Por Alexandre Muns, profesor de Integración Europea de la Escola Superior de Comerç Internacional, ESCI-UPF (LA VANGUARDIA, 01/11/09):
El 9 de noviembre de 1989, el Comité Central del Partido Comunista de la República Democrática de Alemania (SED) decidió suavizar las restricciones de sus ciudadanos para viajar a Europa occidental en un intento desesperado para detener la revolución popular que desde septiembre desafiaba al régimen comunista de Berlín Este. El decreto ley en principio preveía que los ciudadanos de la RDA solicitaran visados para viajar. Pero en la rueda de prensa convocada por la tarde, Günther Schabowski – miembro del Politburó del SED-explicó por error ante la perplejidad general que la medida entraba en vigor con carácter inmediato.
Los ciudadanos de Berlín Este no esperaron más aclaraciones oficiales, acudieron al muro y lo franquearon. Las horas posteriores a la caída del muro fueron las de mayor euforia pero también potencial peligro. Las dos Alemanias eran dos de los países más militarizados del mundo. Cientos de miles de soldados y decenas de misiles nucleares de la OTAN estacionados en la República Federal Alemana (RFA) se encontraban a poca distancia de los 370.000 soldados soviéticos y armamento nuclear de la Unión Soviética estacionados en la RDA.
Algunos de los acontecimientos del año de los milagros (1989) pueden parecer inevitables desde la perspectiva actual posterior al fin de la guerra fría. Al fin y al cabo, hoy Alemania está sólidamente anclada en una Unión Europea de 500 millones de habitantes y una unión económica y monetaria (UEM) de 16 miembros con moneda y política monetaria únicas. Los ex aliados de la URSS en el Pacto de Varsovia se han incorporado entre el 2004 y el 2007 a la UE. Pero la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania en 1989-90 de manera completamente pacífica no tuvieron nada de inevitables.
La RDA se hundió por una combinación de factores. Su economía en 1989 se encontraba al borde de la quiebra, con una deuda externa de 26.500 millones de dólares y un aparato productivo incapaz de suministrar bienes de consumo. A la frustración por las escaseces se sumó la indignación popular por el enésimo pucherazo efectuado por el SED en las elecciones de mayo de 1989. La apertura de la frontera entre Hungría y Austria en septiembre fue tolerada por la URSS de Mijail Gorbachov. El líder inmovilista de la RDA, Erich Honecker, fue incapaz de amedrentar al gobierno de Budapest a pesar de su amenaza de convocar una reunión extraordinaria del Pacto de Varsovia. Los germanorientales se lanzaron a las calles de Leipzig y Dresde en octubre en manifestaciones que Honecker se planteó reprimir.
Pero el mensaje transmitido desde Moscú fue tajante: la URSS no apoyaría ninguna acción militar de Honecker. La dimensión de las manifestaciones hizo finalmente desistir a Erich Honecker, que fue apartado del poder el 18 de octubre. Pero las pequeñas concesiones de los reformistas del SED no evitaron el hundimiento de la RDA.
A partir de noviembre de 1989, Kohl aprovechó magistralmente el ímpetu generado por los acontecimientos ocurridos en la calle – caída del muro, éxodo de miles de germanorientales a la RFA-para conseguir en once meses una absorción pacífica de la RDA por parte de la RFA. Kohl logró primero el apoyo decidido del gobierno de Bush Sr. prometiendo que mantendría a la Alemania unificada en la OTAN. Disipó los temores del Reino Unido y Francia (que, junto a Estados Unidos y la URSS, conservaban derechos de potencias vencedoras sobre Alemania) incluyéndolos en las negociaciones sobre los aspectos internacionales de la reunificación y accediendo a la UEM. Sedujo a un Gorbachov desesperado por salvar la perestroika y la URSS con créditos y la promesa de una relación privilegiada. La suerte de la RDA estaba echada. En julio de 1990 se selló el acuerdo definitivo. La Alemania reunificada permanecía en la OTAN, con derecho a desplegar armas nucleares en todo el territorio alemán, y la URSS se comprometía a retirar sus tropas en cuatro años. A cambio, Gorbachov obtenía ayudas de la RFA por valor de 24.000 millones de euros. Alemania se unificó el 3 de octubre de 1990, y la CDU de Kohl arrasó en las elecciones al Bundestag de diciembre.
