sábado, abril 11, 2009

Zuma, el Reagan surafricano

Por JOHN CARLIN - Johanesburgo - (ElPais.com, 12/04/2009)

Jacob Zuma es un tradicionalista zulú que dejó el colegio a los 12 años. Se ha divorciado dos veces, pero aún tiene cuatro esposas y, según dicen, está a punto de casarse con una quinta; y ha tenido, que se sepa, 18 hijos. En los seis últimos años se le ha acusado (sin que prosperara judicialmente) de violación y de fraude, y de aquí a 10 días será elegido presidente de Suráfrica. Dado que es el candidato del gobernante Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés), el de Nelson Mandela, no hay nada, fuera de la mala salud o una muerte inesperada, que impida que Zuma, de 67 años, se convierta en líder del país más rico y democrático del continente africano.

La principal revista política de Suráfrica, The Financial Mail, resumió un sentimiento muy compartido, dentro y fuera del país, cuando publicó el año pasado en su portada una fotografía de Zuma con una advertencia en letra grande: "Tened miedo". Los responsables de la revista se acordaban, seguramente, de otra imagen que inquieta a muchos surafricanos, sobre todo a los blancos: Zuma, sobre un escenario, vestido con un atuendo zulú de piel de leopardo, con una lanza en la mano y cantando la canción Traedme mi ametralladora.

EL PAÍS entrevistó hace poco en Johanesburgo a Zuma y otros personajes destacados del ANC y encontró que, aunque el capital de idealismo acumulado durante la era Mandela se ha disipado, la idea de que Zuma vaya a convertirse en un déspota de caricatura al estilo Robert Mugabe es exagerada. En primer lugar, por el contexto político en el que actúa. En Suráfrica hay libertad de prensa y una oposición política que se deja oír; existe un poderoso movimiento sindical y una sociedad civil vibrante, virtudes que no se detectan en Zimbabue.

En cuanto a la salud del Estado de derecho, cuestionada esta semana por la decisión del fiscal general de sobreseer la causa contra Zuma por fraude, sigue siendo con mucho más robusta que la de México, un país de características económicas similares. En segundo lugar, Zuma no ha dado de momento señales de ser ni fanático ni un tirano. En persona, es más gato casero que leopardo.

Cuando entona su canción de la ametralladora lo hace con una sonrisa cómplice, no en plan amenazador, y cuando uno se encuentra con él descubre que es de risa fácil y actitud afable, en contraste con su predecesor, Thabo Mbeki, un hombre frío, estirado y acomplejado, que se vio forzado a dimitir el año pasado. Y, también a diferencia de Mbeki, de intelectual no tiene nada. Zuma es el primer presidente del ANC, desde la creación de la organización en 1912, que carece de título universitario. No es un Mbeki, ni muchísimo menos un Obama. No tiene ideas claras sobre nada, salvo un apego general a los valores fundacionales del Congreso Nacional Africano de la justicia social y el no racismo. Como presidente, será un Ronald Reagan de centro izquierda, un portavoz nacional con una habilidad innata para conectar con sus compatriotas más que un dirigente que elabore políticas o defina ideas.

No intenta pasar por lo que no es. "Soy dirigente del Congreso Nacional Africano porque sus miembros opinan que creo en los principios del partido", dijo en la entrevista. "¿Por qué voy a decir, cuando me elijan: 'Muchas gracias, ahora ésta es mi idea? ¡No puedo hacer eso! Sería traicionar a los miembros del ANC".

Zuma no se inmutó al sugerirle que, en un periodo de crisis económica mundial, quizá era necesario un líder que mostrase capacidad de liderazgo, que sacase su lanza y mostrara el camino, en vez de escudarse tras el programa de su partido. La analogía le gustó; soltó una risa y contestó: "La gente se equivoca al atribuir las estrategias políticas a las personas cuando no son obra de las personas, son del Congreso Nacional Africano. Así que no creo que deba presentarme y decir a la gente: 'Ésta es la política económica del ANC, pero no os preocupéis, esta otra es la que yo voy a defender'. ¡No puedo hacer eso!".

