Por Javier Solana (El País, 13/06/2012), ex Alto Representante de la UE para la Política Exterior y de Seguridad, Secretario General de la OTAN y ministro de exteriores de España, en la actualidad es Presidente del Centro ESADE de Economía y Geopolítica Global y Profesor Principal Distinguido de la Brookings Institution. © Project Syndicate, 2012. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
Hoy el edificio del proyecto europeo está tambaleándose. Por supuesto, estoy seguro de que la eurozona superará la actual crisis de deuda soberana y que de ella saldrá una Europa más integrada y eficaz. Pero, para llegar a esa mejor Europa, no solo debe resolverse la crisis de la deuda soberana; será necesario sentar bases más sólidas en las relaciones con tres importantes países que se encuentran al este: Turquía, Rusia y Ucrania.
En mi país, fui parte de la generación que vivió la transición de la dictadura a la democracia hace cuatro décadas. Para nosotros, la Unión Europea era un sueño. De hecho, solíamos citar a Ortega y Gasset: “España es el problema; Europa, la solución”.
Sigo creyendo muy profundamente que Europa es la solución, sobre todo para las sociedades que necesitan ahondar —si no establecer— una tradición democrática. Reforzar las relaciones entre Europa y Turquía, Rusia y Ucrania puede ofrecerles muchos de los mismos beneficios que en España siempre hemos asociado con Europa.
Turquía es, por supuesto, ya un candidato a ser parte de la UE, pero las negociaciones de ingreso avanzan muy lentamente, lo que es estratégicamente desaconsejable debido a su gran autoridad en Oriente Próximo. Es de vital importancia para Europa. Desde Siria a todos los países de la Primavera Árabe, la influencia de Turquía es muy importante y una mayor cooperación con la UE no puede sino resultar beneficiosa.
La UE ha creado un canal de comunicación con Turquía sobre asuntos políticos. Sin embargo, no ha hecho posible una solución definitiva para la relación. Mi ferviente esperanza es que se convierta en miembro de la UE, porque un país musulmán, democrático y mayoritariamente joven podría fortalecer la Unión en aspectos fundamentales.
El debate en torno a la adhesión de Turquía se volverá más agitado en la segunda mitad de este año, cuando Chipre asuma la presidencia rotativa de la UE. Para ser francos, Turquía no va a reconocer al Chipre dividido de hoy como el único representante de esa isla. Para complicar más las cosas, se ha descubierto petróleo cerca de la costa chipriota. Cualquiera que tenga planes de perforar en esa área se verá inmerso en una complicada disputa marítima en que Chipre alegará que las reservas se encuentran dentro de sus aguas territoriales, mientras que Turquía replicará que Chipre no posee aguas territoriales, porque Chipre, al menos para los turcos, no existe.
Rusia se ha convertido en un tipo diferente de complicación para Europa. Puede que Vladimir Putin, que ha regresado a la presidencia, sea el mismo que antes, pero Rusia ha cambiado. La reciente ola de protestas en Moscú y en todo el país ha puesto de manifiesto los límites de su poder. Creo que lo entiende, lo que es en sí un hecho importante para la diplomacia en el futuro.
En los próximos días, la formación del nuevo Gobierno de Rusia revelará mucho sobre las relaciones de poder entre conservadores y liberales. En particular, están en juego miles de millones de dólares de propiedad pública, debido a un plan de privatización diseñado por el expresidente Dimitri Medvedev.
En esto, la UE cuenta con un marco —la Asociación para la Modernización que negoció con Medvedev— que podría llegar a ser muy positivo. La adhesión de Rusia a la Organización Mundial de Comercio en 2011 también debería ayudar a asegurar que se atenga a las normas internacionales, como ocurrió con China cuando se unió a la OMC. La adhesión de Rusia al marco jurídico de la OMC tendría que comenzar a hacer que las relaciones económicas con ella se vuelvan mucho más estables y predecibles.
Con anterioridad, el ingreso de Rusia en la OMC había sido bloqueado por Georgia, que levantó su veto el año pasado después de una elegante hazaña diplomática, por la que se estableció un mecanismo de control fronterizo sin reconocer las regiones separatistas de Osetia del Sur y Abjasia como parte de Georgia ni como países independientes. Esta solución, si bien compleja, es un buen resultado para la región.
Dada la magnitud de los problemas actuales y la disfunción de Ucrania, puede que una solución elegante no esté a mano ni sea suficiente. Ucrania, país con el que me he involucrado desde su independencia, ha sido una gran frustración para mí. Fui parte de las negociaciones que ayudaron a lograr una solución pacífica de la Revolución Naranja de 2004-2005. Pero las luchas internas subsiguientes entre los líderes de la revolución, Yulia Timoshenko y Viktor Yushchenko, fueron tan destructivas que Viktor Yanukovich, cuyos intentos de manipulación de las elecciones presidenciales de 2004 dieron origen a la revolución, hoy es presidente y Timoshenko se encuentra en la cárcel.
Para la UE, Ucrania sigue siendo un grave problema. Aún no se ha firmado un acuerdo global de libre comercio y asociación con la Unión, debido a la encarcelación de Timoshenko y otros actores políticos. Afortunadamente, dada la atracción que la Unión ejerce para la mayor parte de los ucranianos, aún hay esperanzas de que un realismo sencillo convenza a Yanukovich y la élite gobernante del país a regresar a un camino que haga posible la firma del acuerdo.
El poder blando de Europa ha cambiado muchas cosas en muchos países en las últimas dos décadas, estimulando a gobernantes y ciudadanos a reformar sus economías y adoptar o reforzar los valores e instituciones de la democracia. Puede seguir haciéndolo en Turquía, Rusia y Ucrania, o bien, por falta de atención e inacción, puede acabar perdiendo credibilidad, influencia y oportunidades económicas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario