eslabón de la revolución mundial. La transformación de la base económica y de todas las relaciones adquiere un carácter permanente (ininterrumpido).
Para los partidos revolucionarios de los países atrasados de Asia, Latinoamérica y África, la clara comprensión de la conexión orgánica entre la revolución democrática y la dictadura del proletariado -y por tanto con la revolución socialista internacional- es una cuestión de vida o muerte.
VII. Aunque describe cómo el capitalismo arrastra en su vorágine a los países atrasados y bárbaros, el Manifiesto no contiene ninguna referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales por su independencia. En la medida en que Marx y Engels consideraban que la revolución social, “al menos en los principales países civilizados”, era cosa de pocos años, la cuestión colonial quedaba para ellos resuelta automáticamente, no como consecuencia de un movimiento independiente de las nacionalidades oprimidas, sino de la victoria del proletariado en los centros metropolitanos del capitalismo. La cuestión de la estrategia revolucionaria en los países coloniales y semicoloniales no se aborda por tanto para nada en el Manifiesto. Estas cuestiones siguen exigiendo una solución independiente. Por ejemplo, es completamente evidente que así como la “patria nacional” se ha convertido, en los países capitalistas avanzados, en el más perjudicial freno histórico, sigue siendo en cambio, un factor relativamente progresivo en los países atrasados, obligados a luchar por una existencia independiente.
“Los comunistas”, declara el Manifiesto, “sostienen en todas partes todo movimiento revolucionario contra el orden de cosas social y político existente”. El movimiento de las razas de color contra sus opresores imperialistas es uno de los movimientos más importantes y poderosos contra el orden existente, y reclama un apoyo completo, incondicional e ilimitado por parte del proletariado de raza blanca. El mérito del desarrollo de la estrategia revolucionaria para las nacionalidades oprimidas corresponde principalmente a Lenin.
VIII. La parte más envejecida del Manifiesto -no respecto al método, sino a los elementos- es la crítica de la literatura “socialista” de la primera parte del siglo XIX (capítulo III) la definición de la posición de los comunistas frente a distintos partidos de oposición (capítulo IV). Los movimientos y partidos enumerados por el Manifiesto fueron barridos tan drásticamente por la revolución de 1848 o por la contrarrevolución que la siguió que uno debe buscar hasta sus nombres en un diccionario histórico. Sin embargo, quizás también en esta parte el Manifiesto está más cerca de nosotros que de la generación anterior. En la época de florecimiento de la II Internacional, cuando el marxismo parecía ejercer un poder indiviso, las ideas del socialismo premarxista podían verse como definitivamente relegadas al pasado. Las cosas son hoy diferentes. La descomposición de la socialdemocracia y de la Internacional Comunista engendra a cada paso monstruosas recaídas ideológicas. Parece como si el pensamiento senil se hubiera convertido en infantil. Los profetas de la época de la degeneración, en busca de fórmulas curalotodo, redescubren doctrinas hace tiempo enterradas por el socialismo científico. En lo que se refiere a la cuestión de los partidos de oposición, es en este terreno en el que las pasadas décadas han introducido los cambios más profundos, no sólo en el sentido de que los viejos partidos han sido arrojardos a un lado desde hace tiempo por otros nuevos, sino también en el de que el carácter mismo de los partidos y sus relaciones mutuas han cambiado radicalmente en las condiciones de la época imperialista. El Manifiesto debe por tanto ampliarse con los documentos más importantes de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, la literatura básica del bolchevismo y las decisiones de las conferencias de la IV Internacional.
Hemos señalado ya que según Marx ningún orden social abandona la escena sin antes agotar sus potencialidades latentes. Pero ni siquiera un orden social anticuado cede sin resistencia su sitio a un orden nuevo. Un cambio de régimen social presupone la forma más dura de la lucha de clases, es decir, la revolución. Si el proletariado, por una razón u otra, se muestra incapaz de derribar, con un golpe audaz, el caduco orden capitalista, el capital financiero, en su lucha por mantener su inestable dominio, no podrá sino convertir a la pequeña burguesía, arruinada y desmoralizada, en el ejército asesino del fascismo. La degeneración burguesa de la socialdemocracia y la degeneración fascista de la pequeña burguesía están entrelazadas como causa y efecto.
Actualmente, la III Internacional, de forma mucho más desvergonzada que la Segunda, lleva a cabo en todos los países la tarea de enganar y desmoralizar a los trabajadores. Con la matanza de la vanguardia del proletariado español, los desenfrenados esbirros de Moscú no sólo despejan el camino del fascismo, sino que ejecutan buena parte de sus tareas. La prolongada crisis de la revolución internacional, que se convierte cada vez más en crisis de la civilización humana, es reductible en lo esencial a la crisis de la dirección revolucionaria.
La IV Internacional, como heredera de la tradición grandiosa cuyo eslabón más precioso es el Manifiesto del Partido Comunista, educa a nuevos cuadros para la resolución de viejas tareas. La teoría es la realidad generalizada. En una actitud honesta ante la teoría revolucionaria se expresa el deseo apasionado de reconstruir la realidad social. El que nuestros correligionarios en el sur del Continente Negro hayan sido los primeros en traducir el Manifiesto en lengua afrikaan es una nueva ilustración patente de que el pensamiento marxista vive hoy sólo bajo la bandera de la IV Internacional. A ella pertenece el futuro. Cuando se celebre el centenario del Manifiesto Comunista, la IV Internacional se habrá convertido en la fuerza revolucionaria decisiva de nuestro planeta.
[1] A noventa años del Manifiesto Comunista, fue escrito por Trotsky como introducción a la edición en afrikaan del Manifiesto Comunista. Tomado de la versión publicada en Escritos, Tomo IX, Vol. 1, 1979, Bogotá, Colombia, pág. 19.
[2] Camille Chautemps (1885-1963): dirigente del Partido Radical, fue primer ministro de Francia en 1930 y 1933-34, pero debió renunciar cuando se comprobó su participación en un escándalo financiero. Fue primer ministro nuevamente en 1937-38. Francisco Largo Caballero (1869-1946): jefe del ala izquierda del Partido Socialista español. Fue primer ministro desde septiembre de 1936 hasta mayo del 37. Juan Negrín López (1889-1956): último premier de la República española. Después de la guerra civil se fue al exilio y renunció.
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