La RDA era la joya europea de un imperio soviético cuyo triunfo sobre el nazismo había costado la vida a 20 millones de soviéticos. La ayuda concedida por Kohl a la URSS doblegó la resistencia de Gorbachov a una reunificación rápida de las dos Alemanias dentro de la OTAN. Putin y otros líderes rusos posteriormente acusaron a Occidente de haberse aprovechado de la debilidad de la URSS, especialmente cuando la OTAN prosiguió su expansión hacia el este. Pero la complicidad generada por las negociaciones de 1989-90 paradójicamente ha convertido a Alemania en el mejor socio en Occidente de la Rusia actual.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El 9 de noviembre de 1989, el Comité Central del Partido Comunista de la República Democrática de Alemania (SED) decidió suavizar las restricciones de sus ciudadanos para viajar a Europa occidental en un intento desesperado para detener la revolución popular que desde septiembre desafiaba al régimen comunista de Berlín Este. El decreto ley en principio preveía que los ciudadanos de la RDA solicitaran visados para viajar. Pero en la rueda de prensa convocada por la tarde, Günther Schabowski – miembro del Politburó del SED-explicó por error ante la perplejidad general que la medida entraba en vigor con carácter inmediato.
Los ciudadanos de Berlín Este no esperaron más aclaraciones oficiales, acudieron al muro y lo franquearon. Las horas posteriores a la caída del muro fueron las de mayor euforia pero también potencial peligro. Las dos Alemanias eran dos de los países más militarizados del mundo. Cientos de miles de soldados y decenas de misiles nucleares de la OTAN estacionados en la República Federal Alemana (RFA) se encontraban a poca distancia de los 370.000 soldados soviéticos y armamento nuclear de la Unión Soviética estacionados en la RDA.
Algunos de los acontecimientos del año de los milagros (1989) pueden parecer inevitables desde la perspectiva actual posterior al fin de la guerra fría. Al fin y al cabo, hoy Alemania está sólidamente anclada en una Unión Europea de 500 millones de habitantes y una unión económica y monetaria (UEM) de 16 miembros con moneda y política monetaria únicas. Los ex aliados de la URSS en el Pacto de Varsovia se han incorporado entre el 2004 y el 2007 a la UE. Pero la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania en 1989-90 de manera completamente pacífica no tuvieron nada de inevitables.
La RDA se hundió por una combinación de factores. Su economía en 1989 se encontraba al borde de la quiebra, con una deuda externa de 26.500 millones de dólares y un aparato productivo incapaz de suministrar bienes de consumo. A la frustración por las escaseces se sumó la indignación popular por el enésimo pucherazo efectuado por el SED en las elecciones de mayo de 1989. La apertura de la frontera entre Hungría y Austria en septiembre fue tolerada por la URSS de Mijail Gorbachov. El líder inmovilista de la RDA, Erich Honecker, fue incapaz de amedrentar al gobierno de Budapest a pesar de su amenaza de convocar una reunión extraordinaria del Pacto de Varsovia. Los germanorientales se lanzaron a las calles de Leipzig y Dresde en octubre en manifestaciones que Honecker se planteó reprimir.
Pero el mensaje transmitido desde Moscú fue tajante: la URSS no apoyaría ninguna acción militar de Honecker. La dimensión de las manifestaciones hizo finalmente desistir a Erich Honecker, que fue apartado del poder el 18 de octubre. Pero las pequeñas concesiones de los reformistas del SED no evitaron el hundimiento de la RDA.
A partir de noviembre de 1989, Kohl aprovechó magistralmente el ímpetu generado por los acontecimientos ocurridos en la calle – caída del muro, éxodo de miles de germanorientales a la RFA-para conseguir en once meses una absorción pacífica de la RDA por parte de la RFA. Kohl logró primero el apoyo decidido del gobierno de Bush Sr. prometiendo que mantendría a la Alemania unificada en la OTAN. Disipó los temores del Reino Unido y Francia (que, junto a Estados Unidos y la URSS, conservaban derechos de potencias vencedoras sobre Alemania) incluyéndolos en las negociaciones sobre los aspectos internacionales de la reunificación y accediendo a la UEM. Sedujo a un Gorbachov desesperado por salvar la perestroika y la URSS con créditos y la promesa de una relación privilegiada. La suerte de la RDA estaba echada. En julio de 1990 se selló el acuerdo definitivo. La Alemania reunificada permanecía en la OTAN, con derecho a desplegar armas nucleares en todo el territorio alemán, y la URSS se comprometía a retirar sus tropas en cuatro años. A cambio, Gorbachov obtenía ayudas de la RFA por valor de 24.000 millones de euros. Alemania se unificó el 3 de octubre de 1990, y la CDU de Kohl arrasó en las elecciones al Bundestag de diciembre.
La RDA era la joya europea de un imperio soviético cuyo triunfo sobre el nazismo había costado la vida a 20 millones de soviéticos. La ayuda concedida por Kohl a la URSS doblegó la resistencia de Gorbachov a una reunificación rápida de las dos Alemanias dentro de la OTAN. Putin y otros líderes rusos posteriormente acusaron a Occidente de haberse aprovechado de la debilidad de la URSS, especialmente cuando la OTAN prosiguió su expansión hacia el este. Pero la complicidad generada por las negociaciones de 1989-90 paradójicamente ha convertido a Alemania en el mejor socio en Occidente de la Rusia actual.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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