Había otros candidatos posibles a la presidencia del Congreso Nacional Africano (y, por consiguiente, de la nación) con muchas más credenciales como líderes, pero, por motivos de luchas políticas internas, Zuma acabó siendo la imperfecta opción de compromiso. En un país que, en general, observa cuidadosamente las formas de la corrección política, cuyos anteriores líderes, como Mandela, eran ávidos defensores de los derechos de la mujer y en el que un tercio de los diputados parlamentarios son mujeres, tener a un polígamo al frente resulta extraño, como poco.

Una persona cuyas opiniones y decisiones influirán en las vidas de los surafricanos, más que las de Zuma, es el ministro de Finanzas, Trevor Manuel, a quien algunos ven como vicepresidente en el próximo Gobierno del ANC. Manuel, de tendencia marxista en sus días de activismo antiapartheid, es hoy un hombre hábil y pragmático admirado por sus homólogos en Occidente. Sus posiciones económicas desmienten a quienes, en el mundo empresarial, temen que Suráfrica se encamine hacia un modelo dictatorial o socialista. Peleado con el movimiento sindical, está a favor de fomentar la creación de empleo para los jóvenes dentro de una economía de libre mercado, aunque eso signifique rechazar las demandas de conservar los puestos de trabajo a perpetuidad para los miembros de los sindicatos.

Manuel, muy posiblemente el verdadero dueño del poder en un Gobierno de Zuma, se inclina por una visión optimista del futuro. "Para mí, lo importante es la sensación de que Zuma quiere demostrar que no hace falta nacer con los privilegios para ser capaz de hacer cosas. Por eso creo que hay grandes probabilidades de que triunfe en el Gobierno, sobre todo si no existen demasiadas capas entre él y quienes pueden serle útiles, si está bien asesorado. Una de sus cualidades es que es consciente de lo que no sabe".

El dilema de Zuma es que uno de los grandes retos del ANC es la lucha contra la corrupción, sobre todo en las instancias inferiores de la Administración. En los últimos años, los periódicos han estado llenos de noticias, entre otras cosas, sobre concesiones dudosas de contratos por parte de ayuntamientos del ANC. Y aunque el principal mensaje de su campaña electoral ha sido que se castigará con todo el peso de la ley la corrupción entre los cargos electos, Zuma ha pasado los últimos seis años librando una batalla legal tras otra, primero por una acusación de violación (tuvo que someterse a juicio; fue absuelto), y segundo, por una de abuso de poder para enriquecerse.

Manuel subrayó a EL PAÍS que la suma en cuestión era una nadería (unos 40.000 euros, dijo, aunque según otros la cifra asciende a 250.000) en comparación con las fortunas adquiridas de forma sospechosa, entre otros, por banqueros estadounidenses, algunos de los cuales se han dedicado a redecorar sus despachos y comprar aviones privados con el dinero de rescate concedido por el Gobierno de EE UU. "Además, tiene que tener en cuenta nuestro sistema. Hay países en los que el jefe del Estado llama al Banco Central y pide dinero", explicó Manuel, en alusión a Robert Mugabe. "Aquí sería impensable rebajarse a ese nivel. Porque el sistema está ahí y es sólido".

Como también lo es, cree Zuma, el sistema legal. Cuando le acusaron de violación y fraude, era el vicepresidente del país, el segundo más poderoso del Gobierno detrás de Mbeki. Sólo en una democracia "madura", según Zuma, se podía obligar a una persona con un cargo tan alto a dimitir y hacer frente a las acusaciones. "¡En otros países, para empezar, no se habría inculpado al vicepresidente del país, hermano!", exclamó en la entrevista, con otra de sus grandes sonrisas. "¡No se habría hecho! Ni mucho menos se le habría sometido a un juicio público... Nos enteramos de que están investigando a Zuma, y el partido político más poderoso, el ANC, dice: dejemos que el proceso legal siga su curso. Si yo fuera periodista, diría que en la punta sur de África hay una democracia arraigada y comprendida por las masas; una democracia en la que nadie está por encima de la ley".

El hecho de que la principal autoridad fiscal del país haya desestimado esta semana los cargos contra Zuma ha causado controversia, pero él se esfuerza en dejar claro que ha sufrido un infierno legal hasta llegar a este momento, que ha corrido peligro de ir a la cárcel (de manera injusta según él, debido a la maldad de sus enemigos políticos) y de caer en el olvido. En la entrevista reconocía que la nube de corrupción que pende sobre él es perjudicial para la causa electoral del ANC (y seguramente costará muchos votos), pero que nunca pensó en dimitir como presidente del partido, un cargo para el que fue elegido hace 16 meses.

"Si la Constitución del país dice que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario, ¿es que vamos a no respetar ese principio porque hay una nube? ¿Por qué hay que obligar a un individuo a que se haga el haraquiri sin saber si es inocente o no? ¿Cuántos tendrán que hacérselo si emprendemos esa vía? ¿Por qué juzgar un caso antes de que se someta a juicio? Y el hecho de que no quiera hacerme el haraquiri se debe precisamente a que respeto ese principio. No podemos dejar de respetarlo porque nos conviene políticamente", añadió Zuma.

El presidente saliente del ANC y sustituto temporal de Mbeki, Kgalema Motlanthe, no siente especial afecto por Zuma, con quien ha librado batallas políticas internas. Pero está de acuerdo con su argumento esencial. El debate interno había sido entre la lógica electoral pragmática de pedir a Zuma que se retirara de la carrera y el clamor para luchar contra lo que se consideraba una injusticia. "Creo que, si nos hemos pasado", dijo Motlanthe, "nos hemos pasado por el lado bueno, porque me preocuparía terriblemente que la gente sintiera que estaba cometiéndose una injusticia y no estábamos haciendo nada para resolverla".

El gran error en tiempos de Mbeki, bajo cuyo mando trabajó Zuma durante seis años como número dos, no fue la corrupción, sino la negligencia oficial respecto al sida. Cinco millones y medio de surafricanos tenían el virus, y 900 morían a diario. El presidente Mbeki ignoró casi por completo el problema. ¿Qué opina Zuma? ¿Debería procesarse a Mbeki? ¿Debería pedir perdón el Congreso Nacional Africano por los errores cometidos, al menos? "No, no creo", respondió, con una risa inapropiada, para luego seguir en un tono menos enérgico, menos claro y menos convincente que cuando hablaba de la postura del ANC sobre sus penalidades judiciales o el principio de la ley. "Hemos trabajado bastante bien sobre el asunto del sida... La gente tiene que diferenciar entre las opiniones de Mbeki y las políticas del Gobierno, que fueron de amplio alcance... Hubo demasiado politiqueo a propósito del VIH y el sida".

Zuma siguió hablando durante un rato de esta manera enredada y confusa. Era como si a Ronald Reagan, en una conferencia de prensa, le hubieran hecho una pregunta para la que sus asesores no le habían preparado.

Lo que le salva a Zuma es que Barbara Hogan, la ministra de Sanidad nombrada por el Congreso Nacional Africano cuando Mbeki dejó el cargo el año pasado, ha dicho públicamente que ella sí se siente "avergonzada" de una política oficial sobre el sida que durante el Gobierno de Mbeki desembocó en 365.000 muertes evitables por la enfermedad, según un estudio de la Universidad de Harvard. "La era de la negación de la realidad", ha declarado Hogan, "se ha terminado por completo en Suráfrica".

Zuma carece de la claridad y decisión para hacer una afirmación incluso tan obvia y necesaria como ésta. La cualidad que más le distingue, y le salva, es un cierto encanto personal. Lejos de provocar rechazo u hostilidad, la impresión que transmite tras pasar una hora con él es de haber estado en presencia de un niño grande, simpático y elocuente. Un niño del ANC, que ha mamado a los pechos del ANC, que ha aprendido todo lo que sabe en la escuela del ANC. Se habría podido decir algo parecido de Reagan, otro niño grande criado en la escuela de la derecha dura del Partido Republicano. Reagan, según su gente, tuvo mucho éxito porque como presidente de Estados Unidos se limitó a desempeñar el papel de portavoz y, a veces, risueño embajador. El trabajo de gobernar lo dejó en manos de otros. La posibilidad de que Suráfrica, con Zuma, siga siendo rica, para los criterios africanos, y democrática, para los criterios generales, dependerá en gran parte de que él haga algo parecido; de que tenga la madurez política de la que hace gala para nombrar a su alrededor individuos que posean virtudes de las que él carece.

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